Una amiga me dijo que no conocía mayor alivio que abandonarse al llanto, mientras su madre o un amigo la sostenía en un abrazo. Todos necesitamos que nos sostengan en algún momento, que alguien sea nuestro cuerpo cuando el propio necesite andamiajes. Sostener también significa que nos conduzcan, confiar en alguien que nos lleve allí donde queremos ir pero uno mismo no puede llegar.
Somos conducidos, moderada o absolutamente, por la inercia de un gesto, una infidelidad, una canción de la adolescencia o la búsqueda del placer (analgésico de todo lo que sigue doliendo). Sería pretencioso afirmar que somos dueños de nuestro destino, pero también sería cobarde negar nuestra capacidad de decisión o nuestra responsabilidad moral. Acaso nuestra máxima aspiración sea apropiarnos del pasado, conducirlo sin rencor hasta nuestro presente, para después alcanzar cierta reconciliación entre el dolor y el deseo.
Algo así le sucede al protagonista de Drive My Car, la reciente ganadora del Oscar a la mejor película extranjera, dirigida por Ryūsuke Hamaguchi. La película está basada en el cuento de Haruki Murakami, que tiene el mismo título y se encuentra recolectado en el libro Hombres sin mujeres, publicado por Tusquets. Cuento y película difieren en muchos puntos, algunos importantes, pero intento ser infiel a mi lectura de Murakami y sostener que la mejor forma de interpretar una obra de arte es creando otra. Hamaguchi ha sido fiel a esta idea. El arte como historia de diversas copias donde se nos derrama nuestra interpretación. Nuestro pasado inflamado por la imaginación.
En el libro y en la película el protagonista estudia el papel de Tío Vania en el asiento trasero de su coche mientras es conducido por una mujer, parca en palabras y de quirúrgico manejo del automóvil. En el cuento el protagonista es actor y en la película es director de teatro. Esta diferencia es importante: el protagonista en la película es conducido y conduce a los actores, mientras que en el cuento es simplemente conducido por la chófer y adquiere mayor protagonismo la resonancia de su pasado.
En ese intervalo dilatado de la carretera, mientras repasa la obra y el mundo atraviesa la ventanilla, lo vivido se abre por las rendijas del presente, y recuerda a su mujer, fallecida de forma inesperada y de la que conocía sus aventuras amorosas con otros actores. La ama, más allá su muerte, a pesar de sus traiciones. El protagonista rinde fidelidad al recuerdo de las infidelidades sufridas, donde el amor se sobrepone a los delirios corporales de la que fue su mujer.
El cuento y la película pueden leerse como un tímido alegato de una moral poliamorosa, aunque sea asimétrica, porque el protagonista no fue capaz de aventurarse más allá de la monogamia. Sin embargo, aceptó que su mujer explorase otros cuerpos, como fibras que hagan sonar su propia historia. Su mujer inventaba cuentos en medio del coito, y aquí el director de la película une el cuento «Drive My Car» con otro que forma parte de la colección, «Sherezade» (una mujer que solo crea historias tras la llegada del orgasmo). El protagonista acepta la infidelidad de su mujer en aras de la búsqueda creativa, que no es diferente de la búsqueda de la salvación propia. Amar es aceptar la constante búsqueda de la persona amada, aunque su búsqueda nos duela.
Hay detalles importantes que Hamaguchi sombrea, pero hubo uno concreto que me arañó: el amante busca al viudo, y no al revés, como sucede en el cuento. Esta adaptación resta la intencionalidad del protagonista por resucitar a su mujer a través de las palabras de su amante. No obstante, película y cuento convergen en la dificultad de amar a otra persona, más allá de los abismos que encierra, como en este caso, la infidelidad de su mujer que retorna con fuerza tras su muerte.
Sostener el amor sin atravesar sus contradicciones acabaría con su potencia. Hamaguchi y Murakami son fieles a las paradojas del deseo, Drive My Car narra el amor desde la fidelidad a esa multitud que habita en nosotros. Amar significa estar dispuestos a ser conducidos y confiar en la persona que nos lleva. Nadie puede asegurar cuál es la dirección adecuada, como revivir a su amor mediante conversaciones con su amante. Protagonista y amante se sostienen y conducen, porque siguen abrazando a la misma mujer que amaron.
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