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Crónicas del Underground (II): ¡Exta-Sí! - Zenda
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Crónicas del Underground (II): ¡Exta-Sí!

Hemos ido al Fridays, justo enfrente de su hotel, Petit Palace, en la calle Virgen de los Peligros, número dos, y basta una buena jarra de cerveza para activar el showman que lleva dentro este valenciano nacido hace ya casi seis décadas. Nos la tomamos en un rincón tranquilo, mientras enciendo la grabadora. —Aquí Chimo...

Chimo Bayo está resfriado. Pero cuando Chimo Bayo está resfriado no es como cuando Frank Sinatra estaba resfriado. Cuando Frank Sinatra estaba resfriado, el mundo entero se resentía. Frank Sinatra se lo hacía saber. Cuando Chimo Bayo está resfriado, se toma un antihistamínico y el mundo sigue siendo igual de disfrutable. Y es que Chimo Bayo tiene un corazón tan grande como su salud. Chimo Bayo irradia energía positiva, dinamismo, simpatía, carisma, y eso contagia a cualquiera que se le acerque. Ni siquiera estando resfriado deja Chimo Bayo de ser Chimo Bayo. Huelga decir que Chimo Bayo tiene una salud portentosa. Por eso mantiene el tipo de la manera que lo mantiene. Y su discurso es igual de generoso.

Hemos ido al Fridays, justo enfrente de su hotel, Petit Palace, en la calle Virgen de los Peligros, número dos, y basta una buena jarra de cerveza para activar el showman que lleva dentro este valenciano nacido hace ya casi seis décadas. Nos la tomamos en un rincón tranquilo, mientras enciendo la grabadora.

—Aquí Chimo Bayo, recién llegado de Marte. Estoy en Madrid, hablando con José Ángel Mañas y Jordi Ledesma.

Chimo se ríe como suele reírse: a calzón quitado y sin reserva ni malicia ninguna. Tiene casi sesenta años muy bien llevados, unas gafas con lentes azules y una lengua que no conoce límites. Le preguntamos por su queridísima Ruta del Bakalao y no tiene reparos en hablar de ella.

"Yo nunca he tenido clara esa división entre rock y música electrónica que hace alguna gente"

—La Ruta del Bakalao está de lo más denostada ahora mismo, cuando fue de las cosas más positivas que le han pasado a Valencia. En su día no había nada parecido. Hasta entonces, la gente trabajaba y no sabía para qué. A partir de un momento la gente trabajaba durante la semana para poder salir durante el fin de semana y disfrutarlo. Era un circuito tolerante; en un principio se pinchaba de todo. Yo nunca he tenido clara esa división entre rock y música electrónica que hace alguna gente. Yo arranqué a pinchar a principios de los ochenta y ponía de todo. Lo mismo grupos como Front 242 o música industrial o electro (lo que entonces se llamaba electro) que Lou Reed. Siempre he sido un ecléctico y no he tenido ningún prejuicio con ningún tipo de disco.

—¿Desde el principio pinchabas discos?

—Yo al principio no pinchaba. Al principio, en el año 81, iba con muletas a las discotecas (acababa de tener un accidente de moto) y me ponía junto a otro que pinchaba. Yo me dedicaba a observar. Y poco a poco fui aprendiendo. Yo creo que eso es lo que hace bonito todo esto: que uno es un ingenuo y que no sabe lo que hace. Siempre he pensado que en la ignorancia está la felicidad.

—¿Y siempre quisiste ser un showman? —pregunta Jordi Ledesma, dándole un trago a su cerveza.

(Jordi es el autor de Narcolepsia y de la más reciente La noche sin memoria, y uno de los escritores de novela negra con un estilo más reconocible de la actualidad. Suele ambientar sus novelas o bien en Barcelona o bien en Cambrils, el pueblo de donde es él. Y en todas hay siempre mucho desfase, mucha corrupción moral y policial, y una buena intriga con algún cadáver de por medio. Jordi se ha venido a Madrid a ver a Chimo Bayo en el concierto que se va a celebrar esta noche (21 de noviembre) en la sala Sol. Primero tocarán Sobrinus, un grupo de rock noventero. Forman parte de la programación de la Semana Kronen que organiza la editorial Bala Perdida.)

"A muchos les faltaba algo, y eso era el sentido del espectáculo. Yo enseguida entendí eso y construí a mi personaje"

—Siempre —contesta Chimo—. Se suele decir eso de que si sigues las huellas de alguien no serás nunca capaz de superarlo, y a mí me pasaba que yo veía muy limitados a todos mis compañeros. Todos tenían una técnica espectacular, todos sabían pinchar maravillosamente. Pero a muchos les faltaba algo, y eso era el sentido del espectáculo. Yo enseguida entendí eso y construí a mi personaje. Me calcé mi chupa de motocrós, le puse a mi gorra un par de lucecitas que soldé en un garaje y si había que saltar por encima de las platinas se saltaba. Para mí venía con naturalidad. Iba con el personaje.

Sin mirarnos, exclama: “¡Juja!”. Es otra de sus señas de identidad. Algo así como el “Sííííí” de Cristiano Ronaldo, o el “Exta-sí” o el “Uno, que no se pare ninguno”. Todas estas coletillas forman parte de su repertorio, y Chimo lo asume con naturalidad entre trago y trago de cerveza, mientras rememora lo que fueron aquellos años en los que Valencia reinó con luz propia en el universo de la noche peninsular.

—Es que no ha existido ni de lejos nada parecido. ¿Que si aquello era “mákina” o “bakalao” o “música electrónica”? Pues no lo sé. Esas etiquetas se ponen siempre desde fuera. Al principio se hablaba de la Ruta Destroy y luego se empezó a hablar de “bakalao”, que era una expresión que empleábamos para referirnos a un buen tema. “Este tema tiene bakalao”. Eso quería decir que lo iba a petar, que gustaría cuando se pinchara. Y se acabó quedando. Pero nadie de la gente que vivió aquello lo llamaba entonces así. Es igual que la Movida. Tampoco en su momento se llamaba así. Se hablaba de la Nueva Ola, si acaso. Pero al final acabó quedándose lo de “Movida”. La gente bautiza a las cosas como quiere. Y con todo su derecho —observa.

—¿Y cómo te sentías tú cuando reinabas por encima de un millar de cabezas? ¿Debías de sentirte como Dios?

—Pues es que eso llega progresivamente. Mira, yo la primera vez que pinché, todavía lo recuerdo, ese día tenía un único tío delante bailando. A la semana siguiente, hubo treinta; a la otra doscientas. Y luego ya aquello no dejó de masificarse. Pero yo nunca he tenido mucha conciencia de eso. De hecho, una persona muy cercana a mí me ha dicho recientemente: “Chimo, tú no tienes ni idea de quién eres, no tienes ni idea de lo que representas”, y es verdad. Nunca he tenido conciencia de ser Chimo Bayo. Y creo que es una suerte.

—¿Ni siquiera cuando pinchas delante de mil personas? Vamos, eso tiene que ser un ego trip acojonante y un subidón.

"Ese era el buen diyéi, no el que pinchaba lo que todo el mundo conocía"

—Eso es un subidón absoluto, pero es un subidón natural. Y uno siente que se transforma. No hay manera de evitarlo. Uno sale y en cuanto se pone delante de un público… Ya ahí sale lo que tiene uno dentro. El marciano. Pero es natural. Hay quien no lo logra y hay quien se transforma.

Le planteamos cómo a finales de los 80 empezó a haber una cierta barrera entre el rock y la música electrónica y un claro esnobismo por la parte del universo roquero. Los que éramos roqueros íbamos a Malasaña, y yo las primeras noticias que empecé a tener de la escena electrónica era, allá por el año 89, los chillidos de “ACIIIID” que daban ciertos tipos que hacían la cola delante de la discoteca Pachá, en Tribunal, antes de encarar la calle Velarde, donde está la Vía Láctea. Por aquel entonces, se les miraba más bien por encima del hombro. Pero pronto sucedió que el universo roquero tenía sus límites. Los garitos cerraban a las cinco, y si uno quería continuar la fiesta tocaba reciclarse. Había un after indie en Malasaña, que era el Ya’stá; y luego estaba el Lady Pepa, claro, todo un clásico. Pero aquello enseguida se quedaba corto y quien sentía necesidad de más debía incorporarse a otro circuito, que era el de la música electrónica. Y allí de repente todo cambiaba. Uno podía tener una playlist de los garitos malasañeros en la cabeza, porque eran grupos clásicos. Pero en las discotecas te encontrabas como un pez fuera del agua, todo sonaba nuevo, todo sonaba diferente. Había que volver a empezar de cero y poco a poco construirse una mínima cultura.

—De todas formas, en aquellos años los buenos diyéis no eran los que pinchaban canciones que todo el mundo conocía, sino los que pinchaban cosas nuevas —continúa Chimo—. Y la gente iba a descubrir música, a ver qué nuevos temas pinchaba tal o cual. Ese era el buen diyéi, no el que pinchaba lo que todo el mundo conocía.

Entre birra y birra la conversación degenera y pronto llegamos a la cuestión de las drogas. Chimo siempre ha defendido que quien no ha desfasado nunca no se conoce y no es de fiar. Los alcohólicos suelen decir que hay que desconfiar de quien no bebe, que es otra variante del mismo pensamiento. Todo el mundo le pregunta por ese asunto, y Chimo, a ese respecto, es tajante.

"Yo siempre he sido muy profesional, y si puedo seguir siéndolo es porque he sido prudente"

—Mira, yo cuando empezaba ni sabía lo que era eso. A mí me parecía todo aquello de la noche un universo de drogadictos. Tú piensa que yo venía del mundo del motocrós, yo era una persona muy sana. Y luego, por necesidad, lo he seguido siendo. Yo siempre he sido muy profesional, y si puedo seguir siéndolo es porque he sido prudente. Por supuesto que he tenido mis fiestas, como todo el mundo. Pero he sabido siempre autocontrolarme.

Jordi se ríe y yo también me río, y los tres nos hacemos las fotos de rigor con Chimo Bayo. A fin de cuentas es un icono de la música popular española. Entre “exta-sí” y “exta-no…”, pues va a resultar que sí, caballeros. Al igual que el punk antes y el trap después, la música avanza por los vericuetos más extraños y ninguno de ellos es descartable. Todos son fuentes de emoción, de deleite, y el público dictamina qué es lo que le interesa y qué no. Y al cabo de veinticinco años, la gente sigue bailando al son del Así me gusta a mí, de Chimo Bayo.

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José Ángel Mañas

Madrid, 1971. Es un escritor perteneciente a la generación de novelistas neorrealistas españoles que arrancaron en la década de 1990. Ganó un premio Goya al mejor guion adaptado en 1995. Ha publicado las novelas: Historias del Kronen; Mensaka; Soy un escritor frustrado; Ciudad rayada; Mundo burbuja; Caso Karen; El secreto del Oráculo; La pella; Sospecha; Caso Ordallaba; Todos iremos al paraíso; Conquistadores de lo imposible; Extraños en el paraíso, la verdadera historia de la Movida madrileña (audiolibro) y junto a Antonio Domínguez Leiva la serie de novelas cortas El hombre de los 21 dedos y la novela El Quatuor de Matadero. También es autor de los ensayos: Un alma en incandescencia. Pensando en torno a Franciam Charlot (aforismos sobre pintura); El legado de los Ramones; La literatura explicada a los asnos y Un escritor en la era de Internet. En 2019 ganó el Premio Ateneo de Sevilla con La última juerga, secuela de aquella gran primera novela Historias del Kronen. Sus libros han sido traducidos a varios idiomas. @joseamanas

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