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Combray - Marcel Proust - [Reseña] - Ricardo Labra - Zenda
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Combray

Yo sé cómo evocar los minutos dichosos (Charles Baudelaire) En nuestra tradición literaria abundan los nombres de ciudades o de lugares de ficción que enmarcan una geografía concreta, Comala, Macondo, Santa María; del mismo modo que existen nombres de lugares o de ciudades históricas que ven superpuesto a su centenario argumento cotidiano el develador manto...

Yo sé cómo evocar los minutos dichosos
(Charles Baudelaire)

El escritor, ya lo decía Balzac en su etapa de mayor precariedad económica, tiene la posibilidad de pagar con otra moneda, acaso menos tangible pero mucho más valiosa, como es por ejemplo inmortalizar en una de sus novelas al sastre que atendía sus perentorios requerimientos en aquella triste época. El escritor tiene el extraño don de poder nombrar la realidad, también de modificarla. La ficción siempre nos permite percibir de otra manera la realidad conocida, incluso, reelaborarla y recrearla en sus dimensiones y perspectivas. Algunas ciudades centenarias han llegado a tener dos nombres, después de que el escritor las renombrase en alguna de sus afortunadas fabulaciones, llegando a fusionarse sus fonemas como las dos caras de una escritura encubierta. Este hecho, nada excepcional, demuestra el poder transformador de la literatura, capaz de perpetuar la memoria de un sastre altruista o de modificar las dimensiones perimetrales de una ciudad.

"Quizá el nombre más transformador, el que nos lleva a todas las ciudades y las ensenadas de la literatura, sea el de Combray"

En nuestra tradición literaria abundan los nombres de ciudades o de lugares de ficción que enmarcan una geografía concreta, Comala, Macondo, Santa María; del mismo modo que existen nombres de lugares o de ciudades históricas que ven superpuesto a su centenario argumento cotidiano el develador manto de la imaginación, como sucede con Angoulêmeme (y Los dos poetas de Balzac), el Dublín de Joyce o la Praga de Kafka. Los lectores de La Regenta, por ejemplo, deambulan por Oviedo con la ilusión de encontrar la casa de los Quintanar, y es que Oviedo no ha dejado de transmutarse en Vetusta desde que Alas Clarín renombrase algunas de sus calles y perfilase con letra indeleble el índice de piedra de su catedral.

Pero quizá el nombre más transformador, el que nos lleva a todas las ciudades y las ensenadas de la literatura, sea el de Combray. Basta con evocarlo para que en el lector se desencadene un efecto similar al descrito por el propio Proust en su famoso episodio de la magdalena. Combray es el Rosebud de la literatura occidental, paladear su nombre no solo remite a los campanarios de Martinville, desde donde tal vez se vislumbren los paisajes más impresionantes del palimpsesto literario europeo, sino que, al mismo tiempo —acaso liberados por su sortilegio—, suscita los recuerdos que «han vencido a la muerte».

"Combray se ha convertido en un reducto metafórico —como una campana convocando a los recuerdos— capaz de promover nuestra memoria involuntaria"

Combray se ha convertido en un reducto metafórico —como una campana convocando a los recuerdos— capaz de promover nuestra memoria involuntaria, cumpliendo su rememoración la misma función genesíaca que desempeña en A la busca del tiempo perdido. Y utilizo esta denominación, que no me convence del todo, porque es la que maneja mi admirado Mario Armiño, traductor de la preciosa edición que sobre la primera parte del primer volumen de la heptalogía proustiana publica Nórdica libros. O mejor sería decir que Nórdica Libros utiliza una parte del inmenso trabajo de Mario Armiño sobre A la busca del tiempo perdido. Obra que el propio traductor ha vuelto a revisar desde su publicación en Valdemar (2000) en tres voluminosos volúmenes. Afortunadamente, el traductor ha modificado, por no decir corregido, el inicio con el que comienza la magna obra del escritor francés: «Me he acostado temprano, hace mucho» —quizá para darle la vuelta a la traducción de Pedro Salinas publicada por Alianza (1966): «Mucho tiempo he estado acostándome temprano»—, por el más proustiano «Durante mucho tiempo me acosté temprano».

La edición de Nórdica Libros recoge solamente la primera parte del primer volumen de A la busca del tiempo perdido, titulada Por la parte de Swann (denominación con la que vuelvo a tropezar, al considerar que en la misma se pierden en castellano sutiles matices connotativos). Es un libro, por lo tanto, que desgaja del mismo «Un amor de Swann» y «Nombres de países: el nombre». En realidad, es algo que se había hecho con «Un amor de Swann», y no solo en el cine, sino en ediciones españolas, como la traducción de Amparo Azcona publicada por Mestas Ediciones en 1999, o la recientemente editada bajo el sello de Austral, con traducción de Mauro Armiño. A Proust, con mayor o con menor fortuna, se le suele despiezar para que el lector no se asuste ante la magnitud de su obra y pueda, al menos, iniciarse en la lectura de la Recherche. Un poco de Proust es mucha literatura, por lo que transitar por las páginas de Combray equivale a realizar un largo y denso recorrido por algunos de los hitos de la más valiosa tradición literaria. El propio Combray es uno de ellos.

"Combray es una cima de la literatura universal, que funciona como una obertura de la sinfonía de A la busca del tiempo perdido"

Esta parece la principal intención de Nórdica Libros a la hora de enfrentarse a publicar una edición singular y diferenciada de Combray, en tapas duras, con un generoso cuerpo de letra —«tipos Arno Pro-12/15»—, y bellamente ilustrado por Juan Berrio. Ofrecer al lector menos iniciado en el dédalo escritural proustiano una preciosa publicación con áreas visuales de descanso, con la pretensión de ayudarle a establecer con sus ilustraciones un ritmo pautado de lectura.

Combray es una cima de la literatura universal que funciona como una obertura de la sinfonía de A la busca del tiempo perdido. Entre sus acordes el prisionero de la rue Hamelin brinda al lector las claves generales de su obra, pero lo hace con exigencia, por lo que muchos lectores se extravían en los somnolientos meandros de sus primeras páginas.

La prosa de Proust es la de un asmático, su escritura zigzaguea —como si taladrase intrincadas galerías y profundos túneles—, replegándose y estirándose en torno a largas frases, circunloquios interminables y encadenadas subordinadas. Los lectores que se estrellan con la trenzada urdimbre de su escritura suelen repetir los mismos argumentos que le hicieron sus primeros detractores, entre los que se encuentran: Jacques Normand (cuyo informe decidió el rechazo de Fasquelle para publicar Por la parte de Swann), André Gide (que informó negativamente para que se publicase en la N.R.F.), y Alfred Humblot, de la editorial Ollendorff, quien también terminaría devolviéndole su original.

"En Combray Proust despliega los cedazos con los que irá urdiendo la trama de su obra"

Jacques Norman señaló en su informe que consideraba Combray como la «monografía de un niño enfermizo, con el sistema nervioso trastornado, de una sensibilidad, de una impresionabilidad y de una sutileza meditativas exacerbadas». A André Gide se le atragantó la conocida metáfora de las «vertebras» que el escritor de la Recherche emplea para describir la frente de la tía Léonie, apreciación de la que pronto se arrepintió y que le obligó a entonar un mea culpa tras la aparición de Du côte de chez Swann: «No me separo de su libro desde hace varios días; me saturo de él con delicia, me recreo en él. ¡Ay!, ¿por qué ha de resultarme tan doloroso el amarlo tanto? Rechazar este libro habrá sido el más grave error de la N.R.F. y (que me avergüenza ser en buena parte responsable de ello) uno de los pesares, de los remordimientos más dolorosos de mi vida». Pero quizá el comentario realizado por Alfred Humblot sea el que más haya trascendido, debido a que expresa la opinión generalizada de la mayoría de los lectores expulsados por la prosa de Proust: «No puedo entender que un señor necesite 30 páginas para describir cómo da vueltas y más vueltas en la cama antes de conciliar el sueño».

En estos tres ejemplos quedan sintetizadas las dificultades y los retos a los que se tienen que sobreponer los lectores de cualquier volumen de la Recherche, no para completar su heptalogía, sino para culminar la lectura de los fragmentos de una de sus partes. En Combray, Proust despliega los cedazos con los que irá urdiendo la trama de su obra. Es como si en estas páginas iniciales quisiera no solo seleccionar a sus lectores, sino, sobre todo, prepararlos —formando a un nuevo tipo de lector— para la dura ascensión que les espera por las encarpadas sinuosidades de su prosa, tan carente, a veces, de oxigenación.

"La magdalena de Proust es Combray, su lectura nos permite sentir con intensidad el despliegue de nuestra memoria involuntaria"

Tal vez debido a esta exigencia, y saltándose sus páginas, algunas personas peregrinan ingenuamente a Illiers-Combray en busca de la magdalena de Proust, con el deseo de que su sabor les devuelva una experiencia semejante a la que el autor describe en la Recherche. Pero, en la mayoría de los casos, en lugar de activarse la memoria involuntaria, lo único que se activa en el viajero peregrino es su decepción.

La magdalena de Proust es Combray, su lectura nos permite sentir con intensidad el despliegue de nuestra memoria involuntaria, y acceder —tal y como describe el escritor parisino— a sus recónditos arcanos. En Combray, el autor de la Recherche nos presenta a algunos de sus principales personajes, como Swann, Bergotte, Vinteuil, la duquesa de Guermantes… Y también nos revela su pasión y su amor por la literatura, su deseo insobornable de ser escritor, sus dudas y su trabajo por merecer los dones perdurables de la escritura, auténtico leitmotiv de A la busca del tiempo perdido:

«cuán desolador me pareció, más todavía que antes, carecer de aptitudes para las letras, y deber renunciar por siempre a ser un escritor célebre. La pesadumbre que sentía, cuando me quedaba solo soñando un poco aparte, me hacía sufrir tanto que, para no padecerla más, mi mente, por sí misma, por una especie de inhibición ante el dolor, dejaba enteramente de pensar en los versos, en las novelas, en un futuro poético con el que mi falta de talento me prohibía contar»

El escritor tiene el extraño don de poder nombrar la realidad, incluso de renombrarla. Combray es buena prueba de ello.

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Autor: Marcel Proust. Título: CombrayEditorial: NódicaLibros. Venta: Todostuslibros.

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Ricardo Labra

Ricardo Labra, poeta, ensayista y crítico literario. Doctor en Investigaciones Humanísticas y master en Historia y Análisis Sociocultural por la Universidad de Oviedo; licenciado en Filología Hispánica y en Antropología Social y Cultural por la UNED. Es autor de los estudios y ensayos literarios: Ángel González en la poesía española contemporánea y El caso Alas Clarín. La memoria y el canon literario; y de diversas antologías poéticas, entre las que se encuentran: Muestra, corregida y aumentada, de la poesía en Asturias, «Las horas contadas», del libro Últimos veinte años de poesía española, y La calle de los doradores; así como de los libros de relatos La llave y de aforismos Vientana y El poeta calvo. Ha publicado los siguientes libros de poesía: La danza rota, Último territorio, Código secreto, Aguatos, Tus piernas, Los ojos iluminados, El reino miserable, Hernán Cortés, nº 10 y La crisálida azul.

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