Dentro del conjunto de lectores de género se suelen alinear los partidarios de la fantasía y, al otro lado de la erizada línea roja que les separa, los de la ciencia ficción. Son muchos los que cambian sin problemas de bando, según el autor o la obra. Pero, aunque no sean dos equipos realmente enfrentados, los creyentes genuinos se suelen mirar de soslayo, esgrimiendo las obras canon de sus respectivos defendidos para demostrar que su género es el verdadero, como si de religiones se trataran. Se puede lanzar la pregunta sobre si Star Wars es más bien ciencia ficción o tal vez fantasía y echarse al suelo para esquivar los cañonazos argumentales de ambos bandos, si no se tiene demasiado apego a la vida.
La sinopsis ya da la información suficiente sobre la trampa a la que se dirige el lector: una princesa guerrera va en busca de un poderoso mago inmortal, aislado en su torre mágica desde tiempos inmemoriales, para que la ayude con su brujería a derrotar a un temible demonio que asola el reino (un bando del fandom reclama a gritos que es de los suyos). Pero la realidad es que ese poderoso mago no es más que un antropólogo, un científico venido de la Tierra para estudiar la sociedad medieval de ese planeta, y que cuenta con los avances propios de un mundo tecnológicamente avanzado (el otro bando brama ahora que es de su propiedad. Los dos enmudecen a la vez).
Linaje ancestral es una historia breve, muy breve, que asienta sus bases en tres pilares tan bien estructurados y definidos que la convierten en una enorme pequeña novela.
El primer pilar es la voz narradora. Los capítulos alternan el punto de vista de los dos protagonistas. El de Lynesse Cuarta Hija, la rebelde y soñadora princesa de cuento de hadas, siempre en tercera persona, pues es el objeto de estudio, observando cada situación desde los ojos de la fantasía. Y el de Nyr, el antropólogo de segunda clase, que narra desde la primera persona sus impresiones acerca del comportamiento de los nativos con sus observaciones asépticas y racionales. La descripción de ambos personajes es magistral y el sentido del humor usado al confrontar las dos maneras de ver el mundo hace pasar al lector muy buenos momentos.
El segundo pilar es, evidentemente, la tercera ley de Arthur C. Clarke: “Cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”. ¿Es magia darle a un interruptor y que se encienda la luz? No para nosotros, pero sí para un habitante del medioevo. ¿Y si todos los artilugios de gran poder en cualquier mundo de fantasía fueran producto de otra civilización mucho más avanzada preexistente en ese territorio? El juego que se establece con esta premisa sostiene el libro. Porque el argumento es una simple excusa para desarrollar este punto. No se detiene a describir las criaturas que pueblan sus territorios, los secundarios son meros comparsas necesarios, el worldbuilding queda reducido a la mínima expresión.
El tercer pilar que usa el autor para dar cohesión a la obra es la salud mental. Un humano que viva los siglos suficientes pierde por definición sus raíces. Olvida de dónde viene y su pasado se diluye, quedando tan solo la tristeza y la nostalgia. Primero llega el heraldo de la bestia: la soledad. Después aparece el gran enemigo: la depresión. Un monstruo al que no le importa si su víctima es sabia, vieja, poderosa o con recursos. Tchaikovsky usa un invento tecnológico de disociación cognitiva para explicar el alto precio de la inmortalidad, aunque ya avisa que huir de los problemas y aislarse en una alta torre no evita ser alcanzado por el enemigo.
Hay que destacar que el autor se deshace constantemente de los tropos habituales de ambos géneros y les da su particular visión, lúcida y punzante, a pesar de que la vista con toques de humor. No son necesarios caballeros henchidos de testosterona para salvar a la princesa porque las princesas se saben salvar solas. Se puede empezar a imaginar a las doncellas medievales como mujeres normales sin que nadie se rasgue las vestiduras. Los monstruos no tienen por qué buscar la absurda y megalomaníaca dominación del mundo y puede ser su propia naturaleza la que les haga ser como son. No es necesario un personaje al final del libro que explique todo lo sucedido por si algún lector no ha captado todos los matices y detalles. No todo tiene explicación. Ni la necesita. La sabiduría no sólo no da la paz, sino que saber demasiado muchas veces es incluso peor. A veces hay que saltarse las reglas para ser feliz. Úrsula K. Leguin, con sus conocimientos de antropología, habría abofeteado a Nyr por ello, pero también le hubiera abrazado entre risas por ser simplemente humano. Y, finalmente, no toda sociedad evoluciona con el tiempo. ¿Por qué no involucionar y perder el conocimiento en lugar de amontonarlo y aprovecharse de él?
El autor tan solo necesita de pocas páginas para todo ello. Y este pequeño libro no precisa de más. La historia ya está explicada. Podría recrearse en describir mejor el mundo, sus costumbres, los personajes que tan solo se mencionan de forma desdibujada y alargarlo unos centenares de páginas más. Pero no hace falta.
Adrian Tchaikovsky es un relojero artesano. Un fabricante de miniaturas en las que concentra todo lo imprescindible para entretener al lector, confundirle, enredarle y hacerle pasar un gran rato. Lo demás es superfluo.
Adrian ha roto el género. Pero es que roto es aún más perfecto.
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Autor: Adrian Tchaikovsky. Título: Linaje ancestral. Traducción: Jesús Jiménez Cañadas. Editorial: Red Key Books. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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