La primera novela de J.L.Romero nos sitúa en el Empordà catalán. Entre los viñedos de una de las bodegas más grandes del país aparece el cadáver de su dueño ahogado en vino. Para descubrir al asesino, los herederos buscarán ayuda extrapolicial. Y ahí es donde entra el protagonista de esta historia: López.
En este making of, J.L.Romero cuenta el origen de Viñedos de sangre (Ediciones B).
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Una de las cosas que más me sorprendió cuando vine a vivir al Empordà, hace tres años, fue el viento. La tramontana, que según describió Josep Pla en El meu país crea «un ambiente propicio a la impetuosidad y la vehemencia», me impactó no sólo por su fuerza; también y especialmente por su insistencia. Cuando se despierta, despliega las alas como un dragón, desciende por las laderas del Pirineo y al llegar a la planicie golpea con violencia los ventanales de las casas, agita las ramas de los árboles y esparce en kilómetros a la redonda todo objeto que no esté bien anclado al suelo. Siempre que aterriza se queda varios días. El primero la toleras, el segundo empieza a molestarte, el tercero te pone de mal humor, el cuarto te harta y el quinto te vuelve loco. Los lugareños están habituados y ni siquiera se refieren a ella en los bares o en las tiendas, como si fuera un elemento fijo en el paisaje. De hecho, he descubierto que la tolerancia o intolerancia a la tramontana es una de las características que claramente distinguen a los nativos de los forasteros.
Entre catas y copas de vino, fui descubriendo también el singular aire fronterizo que se respira en la comarca. Cada año llegan aquí millones de turistas de toda Europa, sobre todo franceses. A esto hay que añadir un tránsito constante de camiones en una y otra dirección que ha hecho del paso de La Junquera, con sus prostíbulos y sus tiendas libres de impuestos, uno de esos «no lugares» a los que se refiere el antropólogo Marc Augé. Esta cualidad fronteriza le da a la zona un carácter singular y es determinante para entender su historia. Por aquí pasaron, por ejemplo, los últimos exiliados republicanos que huían, a principios de 1939, del avance de las tropas franquistas. Se calcula que más de medio millón de almas, ancianos y niños incluidos, atravesaron los Pirineos en pleno invierno con lo puesto. Muchos de ellos se quedaron por el camino. La cicatriz de este horror se puede apreciar todavía en Figueres, que tiene el dudoso honor de ser, después de Barcelona, la ciudad más bombardeada durante la Guerra Civil (la Guernica de Cataluña, la llamaron).
A todo esto hay que sumar una sociedad variopinta donde conviven, no siempre en armonía, multitud de lenguas y culturas, así como un índice de criminalidad en aumento, en gran parte derivado de la producción y tráfico ilegal de marihuana, que se disputan grupos criminales marroquís, sudamericanos y de etnia gitana. Con todos estos ingredientes, no tardé en concluir que estaba ante un escenario perfecto, prácticamente a la altura de la Sicilia de mi querido Montalbano, para una buena novela policíaca. La trama fue tomando forma en mi cabeza casi sin darme cuenta, como si se fueran uniendo las piezas de un puzle. En esa configuración, el paisaje y sus gentes adquirieron desde el principio categoría de protagonistas. Les añadí un policía con ansiedad que huye del barullo de Madrid y de la exigencia de una unidad policial de élite; una inspectora de los Mossos d’Esquadra recia y con un empuje tramontanesco; y un profesor de historia aburrido que se quiere parecer a Simenon, pero que es más doctor Watson. Los puse a jugar como el entrenador que despliega su escuadra en el campo de juego y, de forma casi mágica, surgió la química entre ellos. El primer sorprendido fui yo, que comprobé la absoluta verdad que hay en ese tópico literario que dice que el autor crea los personajes y ellos deciden qué hacer.
El proceso fue, a partir de ahí, un goce fluido. Cada semana, como en una novela por entregas, daba a leer a mi pareja y a mis dos hijos un nuevo capítulo. Lo devoraban y exigían más. Así, animado y halagado por su apetito voraz, fui construyendo el relato hasta el punto y final. Aunque, bien mirado, el final de Viñedos de sangre es solo un punto y seguido. O unos puntos suspensivos. El paisaje del Empordà da para muchas historias…
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Autor: J.L.Romero. Título: Viñedos de sangre. Editorial: Ediciones B. Venta: Todos tus libros.
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