A David Foenkinos no se le podrían aplicar los versos de Rimbaud «par délicatesse / j’ai perdu ma vie». En la delicadeza el autor ha encontrado su mirada, su estilo y el éxito. La vida, en suma. Y La delicadeza es también el título de la novela que le convirtió, de pronto, en un superventas (un millón de ejemplares en Francia), una historia que llevó al cine, junto a su hermano Stephen, en una película protagonizada por Audrey Tautou. A partir de ahí, todo ha ido rodado.
En España se han publicado todos sus libros, menos el inicial. Los tres primeros, traducidos por la editorial Kailas, pasaron desapercibidos. Hoy, sin embargo, están agotados. A uno le hubiera gustado leer El potencial erótico de mi mujer («nada personal», nos advierte). Los tres siguientes se editaron en Seix Barral, entre ellos La delicadeza; y finalmente Alfaguara se quedó con los derechos de sus nuevos libros. Ya se han publicado seis (a uno por año): Lennon, La biblioteca de los libros rechazados, Charlotte, su otro gran éxito en Francia, Hacia la belleza, Dos hermanas y La familia Martin, que es la novela que vino a presentar a Madrid hace ya algunas semanas.
Más que una entrevista al uso, lo que sigue es una conversación entre dos —el autor y el lector— sobre el mundo de David Foenkinos con algunas desviaciones hacia los Beatles, por eso de las aficiones compartidas. Y hay dos frases que se nos han quedado sueltas, así que las rescatamos antes de que se pierdan en el caos y las incluimos aquí mismo como pórtico o conclusión: «Me gusta que mis libros reflejen la vida en toda su complejidad emocional», y «El humor no se opone a lo serio; lo subraya».
Le contamos que hemos leído la mayor parte de sus novelas, y nos gustan. Nos gustan todas menos una. ¿Cuál es?, pregunta, interesado. Mejor al final de la entrevista. Y le adelantamos que, aunque La delicadeza, Charlotte y La biblioteca… han sido sus libros más vendidos y comentados, nuestro favorito es Hacia la belleza, una novela apacible, en apariencia, que es como un iceberg por lo que oculta debajo, y que el público no ha sabido aún valorar.
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—En Francia, Hacia la belleza pasó desapercibida al principio. No tuvo el éxito de otras obras, pero poco después empezó a crecer, a interesar cada vez más, y ahora en Twitter la gente no habla más que de este título. Algo que me emociona mucho. La vida de los libros es un misterio.
—Es una novela que sorprende, porque parece que va a tratar de las consecuencias de la ruptura de una pareja, y sin embargo, en la tercera parte te das cuenta de que la historia va por otra parte. Es un tema muy delicado que ha sabido tratar de una manera elegante y original.
—Quería escribir una novela como si fuese una especie de muñeca rusa. No me resultó fácil. Era la primera vez que abordaba el tema de una agresión sexual. Tres meses después surgió el movimiento MeToo. Nunca hubiera escrito Hacia la belleza un año más tarde, ya que entonces pensarían que era un autor que se apuntaba a la moda y se aprovechaba de este movimiento que ha seguido creciendo ya de forma imparable. La escribí a principio del 2017. Era un asunto que me tenía obsesionado.
—Ahora que ha mentado las muñecas rusas, me he acordado de que hay algo en sus novelas —en su textura, quizás— que me hace recordar una película francesa del mismo título, Las muñecas rusas, segunda parte de El albergue español (en España titulada Una casa de locos). No sé si la conoce.
—¿Si la conozco…? Mi hermano y yo estuvimos en el rodaje de ese película. Somos amigos de su director (Cédric Klapisch), quien nos invitó a pasar unos días, y allí, precisamente, conocimos a Audrey Tautou, una de las protagonistas. Nos maravilló. Nos conquistó esta actriz. No imaginábamos entonces que pudiésemos trabajar con ella en la primera película que dirigimos.
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Las novelas de David Foenkinos parecen ligeras, pero tienen su propia carga de profundidad. La historia de Hacia la belleza está contada de una manera cálida, elegante, discreta, casi como si no pasara nada, y sin embargo algo muy gordo ha pasado, y marca no solo a los protagonistas del drama, sino a los que están cerca. Es como esas piedras que se tiran al agua, a un agua mansa, y van creando círculos cada vez más amplios…
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—En su novela se aprecia con claridad cómo los actos de los otros nos pueden afectar y modificar nuestra vida.
—Sí. En Hacia la belleza hablo de un drama que tiene consecuencias también en otras vidas que no han tenido que ver con ese suceso, y las altera. Y me pongo a hablar primero de esas otras vidas para luego llegar al centro, al verdadero tema. Es un libro muy personal. El telón de fondo de la novela es la belleza como consuelo. A mí, de niño, me salvaron los libros.
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De lo que no habla David Foenkinos, porque ya es historia —historia conocida— es de que a los diez años padeció una grave enfermedad y tuvieron que operarle del corazón. Algo que, sin duda, deja huella. En esos largos meses de recuperación se lanzó a la lectura, y devoró libros nada infantiles; entre ellos, de Henry Miller y Milan Kundera.
En La familia Martin, David Foenkinos tiene la inteligencia de convertir a sus personajes en personas, como paso previo a la historia, y después transformar a esas personas en personajes, además de inventarse un narrador que es más personaje que autor, y se verá envuelto en la vida de la familia Martin con las consecuencias que llegarán a su propia vida.
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—El protagonista de su última novela es un escritor en horas bajas, que no encuentra inspiración y sale a la calle en busca de historias. Suponemos que a usted, dada su intensa trayectoria, no le ha ocurrido nunca.
—No. (risas) En mi caso, nunca. Nunca me ha faltado la inspiración. No me lo puedo imaginar, y me gustaría que alguna vez me pasara. Debo de ser el único escritor empeñado en no tener ideas, en dejar de escribir, al menos durante un año, y así poder viajar, dar paseos más largos, comer croquetas… En mi novela, no es exactamente la falta de inspiración el problema del escritor. Lo que le sucede es que la ficción ya no le interesa, no tiene ganas de inventarse otras historias. Está fatigado de la imaginación.
—No sé si será también por esa fatiga, pero en España se están publicando ahora bastantes novelas en las que se toma la vida real, la biografía propia, como el principal elemento narrativo. La auto-ficción parece que está de moda.
—Fue una tendencia en Francia en los años noventa. Estaban hartos de la literatura francesa, que ya no inventaba nada interesante, y los escritores decidieron buscar otras fórmulas. Yo nunca he hecho auto-ficción, pese a las apariencias. Escribo falsa auto-ficción, aunque cuando hice la promoción de La familia Martin dije que sí, que todo lo que ocurría en el libro era cierto, y que el escritor protagonista era yo.
—Era cierto literariamente.
—Efectivamente. A mí me divertía. Me gustaba que el lector se preguntase si había bajado realmente a la calle en busca de una persona —la primera que viese— para escribir sobre su vida. Ten en cuenta que La familia Martin es un libro más ligero y lúdico; está muy alejado de Hacia la belleza. Parte de un principio evidente: cualquier persona puede ser objeto y protagonista de una novela.
—Aquí tengo apuntada precisamente una idea muy parecida: «Cualquier historia puede ser apasionante si se es capaz de contarla de una forma apasionante».
—Eso es. Flaubert narra (en Madame Bovary) la historia de una mujer que se aburre y se echa un amante. No es el gran tema del siglo. Sin embargo, la novela es una gran novela. El escritor protagonista de mi libro se plantea escribir sobre una familia cualquiera, y precisamente por ello, a partir de ese momento la familia se convierte en novelesca. Todos estamos sometidos a la ficción. Cualquier persona sobre la que fija la mirada el escritor se puede convertir en personaje, y todo el mundo tiene ganas de ser un buen personaje. Mi narrador se pregunta continuamente si lo que está haciendo es atractivo para el lector, y los personajes también se plantean que si lo que le cuentan al escritor puede ser interesante para los demás y formar parte de una novela. Eso mismo es lo que estamos viendo a diario en Netflix o en otras series de televisión.
—Su investigación literaria se convierte en un reality.
—Exactamente. En un folletín.
—Cuando empecé a leer la novela y supe quien sería la protagonista me llevé un pequeño desencanto.
—Es algo que también le pasa al narrador, pero se había autoimpuesto una regla: la primera persona que pase será el tema de la novela, se dice, y sufre una decepción al toparse con una mujer tan mayor. Oh, no, se queja, desencantado. Pero no tiene elección, no puede volverse atrás, y debe seguir siendo fiel a su propuesta. Es un desafío literario.
—El narrador esperaba encontrar, tal como confiesa, a esa chica que veía todos los días fumando en la esquina, pero ese día no estaba.
—Esa chica existe de verdad. Ha leído la novela y no sé por qué está incómoda con el libro. No le ha gustado.
—Será porque no es la estrella, sino un personaje de reparto y sin frase.
—Por suerte para el narrador, su recién elegida protagonista, esa mujer mayor, que está preocupada en llegar a casa para que no se le descongele la comida, le presenta a una de sus hijas, y ésta le abre la puerta de su familia: su marido y sus dos hijos adolescentes. La hija de la mujer mayor se interesará por el escritor, que se queda desarmado y por primera vez hablará a alguien de un amor de juventud que le sigue marcando. Ese es uno de los asuntos del libro: un escritor al que le llevan por el mal camino sus personajes y, a su pesar, se convierte también en un personaje. En la novela vemos cómo las relaciones con los demás van modificando nuestras vidas sin darnos cuenta, aunque nos hayamos cerrado a ello. El narrador, buceando en otras vidas, buscando a los demás, se descubre a sí mismo.
—Su novela me ha llevado a dos títulos anteriores suyos: Los recuerdos, por ese acercamiento a la vejez, y La biblioteca de los libros rechazados, por lo que tiene de investigación sobre una vida ajena.
—La familia Martin es una novela que parte de la construcción de una novela. En el libro he hecho muchas referencias a mis otras obras. Se puede decir que es como una síntesis de mi mundo novelesco. Aquí están todos los temas que he desarrollado en mi trayectoria literaria.
—¿Por ejemplo?
—El amor perdido, que trato en La delicadeza; las relaciones fraternales, que son el tema de Dos hermanas; el acoso laboral que se aprecia en Estoy mucho mejor; la vejez, la tragedia de sentirse desposeído de tomar decisiones, en Los recuerdos… La familia Martin es un pretexto para desarrollar los temas que más me interesan, y me he permitido abordarlos de una manera suave, pasando de una personaje a otro, como si fuese una obra de teatro. También aparece la adolescencia, el desgaste de la pareja…
—Y el azar, algo que está en todos sus libros.
—¡Es verdad! Me encanta esa observación. La novela se inicia precisamente con una cita de Kundera que quiere decir muchas cosas.
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La leemos: «El valor de una casualidad es igual a su tasa de improbabilidad». Es una frase para reflexionar. La novelas de Foenkinos también están llenas de frases que parece que están ahí, de pasada, como quien no quiere la cosa, pero que resultan definitivas y nos hacen pensar sobre la vida, sobre nuestro mundo cotidiano y esos actos comunes sobre los que no nos hemos detenido a mirar. O al menos, no desde ese punto de vista que nos da otra perspectiva. Las novelas de Foenkinos, sin embargo, tienen un grave peligro que en La familia Martin se agudiza: nos empujan —y tómese este verbo en sentido literal— a escribir, dada su cercanía y la facilidad con la que parecen que están hechas y escritas.
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—Ya que ha hablado de Kundera, he de comentar que al leer sus novelas —y sin que tengan una relación evidente o directa— me he acordado de dos autores: Milan Kundera, precisamente, por esas continuas reflexiones que acompañan a la narración, y Raymond Quenau, por la aguda observación de la cotidianidad, el ingenio y el juego literario.
—En mis primeros libros sí que pudo haber una influencia de Quenau. Ahora hay más melancolía en mis novelas.
—No sé por qué esa melancolía. ¡Si le va muy bien!
—Sí, pero tenemos problemas.
—Serán… pequeñitos.
—No.
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Sin darnos cuenta, nos hemos topado con su intimidad. No sabemos si la puerta está entornada o cerrada, pero no nos interesa averiguarlo. Así que damos un pequeño salto.
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—En España se publicaron (en Kailas) tres de sus primeros títulos, que pasaron desapercibidos para el público, pero que hoy están agotados. ¿Cuándo los recuperaremos?
—No creo que se reediten. No es que me niegue rotundamente a ello, pero no me apetece que vuelvan a publicarse. Digamos que… me gustan menos esos primeros libros.
—¿No vamos a poder leerlos? ¿Ni siquiera El potencial erótico de mi mujer?
—A pesar del título, no es nada personal. Hay mucha fantasía. Es una novela divertida y burlesca, pero ya no me siento cercano a ella. En Francia han hecho una adaptación para el teatro con actores conocidos y la obra funciona muy bien.
—También usted ha escrito teatro.
—Sí. Me gusta. Son comedias ligeras y han tenido buena aceptación, pero no han llegado a España.
—Tras esas primeras novelas traducidas, se pasó a Seix Barral, una gran editorial, donde se publicó La delicadeza, su gran éxito, y otros dos títulos más. Y de ahí saltó a Alfaguara. ¿Por qué?
—Porque me encontré con Maria Fasce (la editora) y adoro a esa mujer. Hablo con ella en francés y es muy agradable poder intercambiar opiniones literarias. Conecto mucho con ella y se ha convertido en una buena amiga. No quiero decir que me llevara mal con los otros editores. No. Me trataron muy bien. De hecho, he renovado con ellos los derechos de La delicadeza, que ya habían caducado, porque les aprecio mucho. En Francia siempre me he mantenido fiel a Gallimard: ellos publicaron mis primeros libros cuando no se vendían; siguieron confiando en mí y ahora están muy contentos. Siempre han creído en lo que escribo. No sé lo que pasará ahora. Ellos publican también a J. K. Rowling, y mi próxima novela, que sale en enero en Francia, trata sobre el casting de la película de Harry Potter.
—¿Harry Potter? ¿Le interesa la serie?
—No, no leí los libros, pero me parece apasionante lo que ocurrió cuando iban a rodar la primera película. Los productores hicieron un casting para el papel de protagonista. Se presentaron cientos de actores y finalmente quedaron dos: eligieron a Daniel Radcliffe, que hoy es una estrella mundial. Mi novela cuenta la historia del otro, del que estuvo a punto de ser Harry Potter y que, por muy poco, perdió todo lo que luego alcanzó el elegido. Es un poco como el caso Pete Best y los Beatles.
—Sí, el batería que aguantó los interminables conciertos en bares cutres de Hamburgo, la lucha por el éxito, los tiempos más duros, y cuando al fin los Beatles consiguen el apoyo de una discográfica, sus compañeros le cambian por Ringo Starr.
—Me volvía loco esa historia de alguien que pierde tanto por tan poco. Es la historia del que casi es Harry Potter. Ese actor va llevar toda la vida encima el éxito del otro, como Pete Best el éxito de los Beatles.
—No ocurrió lo mismo con el papel de Hermione.
—No, porque desde el primer momento tuvieron muy claro que debía ser Emma Watson, una gran actriz y una mujer muy inteligente con una gran personalidad. Sólo ha cometido un error importante.
—¿Cuál?
—Rechazar el papel de La La Land…. No se puede rechazar una película así.
—Lo hizo por La bella y la bestia.
—Ya, pero…
—¿Cuál es el título de la novela?
—Cómo he desperdiciado mi vida.
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Ese debía ser el título original, y así nos lo confirmó el autor dos meses antes de su publicación, pero finalmente sus editores lo han cambiado por el de Numéro deux. No es la primera vez que le sucede. Una novela anterior, que el autor tituló La biblioteca de los libros rechazados, se publicó como El misterio Henry Pick, y así se tradujo en todos los países menos en España, el único, según confiesa, en el que se respetó su título primitivo.
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—¿Está contado en primera persona?
—No, en tercera… ¿No te gustan las novelas en primera persona?
—Me cansan, aunque reconozco que la primera persona es un acierto en La familia Martin.
—También está en primera persona Ya estoy mejor. ¿Ese fue el libro que no te gustó?
—No me gustó tanto como otros libros suyos, aunque ese no es el título de los leídos que, según le dije, no me convence.
—¿Cuál es?
—Mejor al final de la entrevista, que aún quedan cosas y libros por hablar. Por cierto, ¿qué pasó para que La delicadeza, su primer gran éxito, triunfara de ese modo tan brutal tras cuatro novelas que pasaron desapercibidas?
—No lo sé. Un crítico dijo que tenía todos los ingredientes para ser un éxito, pero eso es absurdo, porque si los conociera ya los hubiera utilizado en los libros anteriores. Cuando se publicó La delicadeza no pasó nada. Fue después, al salir la edición de bolsillo, cuando empezó a hablarse de él y a venderse sin cesar. No hay una explicación. Estuvo año y medio como el título más vendido en Francia. En La delicadeza está el humor de mis primeros libros, pero hay un fondo más grave, una mezcla de ligereza y profundidad…
—Melancolía.
—Es el duelo. La novela se convirtió en un fenómeno en Francia y la gente me pedía que escribiera otra historia del mismo tipo, pero no lo hice. Para mí es muy importante no repetirme: no tiene sentido volver a escribir lo que ya he escrito. Así que tenté otros temas y estilos, hice novelas muy diferentes y los lectores me han seguido.
—Creo que hay unas características muy personales en sus libros. A pesar de que puedan ser tan diferentes, en el fondo se reconocen. Es el sello Foenkinos.
—Puede ser. Lo importante para un escritor es tener una energía muy particular.
—¿El éxito del libro le empujó a rodar la película?
—¡Oh, no! A mi hermano Stephen y a mí siempre nos interesó el cine. Ya habíamos hecho un corto juntos; habíamos asistido al rodaje de Las muñecas rusas y nos dispusimos a aventurarnos en una película. Estuvimos buscando temas y guiones, y mi hermano me dijo: «¿Por qué no rodamos tu novela? La historia ya está escrita». Y así lo hicimos. Tuvimos la suerte de que a Audrey Tautou, una actriz que me encantaba y a la que conocimos en el rodaje de Cédric, le apetecía rodar en esos momentos con gente nueva, y ahí estábamos nosotros. Era para no creérselo.
—No me extraña. Acababa de protagonizar con Tom Hanks El código Da Vinci. Audrey Tautou ya era una estrella desde Amélie.
—El éxito de la novela nos estalló en pleno rodaje de la película.
—¿Qué tal fue trabajar con ella?
—Maravilloso. Es una gran actriz y una gran compañera. Una mujer muy inteligente que lleva tres años alejada del cine.
—Me resulta muy curioso descubrir que en las dos películas que ha dirigido con su hermano, tanto en La delicadeza como en Algo celosa, la protagonista se llame Nathalie, y en ambas cintas hay una referencia, muy sutil, a John Lennon y Yoko Ono.
—Es lo que te decía antes: aunque hagamos cosas muy distintas siempre hay detalles que te delatan. Siempre tenemos las mismas referencias, siempre contamos los mismos temas, las mismas obsesiones…
—El otro gran éxito editorial suyo en Francia ha sido Charlotte, una novela extraña y arriesgada que está escrita como si fuese un largo poema, en una especie de versículos…
—Pretendí hacer frases de una sola línea.
—Esa novela, que yo creo que en España no ha funcionado, vendió también un millón de ejemplares en su país.
—Es un libro que en Francia lo leen los jóvenes escolares. Su éxito fue toda una sorpresa para los editores y para mí. Fue increíble. Sé que era un suicidio comercial, pero inexplicablemente funcionó.
—Inexplicablemente… ¿Por qué escribió esta novela?
—Por pura fascinación. Descubrí la historia de Charlotte Salomon y me inquietó, me turbó, me sedujo, y supe que tenía que contarla. Al principio no sabía si hacer una biografía novelada o una novela biográfica. Intenté varios enfoques y estilos y ninguno me convencía. Era un sinvivir. Todo el rato estaba abandonando el libro, hasta que surgió esa forma tan extraña para una novela, pero supe que era la única forma de que yo pudiera escribirlo. Esas frases de una sola línea, como versos, fue como darle respiración a la historia.
—Se hace extraño una novela que parece un poema épico.
—Sé que iba a resultar difícil de leer, y el editor me lo dijo; pero para sorpresa de todos ganó el premio Renaudot, el Goncourt de los escolares y vendió un millón de ejemplares. Me sentí muy satisfecho, porque mi intención, al escribir la novela, fue dar a conocer a ese personaje tan apasionante que estaba olvidado. Es curioso, porque cuando la descubrí, y según iba averiguando cosas de ella, sentía una especie de atracción un poco mística hacia Charlotte. Tenía la sensación de que ya la conocía, y sin embargo, la novela ha sido una tentativa permanente de aproximarme a este personaje.
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Para Foenkinos esta novela es una especia de biografía emocional. Charlotte Salomon (1917-1943) fue una judía alemana de familia acomodada, que recibió una buena educación. Perdió muy joven a su madre (en realidad se suicidó). Su vida y su obra están recogidas en un volumen de 800 páginas titulado ¿Vida? o ¿Teatro?, aún no traducido al español, que Foenkinos devoró, y de ahí partió para reivindicar la figura de esta joven que en dos años realizó sus cientos de dibujos y los guardó en una maleta antes de morir en la cámara de gas de Auschwitz. David Foenkinos nos muestra la grandeza y la fuerza del personaje, que tenía esa mezcla de genio e ingenuidad y que el escritor define como «el estado de gracia, sin más».
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—Desde el éxito de la novela, el público ha recuperado la figura de Charlotte Salomon, de la que ya se ha rodado un documental. Estará satisfecho.
—Mucho. Siento una fascinación artística por Charlotte: la modernidad, la fantasía, todas las referencias culturales de las que habla y de las que me siento cercano… Todo está ligado a su propia vida. Charlotte Salomon fue alguien que hizo una obra artística muy personal y extraordinaria en unas circunstancias extremadamente difíciles. Podría estar horas hablando de ella…
—Además, vivió en una época que creo que le interesa mucho.
—Oh, sí. Me fascina la cultura alemana de los años treinta: hay muchas referencias importantes para mí: Thomas Mann, la Bauhaus, el cine expresionista y en general todo lo que pasaba en la Alemania prenazi. Berlín, en aquel tiempo, era la cumbre de la inteligencia intelectual y científica. En la novela hablo de ello porque es lo que también vivió Charlotte.
—Imagino que le impactarían esos dibujos y pinturas tan personales de Charlotte Salomon.
—No solo eso. Su libro ¿Vida? o ¿teatro? es una autobiografía artística y dramatizada, donde hay anotaciones musicales (ella dice que es teatro cantado), además de sus pinturas y dibujos, y de textos literarios que son, para mí, increíbles. He incluido algún extracto en la novela. Me impresionó mucho adentrarme en ese libro. Más tarde comprendí que en sus páginas me hablaba de la muerte, porque toda la obra de Charlotte habla de la muerte, algo que me toca muy directamente, pues yo estuve muerto a los diez años y volví a la vida.
—Fue cuando le operaron del corazón.
—Sí, por eso su historia me afectaba. Me afectaba y tenía mucho que decirme. Charlotte Salomon escribe que hay que estar muerto, al menos una vez, para poder amar verdaderamente.
—¿Amar la vida?
—No, amar.
—Amar. All you need is love, sin duda, como la canción de los Beatles. Por cierto, ¿por qué escribió Lennon?
—Había muchas historias de la vida de John que me apasionaban, sobre todo su infancia, tan complicada, y su relación con Yoko Ono. A mí siempre me ha llegado muy hondo esa fragilidad de Lennon. Fue alguien que nunca logró recuperarse de las heridas de la infancia…
—Claro, la pérdida de la madre cuando al fin la había encontrado, y más adelante, la pérdida de Stuart, su mejor amigo, e incluso la de Brian, su mánager…
—Me refiero más al abandono en su niñez.
—También le pasó a Marilyn Monroe.
—A muchos artistas. John era el más sensible de los Beatles. He querido hacer una biografía novelada que no fuese musical.
—Me pareció muy arriesgado plantearse la novela en primera persona.
—(Sorprendido) Ah, ¿este es el libro que no te ha gustado?
—Sí.
—Es raro (Pausa). Hay libros míos que gustan menos. Algunos lectores me lo habían dicho de Estoy mucho mejor, o de algún otro título, pero nunca de Lennon. Los que admiran a los Beatles, y los conocen bien, adoran el libro. Al principio me daba miedo escribir sobre Lennon, porque se ha escrito tanto sobre él… ¿Por qué no te ha gustado?
—Hay varios asuntos, pero podemos resumirlo en dos: la voz y la forma de contarlo. Me parece que John no hablaría así, ni emplearía esas frases cortas y previsibles, ni esas descripciones tan ajustadas. Echo en falta un tono más coloquial, aunque esté en el diván en unas sesiones psicoanalíticas. Me parece que la voz es fundamental y, aunque la novela sea una impostura, al leer su libro no escuchaba ni reconocía a John Lennon. Tal vez sea un prejuicio personal.
—Estoy acostumbrado a que se me juzgue. Yo soy muy crítico con mi trabajo. Sé que hay cosas que no están tan bien como hubiera querido; pero, fíjate, de Lennon estaba contento, estaba muy contento, porque me enfrentaba a una historia muy dura… En fin… No sé… La mayoría de los lectores no piensan como tú.
—Estaré equivocado.
—No es una cuestión de tener o no razón. Es una cuestión de sensaciones. Tú tienes tu propia percepción de los Beatles y de John Lennon; pero, claro, no podemos tener la misma. Sé que era un libro más que arriesgado. He hecho hablar a Lennon sin utilizar las entrevistas, ni sus libros, ni las letras de las canciones. Es otro Lennon, un Lennon que cuenta su vida, pero sin sus palabras. Quizás si yo fuese un lector de ese libro, es posible que sintiese lo mismo que tú…
—Para finalizar esta larga entrevista, esta charla amistosa, ¿cuál es su canción favorita de Los Beatles?
—Hmmm… Hay muchas. Déjame pensar: A Day In The Life.
—Claro, John Lennon…
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Algunos consideran A Day In The Life el mejor tema de los Beatles. Una grabación que tiene su historia: tras la apacible primera parte con la voz de Lennon como protagonista, días después se abordó la segunda parte de la canción, que es muy distinta. Se recurrió al estudio más grande de Abbey Road y se llevó a una orquesta de 45 músicos para un impactante crescendo sinfónico que se remató con una nota producida por tres pianos y cinco manos al mismo tiempo. John quería producir un sonido que pareciese el fin del mundo. Y como invitados a esa fiesta que fue la grabación final estuvieron presentes Mick Jagger, Keith Richards, Donovan, Marianne Faithfull….
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—Es una grandísima canción. ¿Y tu favorita?
—Hmmm… Hay muchas, pero si tengo que decidirme: The Long and Winding Road.
—¡Paul McCartney! Paul fue importantísimo en los Beatles; sobre todo, en la segunda etapa.
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