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Daniel Ramírez: "Odio la literatura moralizante" - Zenda
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Daniel Ramírez: «Odio la literatura moralizante»

Daniel Ramírez García-Mina (Pamplona, 1992) no piensa, como Félix Grande —posterior y, sobre todo, popularmente adaptado por Sabina—, que “donde fuiste feliz alguna vez / no debieras volver jamás: el tiempo / habrá hecho sus destrozos”. El periodista de El Español y de Onda Cero, también artesano del verso de línea clara, acaba de parir...

Daniel Ramírez García-Mina (Pamplona, 1992) no piensa, como Félix Grande —posterior y, sobre todo, popularmente adaptado por Sabina—, que “donde fuiste feliz alguna vez / no debieras volver jamás: el tiempo / habrá hecho sus destrozos”. El periodista de El Español y de Onda Cero, también artesano del verso de línea clara, acaba de parir nuevo poemario, Tus canciones y las mías (Verso & Cuento, 2024), donde plasma una crónica lírica de su vida —y de las de los suyos— con la percha festiva, luminosa y musical de las canciones de los Beatles. Cuenta a Zenda el Premio Nacional de Periodismo Francisco Valdés: “Tengo la sensación de que proliferan los libros que tienen una sinopsis del tipo: ‘El autor, desde lo más profundo del alma, relata las partes más negras de la existencia’. Me apetecía hacer un libro que fuera lo contrario a eso, que fuera distinto a eso”. Conversamos a pocos metros del convento de las Comendadoras de Santiago, donde José Hierro fue privado de libertad.

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—Señor Ramírez, ¿es fácil vivir de acuerdo a uno mismo como periodista?

—En abstracto, te diría que no; en lo personal, que sí. Tengo la suerte de trabajar en sitios donde puedo estar de acuerdo conmigo mismo, donde no tengo que hacer ni decir cosas con las que no comulgo. Cada sitio tiene su línea editorial, pero nunca me he sentido obligado a afirmar algo que no comparta.

—¿Y como poeta?

"El poeta sale del puerto, quita el amarre del barco, se echa a la mar y es el único capitán posible"

—Creo que eso es más fácil. El poeta sale del puerto, quita el amarre del barco, se echa a la mar y es el único capitán posible. Las únicas mentiras que hay en lo que escribes son juegos que haces contigo mismo, pruebas a las que te sometes, retos que enfrentas. Cuando escribo poesía, no pienso en credos. No tengo más credo que el mío, que va cambiando cada día, con cada vivencia.

—El país de la poesía, el país del periodismo… ¿dónde encuentra más impostores?

—¡Uff! (Piensa) Me encuentro muchísimos impostores en uno y otro lugar. Probablemente, muchos de ellos, cuando lean esta entrevista, pensarán que yo soy un impostor. Y ese juego es divertido. El ir mirándonos a la cara e intentar escrutarnos, adivinarnos. Supongo que siempre habrá sido así. Recuerdo, por poner un ejemplo sideral, aquello de Rubén Darío refiriéndose a Baroja como: “Don Pío es un escritor con mucha miga”. Porque Baroja había sido panadero.

—Valle llamaba a Galdós “Benito el Garbancero”.

—Si eso ya pasaba en ese mundo que los románticos tan pasado vemos tan puro, ¿qué no va a haber en esta hoguera de las vanidades en la que vivimos hoy? Probablemente, yo tenga muchas cosas de impostor.

—¿Padece del síndrome del impostor?

"No soy un bohemio maldito de los que tenían que escribir versos para conseguir comer o labrarse un prestigio"

—Al escribir poesía, es jodido; como periodista, no lo he sentido. Empecé a escribir en periódicos y a hablar en la radio, en Pamplona, a los diecisiete años. No he tenido tiempo para pensar. Yo lo vivía como una aventura supervertiginosa, iba corriendo con la libreta e intentaba meter la cabeza en todos los lugares que podía para poder contar una historia. Con la poesía, es distinto. Yo voy a mi biblioteca y leo los títulos de los lomos de la balda de poesía, y digo: “¿Qué coño pinto aquí?”. Lorca, Cernuda, Alberti, los Machado, Idea Vilariño, Szymborska… ves todo eso, y dices: “¿Qué pinto haciendo poesía?”. La solución para vencer ese síndrome del impostor es tomarme muy poco en serio a mí mismo. Escribo muy en serio, pero tomo muy poco en serio lo que he escrito. Una vez termino, no estoy pendiente en si voy a ser el hazmerreír de los poetas o si voy a consolidarme como poeta. Tengo la fortuna de que no vivo de esto. No soy un bohemio maldito de los que tenían que escribir versos para conseguir comer o labrarse un prestigio.

—¿Cuánta crónica de vida hay en Tus canciones y las mías?

—Quizá haya más crónica que poesía. Esta conversación la he tenido con dos poetas a los que admiro mucho y a los que he tenido la suerte de conocer: Luis Alberto de Cuenca y Karmelo Iribarren. Decía yo: “Soy incapaz de construir un poema desde la ficción.” Como estoy tan acostumbrado a ir con la libreta, mirar y, a partir de ahí, sentarme a escribir, para mí, el ejercicio del periodismo y de la poesía son el mismo. Cambio el estilo, pero la mirada es la misma. Acabo escribiendo poesía porque las historias de amor, los cantos a la amistad o a la música no tienen cabida en un periódico o en la radio, aunque en la radio, muchas veces, recito versos haciendo el tonto por las mañanas. No sé construir poemas desde la ficción: todo lo que está en el libro ha ocurrido, lo he visto y lo he vivido.

—¿De qué le refugian los Beatles?

"Creo que los Beatles son el gran descubrimiento que hacemos todas las personas en la vida alguna vez"

—De casi todo lo que en la vida es un poco más gris que la portada de su disco blanco. Creo que los Beatles son el gran descubrimiento que hacemos todas las personas en la vida alguna vez. Hay una frase con la que empieza el libro, de García Márquez, que dice: “La única nostalgia común que uno tiene con sus hijos son las canciones de los Beatles”. Luego había otra que dejé fuera, de un crítico latinoamericano, que decía que las personas, cuando escuchan por primera vez los Beatles, tienen miedo, porque saben que están haciendo que van a volver a hacer durante toda su vida. Eso es acojonante: muy pocas cosas hacemos en la vida que, cuando las hacemos por primera vez, tenemos la seguridad de que las vamos a estar haciendo siempre. Estaba pensando en… (Risas)

—Sí, sí: en follar.

—No te olvides de una cosa: no es que en España se folle poco, como decía Ruano, es que siempre follamos los mismos (risas). No sólo follar: comer, rezar, pensar en la trascendencia… Los Beatles son el gran descubrimiento que todos hacemos alguna vez y, cuando los escuchamos, no es que te refugien de algo, es que te recuerdan lo mejor de tu vida. Puedes tener la mala suerte de vivir una ruptura o una tragedia justo cuando suena una canción de los Beatles, pero es raro.

—Pasemos a escrutar sus versos. Si nosotros somos la noche para la Historia, ¿quiénes fueron el día?

"He intentado escribir la nostalgia desde un punto de vista algo revolucionario"

—(Piensa) Los grandes poetas. Los grandes poetas muertos. Una vez, entrevistando a Garci, le pregunté cuál de todas las artes nos acerca a eso que los creyentes pueden llamar “Dios” y los ateos “trascendencia”. Esta te la sabes: está con Severo Ochoa, creo que en Oviedo, tomando un dry martini. Severo Ochoa le explica todos los átomos que componen aquello, y él dice: “Sí, pero también hay una gotita de misterio”. La poesía es esa gotita de misterio. Creo que tiene razón Garci cuando dice que la música, de entre todas las artes, es la que nos puede inspirar sensaciones más profundas. Creo que Mozart o Bach pueden hacer cosas que ni el mejor poeta puede hacer. Pero, de entre todas las artes literarias, creo que la poesía es esa gotita de misterio. Nosotros somos la noche y el día. son los grandes poetas los que nos dejaron como herencia todo aquello que nos puede hacer imaginar que existe cierta trascendencia. Por ejemplo: los grandes poetas orientales, ancestrales, decían que el amor estaba fabricado antes del cosmos. Esa idea del amor preconcebido. El día son los grandes poetas.

—“No tengo mundo interior, / tengo mundo anterior”.

—Eso también es de Garci.

—¿La nostalgia es un opiáceo?

—He intentado escribir la nostalgia desde un punto de vista algo revolucionario. Cuando preguntas a alguien, en aséptico, por la nostalgia, la mayoría de respuestas la enfocarán como una especie de cárcel del recuerdo, como un lugar bonito o emocionante al que acudes y te zambulles en un eterno retorno, un poco tortuoso, por la incapacidad de vivir el presente. Yo intento escribir la nostalgia desde un punto de vista revolucionario porque, para mí, la nostalgia es volver al lugar donde he sido feliz, contradiciendo a Sabina, para coger esa luz y proyectarla a las cosas del presente. Para mí, la nostalgia no es sólo asumir que la luz estuvo en el pasado.

—Su libro es muy luminoso. Todos esos poemas a sus padres, a su mujer, a sus amigos…

"Me pone enfermo todo lo que está pasado por el tamiz de querer enseñar algo a alguien"

—Al final, como los poemas que escribo están tan pegados a la calle, son tan realistas, tengo la sensación de que pertenecen a las personas con las que convivo. Cuando dedico un poema es porque siento que de verdad pertenece a esa persona con la que he vivido ese instante preciso. Concibo la vida como un estado de agradecimiento, a riesgo de parecer un cura (risas). Igual es porque estudié en un colegio de monjas. Odio la moralización, odio la literatura moralizante, la poesía moralizante. Me pone enfermo todo lo que está pasado por el tamiz de querer enseñar algo a alguien. Pero eso no tiene nada que ver con el agradecimiento.

—Vamos acabando, señor Ramírez: “Soy un hombre con más libros / que ropa en la maleta”. ¿Qué cuatro o cinco libros no pueden faltar en esa maleta?

—La Obra periodística completa de González-Ruano, que editó mi querido Miguel Pardeza. Ahí están todos los secretos para aprender a escribir en un periódico. La colección de Los Cinco, de Enyd Blyton, con la que leyeron mis padres y leí yo. Ese fue el gran descubrimiento de la lectura. El Cancionero de Silvio Rodríguez, que nos dedicó a Teresa y a mí en La Habana. Nos habló del “ángel del amor”. Esto, te lo dice cualquiera, y piensas: “Qué puto cursi”. Te lo dice Silvio Rodríguez y se te caen los pantalones al suelo. Sumisión, de Houellebecq: no tanto por la novela, que es entretenida y plantea temas interesantes, sino por la dedicatoria y el recuerdo de una entrevista totalmente surrealista, tras una persecución por Madrid. Cenamos al lado de un prostíbulo y con una iglesia enfrente, como si fuera una novela de Houellebecq. La ciudad y los perros, dedicado por Vargas Llosa, por el recuerdo de haber visitado su biblioteca y haberla repasado con él. La poesía completa de Idea Vilariño, que acongoja, y la antología que hizo Visor de Szymborska, y la poesía completa de mis maestros Luis Alberto de Cuenca y Karmelo Iribarren. Y un facsímil, en una caja granate, de La familia de Pascual Duarte, que me regaló Marina Castaño en casa de Cela. Me entró un apretón. Fui al baño, me senté donde tantas veces don Camilo, respiré hondo y celebré: “Qué suerte tengo de ejercer este oficio tan jodidamente divertido”.

—Va la última: ¿se ve escribiendo algún poema inspirando en “Zorra”, la canción patria eurovisiva?

—Juro ante ti y ante todos los dioses que no he escuchado la canción. De verdad, eh.

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Jesús Fernández Úbeda

Jesús Fernández Úbeda (Ciudad Real, 1989) es periodista por obra y gracia —o desgracia— de la Universidad Complutense de Madrid. Escribe en Zenda y en Libertad Digital. Además, ha cubierto un par de giras de Enrique Bunbury y escribió el press release de su último álbum, Expectativas. También hizo de compilador, o como se diga, en El último pistolero, de Raúl del Pozo. Aterrizaje forzoso (Cultiva Libros, 2018) es su primer libro. En Twitter @jfubeda89

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