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Claus y Lucas, en la espiral de Nunca Jamás - Zenda
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Claus y Lucas, en la espiral de Nunca Jamás

La trilogía de Agota Kristof cae sobre el lector como una única puñalada. Cuenta a golpe de tambor, sin tregua ni armisticio, la historia de una batalla contra el dolor y la soledad. Claus y Lucas es un tríptico. Su autora, Agota Kristof, nacida en Hungría en 1935 y exiliada en 1956 en Suiza, escribió...

La trilogía de Agota Kristof cae sobre el lector como una única puñalada. Cuenta a golpe de tambor, sin tregua ni armisticio, la historia de una batalla contra el dolor y la soledad.

Algunos lectores tenemos suerte. Libros del Asteroide trae a España una reedición muy especial: la de Claus y Lucas, una novela que, curiosamente, nunca fue publicada por su autora con ese título y, sin embargo, es la mejor de las ediciones, porque ofrece, de un tirón y sin tiempo para respirar, un bucle perfecto y redondo. Infinito.

Claus y Lucas es un tríptico. Su autora, Agota Kristof, nacida en Hungría en 1935 y exiliada en 1956 en Suiza, escribió la primera novela, El gran cuaderno, en 1986; la segunda, La prueba, en 1988, y la última, La tercera mentira, en 1992.

Seis años entre ellas. En seis años, un autor o autora crece, madura, cambia, se desdice y se contradice. En seis años, dos personajes llamados Claus y Lucas pueden recorrer el camino de sus propias vidas con tiempo suficiente como para rectificarse a sí mismos y para reeditarse en el pensamiento de su creadora.

Pero, como decía, tenemos suerte quienes hemos llegado a ellos mucho después de que nacieran y los hemos conocido de un único golpe, juntos sus tres capítulos, unidos en un solo puñetazo lanzado al corazón.

"La trilogía comienza con la historia de dos niños que viven en una suerte de mundo distópico pero identificable, forzados a ser adultos, creciendo y viajando a un lúgubre País de Nunca Jamás "

Y, con todo, quién lo diría. Quién diría que Kristof no lo tenía planeado de antemano, que sus personajes no le nacieron de la cabeza en una noche de lucidez en la que su cerebro escribió una sola y magnífica novela, aunque después tardara seis años en parirla.

Sea como fuere, tenemos suerte, amigos lectores, los que ahora nos acercamos a su criatura sin haber tenido que esperar seis largos años entre la primera y la última.

Claus y Lucas, entera y de una pieza, es un ejemplo extraordinario de literatura sin concesiones. Entra directa al alma, la zarandea hasta que de ella caen las hojas secas y después la deja desnuda.

La trilogía comienza con la historia de dos niños que viven en una suerte de mundo distópico pero identificable. Son dos niños forzados a ser adultos, creciendo en cada una de las novelas y viajando a un lúgubre País de Nunca Jamás que, en honor a su nombre, les une hasta fundirlos, después les separa y al final los pone a volar en un tirabuzón interminable, posiblemente sin tocarse.

Juntos y, sin embargo, solos.

En El gran cuaderno, los gemelos son abandonados junto a una abuela salvaje y aborrecible en tiempos bélicos, claramente los de la Segunda Guerra Mundial y la ocupación nazi, sin mencionarlas. Lo cuentan los dos en primera persona del plural, en un escalofriante “nosotros” que reta al lector a entenderlos como un todo sin fisuras, capaces de ver, oír, respirar, matar y morir al unísono.

"Lo que queda en el lector que lo lee de principio a fin y sin tregua es el puñetazo. Peor aun: una violenta puñalada, derecha al corazón"

En La prueba, uno de ellos, Lucas (o tal vez Claus, quizás Klaus, quién sabe) crece y lucha por sobrevivir en carne viva en un país de fronteras minadas y salidas valladas, como los de la posguerra y el régimen soviético. Está narrada en tercera persona, aséptica y tan hecha de nudos como todas las demás personas. También tan atroz como ellas.

Y en La tercera mentira, los dos consiguen que las piezas del puzle, que hasta entonces se mantenían volando en el ojo de un torbellino, se asienten y, al fin, compongan una figura de silueta precisa. Hablan alternativamente en primera y tercera persona, ambos trenzados por el dolor y el recuerdo. Solo así consiguen explicarse.

Porque, después de seis años de gestación en la mente de Agota Kristof, todo encaja. Todo tiene sentido.

Lo que queda en el lector que lo lee de principio a fin y sin tregua es el puñetazo. Peor aún: una violenta puñalada, derecha al corazón. Desde la primera línea hasta la última.

Cada historia se cuenta y se lee a toque de tambor, a pesar de las comprensibles variaciones de estilo que la escritora pudo experimentar en seis años (Kristof escribió en francés, que no fue su lengua materna sino de adopción), claro está.

Cada palabra, cada letra contribuyen a la puñalada.

Sin apellidos, solo nombres de pila. Sin países, sin ciudades, sin identidad. Escrito todo en frases cortas como mazazos, fibrosas e inclementes, desprovistas de la merced de la poesía y de la misericordia del paréntesis.

Frases sin sentimientos, porque los sentimientos son discutibles. Lo dicen ellos mismos, al confesar con su “nos” mayestático que se han impuesto, por ejemplo, escribir “comemos muchas nueces y no nos gustan las nueces, porque la palabra gustar no es una palabra segura”. Lo explican:

“Las palabras que definen los sentimientos son muy vagas; es mejor evitarlas y atenerse a la descripción de los objetos, de los seres humanos y de uno mismo, es decir, a la descripción de los hechos”.

Y así, los tres libros.

Con dos denominadores comunes: el dolor y la soledad.

Redoble de tambor al hablar de la soledad de la guerra. Una mujer, conversando con heridos y lisiados que regresan del frente, responde a la acusación de quien cree que las mujeres no saben:

“¿Que no hemos visto nada? ¡Imbécil! Nosotras hacemos todo el trabajo, tenemos todas las preocupaciones: alimentar a los niños, cuidar a los heridos… Vosotros, una vez que acaba la guerra, sois todos unos héroes. Muertos: héroes. Supervivientes: héroes. Mutilados: héroes. Y por eso habéis inventado la guerra vosotros, los hombres. Es vuestra guerra. Vosotros la habéis querido, ¡así que hacedla, héroes de mierda!”.

Redoble de tambor al hablar del dolor de la muerte. Cuando un niño (otro que no es ni Claus ni Lucas) pregunta por su familia desaparecida:

“Esa es la única diferencia entre los muertos y los que se marchan, ¿verdad? Los que no están muertos vuelven”.

Redoble de tambor al hablar de la soledad de la muerte. Pregunta Claus: “¿Por qué duermen todos menos yo?”. Y le contestan: “Es así. A veces ocurren estas cosas. Toda una familia se pone a dormir y el que no duerme se queda solo”.

Redoble de tambor al hablar de la soledad sin amor. A Lucas le preguntan por qué ha vivido siempre solo. Y responde, seco: “No lo sé. Tal vez porque nadie me enseñó a amar”.

Redoble de tambor al hablar del dolor de la vida, cuando un hermano cuenta lo que quiere decirle al otro:

“Le digo que la vida es de una futilidad absoluta, que no tiene sentido, es una aberración, un sufrimiento infinito, un invento de un No-Dios cuya maldad rebasa la comprensión”.

Y redoble final y estruendoso de tambor al hablar sobre el sentido último de la soledad y del dolor:

“Hacerse preguntas es peor que saberlo todo”.

Porque puede que tal sea el fin escondido de una trilogía así: formular preguntas en soledad para que despierte el dolor dormido.

"Claus y Lucas, suspendidos en la espiral perenne del dolor y de la “insoportable soledad” de su propio Nunca Jamás"

Cuando Claus y Lucas niños deciden endurecerse el cuerpo, lo hacen “para soportar el dolor sin llorar”. Se dan bofetadas y se dicen: “No ha dolido”. Se golpean con el cinturón y se dicen: “No ha dolido”. Pasan las manos por encima de una llama, se cortan con un cuchillo, se echan alcohol en las heridas. Siempre se dicen: “No ha dolido”. Y, si la abuela les pega, gritan: “¡Más, abuela! Mira, ponemos la otra mejilla”.

“Solo queremos vencer el dolor, el calor, el frío, el hambre, todo lo que duele», con el único fin de «hacer soportable la insoportable soledad”.

Claus y Lucas, suspendidos en la espiral perenne del dolor y de la “insoportable soledad” de su propio Nunca Jamás, aciertan con la puñalada en todo el centro del corazón.

Se expresan del mismo modo en que Peter Pan respiraba, a inhalaciones cortas y rápidas, porque cada vez que uno respira muere un adulto, y Peter quería matarlos a todos en venganza lo más rápidamente posible.

Claus y Lucas matan a un adulto cada vez que hablan.

Y después, el adulto que los lee resucita y se pone a pensar.

Eso, y quizás nada más que eso, es la alta literatura.

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Autora: Agota Kristof. Traductoras: Ana Herrera y Roser Berdagué. TítuloClaus y LucasEditorial: Libros del Asteroide. VentaAmazonFnac y Casa del Libro.

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Yolanda Guerrero

Yolanda Guerrero (Toulouse, Francia, 1962) estudió Periodismo en Madrid y trabajó en Londres para el Instituto Internacional de Prensa (IPI, por sus siglas en inglés), dedicado a la defensa de la libertad de prensa en el mundo. En 1987 entró en El País, donde desarrolló prácticamente toda su carrera profesional: fue responsable de la edición latinoamericana y cubrió como enviada especial eventos relacionados con comercio exterior y política internacional. Escribió para prácticamente todas las secciones del periódico y, a partir de 2010, coordinó el suplemento semanal que The New York Times editaba en español conjuntamente con El País. Dejó este diario y el periodismo en 2013 para lanzarse de nuevo a la aventura de la ficción, ya iniciada en 1997, cuando quedó finalista del IX Premio Ana María Matute, de Ediciones Torremozas, con el cuento El color del humo. Su primera novela, El huracán y la mariposa, ha sido publicada por la editorial Catedral, en 2017. La segunda, Mariela, llega a las librerías el 25 de abril de 2019, publicada por Ediciones B. @YolandaGDome

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