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Daniel Bernabé: "Hemos vuelto a las brujas, a creencias totalmente absurdas" - Zenda
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Daniel Bernabé: «Hemos vuelto a las brujas, a creencias totalmente absurdas»

El espejo valleinclaniano de la realidad muestra que el reflejo más habitual del profesional patrio de la información es similar al del protagonista de Todo empieza en septiembre (Planeta, 2023), la primera novela de Daniel Bernabé (Madrid, 1980).

Considera más de un profano que el periodista es un ser perteneciente a la élite y que, desde la todología, frecuenta diversos ecosistemas —sobre todo, tertulias— escribiendo/opinando sobre esto y aquello, y agenciándose una sustanciosa pecunia. El espejo valleinclaniano de la realidad, sin embargo, muestra que el reflejo más habitual del profesional patrio de la información es similar al del protagonista de Todo empieza en septiembre (Planeta, 2023), la primera novela de Daniel Bernabé (Madrid, 1980).

El tipo se llama Jaime, malvive o, cuando menos, sobrevive picoteando un artículo por aquí, otro por allá, y conjuga con una terrible dificultad el verbo “planear” en futuro imperfecto. Ocurre que, un día cualquiera, Jaime recibe un más que misterioso correo electrónico, se cita con quien se lo ha enviado y se ve envuelto en una misión crucial que consiste, básicamente, en impedir que un grupo de fascistas boicotee las próximas elecciones generales. Con la percha de esta reciente publicación, Zenda entrevista al también autor de La trampa de la diversidad, columnista de Infolibre y colaborador de El País y Hora 25. Quedamos en el Café Varela, el maravilloso reino del galaico Melquíades.

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—Señor Bernabé, ¿es el conspiranoico el tonto útil del conspirador verdadero?

"Yo quería que una de las líneas que impulsara al libro fuera esa: cómo hemos llegado a este punto en el que hemos vuelto a las brujas, a los fantasmas"

—Totalmente. Al final, cuando intentas escribir una novela, todo lo que subyace por debajo lo tienes que ir encajando de alguna manera. Hay muchas cosas que te van latiendo, y una de ellas es que a mí, personalmente, el tiempo de la pandemia me afectó mucho. El confinamiento y, sobre todo, las cosas que empecé a ver que estaban pasando en España. Ver a adultos funcionales, a gente cercana a mí, que entraron en una especie de pánico absurdo en relación a las vacunas y otro tipo de cuestiones. Veían como peligroso, precisamente, lo que no lo era. Sin embargo, aquellos movimientos realmente cuestionables en torno a la democracia en España les pasaban absolutamente desapercibidos. O cosas mucho más explícitas, como las habituales componendas del poder económico con respecto a nuestra sociedad, no les importan en absoluto, pero luego se apropian de la teoría más peregrina que se encuentran en Youtube. Entonces, yo quería que una de las líneas que impulsara al libro fuera esa: cómo hemos llegado a este punto en el que hemos vuelto a las brujas, a los fantasmas, a este tipo de creencias totalmente absurdas. Que tienen mucho que ver  con cuando los grandes poderes de nuestra sociedad se radicalizan y empiezan a decidir que “mira, estos métodos que hemos llevado hasta ahora, hay que saltárselos, hay que poner otra serie de elementos”.

—¿La conspiranoia en sí es una pandemia?

—Sí, sí. El gran problema que tenemos en este siglo XXI, que ya ha entrado de lleno, y cuánto vamos a echar de menos al siglo XX en algunas cosas, es que se ha perdido el criterio de autoridad. El criterio de autoridad era útil en esta sociedad: hay que fiarse de determinadas personas que tienen una determinada serie de conocimientos sobre algunas facetas. Hasta ahora, con dificultades, nos había funcionado. ¿Qué es lo que ocurre? Que, para empezar, los medios de comunicación han tenido hipotecas muy grandes. Esas hipotecas empiezan a cobrarse a partir de la pasada crisis, donde está claro que no se fiscalizó al poder económico como es debido. El periodismo, por desgracia, vive una situación… No es ya que quien pague, mande, que eso ha pasado siempre, sino que el control ya empieza a ser muy exagerado. Eso ha creado una serie de suspicacias. Y quien empieza a saber navegar la ola de la suspicacia con gran capacidad es la ultraderecha. Y ahí sigue.

—En España, ¿tiene características propias la conspiranoia?

"Este Gobierno tiene sus puntos positivos y sus puntos negativos, como cualquier otro. Pero, desde el primer momento, hubo fuerzas políticas que lo tacharon de ilegítimo"

—Gran parte de las que tenemos ahora flotando en el ambiente provienen, en general, de EE UU. El ámbito digital tiene mucha importancia. Ahora, por ejemplo, está flotando lo de la “Ciudad de los 15 minutos”, que es una propuesta urbanística, no sé si útil o absolutamente absurda, pero que tiene éxito. En este caso, ¿qué conspiranoias propias tenemos en España? Las que se han atribuido a este Gobierno. Este Gobierno tiene sus puntos positivos y sus puntos negativos, como cualquier otro. Pero, desde el primer momento, hubo fuerzas políticas que lo tacharon de ilegítimo. Y, sobre todo, le atribuyeron a Sánchez, especialmente, una serie de cualidades demoníacas…

—Casado, en paz descanse políticamente, le llegó a llamar “felón”.

—¡Felón! Que es un insulto, además, de categoría regia en este país (risas). En cuanto a la destrucción del país, su disolución, en cuanto a la componenda con fuerzas oscuras, siempre de un entorno extraño… Esto es curioso cómo se maneja, cuando veo a Vox hablar de las élites, pienso: “Chicos, que sois marqueses algunos”. En todo caso, hay élites, y ahí están. Por eso, cuando Fink, de BlackRock, descuelga el teléfono, Sánchez se lo tiene que coger. ¿Cómo no se lo va a coger? Así funciona nuestra sociedad. Ese es el gran problema que tenemos: que un presidente del Gobierno se tenga que poner en igualdad de condiciones con el jefe de un fondo de inversión especulativa. Ese es el problema, no que existe una extraña élite. En el fondo, esto viene de donde viene: Los protocolos de los sabios de Sión, los judíos… este tipo de cosas.

—¿Responden a un tipo o a unos tipos los conspiradores de Todo empieza en septiembre?

—Sí. Fíjate: Saló, de Pasolini, tiene estos tipos muy malos: el obispo, el magistrado, tal… Yo he hecho una actualización, no sé si tragicómica, del asunto, pero es lo que yo veo. De todos ellos, la más importante es Claudia de la Hoz, la productora de televisión. Es la encargada de transformar la “política del susurro” en sentido común a través del entretenimiento. Con sus magacines, sus programas de tarde y tal, cuando la gente está más desprevenida, tomándose el cafetito en su casa, les cuenta, exactamente, lo que tienen que sentir. En ella subyace el verdadero poder, o el más jodido.

—Quien, desde luego, responde al tipo más habitual de periodista patrio es Jaime, el protagonista.

"A los periodistas se les está sometiendo a un acoso que viene de la ultraderecha, pero, también, en estos últimos tiempos, de partidos como Podemos"

—Quería homenajear a una profesión que necesitamos más que nunca. Necesitamos a alguien que nos cuente lo que sucede. Jaime es un tipo que intenta hacer bien su trabajo, como la mayoría de periodistas de este país, al margen del medio en el que escriban. ¿Qué es lo que ocurre? Que, permanentemente, se les está sometiendo a un acoso que viene de la ultraderecha, pero, también, en estos últimos tiempos, de partidos como Podemos. No se puede situar en la picota a periodistas concretos, señalándoles, para que una suerte de masas digitales les acose directamente. Eso no puede ser. Tú puedes comentar la estructura del sistema mediático, puedes hacer lo que quieras, pero eso, al fin y al cabo, lo que significa es decirle a la gente que “el periodismo no vale, yo soy el único que te puede contar la verdad”. Es hermetizar no ya a tus votantes, sino a tu audiencia. Hermetizar sirve para que, al final, una gente no pueda hablar con otra. Y los países se van a tomar por culo cuando pasa eso. Ahí podemos tener un gran problema.

—Jaime es un tipo que, una vez envuelto en el fregao, cree recuperar “las instrucciones de montaje”. Un montaje en el que es imprescindible Irene.

—Irene tiene una importancia enorme. Cuando empecé a escribir esta novela, me la llegué a plantear como una película de John Carpenter: sus buenos, sus malos, la chica… Como una aventura, vaya. Escribir una novela es algo muy bonito: de repente, las cosas empiezan a tomar una vida propia por dentro. E Irene, como personaje, empieza a pedir no ser la chica, sino ser una protagonista con peso propio que dé el contrapunto a Jaime. El contrapunto de una tía que tiene diez años menos que él y que, quizá por eso, navega en la incertidumbre también. O, mejor dicho, la navega mejor: está acostumbrada, la ha aceptado. Y eso a Jaime le desconcierta. Sobre todo, en el tema de las relaciones personales, él necesita unas cosas que ella no parece querer al principio. Y eso es extraño. Es el punto inverso al que tradicionalmente era: la mujer quería asentarse y el hombre iba por ahí. En la novela, sucede al revés. Ya te digo: Irene es el contrapunto que permite a Jaime reconstruirse porque el tío se da cuenta de que querer no es necesitar. Querer es querer. Y él, al principio de la novela, más que quererla, la necesita. Y eso va cambiando.

— El “te quiero” se hace de rogar. Por uno más que por otro, dejémoslo ahí para no hacer spoilers.

—A mí, desde la vida personal hasta las ficciones, lo del amor me ha resultado siempre muy necesario. Vivimos en un momento en el que este cinismo neoliberal ha cuajado muy profundo. Además, ha cuajado por el lado que no se esperaba. Es decir, parte del progresismo lo ha cogido con las dos manos. Hay un momento en el que piensa que esa especie de displicencia con los demás es una forma de liberarse, cuando yo creo que es, prácticamente, comportarse como jefes de personal de una multinacional con sus empleados. Yo ahí no veo dónde está la liberación o lo positivo en cuanto a tratar con los demás.

—Bajo el personaje de Blas Estera, ¿hay un homenaje al sindicalismo?

"El sindicalismo ha sido una de las grandes cabezas de turco de este país. Los sindicatos habrán cometido errores, obviamente, pero están teniendo un papel muy positivo"

—Hay un homenaje al sindicalismo. El sindicalismo ha sido una de las grandes cabezas de turco de este país. Los sindicatos habrán cometido errores, obviamente, pero están teniendo un papel muy positivo en la sociedad española. Especialmente desde la pandemia: han tenido un empuje en lo de los ERTE, las pensiones… Son, además, estructuras seguras y beneficiosas para la sociedad. Sin embargo, son machacados constantemente y a un nivel popular: la gente les ha cogido tirria. Fíjate: CCOO es la organización más grande de este país. Tiene casi un millón de afiliados. No hay otra organización más grande en España de ningún tipo. Pero luego lees unas opiniones… Esto es algo que, cuando es inducido, me parece muy negativo.

—Va otro secundario: Elías Calero. ¿Es un homenaje a Cansinos Assens?

—Claro. Cuando leí Memoria de un literato, hace ya unos años, me pareció maravilloso que un tío se hubiera dedicado a narrar la España de los 30 primeros años de siglo. Con todo lo que vivimos después, no es un momento que conozcamos tanto. Sobre todo, la intrahistoria, lo que hay por debajo. Ese periodismo lo representa Elías: un tío que lleva 40 años trabajando, que lees sus artículos y empiezas a profundizar en lo que era la sociedad del momento. Que quede esa constancia, creo que es importante. Además, de una u otra manera, tengo ese aprecio porque es una buena forma de aunar periodismo y literatura, y ahí yo me siento bastante cómodo.

—Por cierto, ¿qué tal la experiencia de escribir una primera novela?

—Muy buena. Ya había escrito ensayos. En un ensayo, coges una serie de ideas y trabajas con ellas de una forma muy estructurada. Sí que me gustaba, en mis ensayos, contar cosas, meter mucha historieta. Hace mogollón de años, escribí dos libritos de ficción y, desde entonces, quitando algún cuento suelto, no había vuelto. Meterme en la novela me dio la sensación de que era algo diferente, de estar trabajando con la apelación a los sentimientos. Una gran parte de esta novela la escribí en Salamanca, este verano. Cuando vuelvo a Madrid, me ocurre algo acojonante: empiezo a pasar por las calles donde sucede el libro, calles por las que he pasado muchas veces, he vivido allí, y no sabía si estaba en la realidad o en la propia ficción. Fue una sensación rarísima, muy desconcertante, pero muy bonita. Me gustaría repetir, sí, sí.

—¿Ha escrito cosas en la novela que no se atrevería a escribir en un artículo?

—Sí. Hay algo en esta novela que creo que está pasando muy desapercibido. Bueno, muy desapercibido… Al principio, cuando se lanza un libro, los comentarios van hacia los elementos más llamativos de la novela. Pero fíjate que en esta novela hay una pequeña parte que influye mucho en el protagonista, y es su relación con las drogas.

—Con la zarpa, en concreto.

" Mira, droga siempre ha habido, pero, desde la anterior crisis, es una epidemia. Aquí se mete todo el mundo"

—Claro. Es un tema que no he tratado en los artículos, pero creo que trae cola. Mira, este es un libro que quiere poner a una generación frente al espejo, para lo bueno y para lo malo. Para decirles: “Nos han puteado de una forma muy concreta, desde el 2008, sobre todo, pero hay cosas que no estamos haciendo bien”. Madrid es una ciudad que conozco mucho. He vivido Malasaña, he salido por la noche, he pinchado en bares… la noche la conozco muy bien, y te puedo decir que, desde hace más de quince años… Mira, droga siempre ha habido, pero, desde la anterior crisis, es una epidemia. Aquí se mete todo el mundo. Todo el mundo: clases altas y clases bajas, pobres y ricos, artistas y funcionarios. Y hay un momento en el que alguien debe decir: “Esto no es una puta broma. Haced lo que os dé la gana…”.

—…Pero dicho queda.

—Pero dicho queda. Y ya no es por las consecuencias sociales, que son muy jodidas: es por la propia gente. Pasan cosas muy feas, tronco. Te enteras de que a uno le ha dado un infarto cerebral, que a otro, otra cosa… Este tipo de cosas es mucho más difícil tratarlas en los artículos. La novela te permite presentar un problema desde un individuo.

—Le birlo una frase y la transformo en pregunta: ¿“La libertad para la clase trabajadora es una cuestión más de costumbres que de deseo individual”?

"Vivir solo en esta sociedad es muy caro, es muy jodido, muy mal negocio para la gente normal"

—Joder… (Piensa) Sí. Hay un momento en el que lo que yo he llamado “lo aspiracional”, que es, fundamentalmente, pensarnos fuera de nuestras contradicciones de clase por determinadas adquisiciones de productos, pero, sobre todo, de estilos de vida, ha sido uno de los grandes triunfos de lo neoliberal. El conseguir que un amplio sector de la clase trabajadora no se perciba a sí mismo como trabajadores. Porque piensan que con su esfuerzo individual y con lo que están consiguiendo están ajenos a eso. Estos dos últimos años o tres han valido para ver que cuando las cosas se ponen feas de verdad, te das cuenta de la falta que hace la idea de sociedad, de clase, de un Estado fuerte. Vivir solo en esta sociedad es muy caro, es muy jodido, muy mal negocio para la gente normal.

—Y, para finalizar, ¿Madrid seguirá siendo una gran ciudad siempre y cuando haya taxistas que pongan a Burning?

—Por supuesto. Madrid, por mucho que tenga problemas, y creo que los tiene, tiene muchas cosas buenas a destacar. Esta ciudad ha sido, sobre todo, su gente. La gente que hacía la ciudad de Madrid. Y la hacía de forma muy autónoma, sin que le afectaran las grandes tendencias absurdas. Y el gran problema, y por eso creo que está desapareciendo Madrid, no es tanto por las habitaciones turísticas o los especuladores. Esto importa, pero importa más cuando la gente viene al centro de Madrid a echarse fotos en sitios que han abierto con lucecitas: ahí es cuando estamos perdidos. Últimamente, paseo por el centro de Madrid y no sé si es un escaparate turístico o una ciudad. No ya turístico: un escaparate para los instagramers. El alcalde que quiera ganar esta ciudad, que coja a la mitad de los funcionarios de parques y jardines y los haga maquilladores. Y que se los lleve a las calles a atender a la purria de instagramers que hay.

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Jesús Fernández Úbeda

Jesús Fernández Úbeda (Ciudad Real, 1989) es periodista por obra y gracia —o desgracia— de la Universidad Complutense de Madrid. Escribe en Zenda y en Libertad Digital. Además, ha cubierto un par de giras de Enrique Bunbury y escribió el press release de su último álbum, Expectativas. También hizo de compilador, o como se diga, en El último pistolero, de Raúl del Pozo. Aterrizaje forzoso (Cultiva Libros, 2018) es su primer libro. En Twitter @jfubeda89

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