El periodista César Suárez lleva más de quince años entrevistando a personajes muy distintos para las páginas de la revista Telva: desde actores y actrices, pasando por novelistas, poetas, cineastas o cantantes hasta políticos. A ellos ha dedicado perfiles, reportajes y semblanzas. Escritos contrarreloj, a sus retratos los caracteriza una forma irrepetible de describir. Pocos saben hablar y contar como César y este libro lo demuestra.
Suárez apela a la idea de un manual estético y vital. Sin renunciar a lo novelesco ni lo divertido, cuenta la vida de Sorolla y de la época de la que forma parte: el pintor vitalista que retrató en todo su esplendor la España de la Generación del 98, el hombre que supo encontrar la luz en un tiempo opaco, el mismo que conquista París y se cruza con los personajes más importantes de un mundo que aún no había desaparecido y otro que no acababa de nacer.
En una nación asolada por la pérdida de sus colonias y que vive aquejada por una sensación de fin de ciclo, Joaquín Sorolla fue criticado por Unamuno, pero su mirada y su trabajo fascinaron a banqueros, burgueses y estetas, también a figuras como el hispanista y multimillonario Archer Milton Huntington, que lo contrató para pintar la serie de grandes pinturas históricas sobre España y Portugal, para su museo la Hispanic Society. Sobre los entresijos de la biografía, la novela y la hibridación de géneros literarios, habla César Suárez en esta entrevista concedida a Zenda.
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—¿La biografía como género literario es más atractiva y novelesca que la propia novela?
—Las verdaderas novelas son las vidas de los demás. El principal motor de la humanidad es nuestro interés por los otros: admirar a este o envidiar al otro. Hay maravillosas biografías, desde las clásicas de Plutarco hasta Stefan Zweig. Tener acceso a la vida de otro, zambullirte y disponer de fuentes y documentos es una experiencia fascinante. La bisnieta de Sorolla, Blanca Pons-Sorolla, que es la principal valedora de su obra y la que maneja los archivos, me ayudó mucho en todo ese proceso.
—El César Suárez periodista sabe que no hay una sola forma de contar una vida.
—La profesión periodística nos da otra dimensión: estar en contacto con personas de todo tipo, pensar en una imagen que teníamos antes y la que llegamos a descubrir después. Eso te da una versatilidad muy específica. Las vidas no se ven de una manera lineal, sobre todo cuando la persona a quien pretendes contar ya no está.
—¿Es esta la vida de un personaje o de un tiempo? ¿Acaso algo más que una mirada divulgativa?
—No conozco a nadie a quien no le impresione la pintura de Joaquín Sorolla. Sin embargo, se conoce poco de su vida, que está muy cerca del presente y del tiempo en que vivimos. Por su visión moderna y, sobre todo, por la alegría de vivir que transmite. Es algo que une a los seres humanos a lo largo del tiempo, y todavía más cuando el personaje vivió una época asombrosa y fascinante tanto en España como en Europa.
—¿Con cuántos ambientes estuvo en contacto Joaquín Sorolla?
—Su vida es fascinante. Tiene relación con la Institución Libre de Enseñanza, con impresionistas y los artistas del momento. Viajó a Nueva York, a París… Además de protagonista, Sorolla fue testigo de una época en la que nace el teléfono, la luz eléctrica, el coche… Habitó el mundo de finales del siglo XIX e inicios del XX, el momento de desarrollo de la modernidad y la llegada de los grandes inventos.
—¿En aquella España del 98 que había perdido las colonias, tuvo una Sorolla una mirada más luminosa y esperanzada?
—Él habla de su fe de optimista. Es algo que ejerce de manera natural y no puede ir en contra de ello, incluso aunque lo que vea lo desmotive. Al leer sus cartas se puede constatar que tiene una visión crítica y que, en ocasiones, hasta se muestra cascarrabias con la realidad, pero que al pintarla conserva un sentido de la alegría de vivir.
—El trabajo y el temperamento de Sorolla entran en contradicción con la Generación del 98. ¿Por qué?
—Una de las críticas que Sorolla recibió de Unamuno es el reproche sobre su empeño en pintar una España irreal, una España que según Unamuno no existe, porque la que existe es la España del fracaso, la que perdió el tren europeo del desarrollo. Baroja también lo dice, que España vive a la tendencia de una ilusión propia de un país que se aísla.
—«Yo, el valenciano más español, he venido a demostrar la realidad de la existencia de las nacionalidades españolas»
—Esa España que él ve y retrata es caprichosa y subjetiva. Ni siquiera hace un recorrido coherente de las regiones donde le apetece pintar. Le dan igual unas provincias como repetir otras. Huntington, el mecenas e hispanista que le encarga esos paisajes, se da cuenta que tiene que dejarlo hacer y trabajar. Huntington también es un personaje fascinante: un hombre que aprende español y traduce el Cantar del mio Cid. Él entiende que Sorolla está pintando una España que pronto va a dejar de existir.
—Sorolla desprecia la multitud, la teatralidad. ¿Es el anti-artista bohemio?
—Llama la atención la vida extraordinaria y al mismo tiempo sencilla que vivió. Su pintura enseguida gusta. Es reclamado por burgueses y aristócratas, pero lo que Sorolla quiere en realidad es una vida tranquila cerca de su familia. La relación con su mujer viene desde la adolescencia. Sorolla no quería una vida desenfrenada, quería una vida anodina. Huía de los cenáculos, de los banquetes. El amor de Sorolla por Clotilde, constante a lo largo de toda su vida, estuvo en consonancia con su carácter discreto, alejado de la fiesta y la bohemia, y completamente entregado a su trabajo
—Su lucha por pintar con menos preocupaciones, exige mucho de él. Llegar «la verdad sin durezas» como él desea, le cuesta un esfuerzo titánico.
—Era un hombre hipocondríaco comido por la ansiedad, que en algunos momentos es incapaz de dominar sus emociones. Tenía una personalidad muy vehemente, emocional, y artísticamente era muy obsesivo. En los dos tomos de cartas que se han conservado es posible constatar su correspondencia compulsiva con su mujer. Si ella no le contesta, él le reclama. Pérez de Ayala, que narró su muerte, dice que Sorolla tenía una cuerda interna, un hilo y que se le veía cada vez más tenso. Le podía la ansiedad de la vida y ese hilo, cada vez más tenso, se rompe. Es ahí cuando le da la hemiplejia.
—Baroja o Unamuno fueron poco generosos con Sorolla.
—Él tiene tanta confianza en sí mismo, sabe que tiene una pintura muy valiosa dentro, que tiene como principal objetivo encontrarla. Tiene un don que le echan en cara. A Unamuno le parece que pintar así de fácil es frívolo. Se puede tener un don, pero no saber cómo usarlo. Sorolla lo emplea con oficio y mucho trabajo, porque él tenía una voluntad expresa de estar entre los mejores artistas.
—¿Cómo ordenar una vida tan rica? ¿Hasta dónde el dato preciso atenta contra la frescura?
—La estructura del libro vino dada por el propio título. Cada capítulo tiene que ver con un aspecto que quise destacar de su vida. Había muchas biografías, tesis e investigaciones. Existe un detallado epistolario. Lo difícil era destilar todo eso. Tuve que ser más estricto. No soy un experto en arte, me gusta pero no domino tanto detalle. Para este ha sido necesario leer e investigar mucho. Por ejemplo, en la conversación que mantienen él y Picasso: es algo que podría haber ocurrido, incluso aunque Picasso fuese 18 años menor. Era un encuentro entre dos mundos y dos formas opuestas de ver la pintura. Tenía que ser creíble.
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