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Confinados con Camus, pero sin La Peste - Marcos Belmar - Zenda
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Confinados con Camus, pero sin La Peste

Desde que el coronavirus dejó de ser una lejana gripe para convertirse en una cercana pandemia, pensé en La peste, de Albert Camus, que todavía no había leído, a pesar del interés que siempre me había suscitado. Pero la rutina acalló la voz que me dijo que había llegado el momento. Hasta que me olí lo...

Ciertos automatismos se crean sin que reparemos en ellos. Bagaje genético o simple intuición, surgen en el momento adecuado y nos permiten enfrentarnos a una situación inesperada con una bala en la recámara. En mi caso, aunque el acto reflejo se manifestó a tiempo, no supe darle la importancia que merecía.

Desde que el coronavirus dejó de ser una lejana gripe para convertirse en una cercana pandemia, pensé en La peste, de Albert Camus, que todavía no había leído, a pesar del interés que siempre me había suscitado. Pero la rutina acalló la voz que me dijo que había llegado el momento. Hasta que me olí lo peor: cuando empezó el estado de alarma en España, y aunque vivo en Francia, fui corriendo a la librería más cercana, donde se acababan de llevar el último ejemplar. No fui el único en tener aquel reflejo, pues el título más célebre del premio Nobel multiplicó sus ventas en las últimas semanas. Así que lo pedí y me llevé el último de Camus que les quedaba, La caída, y junto con el que ya tenía en mi biblioteca, El extranjero, pude matar el gusanillo.

"El libro nos enfrenta a la absurdidad del mundo en que vivimos, que premia la hipocresía y no entiende la verdad"

Aquellos libros me ayudaron a sobrellevar los raros días de encierro. Y es que para afrontarlo conviene armarse con la indiferencia de Mersault, el protagonista de El extranjero (“L’étranger”, 1942). Su célebre primera frase (“Hoy, mamá ha muerto. O tal vez ayer, no sé”) ya nos presenta la neutralidad que condenará a Mersault a ser un “extranjero” para el resto de la sociedad, aunque él solo se limite a decir lo que siente. No recordaba una lectura tan turbadora desde Crimen y castigo, sensación resaltada por la narración en primera persona y la tentadora identificación con el personaje, que parece prohibida, pues implica abandonar el camino establecido. El libro nos enfrenta a la absurdidad del mundo en que vivimos, que premia la hipocresía y no entiende la verdad. ¿Acaso este confinamiento y todo lo sucedido en él no viene de lo absurdo? Por eso reivindico la frialdad y la indiferencia de Mersault. En esta extraña época, necesitamos alejarnos de la realidad para verla tal y como es, sin inútiles superlativos, que tanto sobran en los medios. He echado de menos la castiza chulería del “bueno, ¿y qué?”, de quien afronta los problemas con guasa porque sabe que siempre hay una solución o, al menos, un final, que no tiene por qué ser feliz. Pero esta sociedad de consumo que nos obliga a vivir en la perpetua felicidad, en la inmortalidad más despreocupada, ha exagerado las consecuencias negativas para que, una vez pasada la tormenta, todos vuelvan a abrazar con alegría los mismos valores caducos.

"El género humano se abandona así a sus defectos y destruye la imagen de perfección que la sociedad nos obliga a exhibir"

Respecto a la otra novela, La caída (“La chute”, 1956), también es una narración en primera persona y crea una incómoda atmósfera. El protagonista es un abogado que cuenta su vida a un posible cliente, a modo de confesión, en un monólogo que muestra una ácida crítica de una sociedad que da demasiada importancia al constante juicio de los actos de nuestros congéneres. El autor quiere que nos reconozcamos en las faltas de su personaje, que se juzga a sí mismo desde el momento en que escucha la caída de un cuerpo en el Sena: el suicidio de una joven a la que no se plantea socorrer. Ése será el detonante de su propia caída, pues abandonará una vida de falso éxito para buscar el origen de su actitud y encontrar un sentido a su existencia. Hacer públicas sus debilidades, enfatizándolas, lleva a sus clientes a reconocer las suyas. El género humano se abandona así a sus defectos y destruye la imagen de perfección que la sociedad nos obliga a exhibir, llevándonos a recurrir al engaño. Aunque sea un relato demasiado deprimente para un confinamiento, no hay que olvidar que este periodo ha supuesto una verdadera caída para muchos, o al menos, para lo que éramos antes del encierro, que nos ha dado la oportunidad de juzgarnos y reflexionar sobre nuestra existencia y sobre cómo continuar con ella.

Cuando empezó la desescalada, que en Francia se llamó desconfinamiento, La peste volvió a editarse y ya descansa en mi biblioteca. Ahora espera ser leída antes de la próxima pandemia, que seguramente llegará antes de lo deseado. Porque, si algo nos han enseñado tanto la realidad como la literatura, es que todo puede cambiar en cualquier momento. Y debemos prepararnos para que, una vez llegados al punto de inflexión, sepamos estar a la altura de las circunstancias.

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Marcos Belmar

Arquitecto que en 2009 abandonó su país para poder ejercer un oficio en peligro de extinción. Vive y trabaja en Lyon, donde es co-gerente del estudio de arquitectura Tabula Rasa. Autor del blog Todavía lejos. @marcos_belmar

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