Para quienes hemos tenido el gustazo de leer El peso de vivir en la tierra, del maestro David Toscana, resulta inexplicable el silencio con el que la crítica literaria mainstream de ambos lados del charco ha recibido esta obra cuya publicación (en México por Alfaguara y en España por Candaya) debería ser considerada todo un acontecimiento dada su destreza formal, su vindicación del humor y la ironía, su mirada compasiva sobre el ser humano y su fuerte diálogo con la mejor tradición literaria, en su caso específico la de la gran literatura rusa. Y es un alivio que precisamente por esos dones haya resultado ganadora del V Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa, fallado la semana pasada en Guadalajara, y en la que la novela de Toscana competía por el galardón junto con Salvo mi corazón, todo está bien, de Héctor Abad Faciolince (Colombia); Qué hacer con estos pedazos, de Pilar Bonnett (Colombia); Ceniza en la boca, de Brenda Navarro (México); El invencible verano de Liliana, de Cristina Rivera Garza (México), y Obra maestra, de Juan Tallón (España), obras que en mi modesta opinión no le llegaban a los talones. En El peso de vivir en la tierra, una fantasía literario-espacial, como la ha definido el propio autor, tres cosmonautas soviéticos mueren al regresar a la tierra a principios de los años 70, lo que desencadena el delirante viaje al centro de la imaginación que emprende Nicolás, el protagonista de la historia, desde el norte de México, amparado por la pasión lectora, cambiando incluso su nombre por el de Nikolái Nikoláievich Pseldónimov, lo que convierte su vida cotidiana en un friso que conjuga todos los tiempos y todos los espacios de la literatura rusa, desde Tolstói y Dostoievski hasta Bulgákov, pasando por Chéjov, Ajmátova y un magnífico etcétera que invita a repasar un siglo y medio de excelente literatura. Una tarde de conversación, el propio Toscana me dijo que uno de sus puntales a la hora de escribir era darle rienda suelta a la imaginación. Con el Quijote, me explicó, había aprendido que si a una novela no la obligas a ser razonable tiene más posibilidades de belleza, que su discurso se vuelve más bello porque los personajes ya no tienen que hablar de cierta forma para ser verosímiles, y lo que importa es que funcione para la novela sin que estés pensando si en la realidad las cosas son así, porque finalmente se hace un pacto con el lector en el que te divorcias de la realidad y avanzas con él contándole cosas. Así que desde hace tiempo, como demuestra en espléndidas novelas como Santa María del Circo, La ciudad que el diablo se llevó o El peso de vivir en la tierra, Toscana se ha propuesto romper ese famoso pacto de la verosimilitud, pensando que no hay que ser necesariamente verosímiles, sino seductores. «Yo no me creo en ningún momento», recuerdo que me dijo aquella tarde, «que Gregorio Samsa se convirtió en un insecto; pero no me importa, porque me están contando algo fascinante y voy a jugar como un niño. ¿Por qué? Porque estoy dispuesto a la fantasía y no quiero meterle esta razón al texto. Cuando metes demasiada razón creo que se estropean las cosas y por eso muchos escritores que quieren ser muy razonables explican demasiado las cosas. Lo mejor es lanzarse y contar». Y ese juego de libertad e imaginación es lo que le ha permitido crear una obra como la que ahora ha sido justamente premiada y que debería estar en todas esas listas de recomendaciones de lecturas para este, y los siguientes, veranos. Palabra de honor.
HORMIGUERO, ABRIR PASO A LA BUENA LITERATURA
Y ya que estamos, resulta también extraño, incluso desalentador, que una novela como Hormiguero, de Fernando Solana Olivares, no haya encontrado hueco en los grandes grupos editoriales, donde sin lugar a dudas, y por supuesto debido a su gran calidad literaria, tendría que haber sido publicada no solo para solaz de todo tipo de lectores, sino porque su contenido es altamente revelador de una realidad que se expande como la pólvora en los territorios bajo el volcán y más allá, y sería menester que hallara la máxima difusión, esa que sin duda fomentan esos grandes grupos para sus autores en la multitud de sellos que administran. Pero ante la inopia de los editores, Solana Olivares ha decidido publicar su excelente novela en un pequeñísimo sello, El Tapiz del Unicornio, donde acaba de aparecer. Como reseña Jorge Pech Casanova, Hormiguero, al igual que Pedro Páramo, de Juan Rulfo, o La Feria, de Juan José Arreola, no está construida alrededor de un personaje central, sino desde la comunidad, retratando la pequeña ciudad jalisciense de Lagos de Moreno, donde el autor reside desde hace poco más de veinte años, pero al mismo tiempo el vasto, intrincado, desolado territorio que llamamos México, con todo y su pavorosa frontera norte. Siguiendo a sus antecesoras, escribe Pech, Hormiguero se despliega como una novela construida con las voces de sus personajes, pero integra también textos de algunos de ellos, en esta época en que las plataformas electrónicas con sus redes sociales permiten que cualquiera acometa e infecte con su escritura lo que se conoce como ciberespacio. «Me parece que el centro de este Hormiguero narrativo está en todas partes y su circunferencia en ninguna, por lo cual Fernando Solana consigue elaborar una obra que nos desconcierta por su inesperada extrañeza y nos seduce por su elocuente belleza». Pech hace un buen tajo cuando apunta que en una época en que las novelas que se publican apuestan más por la obviedad y la facilidad, acaso son esas altas virtudes las que incomoden a ciertos lectores, pues su lectura “es un desafío por la manera como está construida, con múltiples voces que se entremezclan»; y también porque exige una atención concentrada para no perderse entre tantas ideas, entre tantos sucesos, aunque ciertamente quienes hemos leído a Faulkner y a Cortázar con fruición no encontremos mejor forma de novelar. Así pues, esta novela ya está disponible para quien quiera acercarse a uno de los aspectos más cotidianos del universo mexicano actual desde una óptica que no ofrece concesiones al lugar común y se afianza en la idea de que la literatura es una experiencia que por su propia naturaleza, nos empuja a pensar en lo que somos. Bienvenida.
NARCOCORRIDOS, TOMAR EL PULSO A MÉXICO
Para quien no lo sepa, en este momento hay un nombre que arrasa en México: se hace llamar Peso Pluma, y es un chavo muy zumbado. Hace una vertiente del narcocorrido denominado tumbado y bélico. Para quien quiera echarle una oreja, otros nombres que están abordando este subgénero son Natanael Cano, Luis R. Conriquez, Fuerza Regida, Conexión Divina o Junior H. Como dice Juan Carlos Ramírez-Pimienta, uno de los ensayistas que mejor y más a fondo han estudiado y escrito sobre el tema, escuchar, dialogar y analizar esta lírica es algo vital para tomarle el pulso a México. Docente de Estudios Fronterizos en la San Diego State University-Imperial Valley y autor del libro Cantar a los narcos (Editorial Planeta, 2011) o del ensayo El corrido de «El Bazucazo»: Estado pasmado, punto de quiebre y antecedente del Movimiento Alterado (Revista Cultura y Droga, 2020), Ramírez-Pimienta señala que el narcocorrido no es sino «una manifestación cantada y contada en un marco de violencia y desasosiego que priva en el país», donde se suele confundir el síntoma con la enfermedad y se ha acabado por demonizar un género que es, en efecto, una de las mejores herramientas o barómetros para tomarle el pulso a la sociedad mexicana (en México y en Estados Unidos) de finales del siglo XX y lo que va del XXI, pues el mexicano ha usado el corrido y el narcocorrido durante décadas, reflejando que cuando algunas de las funciones del Estado dejan de cumplirse y quien entra a llenar ese vacío es el narcotraficante, el imaginario popular convierte en héroes a esos personajes. Así que más que demonizar estas producciones culturales, sería conveniente estudiarlas, pues como apunta el poeta Juan Domingo Argüelles, «para una sociedad enferma, canciones enfermas», porque está claro que este subgénero seguirá retratando, y relatando, una realidad que para que desaparezca tendrá que ver desaparecer primero su leitmotiv: el narcotráfico.
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