La editorial Laetoli cuenta en su catálogo con una enjundiosa y fundamental colección de Los Ilustrados. Por diferentes razones, muchos de los autores de este movimiento han sido ignorados —cuando no deliberadamente silenciados—, y ahora llegan plenos de salud y vigor en un momento en el que sus escritos tienen mucho que decir. El carácter inédito en español de la mayor parte de los títulos que recoge tal colección adquiere una mayor importancia, si cabe, gracias a un diseño de portada muy acertado y más que atractivo, que no sólo facilitará la inmersión en una tradición de pensamiento característicamente subterránea, sino que permitirá a los lectores formar una colección de una vistosidad sin parangón en el universo editorial de los libros de filosofía.
Julien-Offray de La Mettrie resulta conocido entre los estudiosos de la historia de la Filosofía como uno de los miembros de la tradición más encarnizadamente materialista (junto a Holbach, Meslier o Helvétius). Una corriente que ve la luz en los albores del pensamiento griego (Leucipo, Demócrito) y que encuentra continuidad en autores latinos posteriores como Lucrecio y su extenso poema De rerum natura. A pesar de haber dado con importantes trabas con la imposición en Europa del aristotelismo, y tras la Escolástica medieval, el materialismo vuelve a cobrar renovadas fuerzas en la época de la llamada Ilustración radical francesa, cuando comienzan a cuestionarse algunos dictados metafísicos heredados de Descartes y de la corriente filosófica más apegada al canon de la religión cristiana. A ojos de un autor como La Mettrie, como apunta en su obra El arte de gozar, Descartes supone un paso necesario en la historia de la Filosofía, pero del todo insuficiente. Nuestro protagonista se propone pensar hasta el fondo el hecho de que no podamos extraer más consecuencias de nuestro contacto con la naturaleza que las que nos permite sondear nuestra experiencia. En La Mettrie se dan cita los ahíncos de los empiristas ingleses (fieles lectores del Novum Organum de Bacon), de Newton y su intención de fundar una nueva metodología de las ciencias y, por último, la teoría del conocimiento de Locke. Su dictado: no más elucubraciones, no más sesgos metafísicos; la experiencia nos dota de todo cuanto necesitamos saber. El conocido problema de la relación entre alma y cuerpo, explicitado por el propio Descartes, queda de esta manera sentenciado. Lo racional de nosotros no es sino la manifestación anímica de lo corporal. La materia contiene en sí misma el principio del movimiento, no precisa de una instancia racional o espiritual que la ponga en funcionamiento. No existe ser extraño o ajeno al propio cuerpo que inicie su marcha. Los estados del alma son siempre correlativos a los del cuerpo. Un autor fundamental, fatalmente olvidado de los programas académicos universitarios, que nos invita a tener como únicas armas del ser humano la cultura y la educación, que nos humanizan, que nos ensalzan, y que nos ayudan a situarnos a la altura de nuestra especie.
En el período comprendido entre los años 1746 y 1747, Diderot redacta un breve pero compendioso y descarnado opúsculo hasta ahora inédito en español: El paseo del escéptico, obra de la que ya podemos disfrutar en español gracias a la fantástica edición publicada por Laetoli en su colección de Los Ilustrados, en traducción de Elena del Amo, con estudio del investigador del CSIC Roberto R. Aramayo y epílogo de Mario Bunge. En una sociedad aún presidida por un gobierno represivo y absolutista, los escritos de Diderot no podían pasar desapercibidos, hasta el punto de que fue encarcelado en la prisión de Vincennes durante algunos meses, donde recibió la visita de su aún amigo Rousseau —con quien acabaría francamente mal—. A partir de este momento, la carrera de nuestro protagonista se hace meteórica, publicando obras de todo tipo hasta el final de sus días el 31 de julio de 1784, a las puertas de la Revolución francesa. Su labor intelectual fue reconocida por las mentes más preclaras de la Europa ilustrada; incluso monarcas como Federico II de Prusia (a quien Diderot, por cierto, despreciaba) o Catalina II de Rusia (quien se convirtió en una auténtica mecenas) se plegaron ante su capacidad de trabajo. El paseo del escéptico, acaso la primera obra de la etapa de madurez de Diderot, encierra con verdadero fulgor toda la fuerza persuasiva y argumental de quien no pudo más que pujar por sus creencias más profundas: un deísmo bien entendido, la libertad de conciencia y de expresión, la importancia de un gobierno preocupado por la sociedad y, sobre todo, la entereza de un ser humano que emprende la aventura del pensamiento. Un pensamiento crítico, reflexivo, a veces pertinaz, que no desea dejar ningún cabo suelto. La mordacidad de Diderot no es violenta ni resulta ofensiva; su mordacidad, al contrario, es fruto de quien recoge los frutos de una profunda meditación, pero, a la vez, de quien se ve en la obligación de intentar cambiar las cosas. Como escribe en esta misma obra, “imponedme silencio sobre la religión y el gobierno y no tendré nada más que decir”.
Destacamos, por último, a Paul Heinrich Dietrich, más conocido como barón de Holbach (1723-1789), todo un hito en la literatura ilustrada del siglo XVIII. A pesar de su noble origen, muy pronto, tras el funesto fallecimiento de su mujer, Basile-Geneviève d’Aîne en 1754, conoce el lado más oscuro de la existencia. Como explica el profesor Josep Lluís Teodoro en el excelente epílogo de las Cartas a Eugenia. Preservativo contra los prejuicios, “fue precisamente la muerte de su esposa en la plenitud de la vida y el miedo de ésta, ferviente creyente, a los castigos de ultratumba, lo que decidió al barón a dedicar sus esfuerzos a la lucha contra el fanatismo religioso”. Holbach presenta la filosofía como la soberana que permite el uso libre de la razón. Ésta ha de luchar, en terrible y definitiva batalla, contra el arrollador vasallaje al que nuestro entendimiento es arrastrado bajo el imperio de los prejuicios religiosos, pues “decir que la religión está por encima de la razón es reconocer que no está hecha para seres racionales”, asegura nuestro protagonista. Un nefasto influjo que se extiende, además, a los gobiernos. Como denuncia en el Ensayo sobre los prejuicios, “la política se cree obligada a engañar a los pueblos, a mantenerlos en sus tristes prejuicios y a aniquilar en todos los corazones el deseo de aprender y el amor a la verdad”. Por ello, y como se apunta en el completo epílogo que cierra otra de las obras que componen esta magnífica colección, Etocracia. El gobierno fundado en la moral, “el barón Paul Henri Thiry d’Holbach es uno de los abanderados de la ilustración radical […]; sus libros fueron repetidamente motivo de escándalo y censura pública, pero Holbach huyó siempre del protagonismo escondiéndose tras un pseudónimo”.
Los Ilustrados es una colección arrolladora, necesaria, cáustica e irreverente, culturalmente fundamental, que ayuda a afrontar, con las armas intelectuales de autores sin pelos en la lengua (Helvétius, Condorcet, Maréchal, Spinoza, o los ya mencionados Meslier, Holbach o Diderot), los problemas contemporáneos con una actitud decidida y, ante todo, comprometida con la verdad.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: