Exilio, patria, literatura. Hablamos con dos mujeres que tienen en común la lengua, el paisaje y el amor por los libros.
Clara Obligado nació en Buenos Aires. Exiliada política de la dictadura militar, desde 1976, vive en España. Es licenciada en Literatura, y ha dirigido los primeros talleres de Escritura Creativa que se organizaron en este país. Galardonada con numerosos premios, como el Femenino Lumen por su novela La hija de Marx o el premio de novela breve Juan March por Petrarca para viajeros, es autora de numerosos libros de ensayo y cuentos, además de colaborar en diversos medios periodísticos, y su obra ha sido traducida a diferentes idiomas.
Luciana Velázquez Méndez, italoargentina nacida en Ramos Mejía (Buenos Aires) en 1982, reside en España desde 2007. Ha vivido en Girona, en Madrid y desde 2019 en Granada, donde ha abierto ¡¡¡Tremenda!!! librería en el barrio del Realejo, en diciembre de 2020.
Ellas nos hablan del envés y la trama de los transterrados.
*******
—Clara, llevas en España desde el año 76. ¿Qué fue más difícil, el exilo de la lengua o el de la tierra?
—El exilio de la tierra es el más evidente, y se da desde el primer minuto, mientras que el exilio de la lengua es un proceso muchísimo más lento, cuando tú crees que hablas un idioma y te das cuenta de que no es así. Recuerdo la primera vez en España subirme al tren con dos andaluces y no entender absolutamente nada. Poco a poco vas asimilando las palabras, pero a la vez te das cuenta de los equívocos, que en mi caso sigo manteniendo: esa palabra que para ti quiere decir una cosa y aquí cualquier otra. O ese matiz que tú tenías, y era cariñoso, aquí es hostil, o al contrario. Hay una extranjería que es permanente cuando uno pasa de un castellano a otro castellano.
—¿Cómo se lleva eso a la hora de escribir?
—No es fácil. Pero te diría que yo creo que soy escritora por todo eso, justamente. No era mi proyecto; yo quería ser profesora y crítica en Argentina y creo que cuando me amputaron mi país y mi idioma necesité hace un puente de palabras. Siempre digo que yo escribo en versión original y me leo a mí misma en versión subtitulada. Siempre manejando dos registros del idioma. Yo escribo en el castellano de aquí y hablo en el castellano de allá.
—¿Y eso se construye en el tiempo, o se asume?
—Se asume. Ni se aprende ni se construye, es algo que pasa. Es como una manera de querer las cosas.
—Siguiendo en el exilio fértil que es tu literatura, en este hermoso libro que acabas de publicar en la editorial Páginas de Espuma, Todo lo que crece, la infancia lo inunda todo. ¿Es la infancia el desarraigo más grande de todos o el más novelable?
—Es muy difícil lo que preguntas. Yo en este libro trabajo el espacio anterior al lenguaje, y no casualmente. Quería contar ese momento en que eres un niño con sensaciones, todavía organizando un mundo que todavía no sabes nombrar. Yo es que esto lo recuerdo. Me recuerdo a mí misma diciéndole a mi padre “sombrero” cuando quería decir “bombero”. O sea, oía un camión de bomberos y usaba otra palabra. Esta confusión a mí me inauguraba con los problemas del idioma, con la intuición de que no es lo mismo lo que suena que lo que es. Cuando crecí me encontré con otros autores que reflexionan sobre esto, como María Zambrano.
—Sí, la nombras en tu libro y también a otras escritoras importante para ti. ¿Cuáles son tus mujeres en la literatura?
—Montones. Mira, yo me he pasado la vida recuperando mujeres. Tengo un libro que se llama Mujeres a contracorriente y otro titulado ¿Por qué las mujeres no están en el arte? O sea, me considero feminista desde los dieciocho años, aunque eso sí, a mi manera, que es una manera digamos relajada, pues así es mi carácter.
—¿Elegirías a alguna mujer en especial de esa larga nómina vital?
—Pues mis mujeres siempre han sido aquellas que me dicen algo, las que me sirven de modelo.
—En el libro dicen que estás como suturada a las historias y los personajes de la escritora Shirley Jackson.
—Ah. Sí, claro. A Shirley Jackson yo la leí hace poco en realidad, y me di cuenta de que soy parecidísima. Lo que pasa es que esa mujer estaba loca como un chivo y sus personajes más todavía (risas). Pero sí, no me queda más remedio que reconocer que yo parezco cada vez más un personaje salido de una de las novelas de la Jackson. También me fascina Alice Munro, pero ella es un carácter puritano y yo carezco de carácter puritano. En cambio, las otras están locas, y ahí sí. Mi marido siempre dice que yo soy “una loca mansa”. Creo que es verdad. Es una buena definición.
—Escribes este libro de infancia durante el confinamiento. Un destierro en el destierro.
—Sí, bueno, yo creo que, independientemente del confinamiento y la pandemia, este libro surgió por lo inevitable. Con la edad uno vuelve a hacerse las grandes preguntas. A eso hay que unirle los nietos si tienes la suerte, como en mi caso, de vivirlos. Los nietos te reeditan la infancia, ver a tus hijas siendo madres. La vida empieza a mirarse para atrás. A mí ésta me parece una etapa fascinante de la vida de la mujer. Al contrario de lo que la sociedad ha querido establecer, que la vejez es una etapa denostada, creo que para una mujer es la mejor época de su vida, cuando todos los problemas y todo aquello que tú tienes que mostrar o demostrar desaparece y te conviertes por fin en un personaje de Shirley Jackson (risas). Vamos, en ti misma. Es una libertad fascinante.
—En tu caso, Luciana, tú abres la librería junto con tu socio y compañero sentimental en plena resaca del confinamiento.
—Sí, así es. En nuestro caso, después de vivir en Madrid y Barcelona llegamos a Granada porque mi compañero, que es músico, había firmado un contrato para dar clases en una escuela de música. Pero el COVID acabó con todo. No teníamos trabajo, ni libertad, ni futuro. Como le ocurrió a mucha gente. Entonces, en vez de lamentarnos, decidimos hacer de la crisis una oportunidad. Rescatamos la vieja locura de montar una librería. El confinamiento nos permitió disponer del tiempo suficiente para dedicarnos de lleno a elaborar el proyecto y presentar las solicitudes legales para las ayudas, que es todo un mundo complejísimo, y así, finalmente y para nuestra sorpresa, aquel sueño se hizo realidad. Hoy esta librería es un lugar de encuentro y mucha felicidad, la verdad.
—¿Cómo se llama?
—Inevitablemente, se llama Tremenda Librería y está en la calle del Molino, 22, en pleno barrio del Realejo de Granada.
—En este libro el paisaje argentino es protagonista. ¿De qué manera el paisaje de aquella infancia te consuela del exilio, Clara?
—El exilio no tiene consuelo, tiene posturas para vivirlo mejor. Es como si te amputaran un brazo: ya no vuelve a salir. Puede ser que tengas una habilidad loca con la mano que te queda, pero sigue siendo una carencia. Sin embargo, y eso es algo que trato de reflejar en mis libros y también en la vida, no toda carencia es negativa. Las carencias, como decía Luciana, bien trabajadas, pueden ser oportunidades.
—Pero hay también en ese paisaje un alegato ecológico.
—Por supuesto. Es evidente que vivimos desde hace años una crisis ecológica bestial, y cada uno la piensa como puede. Yo la pienso desde la literatura. Este libro es un homenaje mío a la Naturaleza, a lo que somos. Esto, que ya era en mí un pensamiento muy reflexionado, la pandemia vino a marcarlo más todavía.
—Parece que la pandemia queda ahora muy lejos, porque ha llegado la guerra y ha devorado toda la atención en los medios de comunicación.
—¿Pero qué es la pandemia sino una gran guerra? Hubo más muertos, pero ocultos. La pandemia es una guerra más silenciosa y siniestra.
—La guerra, sin duda, es más visual; es carne de reporterismo. ¿Cómo os habéis sentido viendo todas esas imágenes de exiliados de su patria con los que, al fin y al cabo, compartís una memoria común de lejanías y pérdidas?
—C: A mí me parece que esto no ha terminado nunca. Desde que el hombre es hombre es salvaje y mata a sus congéneres. Quizás los que nos consideramos trabajadores de la cultura tenemos que hacer la guerra en el otro sentido. Esta guerra sucede en Europa y miramos con una atención diferente. Pero ¿y el Congo o Afganistán? Miramos lo que queremos mirar.
—L: En mi caso debo decir que llevo mucho menos tiempo en España que Clara, ahora hace 15 años que vine para acá. Y mi situación no tiene nada que ver con un exilio, yo vine porque quise; nada me obligó a dejar mi patria y cambiar de lugar. De todas formas, haciendo hincapié en la extranjería como patria, para mí es algo que está en mi sangre. Es decir, mis cuatro abuelos fueron extranjeros, mi padre es extranjero y ahora yo soy extranjera. Por supuesto que la emigración masiva que está originando la guerra de Ucrania es un fenómeno que traerá consecuencias todavía imprevisibles para Europa y para el mundo, pero realmente, con pandemia o sin pandemia, con guerra o sin ella, la gente se mueve continuamente. Es el destino de la Humanidad, y cada tiempo toca verlo con mayor foco. Pero el mundo se mueve, siempre se movió.
—¿Es la literatura del exilio un género?
—C: No, yo creo que no. Mi búsqueda es darle voz a una forma de moverse que no tiene voz. Buscar una literatura que represente al transterrado. Esa es mi búsqueda, con todos los límites que pueda tener.
—Desde que empezó la guerra de Ucrania, en tu librería, Luciana, ¿has notado que la gente pide otro tipo de libros?
—Sí, pero en un porcentaje mínimo. Ahora veo más preocupación por las novelas rusas clásicas, por ejemplo, más que por libros de carácter sociológico. También por ensayos de historia, ensayos actuales. En la pandemia pasó igual: la gente pedía libros de ciencia. Pero en general, la novela sigue siendo el refugio del lector que viene a mi librería. No veo tanto deseo de información como el anhelo de evasión en novelas policíacas, clásicas o históricas.
—¿Cómo es tu clientela lectora?
—L: En mi librería, que es pequeña pero muy activa, con charlas, encuentros, cuentacuentos, presentaciones… el lector siempre está abierto a nuestro consejo como libreros. Te escuchan, atienden a tus recomendaciones. Gustan venir a la librería para obtener el intercambio de información, la charla, la opinión, el descubrimiento. De alguna manera confían en mí, y eso me obliga a estar al día en las novedades, pero también a conocer a mis clientes, saber sus gustos, sus anhelos, para poder recomendar de forma personalizada en la medida de los posible. Hay una cercanía que es imposible en librerías grandes y más impersonales, claro.
—¿Y hay mayor interés por la literatura española o por la extranjera?
—L: Pues es una buena pregunta. En mi librería quizás hay un mayor interés por la literatura extranjera porque yo soy extranjera. Es inevitable.
—Las dos vivís de los libros. ¿Como ayuda la literatura a soportar el desarraigo?
—C: Yo no puedo entender cómo alguien puede vivir sin leer. No sin escribir, que se puede vivir muy alegremente, pero sin leer… La literatura es, en primera instancia, reflexión sobre el mundo. Francamente, ¿cómo entienden esta realidad tan confusa si no leen?
—L: Bueno, para nosotras, de alguna manera los libros son nuestra patria.
—C: Yo casi preferiría la palabra matria, por lo acogedor de la idea. Digamos que la matria es lo que te acoge con dulzura. Como dirían los mexicanos, lo que te “apapacha”.
—No podemos terminar esta charla sin preguntarte por Borges, Clara, al que tu familia y tú misma conocíais.
—C: Sí, sí, claro. Mi padre no quería nada a Borges y yo lo adoraba como escritor, nunca nos pusimos de acuerdo. Pero ese diálogo entre mi padre y yo era un puente de intercambios muy fructífero.
—¿Cómo era Borges?
—C: Borges era un tipo tímido, muy educado, muy irónico, muy respetuoso de los demás. Lo tuve de profesor en la facultad. Yo tenía 22 o 23 años e iba a verlo a la Biblioteca Nacional, y Borges escuchaba y te decía: “Pero qué interesante lo que vos decís”. Y yo me preguntaba si realmente lo pensaba (risas). Pero a él lo que le gustaba era hablar de literatura. Todo el tiempo. Borges vivía dentro de los libros. En los exámenes orales nunca discutía contigo. Te sentabas ante un Borges mudo y luego te ponía un 10 “por el rato agradable de charlar con esta señorita”.
—L: Una imagen totalmente opuesta a la que solemos tener los lectores que no lo conocimos, pues a veces se presenta como un tipo irónico, casi hostil, muy duro. Y para nada.
—¿Tú recomiendas la lectura de Borges en tu librería, Luciana?
—L: Pero por supuesto. ¿Pero cómo noooo? (con acento forzado argentino, risas) No, en serio, cuando me piden recomendación, yo hago muchas preguntas antes. Es que soy argentina, llevo un sicólogo dentro, no lo puedo evitar (más risas). Más allá del cliché, recomendar un libro es la tarea más difícil que hay para un librero; es una enorme responsabilidad. Y a mí no me gusta que mis lectores «padezcan» los libros, sino que los disfruten.
—¿Cómo recomendarías, en pocas palabras, a un cliente de tu librería este libro de Clara Obligado, Todo lo que crece?
—L: Pues le diría: «Este libro debes leerlo porque es un bálsamo para cualquier persona que quiera entender la escritura y la extranjería». Un libro que, de alguna forma, legitima la añoranza. ¿Y qué, si no eso, es en realidad la Literatura?
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: