Del moderneo también se sale. Ese es el mensaje que lanza Iñaki Domínguez en su obra. Un riguroso análisis de barbudos consumistas y chicas hipster que se visten como catequistas. Sociología del moderneo es un ensayo sobre este nuevo narcisismo bañado en MDMA que se vive a ritmo de trap. A continuación os ofrecemos un fragmento del libro.
Nuestra época, sin duda alguna, prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser… Para ella, lo único sagrado es la ilusión’. Estas palabras de Ludwig Feuerbach de mediados del siglo XIX señalan la importancia social de la representación como fin en sí mismo, desligada de sus contenidos. A pesar de su lejanía en el tiempo, son perfectamente aplicables al mundo actual. El bombardeo visual y la fascinación por las formas alimentada desde las industrias y que las personas de a pie reproducimos con nuestros dispositivos móviles y nuestra producción de imágenes, son norma y determinan el modo en que contemplamos el mundo y la manera de presentarnos ante él. En este juego apolíneo la imagen lo es todo, el contenido lo de menos.
Que se lo digan a los hipsters portadores de estéticas nerd que llevan gafas de pasta sin cristal graduado, o directamente sin cristal. Lo esencial es la imagen del nerd, aunque se halle totalmente desligada de los contenidos de dicho modelo. Como dice la letra del himno anti-moderno ‘Being a Dickhead’s Cool’ (2010): ‘me gusta vestir como un empollón aunque nunca obtuve las notas’. A menudo se quiere recrear una constelación nerd sin capturar los contenidos tradicionalmente vinculados a ella. Hablamos de una fachada sin sustancia.
El estudiante esmerado nunca ha tenido éxito social. Pensemos en La venganza de los novatos (1984), en la que un grupo de pardillos finalmente se resarcen de las burlas y bromas pesadas de sus compañeros más populares de campus. No obstante, gracias a esa reinterpretación de la realidad propia del moderneo, esta mala reputación del empollón queda invertida (no en las aulas, por supuesto, si no en los locales de moda). Algo tradicionalmente despreciado se percibe ahora como cool; aunque sea pura apariencia. No importa si el moderno es de veras intelectual o leído, lo relevante es que estética y verbalmente se ajuste a las constelaciones tradicionalmente asociadas a la intelectualidad; que lo parezca.
Los empollones han sido siempre unos inadaptados en los que impera un principio intelectual. Lo intelectual está vinculado al desarraigo social ya que la razón puede permitirse cuestionar la realidad. Por esto la ‘inútil’ filosofía quiere ser eliminada de los programas de secundaria. El intelecto crea discontinuidades en la vida social al cuestionar los principios dogmáticos que automatizan las acciones propias y ajenas. Cultivar la inteligencia crea escepticismo y dudas a la hora de actuar en el mundo. En este sentido la imagen del nerd como valor simbólico es un falso elogio del intelecto y la inadaptación.
Digamos que los ‘misfits’ (aquellos que no encajan; prefijo negativo ‘mis’ + encajar ‘fit’) han ido adquiriendo estatus en España en los últimos veinte años. En EE UU este proceso es anterior y queda reflejado en la cultura popular con novelas y películas como The Outsiders (1983), Lucas (1986), Heathers (1988) o Pump up the Volume (1990); ésta última con atroz traducción al español: Rebelión en las ondas. Ocurre lo que propone Aristóteles al analizar la tragedia griega: la representación simbólica de una realidad dolorosa es catártica, purifica, libera. Vivirla, sin embargo, es diferente. Jugar a ser Edipo es una cosa, serlo de veras es otra. Se quiere hacer de los desencajados sociales objetos de deseo, pero solo simbólicamente. Uno debe ser nerd solo en apariencia, ya que si el pensamiento y la crítica de veras predominan en su discurso interferirá con los principios del pensamiento dogmático y con todo el sistema de valores que sustenta el moderneo.
En palabras de Umberto Eco, vivimos en una ‘civilización de la imagen’, donde el contenido es realmente lo de menos. Según Kant la ‘cosa en sí’ es inaccesible; de las cosas del mundo (y del mundo mismo) solo podemos hacernos una idea mediada por nuestra percepción. Después de Kant no existe una verdad absoluta, solo la representación que de ella nos hagamos. En la civilización de la imagen la cosa en sí es intrascendente.
En sus reinterpretaciones, el moderneo dota de distinción y glamour a cosas cotidianas a través de filtros tanto visuales como lingüísticos. Aquí hace su aparición lo que el marketing llama rebranding (algo como renovar una imagen de marca). Precisamente a este método comercial se debe la manía actual de ponerle nombres raros a las cosas: ‘fofisanos’, ‘muppies’, ‘lumbersexual’. Gracias a estas denominaciones se satisface la demanda de contenidos en medios de comunicación e Internet, una demanda que produce necesariamente contenidos superfluos: existe la exigencia de producir a un ritmo endiablado, por lo que no es de extrañar que la mayoría de contenidos no tengan interés.
De acuerdo con la sociedad de consumo es necesario reinterpretar para revender y dotar así a lo recurrente de un aura de novedad. Esto ocurre también en la vida diaria que quiere ser redefinida. Uno puede distinguirse a través del porte, la ropa, los temas de conversación, los lugares que frecuenta y los productos que consume para construir su imagen pública. Gracias a Internet podemos exhibir esta máscara ante un público más amplio y fijarla como herramienta para socializar. Todo el mundo está de acuerdo en que los perfiles individuales de las redes sociales son una extensión de la identidad social. Un moderno atento tiene que ser muy selecto con lo que sube o baja de Internet, con sus gustos en Facebook, productos culturales fetiche o conciertos a los que va a asistir, sus restaurantes y locales nocturnos favoritos, de las palabras que emplea y las fotos que cuelga. No podrá darle likes a cualquier grupo de sus amigos, ni subir fotos que le vinculen con asuntos demasiado mundanos (salvo que se les dé un toque de distinción o una vuelta de tuerca). Todo repercute sensiblemente en las ventajas sociales que pueda procurarse.
Un modo de dotar de glamour a la propia vida consiste en la aplicación de filtros a las fotografías para distorsionar los eventos de la vida cotidiana. En Instagram se pueden emplear distintos filtros a las fotografías que uno sube (Clarendon, Valencia, Juno) y ajustar el tono, el color, realizar yuxtaposiciones, y no sé cuántas cosas más, para proyectar la imagen deseada. El filtro fotográfico es inseparable del fenómeno hipster. De hecho, Instagram usa un formato propio del elitismo cool, a pesar de ser una aplicación que cuenta con 300 millones de usuarios diarios y más de 500 millones de ellos mensuales ‘que publican 95 millones de imágenes diarias’ (según El Mundo). El hecho de que una estética típica del hipsterismo cuente con una visibilidad de tal magnitud ilustra cómo el moderneo está conquistando el mundo. Los contenidos que en ella aparecen sirven para homogeneizar los parámetros estéticos de acuerdo con los principios de la globalización. Facebook adquirió Instagram en 2012 por 1000 millones de dólares, pagando 30 dólares por usuario (el valor que tiene cada persona en este mercado). Parece que Facebook tiene el monopolio de las redes sociales para la promoción del ‘yo’ en Internet.
La necesidad de filtros para idealizar las imágenes de la vida diaria es algo que responde al exceso de explicitud en el que vivimos. Actualmente no hay lugar ni margen para el misterio ni para lo desconocido, no hay siquiera espacio para la inferencia. De esto tenemos señales inequívocas en nuestra historia cultural reciente. Desde los setenta, la pornografía hardcore (que muestra el núcleo duro o ‘corazón’ del asunto) ha sido liberada de restricciones legales e integrada en nuestras vidas cotidianas. Se pueden ver coños, pollas, coitos, sexo heterosexual, homosexual o zoofílico, con solo darle a un botón. En Norteamérica esta realización fue el fruto de los trabajos de Paul Cambria, abogado que defendió la Primera Enmienda y el derecho a la libertad de expresión en muchos juicios contra pornógrafos. Por otra parte, el porno mismo ha pasado del formato de una película con trama, técnicos cinematográficos y una atmósfera concreta, al actual estilo gonzo (nombre tomado del género periodístico fundado por Hunter S. Thompson) en el que hay una o varias actrices y una cámara en manos del propio actor participante. Más directo al grano imposible.
En la publicidad el mensaje es cada vez más explícito. Si en la película de John Carpenter, Están vivos (1988), el protagonista debe ponerse gafas de sol especiales para ver los mensajes subliminales que aparecen en los carteles publicitarios, entre ellos ‘obedece’, hoy en día el contenido subliminal no tiene porqué aparecer oculto y proliferan marcas que te lo dicen a la cara. Desde hace unos años es común ver a jóvenes con gorras y camiseta Obey (obedece), como si nada. El propio nombre de la marca que compras, y que se supone te otorga prestigio, te trata como súbdito y esclavo. Una campaña de marketing de Diesel afirma: ‘La inteligencia reconoce las cosas por lo que son: sé estúpido.’ Como dice su BE STUPID MANIFESTO: ‘Estúpido es una cosa maravillosa. Es un modo de vida. Es como nosotros creemos que deberías amar. El mundo sería un lugar mucho más feliz si fuéramos todos un poco más estúpidos. Estúpido no es publicidad, es un movimiento. Y este es el manifiesto de los estúpidos.’ Como vemos, la campaña aboga explícitamente por el pensamiento dogmático, alabando la falta de criterio que domina la cultura de consumo y que tan bien sirve a las corporaciones. Ya no se necesita filtro ideológico alguno que vele las intenciones del anunciante, éstas son expresadas abiertamente.
En el terreno de la violencia, la cosa ha seguido un mismo camino. En los sesenta surgió el género ‘mondo’. Tomó el nombre de la película Mondo Cane (1962), documental caleidoscópico cuya finalidad consistía en mostrar prácticas chocantes al espectador. No contaba con una trama o argumento definido. Su función era retratar una bacanal de fenómenos perturbadores ocurridos a lo largo y ancho del mundo: la muerte de un perro al ser atacado por otros canes, una expedición de cazadores de cabezas en Nueva Guinea, imágenes de gansos siendo cebados para producir foie gras, y un largo etcétera. En años subsiguientes surgieron películas similares. Snuff (1972), representaba un supuesto asesinato, realizado por el propio equipo de la película durante un ‘making of’; todo rodado con gran realismo. En el momento de su estreno, su distribuidor contrató a falsos piquetes protestando contra la violencia de sus imágenes para crear controversia en torno a la película. La famosa Holocausto caníbal (1980) forma parte de este género. En la película varios antropólogos desaparecen en el Amazonas. Una misión en su búsqueda halla una película abandonada por los desaparecidos. Al proyectarla se descubre como éstos maltratan a los indígenas que estudian. Dichos nativos finalmente se rebelan y acaban con la expedición salvajemente (hay violaciones, empalamientos, castraciones); todo capturado en celuloide. Poco después de su estreno Ruggero Deodatto, director de la película, fue detenido y acusado de filmar muertes humanas en cámara, algo que no era cierto. Deodatto había hecho firmar a los actores un contrato según el cual no realizarían más trabajo hasta una fecha posterior con la intención de hacer creer al público que de hecho habían sido asesinados. Poco antes había aparecido Faces of Death (1978), que combinaba terror ‘gore’ con imágenes de muertes reales: un hombre al que no se le abre el paracaídas, un ciclista destripado, operaciones quirúrgicas a corazón abierto. La película fue prohibida en varios países y, como algunas de sus predecesoras tuvo un enorme éxito, llegando a recaudar 35 millones de dólares.
Si este género de películas eran consideradas cosa de mentes perturbadas, su eco no deja de sentirse en nuestras vidas cotidianas. Hoy en día, en telediarios no es raro ver cuerpos mutilados o quemados, o a personas a punto de ser ejecutadas —me viene a la memoria la imagen de un policía mexicano en el telediario caminado con un brazo amputado sobre el hombro—, los paquetes de tabaco muestran imágenes gore sin censura y cualquier chaval en su móvil puede ver una snuff movie en la que se tortura o corta la cabeza a alguien. Varias personas a lo largo de mi vida (entre ellos chicos preadolescentes) me han animado a ver asesinatos y torturas en sus móviles, algo que siempre he rechazado con asco. Ellos, sin embargo, parecían totalmente insensibilizados. En una cena una chica le decía a su novio: ‘Ese video es falso.’ ‘¡Qué va!’, contestaba él, ‘¿No ves cómo se le abren los ojitos cuando le clava el cuchillo en el cuello?’
Toda esta liberalización de contenidos y trasgresión de tabúes se ha visto potenciada por la mejora de las tecnologías audiovisuales y la difusión abierta en Internet. Gracias a ello tenemos una nueva perspectiva del objeto. La resolución de las imágenes en HD es de una pulcritud tan realista que crea rechazo. Cuando veo una película en este formato, sea la que sea, me recuerda a una mala serie alemana de los años noventa (¿Esa de un perro policía que patrullaba con su amo?). Personalmente siempre preferí la imagen granulada de los partidos de la NBA a la luz clínica de la ACB. Ver una entrevista del Ché Guevara o de John Lennon sin la distorsión que proporciona una cámara antigua realmente no sería lo mismo. El entrevistado perdería mucho de su encanto; sería un objeto de deseo excesivamente explícito, demasiado cercano y parecido al propio televidente.
Sinopsis de Sociología del moderneo, de Iñaki Domínguez
Estudiar la subcultura del moderneo resulta crucial si queremos expandir nuestro horizonte de libertad. Se trata de un fenómeno de masas que tiene cada vez más presencia en nuestras vidas. Aunque en España surge en los sesenta, sus iniciados se han multiplicado en los últimos tiempos, adquiriendo un protagonismo cada vez más destacado en la vida social y cultural. Este ensayo analiza los fundamentos y manifestaciones del moderneo actual: la necesidad de distinción en un mundo masificado, la gentrificación, la búsqueda de autenticidad, la construcción de una imagen basada en el consumo, la proyección de la identidad a través de filtros mediáticos y la preeminencia del dogmatismo en un marco de supuesta libertad de conciencia.
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Autor: Iñaki Domínguez. Título: Sociología del moderneo. Editorial: Melusina. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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