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Daniel Guebel: "Milei es una versión ignorante y brutal del poder absoluto que lleva a Argentina a la catástrofe" - Zenda
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Daniel Guebel: «Milei es una versión ignorante y brutal del poder absoluto que lleva a Argentina a la catástrofe»

Un monarca y un filósofo conversan. El primero es probablemente el rey que más poder ha acumulado de la historia. El segundo es un auténtico polímata, un sabio ecuménico, tal vez el último espíritu universal. Intrigas políticas, sueños de conquista, disquisiciones acerca del bien y del mal, de la multiplicidad de realidades y universos, nunca...

Un monarca y un filósofo conversan. El primero es probablemente el rey que más poder ha acumulado de la historia. El segundo es un auténtico polímata, un sabio ecuménico, tal vez el último espíritu universal. Intrigas políticas, sueños de conquista, disquisiciones acerca del bien y del mal, de la multiplicidad de realidades y universos… Nunca hemos asistido a una conversación así entre dos inteligencias tan disímiles y fascinantes. La visita se ha demorado mucho tiempo. Luis XIV, el Rey Sol francés, y el alemán Gottfried Wilhelm Leibniz tienen tanto que decirse…

Sólo un escritor de la ambición y el talento del argentino Daniel Guebel (Buenos Aires, 1956) podía, tras deslumbrar a los lectores y a la crítica con El absoluto (Random House, 2016), enfocar en su nueva novela, El rey y el filósofo (Random House, 2024), una peripecia en principio anodina en las biografías de sus dos protagonistas: la visita que el filósofo hizo en su día al rey para sugerirle la invasión de Egipto y el tiempo que debió pasar antes de ser recibido en la onírica exuberancia de Versalles. Y es que «el presente está ansioso de futuro y grávido de pasado, y todo conspira a favor de su aparición».

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—¿Cuándo descubre que quiere escribir un libro en torno a Leibniz y por qué?

"Cuando en la escuela primaria aprendí el alfabeto me di cuenta de que quería ser escritor y todo lo demás no me interesaba nada"

—Cuando estaba escribiendo El absoluto. Mi formación real es la de alfabetizado básico. Cuando en la escuela primaria aprendí el alfabeto me di cuenta de que quería ser escritor y todo lo demás no me interesaba nada. No aprendí matemáticas, ni geografía, ni historia. Lo único que me interesaba era leer novelas de aventuras y escribirlas. En el curso del tiempo empiezo a convertirme en escritor, me doy cuenta de que tengo grandes agujeros intelectuales y me pongo a aprender saltando de una cosa a otra. Y fue escribiendo El absoluto, mi libro anterior, cuando nació el actual. Al investigar el descubrimiento de la piedra Roseta por Champollion para narrarlo después, descubro que Leibniz trasladó a Luis XIV el proyecto de invasión de Egipto un siglo y medio antes de que lo acometiera Napoleón. El absoluto lo escribí entre los 46 y los 53 años, lo guardé siete años más y lo publiqué a los 60. Se me había olvidado lo de Leibniz. Yo lo que quería era escribir una novela de Alejandro Magno, ese conquistador conquistado por sus conquistados, que acaba como un persa… ¡Pero hay tantas! Egipto también invadió de alguna forma París tras ser conquistado por Napoleón. Y entonces me acordé de Leibniz.

—La situación de Leibniz en la historia del pensamiento es extraña. Es un gigante, sin duda, pero también alguien que sirvió durante toda su vida a los príncipes alemanes, algo que ya en su tiempo coetáneos como Newton usaron para atacarle sin que pudiera defenderse. ¿Se puede decir que Leibniz fue un filósofo servil?

—No diré que Leibniz era un Casanova pero sí fue un hombre que sirvió a muchos amos. Era una especie de asesor intelectual de las Coronas que le contrataban. Por un motivo sencillo: no contaba con una fortuna propia. Aquel hombre culto, tal el último espíritu universal, tenía proyectos propios como la expansión del cristianismo a las religiones bajo dominio musulmán.

—Su némesis aquí es la Francia del poderoso Luis XIV, el Rey Sol que vive en la surrealista corte de Versalles.

"Me fascina la interpretación del poder absoluto de Luis XIV como una especie de operación compensatoria"

—El dispositivo narrativo inicial de mi novela se basa en la demora de Leibniz en encontrarse con Luis XIV. Mientras ocurre eso, funciona un sistema de cartas y notas muy argentino, donde se exhibe una suerte de espionaje organizado por idiotas, uno de ellos sirviente de Leibniz. Alguien, por cierto, basado en un divulgador real que tuvo Leibniz, que fue un perfecto idiota. Todo esto me permitía, a mí que no sé mucha filosofía, descargar la culpa sobre el narrador si algo no era capaz de explicarlo bien. Por otra parte, me fascina la interpretación del poder absoluto de Luis XIV como una especie de operación compensatoria. Cuando era muy chico y vivía en el Louvre intentaron matar a sus padres en la Fronda. Así que él en Versalles lo que quiere es tener a la vista, bien controlados, a todos los estamentos de la sociedad. La aristocracia campesina y la burguesía urbana, básicamente. Piense que en Versalles llegaron a vivir diez mil personas. Y no había baños. Aquellos bellos jardines eran enormes cagaderos.

—La estructura de El rey y el filósofo avanza a través de diarios, anotaciones y cartas. ¿Cómo se planifica un libro así?

—Primero pensé en escribir la novela con un narrador en tercera persona. Pero no era posible. No funcionaba. Así que me dejé llevar por el impulso elemental de inspirarme en la también epistolar Las amistades peligrosas, de Laclos, una de mis novelas favoritas. La pregunta que siempre me hago al escribir es cómo dar salida a una multiplicidad de estilos. La solución fueron las cartas y los distintos niveles lingüísticos que permiten. Y luego, lo confieso, también me divertí. El lector español no lo sabrá, pero Luis XIV cita aquí a Perón.

—Creo que fue Borges quien, refiriéndose al Salambó de Flaubert, dijo que toda novela histórica dice más del tiempo en que se escribió que del tiempo al que se refiere.

—¡Obviamente! Hasta tal punto de que lo único que lamento es que este libro se escribiera antes de que Milei fuera presidente. Porque de serlo, eso me hubiera permitido poner a Luis XIV a conversar con Dios sabe qué clase de estrambóticos fantasmas. Un perro, por ejemplo. De hecho fantaseo ahora con una segunda parte de El rey y el filósofo en la que Leibniz viaje a China y allí el emperador hable con sus dragones muertos.

—Por cierto, que le han descrito como «un Borges culto»… ¿No están los escritores argentinos un poco hartos de que les comparen con Borges?

"Eurípides escribió que somos un resto del festín de Homero y los escritores argentinos lo somos del festín de Borges"

—Todos los escritores queremos ser geniales, pero cuando nos cotejamos con algunos nombres que admiramos, en fin, las diferencias saltan a la vista. Recuerdo una vez que conversaba en un asado ya suficientemente entonado con una afamada crítica literaria y política argentina que le dije: «¿Sabés? Yo le tiro, le tiro y le tiro, pero nunca puedo contra Borges». Me miró y me dijo: «¡Daniel! ¡Borges es nuestro Homero!» (Risas). Eurípides escribió que somos un resto del festín de Homero y los escritores argentinos lo somos del festín de Borges. Ahora, la mejor manera de no hacerse cargo de esta humillación es escribir novelas. ¡Él nunca escribió novelas! Aunque tal vez sí la escribió en realidad, en su mejor cuento, que no se puede, sin embargo, leer de un tirón: «Tlön, Uqbar, Orbis Tertius».

—Imagine a un observatorio extraterrestre que sigue la actualidad de la Tierra pero cuyo observador se quedó dormido y acaba de despertarse. ¿Cómo le resumiría en pocas palabras la Argentina de Javier Milei?

—Es una versión ignorante y brutal del poder absoluto, que nos lleva a la catástrofe. Y que además encarna la versión delirante del poder absoluto sin la compensación del filósofo, como ocurre en mi novela. Milei expresa de forma bestial el modo en que los grandes monopolios sustituyen al Estado. Ha tomado el poder para entregárselo a las empresas. Por eso fue a ver a Elon Musk. Como en esas películas de ciencia ficción en las que los gobiernos han desaparecido y las que mandan son corporaciones gigantescas.

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Daniel Arjona

Daniel Arjona (Madrid, 1977) es historiador y periodista. Ha trabajado como periodista cultural en El Mundo, El Cultural y dirigido durante ocho años la sección de Cultura de El Confidencial. Sus intereses transitan entre la literatura, la filosofía, la historia, la ciencia y, en general, las postas, cruces de caminos y encrucijadas en las que las dos culturas se encuentran. Es autor de 'La venganza de la realidad' (Capitán Swing, 2014)

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