De repente el número siete le viene a la mente. ¿Ha de decir a la cabeza? ¿Ha de decir sólo le viene? ¿Sirve el verbo venir? Él debe creer que sí. De hecho, ha pensado así la frase (y yo, que soy su digamos jefe, el creador del personaje, ya saben, le deja seguir). Y por un momento piensa que Kazuo Ishiguro tiene en su haber un siete. Son siete las novelas con las que ha ganado el Premio Nobel. Sólo siete. ¡Pero qué siete!, dicen los críticos o los opinadores oficiales de los periódicos al día siguiente, o escritores que lo han leído bien y que sí, que es mejor que gane el premio él a que lo gane Bob Dylan (¿otra vez la polémica? Espero que no. Uno, en su humilde opinión cree que Bob Dylan está por encima del Nobel, es decir, al Nobel le dieron “el” Bob Dylan). O eso parece entender entre tanto artículo acumulado, que ya se ha liado y no sabe los que ha leído y los que no. También de repente, sobreviene como un torrente simongarfunkelesco, es decir, turbulento, la concesión del Premio Planeta o la designación, que no sabe bien cómo va eso de los grandes premios comerciales a libros presentados con seudónimo. ¿O debe decir grandes premios de libros comerciales? Da igual. Él continúa acumulando palabras que le vienen, como dijo al principio, a la cabeza.
Llevo un buen rato esperando y todavía no sé por dónde quiere llevarme hoy mi personaje. A él se ve que le vienen las cosas. A mí él me lleva.
Se fija en que Javier Sierra sólo tenía siete novelas publicadas antes de la octava y vencedora en la carrera del Planeta. Ha dicho sólo y pide disculpas. Siete novelas no las escribe cualquiera. Aunque hoy en día es de otro modo: cualquiera escribe siete novelas. Dicen que es el Dan Brown español. No sé bien cómo es, porque tampoco conozco al estadounidense. Lo que sí le parece seguro es que Dan Brown nunca escribirá la gran novela americana, que de esto ya hablará otro día. Se mueve, parece ser, en otros confines. Se supone que se dice eso de Javier Sierra porque es el “bestsellero” que más (o de los que más) vende en nuestro país y que además sus novelas son de suspense aunque queda mejor decir que son “thriller”, como las de Dan Brown.
No sé mi personaje, pero yo de esos tres escritores no he leído ni una línea.
Pues si tú no has leído nada, déjame seguir, por favor, dice mi personaje refiriéndose a mí quizá por vez primera. Le dejo.
Él tampoco ha leído nada pero es que su creador se cree muy listo y si no le calla no le deja hablar. No se trata ahora, se dice, de si se ha leído o no a los citados ni si leerlos implica o no menosprecio hacia los mismos. Sencillamente, se vuelve a decir, no se puede leer a todo el mundo. Hay que elegir. Él dejó pasar a Ishiguro, aunque, como todo el mundo, vio la maravillosa película Lo que queda del día, donde el amor fracasa frente a los convencionalismos de la sociedad inglesa, de la servidumbre de la alta sociedad inglesa, para ser exactos. Esa sutileza es difícil de ver en el cine. En literatura tampoco es fácil. Quizá sólo por ella Ishiguro es Premio Nobel. Sus dudas bien pueden partir, además de que hay quien gana el Nobel con una obra minúscula pero rica y por tanto mayúscula, de por qué otros escritores de obra gigantesca en cantidad y en calidad se quedan sin el premio año tras año, a pesar de que en Suecia, en su afamada Academia, presumen de galardonar la exquisitez, de saber discernir entre el grano y la paja. En el Planeta no acaba él de ver eso. Pero se trata de metas distintas, ésta se encuadra en el mercado del todo vale siempre que predomine la pasta.
Lo contestatario que está hoy mi personaje. ¡Qué más le dará a él que uno u otro gane este o aquel premio! Aunque ya veo por donde va: mirar hacia el camino de la alta literatura, que de eso ya ha hablado, y no hacia la senda del dinero. Hoy en día todo es dinero, parece que quiere decir. No va muy desencaminado.
No le queda más remedio que mirar hacia el grupo en el que está inmerso Ishiguro, a su generación, que es como se suele agrupar a los escritores aunque ellos reniegan constantemente de ser etiquetados y con razón. El mismo día de la noticia ya pensó él en el presumible enfado supremo de sus compañeros de grupo ochentero: empezando por Martin Amis, uno de sus escritores favoritos, Ian McEwan y Julian Barnes o William Boyd y Graham Swift, aunque de estos dos sólo ha leído referencias. Además, Amis, por ejemplo, es poseedor de una obra mucho más amplia que Ishiguro. En este caso, dicho queda, se ha valorado más la sutileza que el volumen. Otro año que el Nobel pasa de puntillas sobre la sombra de escritores que lo merecen. Él tiene su lista de nobelables. Todos los años hace una de memoria y suele coincidir aunque en esta ocasión ha querido que la lista crezca. Por ejemplo, por qué no son ya Premio Nobel: Milan Kundera, Philip Roth, Rafael Sánchez Ferlosio, Javier Marías, Donna Tartt, Jonathan Franzen, Richard Russo, Nicanor Parra, César Aira, Emmanuel Carrère, Claudio Magris, John Banville, Martin Amis, Ian McEwan, Tom Wolfe, Gay Talese, Richard Ford, Haruki Murakami… Si se trata de precisión en las palabras, qué no la hay en todos ellos. Sí, vuelve a olvidarse de varias mujeres, pero como en 2013 se lo dieron a Alice Munro, y en 2015 a la periodista Svetlana Alexiévich, el resto tendrán que esperar a ser viejas, lo que aún no es Donna Tartt, para aspirar a estar en las apuestas. Se olvida de nombres, cómo no.
Lo cierto es (ahora hablo yo) que esto es como el fútbol, donde cada español tiene una lista de la selección bajo el brazo. Así, cada buen lector tiene sus preferencias y su lista para el Nobel. Y a mi personaje, no iba a ser menos, también le encanta manejar una lista de merecedores del Nobel. Él sigue, he de suponer que ensimismado.
Piensa, también, por qué los más grandes de la Historia de la Literatura del Siglo XX —esto le suena al epígrafe de un examen o a una asignatura de la Universidad— no están en la lista. Al menos los que aún vivos vieron publicada su obra. De Kafka, por ejemplo, no pudieron leer su obra en la Academia sueca hasta después de muerto. Con Pessoa sucede algo parecido aunque en circunstancias bien distintas. A uno se lo llevó la tuberculosis y a otro el alcohol de manera prematura. Pero ejemplos tan claros como los de Joyce, Proust, Woolf, Rilke, Musil, Nabokov, Borges, Cortázar, Greene, Burgess, Miller, Durrell (Lawrence), Calvino, Cheever, Lowry, Scott Fitzgerald…, por decir unos cuantos y sin profundizar en exceso, recordando a fin de cuentas, de memoria.
A veces creo que no debería dejar a mi personaje escribir o pensar tanto de memoria. Puede cometer errores y cuando eso ocurre alguien me lo recuerda. Pero prefiero que reviva la frescura de la memoria, del momento, la chispa que debe tener todo personaje aunque se estrelle. Siempre podré decir que mi personaje habla o piensa sin mala intención, como si fuera un buen ser humano. Sigue.
Tras mirar la lista una y otra vez, su lista, ve que faltan escritores (y escritoras). No tiene tan claro que sobren. Pero no los ha leído a todos, sólo a unos pocos y él debe centrarse en su humilde universo literario. Vamos que en esta ocasión se ha enfandado más con la Academia sueca por no haber leído a Ishiguro en su momento que porque merezca o no el Nobel. Él es de Martin Amis, que no hay duda de que lo merece tanto o más que el de Nagasaki. No sabe por qué, pero se imagina a Amis bebiendo el alcohol que tome a media tarde —que no sabe si es así— pero que en todo caso será un alcohol de primera, gritando “¡me ha ganado un japonés!”. Eso le recuerda cuando Francisco Umbral fue finalista del Planeta, ganado entonces por Vallejo-Nájera. El gran Umbral simplemente dijo: “No me ha ganado un escritor”. Pero no, Amis no puede ser racista ni en privado. Dirá otras cosas de su “amigo” Ishiguro. Es un pensamiento tonto (el enfado de Amis) que le viene a la cabeza. Porque sí, le siguen viniendo pensamientos a la cabeza.
¡Se habrá quedado contento! Este personaje mío cada vez elucubra más, zigzaguea más entre el jardín de los libros, de las palabras, de los escritores. Tengo que dejarle rienda suelta porque si no qué somos, ¿dictadores de nuestras creaciones? (perdón de nuevo por la palabra creación, implica vanidad). Así que, a él que le sigan viniendo cosas a la cabeza que yo me dejaré llevar.
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