Son las cinco de la tarde de un siete de julio. La madrileña cuesta de Moyano se convierte en la de Santo Domingo durante el centenario de la primera visita de Ernest Hemingway a España. Se trata de la tertulia «Toros y literatura», el evento que inaugura el programa organizado por la Asociación ciudadana Soy de la Cuesta, en colaboración con la Asociación de Comerciantes del Barrio de las Letras, para conmemorar el episodio histórico. Los escritores y periodistas Rubén Amón, Verónica del Haro, Jorge F. Hernández y Antonio Pradel están aquí para dar inicio al centenario dedicado al Nobel, que se pasea con trapío, como un astado recién salido de toriles, incluso cien años después.
Saltar al ruedo, a la novela
El hallazgo de lo taurino empuja definitivamente a Hemingway hacia la novela, asegura el escritor mexicano Jorge F. Hernández para romper el hielo de esta tarde sofocante. «Hemingway comienza a escribir de toros atraído por la juerga, impresionado por todo lo que está alrededor del toro: la plaza, el tendido, el alcohol. En ese momento no deja de ser periodista, de glosar lo que ve, de narrar los detalles. Pero se da cuenta de que necesita más, de que no basta el cuentista para narrar lo que ocurre en el ruedo. Por eso estamos ante un escritor que combina dos tintas: lo verificable y lo inverificable, que es lo que acaba imaginando y desemboca en sus novelas».
«Hemingway exagera. Se vuelve incluso hiperbólico, porque es un contador de historias», comenta la escritora y profesora de la Universidad de Murcia Verónica de Haro. A pesar de las exageraciones en las que incurrió el americano, entre ellas la de decir que le había cogido un toro cuando en realidad se trataba de una vaquilla, comentan los panelistas, Hemingway tiene un fino olfato para desentrañar la tragedia que tiene frente a sí. A juzgar por la historia, Gertrude Stein debió de ser una visionaria o una astuta. A la Generación perdida la bautizó y la maldijo. A Robert Graves le habló de Palma de Mallorca como un paraíso, siempre que fuese capaz de soportarlo. A Hemingway lo conminó a venir a España, «un país lleno de gente espontánea» y al que la Primera Guerra Mundial no había machacado. Tuvo razón, porque aquí Hemingway consiguió la materia prima de ¿Por quién doblan las campanas?, ambientada en la Guerra Civil Española.
«No es las campanas, sino la campana», puntualiza Ramón Buckley, guía de la ruta Por quién doblan las campanas por la sierra de Guadarrama e hijo del corresponsal del Daily Telegraph en España y amigo de Hemingway Henry Buckley. «El título en inglés es For whom the bell tolls. Es «la» campana», refiere sobre aquella historia tejida alrededor de la historia de Robert Jordan, un profesor español oriundo de Montana, que lucha como especialista en explosivos en el lado republicano y a quien el general Golz le encarga la destrucción de un puente decisivo para evitar el paso de los nacionales durante la ofensiva de Segovia. Buckley está aquí esta tarde porque su presencia en la celebración del centenario es importante. Es el heredero de un mito y, por tanto, su amanuense.
Sea como fuere, en el Hemingway taurino carbura el Hemingway novelista, el que dará el paso a su torrencial ensoñación sobre lo que España significa en su cabeza. Frente a la estatua de Pío Baroja, a quien el americano visitó en su lecho de muerte para decirle que si alguien se merecía un Nobel era él, estas glosas aluden una gran ficción, la que Hemingway escribió sobre España, los toros, el valor, la hombría, las mujeres, incluso sobre sí mismo. «España es el último buen país», dijo Ernest Hemingway a un periodista del Diario de Navarra, que Gregorio Marañón Burns recogió en su Hispanomanía (Galaxia Gutenberg). «Spain is the last good country», esas fueron las palabras con las que el Premio Nobel confeccionó una España a la medida de sus ensoñaciones, como lo hicieron los franceses e ingleses que viajaron en los siglos XIX y XX y acuñaron la imagen de España como «un lugar diferente y excepcional», acaso exótico. La España de los Sanfermines, contada por Hemingway, se parece a la de Merimée. Una bellísima ficción, un retrato desde dentro escrito por gente de fuera.
Lo irrepresentable
Hasta que la prensa no exhumó su biografía, pocos recordaban a Sidney Franklin, un matador de toros estadounidense, homosexual y de origen judío cuya carrera se desarrolló entre los años 20 y 50 y quien Hemingway retrató en Muerte en la tarde. La tragedia es importante en la narrativa de Hemingway. La pule como a un rifle de caza. Por eso sabe entenderla y narrarla. «Hemingway capta el mito de la tragedia taurina. Comprende el mito de lo grave», dice Rubén Amón. Y justo por ese motivo, porque lo entiende, la aprovecha. «¿Hasta qué punto, cuando escribe de Sidney Franklin, no habla sobre sí mismo?», sugiere Jorge F. Hernández para hablar de ese Hemingway masculinamente exagerado, joven y decrépito, fascinado por una épica que lo abduce… o lo vaticina.
«Me interesa la mirada del extranjero y, sobre todo, la mirada del que no sabe de toros», puntualiza Antonio Pradel. «Le ocurrió a Chaves Nogales. No sabía nada de toros y con su Juan Belmonte consigue escribir uno de los libros más trascendentes». La tauromaquia, insiste Pradel, está muy por encima de lo pintoresco y lo folclórico y es, por naturaleza, renuente a la ficción, insiste. «Todo libro de tauromaquia planteado como ficción es decepcionante. La novela taurina está por escribir y la película taurina por hacerse». «Poner palabras a una emoción es difícil», contesta Verónica del Haro a la pregunta de Rubén Amón sobre si sólo es posible acercarse a los toros desde la distancia. Es necesario entenderlos, contesta Del Haro, pero no suficiente. A pesar de la larga conversación, la tauromaquia pertenece a la esfera de lo irrepresentable.
Continúa el programa
El programa «100 años de Hemingway en España» se desarrollará hasta el 24 de noviembre en la nueva nominación Eje las Letras, fruto de la alianza entre las Asociaciones del Barrio de las Letras y Soy de la Cuesta, y cuenta con colaboradores como Museo Chicote, Serrería Belga, Talleres Fuentetaja, la Cervecería Alemana o el Hostal Aguilar.
Las primeras actividades del programa incluyeron una Ruta Gastronómica y un taller literario titulado La teoría del Iceberg. En colaboración con el espacio Serrería Belga del Ayuntamiento de Madrid, el viernes 24 de noviembre a las 19h se ofrecerá la charla Escribir a puñetazos en la que diversos escritores, moderados por el escritor y periodista Antonio Lucas, debatirán sobre el estilo y periplo narrativo del Premio Nobel norteamericano y su ligazón a la cultura e historia españolas.
También el 24 de noviembre será posible visitar la habitación 7 del Hostal Aguilar (Carrera de San Jerónimo, 34), donde se alojó Hemingway por primera vez en Madrid. Ese día, los mismos bares de la Ruta Gastronómica 100 años de Hemingway en España volverán a ofrecer en sus cartas platos y bebidas en honor al escritor.
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