Umbral escribió para El Mundo desde el nacimiento del diario. El primer artículo de su sección “Los placeres y los días” lo dedica el gran referente del columnismo contemporáneo a su amigo, y también maestro, Camilo José Cela, al que habían concedido el Nobel cuatro días antes. Sección coordinada por Juan Carlos Laviana.
Es leyenda que un día Cela explicó así sus iniciales —CJC—, «comer, joder y caminar», convirtiendo los tres infinitivos en lema de su vida. No le cabía un cuarto infinitivo, escribir, pero tampoco hace falta, pues que resume en él los tres anteriores, con lo que viene a decirse que es la suya una literatura vital, más de sensaciones que de ideas, más de cosas, olores y señoritas que de conceptos. De ahí la inmediatez con que llega a todos los lectores y se posa, brillante y lozana, en cualquier idioma.
Me decía Dalí que él era el héroe por tres razones, aunque solía olvidársele la última. Camilo Nobel es ahora héroe nacional por tres razones, y espero que no se me olvide ninguna: a saber, porque ha vencido a los misteriosos/tenebrosos señores que le niegan el «Cervantes», porque ha pasado por la izquierda a toda la escuela del angloaburrimiento que no se atreve a leerle por no enterarse de que es Quevedo (que seguramente tampoco les pone cachondos: van de frigipollas). Y, finalmente, Camilo es héroe porque ha vencido a Javier Solana, que cogió, agarró y dijo por catorceava vez: «Mientras yo sea ministro, Cela no será premio Cervantes».
—Mis paisanos, Paco, o sea los gallegos, son los únicos nacionalistas que quieren hablar una lengua extranjera: el portugués.
Francis Ponge era un francés que anduvo golfeando con los surrealistas y dijo una frase muy bien traída: «El poeta no debe dar nunca una idea, sino una cosa». Superado ese bromazo de la novela ensayo, superada por Cela la Escuela Romana del Pirineo, que es como se llamaban los escritores francofascistas cuando entonces, volvemos con Camilo a comer, joder y caminar, que es lo que se hace en las novelas con fundamento, de Cervantes a Jack Kerouac. Marina tiene el pelo liso y rubio, como un oro que escapa, y cuando ríe, Marina mucho, en su risa tiembla una niña mala. Si lo del Nobel sale antes, los socialistas, que no le quieren, hubieran metido a Cela en el vídeo, con Arancha. Todavía están a tiempo, que son muy despiertos.
Cela fue el parvulario de nuestra generación. En él aprendimos a leer literatura. Cela viene del tronco recio y corpulento del barroco castellano, y eso le salva y nos salva. No cree uno demasiado en los nacionalismos literarios, ni en los otros, pero aún cree uno menos en esos escritores dominicales que, como decía Juan Ramón Jiménez, parecen traducidos del inglés. Conocí a Cela completamente desnudo, o sea en bolas, sólo vestido de barba y de barriga/1965, en su piso de Ríos Rosas: «Hace un momento han subido unas monjitas de la caridad y al abrirles han salido corriendo. El caso es que yo iba a darles limosna». Por entonces tenía una editorial y de golpe me sacó mis tres primeros libros: «Buenos tiempos aquellos, ¿eh Paco?». Quería hacerme director de una revista que también quería sacar.
Esta casa alcarreña (a Camilo le quieren en la Alcarria desde su libro, y de hecho cenamos con miel clausurada aún en sus celdillas de cera) es un chalet sencillo con pocos libros y pocos cuadros (a la vista), sólo un lozano y misterioso culo femenino de Urculo y un perfume general de estreno y maderas nuevas. Pero Camilo le dijo a Marina cuando ella le llevó a la casa: «Joder, aquí voy a escribir como Gironella». CJC es el último del 98 y el primero de la vanguardia española. Viene de Torres Villarroel, pero él dice Cervantes para confundir y borrar sus huellas. Viene de Valle-Inclán, pero él dice Baroja a los hispanistas por marearles un poco. Cela, o sea, viene de Cela. «Oficio de tinieblas 5» es una antinovela lírica que, como el «Ulises», hay que leer a trozos para entrar en la pura literaturidad.
—¿Le ponemos otro tazón de leche a Salieri III?
—Como quieras, pero también le gusta la paella valenciana. Es un gato que funciona.
Mientras habla por teléfono con Estocolmo, Marina pasa a su lado y él le levanta la falda para mirar.
(Artículo publicado en el diario El Mundo el 23 de octubre de 1989)
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