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Daniel Gascón: “Las ficciones que no se presentan como tales son poderosas, pueden llevar a creer en el Brexit” - Zenda
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Daniel Gascón: “Las ficciones que no se presentan como tales son poderosas, pueden llevar a creer en el Brexit”

Enrique Notivol, un joven universitario y urbanita, llega a la casa de su tía en La Cañada, un pueblo de Teruel al que se ha marchado porque quiere dejar atrás las tribulaciones citadinas y un fracaso amoroso. Pertrechado con sus mejores intenciones (y prejuicios) se propone montar un huerto colaborativo. Adaptarse le toma su tiempo....

Esta casa está viva. Se intuyen niños… y libros. Las paredes están forradas con ediciones apiladas sobre estanterías funcionales y en el reposabrazos del sofá reluce algo parecido a la zapatilla de un disfraz de Blancanieves. También hay juguetes y lápices de colores. Son las seis de una tarde de verano y Daniel Gascón abre la puerta en calcetines. Hace apenas unos días que se levantó el estado de alarma decretado por la crisis sanitaria del Coronavirus y unos pocos desde que se publicó Un hípster en la España vacía (Literatura Random House), una sátira repleta de humor y brillantez que da origen a esta conversación. Es la segunda novela de Gascón, que se desconfína a gusto en estas páginas.

Enrique Notivol, un joven universitario y urbanita, llega a la casa de su tía en La Cañada, un pueblo de Teruel al que se ha marchado porque quiere dejar atrás las tribulaciones citadinas y un fracaso amoroso. Pertrechado con sus mejores intenciones (y prejuicios) se propone montar un huerto colaborativo. Adaptarse le toma su tiempo. Hace yoga en el corral por las mañanas, busca quinoa (infructuosamente) en la tienda del pueblo, intenta encontrar cobertura para subir fotografías a su cuenta de Instagram y hasta decide comprar café orgánico por Internet, con la mala suerte de que el dron de Amazon que reparte el pedido se estrella y provoca un incendio.

Entre medias, Notivol continúa adelante: organiza un taller sobre nuevas masculinidades (al que sólo van las abuelas del pueblo) y persiste en su idea del huerto. En sus conversaciones con los parroquianos constata algunos otros aspectos de la vida en el campo en las que no había reparado: racismo, machismo, antiecologismo. En una cadena de episodios berlanguianos, incluido el rescate de la imagen de la patrona del pueblo, Notivol consigue hacerse alcalde. Entonces tendrá que enfrentar los problemas y disputas con las localidades vecinas, lidiar con el rodaje de una película sobre la Guerra Civil que desata rumores sobre una revolución anarquista en Teruel y hasta resuelve el secuestro de Greta Thunberg.

En esta novela todo es una gran ficción, empezando por la propia idea que tiene Notivol del lugar al que llega. La España despoblada adquiere una visión menos voluntariosa y ejemplarizante para convertirse en una parodia de los buenismos y la mirada que se tiene sobre ellos.  Si en su primera novela, Entresuelo, Daniel Gascón retrataba tres Españas (la de sus abuelos, la de sus padres y la de su generación), en este libro retoma esa pulsión, pero por la vía de la sátira.

Licenciado en Filología Inglesa y Filología Hispánica, Daniel Gascón debutó en la narrativa con un libro de relatos, La edad del pavo (2001). A ese siguieron El fumador pasivo (2005) y La vida cotidiana (2011). Coguionista de la película Todas las canciones hablan de mí (2010), dirigida por Jonás Trueba, Gascón es conocido por su columnismo sobrio e incisivo, jamás desprovisto, eso sí, de ironía. Así lo demuestra en el diario El País y en sus textos para la revista Letras Libres, de la que es editor. 

—El protagonista de este libro no muere gracias a un ejemplar de La España vacía. Una carambola y sin duda un homenaje a Sergio del Molino.

"La idea de la España vacía es de Sergio del Molino. Es un concepto que él crea y que yo uso en el libro"

—La idea de la España vacía es suya. Es un concepto que él crea y que yo uso en el libro. Me parecía bonito utilizarlo, más aún en un capítulo que tiene mucho de western. Porque al protagonista le disparan y en lugar de ser una biblia la que detiene la bala, pues me parecía bien que fuese un ejemplar de La España vacía.

Este libro es una gran parodia de la España contemporánea, del mundo actual y de cuantos posmodernismos existan. Con humor, eso sí.

—No sé escribir sin humor. Ya lo había utilizado en mis libros anteriores, pero en este el tono es dominante. Quise hacer un libro divertido, sin que eso resultara forzado. También quería que fuese imaginativo. Por eso hay tantas voces: la del hípster, pero también la de los habitantes del pueblo.

Hay humor y una crítica mordaz. ¿Es un juicio contra la posmodernidad? ¿La majadería contemporánea?

—No sé si es un juicio, pero el humor permite hacer una sátira de algo de lo que en realidad formas parte. Sin comprar la ideología posmoderna, este libro tiene las formas posmodernas. Quería reírme, pero no juzgar, como sí puedo hacerlo cuando escribo un ensayo. El elemento predominante tenía que ser la ironía, porque permite ver las contradicciones de quien se acerca al campo pensando en sus propias ideas y no en lo que tiene delante.

Su personaje principal recuerda, y mucho, al Íñigo Errejón del primer Podemos.

"Un personaje supuestamente posmoderno e internacionalista, alejado de la iglesia, termina rescatando un tema de patrimonio"

—Por su pensamiento de izquierdas sería posible. Habla con unos circunloquios más de esa vertiente que de la del lado guerrero de Podemos. Se marcha huyendo de la política. Se ha dedicado a ella, pero sin llegar a nada. Y en el pueblo acaba como alcalde por una casualidad, un malentendido. Al final, lo eligen los lugareños porque evita que roben el cuadro de la patrona. Un personaje supuestamente posmoderno e internacionalista, alejado de la iglesia, termina rescatando un tema de patrimonio. Sus éxitos nunca son entendidos, por utilizar la frase de Cioran.

Resume todos los paternalismos posibles, y no son pocos: desde su idea del campo o el veganismo, hasta un taller de nuevas masculinidades.

—Él llega con la idea de crear un huerto colaborativo. Va a enseñar a cultivar a los del pueblo. Pero además, contrata al magrebí del pueblo y cuando ve una pintada que dice “Forastero gilipollas”, asume que está dirigida al magrebí, no a él. No se da cuenta de su propio paternalismo. Es un extranjero, pero quise que experimentara una adaptación. Cuando van sus amigos hípsters al pueblo a visitarlo, él ya está un poco más adaptado. Es como en la mafia: cuando crees que puedes salir de ella siempre termina arrastrándote. En este caso, en lugar del pasado, lo persigue el hipsterismo.

Toca temas de los que hablamos desde hace un lustro: el hípster, la España despoblada… ¿Cuántos temas coinciden en esta foto de grupo?

"La división campo-ciudad comenzó formar parte de un debate a partir de los populismos de derecha"

—En los últimos años se ha hablado de La España vacía, a raíz de lo Sergio. Aunque era un tema que obedecía a una realidad demográfica y hubo otros ensayos que trataban ese asunto, la división campo-ciudad comenzó formar parte de un debate a partir de los populismos de derecha. Con el Brexit ocurrió, incluso en Francia. También introduje la memoria histórica, la extrema derecha en España, el cambio climático. Quise acercarme a los temas de actualidad otra manera.

Ha publicado tres libros de relatos, la novela Entresuelo, su ensayo sobre Cataluña, un guion cinematográfico. ¿Cómo se relaciona este libro con su obra?

—Esta novela tiene que ver con los libros anteriores, en los que también partí de mi experiencia, aunque en este caso sea una parodia. Mi madre es médico rural. Por eso viví en muchos pueblos bastante parecidos a este, aunque lo exagero en la novela. Los conozco. En mi adolescencia, cuando mi madre seguía trabajando de médico rural, pasé mucho tiempo con mis abuelos, que venían de pueblos, y conocían muy bien ese ese humor rural. Ese elemento está presente. Y alguna relación tiene con El golpe posmoderno, que era un libro sobre el lenguaje y muy de actualidad. Creo que esta novela tiene que ver con la política y el lenguaje.

En Entresuelo retrató varias Españas: la de sus abuelos, sus padres y la suya. ¿De qué forma vuelve a hablar aquí de esas Españas distintas?

—No lo había pensado de esa forma. Pero esa visión campo-ciudad también tiene que ver con lo generacional. La mayoría de los habitantes del pueblo al que llega el personaje son viejos o tienen mucha más edad que él. No hay jóvenes, y esa es otra de las tragedias y preocupaciones de las zonas rurales.

Traductor, columnista de El País, editor de Letras Libres, guionista… ¿Versatilidad o curiosidad?

—Me gusta mucho cambiar de registro, no sé si es porque intento huir de mí mismo todo el tiempo, pero me divierte cambiar de la ocupación de editor a una columna que pide seriedad y debe serlo, al mismo tiempo que volcarme en un libro como este, que tiene unos elementos de fantasía y de libertad que en otro tipo de escritura no habría podido utilizar.

¿Hasta qué punto la sobriedad del traductor condiciona la suya como escritor?

"No es que sea como Buster Keaton, pero sí creo que mi voz tiende a ser sobria"

—La traducción te enseña a escribir porque tienes que ver cómo lo hacen los demás. En ocasiones tienes que emplear texturas o construcciones que normalmente no utilizarías y eso, probablemente, da un margen de flexibilidad. A mí en particular me gusta un estilo sobrio. Del mismo modo que me gusta cambiar de registro, no es que sea como Buster Keaton, pero sí creo que mi voz tiende a ser sobria.

¿Cómo surgió exactamente esta novela?

—De la causalidad. En Letras Libres comencé a escribir textos de humor, pensando en libros como Cuentos sin plumas, de Woody Allen, y también con la tradición de la sátira. En la revista, comencé con el relato de un hípster que llega a un pueblo. A muchas personas, sobre todo a los que conocían bien los pueblos, les hizo gracia. Tiré de ese hilo y fue creciendo. Esos episodios, que equivalían a una especie de serie, me permitían dedicar entregas a distintos temas: uno a la Guerra Civil, otro a la extrema derecha, y así… Los hice con fichas y hasta me recordó a cuando escribía guiones. Miguel Aguilar, que leyó los capítulos, me animó, al igual que Mónica Carmona. Fue una casualidad, porque empecé escribiéndolo como entregas en prensa, y salió este libro, que es muy distinto.

En la literatura española contemporánea se usa poco el humor, pero usted lo hace. ¿Cuál es la naturaleza de ese humor? ¿Es anglosajón acaso?

"En el libro, sobre todo al principio, pensaba en los relatos de Woody Allen reunidos en libros como Cuentos sin plumas"

—No estoy seguro. Al hacer humor, hay algo que no entiendes del todo. En el libro, sobre todo al principio, pensaba en los relatos de Woody Allen reunidos en libros como Cuentos sin plumas. También pensaba en sátiras clásicas de la tradición inglesa, en las series que ha escrito Larry David, en Un yanqui en la corte del rey Arturo… También he leído cuando escribía (por las tramas, algo del tono, las comparaciones) bastante a Wodehouse, y me gustan mucho libros como Noticia bomba, de Evelyn Waugh. Hay otro humor igual más español, que vendría de Berlanga y Azcona. Ese humor lo relaciono con mi abuelo, Leoncio Gascón. No era escritor, pero viví unos años con él y muchas veces me parecía que hablaba como los personajes de Azcona o que compartía una forma de ver la vida. Un referente, cuando escribes de la España rural y del costumbrismo surrealista o del surrealismo costumbrista, es Amanece, que no es poco, aunque en este caso no volví a ver la película porque temía que me influyera demasiado. También pensaba en películas como Bésame, tonto, de Wilder, y en algunas de Preston Sturges (Hail the Conquering Hero, por ejemplo). Hay bastante humor oral, derivado de la conversación, de las cenas de Casa Emilio, del juego metaliterario con los amigos, con las parodias. También pensaba en canciones de Brassens, Tom Lehrer o Randy Newman.

Esta es una novela de aventura, eso sí, con un héroe desastroso…

—Para mí ha sido un libro de aventuras, pero con un antihéroe torpe y que además permitía escenas de acción y no estaba sujeto al realismo de mis libros anteriores.

Resume muchas sensibilidades, literarias y vitales. ¿Cómo se concibe a sí mismo?

—Todos bebemos de muchas fuentes y azares. Me gusta la curiosidad, conseguir otras cosas e incorporarlas de otra manera. Hice filología inglesa y luego española. En mis años de formación juvenil y mientras estudié la carrera, leí muchos escritores anglosajones. Pero también españoles. Leí mucho de la de la novela estadounidense de tradición judía: Saul Bellow, Philip Roth, Malamud, Cynthia Ozick y muchos escritores aragoneses que han sido muy importantes para mí: Pisón, Félix Romeo… Pero hay muchas más cosas. Como lector, alguien de mi edad y siendo hijo de la generación de mis padres, pues el boom. Ese era el canon de mi casa. La literatura juvenil de La infancia recuperada de Savater hasta ese canon, en el que Borges era el escritor más visible.

¿Desde cuándo tiene consciencia del hecho de la escritura?

"En los cartones de bingo mi padre tenía poemas en gallego, que me parecía una cosa súper excéntrica"

—Desde que aprendí a escribir hice cuentos. Cuando yo era muy pequeño mi padre no vivía de escribir. Trabajaba en un bingo y durante los fines de semana, cuando no le tocaba trabajar, escribía en una máquina y yo lo veía teclear. En los cartones de bingo tenía poemas en gallego, que me parecía una cosa súper excéntrica. Todo lo que recuerdo a lo mejor es falso, pero llegué a entender que, en el tiempo libre, escribir era una forma de jugar. Creo que por eso lo he asumido de forma muy natural.

¿Vivir con sus abuelos acondicionó de alguna manera su forma de contar?

—Mis abuelos son de esas familias rurales que se fueron a la ciudad. Representaban a esa clase media cuyos hijos fueron a la universidad. En ellos se ve la cultura como ascenso social: los libros del Círculo de Lectores, los libros compartidos entre los hermanos… En casa de mis abuelos veía los libros con los que había leído la familia, los hermanos de mi madre y mi madre. Al mismo tiempo, me resulta cercana una cultura oral de los pueblos, repleta de humor y anécdotas.

¿Qué libro lo marcó y lo encausó como lector?

"Yo no había leído antes un guion, y descubrí cómo se puede escribir de cosas cotidianas con humor"

—Comenzar a leer a Martin Amis me impresionó mucho: el humor, el atrevimiento, el sexo y la pedantería. Con catorce años leí Dinero y El libro de Raquel y sí que fueron libros que me enseñaron otras formas de escribir. Hay cosas más extrañas, como Los primeros años de nuestra vida, de David Trueba. Yo no había leído antes un guion, y descubrí cómo se puede escribir de cosas cotidianas con humor. Eso era algo que no conocía.

La autoficción de nuevo cuño languidece, continúa la obsesión por el fin de la novela, el periodismo intenta resistir. Hasta tenemos neoconservadores. ¿Vivimos un tiempo crepuscular?

—No estoy seguro. Lo que sí noto es que nos cuesta mucho afrontar las ficciones como ficciones. Pensamos en las novelas como comentarios de la actualidad, y en cambio las ficciones que no se presentan como ficción son muy poderosas y te pueden llevar al Brexit o a creer en la independencia de Cataluña. Es como si hubiese una confusión entre el interés que debería generar la ficción y el efecto que tienen en la realidad.

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Karina Sainz Borgo

Periodista y escritora. Siente debilidad por los paquidermos, Fante y Flaubert y cree, firmemente, en la resurrección futbolística de Guti. Trabaja en ABC. @karinasainz · mypublicinbox.com/karinasainz Ha publicado las novelas 'La hija de la española' (Lumen) y 'El tercer país' (Lumen), así como 'Crónicas barbitúricas' (Círculo de Tiza) y más recientemente 'El doctor Schubert' (Lumen). Su obra ha sido traducida en más de 30 idiomas.

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