David Jiménez Torres (Madrid, 1986) siempre ha dormido mal. Es uno de los hechos fundamentales de su vida, “uno de los elementos que le otorgan cohesión y continuidad”. Este doctor en Estudios Hispánicos por la Universidad de Cambridge no le halla romanticismo a la cosa, no persigue un afán de trascendencia. Como Bryce Echenique, “de noche, francamente, preferiría dormir”. Profesor en la Complutense, columnista en El Mundo y colaborador en esRadio, acaba de publicar El mal dormir (Libros del Asteroide, 2022), ensayo galardonado con el I Premio de No Ficción Libros del Asteroide en el que, partiendo de su experiencia, aborda la historia del insomnio, las rutinas, los miedos y los complejos que genera, su presencia en la literatura y en la religión, el crecimiento de su industria y, ay, las consecuencias del día siguiente. Estas “memorias de un insomne” (Trapiello), además, están muy bien escritas: el autor gasta una prosa sencilla, libre de manierismos, prescinde de toda paja —no piensen mal, canallas— temática y llega al hueso, en ocasiones, con un fino sentido del humor. Conversamos:
—Señor Jiménez Torres, ¿por qué la historia del mal dormir es también una historia de la modernidad?
—Hay una tesis bastante extendida que sostiene que hoy dormimos peor que nunca. El maldurmiente de hoy no sería solo una víctima de las arbitrariedades de su cuerpo, sino también de la época que le ha tocado vivir. Y algunos de los argumentos que se dan para justificar esta tesis tienen que ver con aspectos clave de la modernidad. Por ejemplo, con la invención y extensión de la luz eléctrica, que altera nuestros ritmos de sueño, puesto que estos dependen mucho de la intensidad de la luz que perciben nuestros ojos. Pero también estaría ligado a las ansiedades modernas y al bombardeo constante de estímulos que suponen nuestros móviles. El maldurmiente sería, entonces, una víctima de la modernidad. Lo que ocurre con esta tesis es que siempre nos quedará la duda de si realmente sabemos cómo de bien, o mal, dormían nuestros antepasados. Y esto hace que la comparación entre el hoy y el ayer resulte siempre problemática.
—Defiende que el maldurmiente no es hijo del “capitalismo 24/7”, sino todo lo contrario: “Lo que este percibe cuando abandona la cama no es la reintegración gozosa en los ritmos del mundo. Más bien es la constatación definitiva de hasta qué punto está desconectado del resto de su sociedad”.
—Algunos defensores del “cada vez dormimos peor” argumentan que el capitalismo contemporáneo glorifica la actividad constante, para producir o para consumir, y, como consecuencia, devalúa y deprecia el sueño. Es algo que desarrolla Jonathan Crary en 24/7: El capitalismo al asalto del sueño. Sin embargo, para que esta tesis fuera cierta, el maldurmiente tendría que sentirse como un “ganador”; debería ver con buenos ojos su poca disposición al descanso. Y lo que ocurre, en mi experiencia, y creo que en la de la mayoría de maldurmientes, es todo lo contrario. Nos embarga una profunda sensación de fracaso, y de desconexión con los ritmos y hasta con las expectativas de nuestra sociedad.
—¿Por qué el sueño, “tan liberal e imparcial benefactor”, en palabras de Samuel Johnson, ha sido tan poco estudiado a lo largo de la Historia?
—Hay una razón objetiva: es muy difícil estudiar el sueño. Tanto en términos médicos como en términos históricos. Pero creo que también existe cierta impresión de que no hay mucho que decir sobre el sueño. Sobre todo si dejamos de lado lo onírico, que durante siglos ha generado una fascinación extraordinaria, y que brilla todavía más en comparación con la poca que ha merecido el sueño en sí. Parte de lo que me interesaba a la hora de escribir este libro era precisamente ir en contra de esa impresión: mostrar que se puede decir mucho sobre la experiencia de la búsqueda del sueño, y la huella que deja en nuestra relación con el mundo.
—¿Cuándo tomó consciencia de su mal dormir?
—Siempre he sido consciente de que dormía poco. Pero de niño esto era algo positivo, casi hasta me enorgullecía de ello. Cuando mis padres se retiraban a dormir yo encendía el flexo y me quedaba un buen rato leyendo mis Mortadelos y mis Astérix. Sentía que aquella capacidad de permanecer despierto por las noches me hacía especial. Con el paso de los años me fui dando cuenta de que aquello no era un don, sino un defecto.
—¿Al insomnio se le puede combatir, pero no derrotar?
—Depende del tipo de insomnio, y su intensidad. Hay gente para la cual es algo cíclico, hay gente para la cual es algo meramente episódico, hay gente a la que le funcionan los cambios que ahora se recomiendan en nuestros hábitos diarios para mejorar el sueño… y hay mucha gente a la que nada le funciona del todo. En mi experiencia, muchos maldurmientes no buscamos tanto una solución duradera a nuestro problema, sino más bien un equilibrio que nos permita ir tirando.
— Apunta que un 30% de la población adulta tiene el ciclo de sueño escorado hacia la noche. Escribe: “Los expertos se refieren a esto como cronotipo vespertino o de búho, en contraposición con el cronotipo matutino o de alondra”. ¿Y si la solución, más que en la difenhidramina, pasara por un reajuste de horarios?
—Puede ser. Si los porcentajes que citan algunos expertos y que recojo en el libro son ciertos, hay muchísima gente a la que no le cuesta dormir en sí, sino que les cuesta dormir en el horario que la sociedad les impone. Y esto les provoca muchas veces sentimientos de culpa, de fracaso personal, cuando lo que tienen son predisposiciones genéticas inalterables. Flexibilizar los horarios de trabajo mejoraría su calidad de vida, pero también la de su trabajo. A los búhos nos puede costar mucho trabajar bien a primera hora de la mañana, mientras que estamos muy lúcidos y activos en el momento en que toca dejar de trabajar.
—¿El mal dormir genera algún beneficio?
—Es una forma de estar en el mundo y, por tanto, forma parte del regalo que es la vida. Esto no habría que perderlo de vista nunca. Dicho lo cual, si alguien me ofreciera una poción mágica que curase para siempre mi mal dormir, la tomaría sin dudarlo.
—La lectura de la vigilia no se salva porque es una “lectura triste”.
—El mal dormir ayuda a leer más. Algo hay que hacer cuando no consigues conciliar el sueño. Lo que ocurre es que es una lectura condicionada por cierta sensación de fracaso, y también de angustia por el paso del tiempo. Todo el tiempo que pasemos leyendo es tiempo que no estamos durmiendo. No es el mejor ambiente emocional para sumergirse en la lectura.
—¿El mal dormir acompleja?
—A muchos, sí; sobre todo en un entorno laboral. El maldurmiente es muy proclive a sentir el síndrome del impostor. Percibimos que estamos rodeados de adultos perfectamente descansados, que desde las siete de la mañana ya están enviando emails y preparando documentos y tablas de Excel, mientras que nosotros vamos por el segundo café y seguimos amodorrados, lentos, sin reflejos ni iniciativa. Y percibimos que en algún momento repararán en nosotros, y que pensarán que no dormimos porque no somos lo suficientemente adultos, lo suficientemente disciplinados como para tener un horario de sueño funcional.
—¿El mal dormir aterroriza?
—La noche ha sido tradicionalmente el tiempo predilecto del miedo. Por un lado, a lo sobrenatural, como los espíritus malignos, los fantasmas, los vampiros o los hombres lobo; por otro, también están los miedos y angustias terrenales. F. Scott Fitzgerald decía que, a las tres de la mañana, darte cuenta de que olvidaste recoger un paquete parece tan grave como si te hubieran condenado a muerte. Y en la medida en que el mal dormir tiene que ver con una relación conflictiva con la noche, tiene un vínculo natural con los terrores nocturnos y con la riquísima historia cultural de la noche como un momento de amenaza y terror.
—Desde luego, el mal dormir puede llegar a matar. Cuénteme sobre el insomnio familiar fatal.
—Es un trastorno extraordinariamente infrecuente, pero del que hay algunos casos documentados. Consiste en que, a partir de cierto momento, alguien pierde la capacidad para dormir. Ningún tratamiento puede ayudarle, y sus facultades mentales se van deteriorando hasta que muere. Ningún paciente diagnosticado con insomnio familiar fatal ha sobrevivido más de diez meses. Es algo realmente pavoroso, y es natural que quien tenga problemas de sueño se angustie por si esto le puede pasar a él algún día. Pero hay que insistir en que es un trastorno rarísimo.
—Por cierto, ¿el mal dormir hermana a los maldurmientes?
—Sí, lo que ocurre es que se trata de una hermandad invisible, cuyos integrantes no se conocen entre sí. Esta es una de las grandes paradojas del maldurmiente: la experiencia de la vigilia es muy solitaria. Uno se siente por momentos realmente aislado de todo y de todos. Y, sin embargo, en ese mismo momento hay millones de personas que se encuentran en la misma situación, que se sienten igual de solos. Marina Benjamin escribió que el insomnio hace de ti una isla; pero lo que realmente hace es conformar un vastísimo archipiélago de islas unipersonales. Yo he descubierto durante la escritura de este libro que mucha gente cercana, ya fueran familiares o amistades de muchos años, tenían problemas de sueño parecidos a los míos. Y jamás habíamos hablado de ello. Es posible que, de no haberme puesto a escribir El mal dormir, no lo habría sabido nunca.
—¿Cómo ha sido el proceso de escritura de El mal dormir? ¿Ha habido algo de catarsis en él?
—Sí. Mi relación con mi mal dormir ha cambiado por completo. Duermo el mismo número de horas que antes, pero lo que antes era una experiencia en buena medida subterránea, sobre la que no reflexionaba mucho, ahora es algo mucho más conocido. Lo cierto es que escribir sobre todo esto me ha ayudado a quitarle gravedad, incluso a reconciliarme un poco con mi experiencia. Y me encantaría que los lectores que se acerquen al libro puedan tener una experiencia parecida.
—Para finalizar, enhorabuena por ese primer Premio de No Ficción Libros del Asteroide.
—Me siento enormemente afortunado por este premio, no solo por el premio en sí sino también por lo que ha supuesto en cuanto al trabajo con el manuscrito. Al ser un premio que se otorga a proyectos, en lugar de a manuscritos ya plenamente desarrollados, el proceso de escritura también conllevó un diálogo asiduo con el equipo de Libros del Asteroide. Y ese diálogo me resultó extraordinariamente útil. Creo que algo fundamental en la carrera de todo escritor es encontrar lectores de tus manuscritos que sean a la vez buenos y exigentes. Yo ya tenía un par de personas así en mi vida, pero haber podido incorporar en este proyecto a los responsables de Asteroide ha sido un verdadero privilegio.
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