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De cena (y farra) con los hermanos Goncourt - Zenda
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De cena (y farra) con los hermanos Goncourt

Muchos ya conocen que el apellido de los hermanos Jules y Edmond de Goncourt da nombre al conocido premio literario francés, creado por Edmond en memoria de Jules. Y entre las huestes literarias es sabido que son autores de una serie de novelas por las cuales no parece que vayan a pasar a la posteridad,...

Muchos ya conocen que el apellido de los hermanos Jules y Edmond de Goncourt da nombre al conocido premio literario francés, creado por Edmond en memoria de Jules. Y entre las huestes literarias es sabido que son autores de una serie de novelas por las cuales no parece que vayan a pasar a la posteridad, aunque para ello empeñaran hasta sus trajes y pusieran todo su deseo. Sin embargo, si siglo y medio después continúan referenciados es debido a su Diario, subtitulado Memorias de la vida literaria. En efecto, vida literaria que al mismo tiempo nos ofrece el testimonio de la vida parisina de finales del siglo XIX, periodo coincidente con el denominado Segundo Imperio y su fiesta imperial. Los Goncourt escribirán juntos esta obra que abarca desde 1851 hasta 1870, fecha esta última en la que sucede el deceso por sífilis de Jules, el hermano menor. Edmond continuó escribiendo el Diario, si bien decidió que el nombre de los dos figurase en su obra posterior.

Lo que más sobresale de estos apuntes son los acontecimientos literarios de los cuales ambos hermanos fueron testigos a la vez que asiduos protagonistas: los libros y sus autores, las intrigas, los editores, las maledicencias y las amarguras de críticos y criticados. Pero si son precursores del género no es sólo porque sean los primeros y se anticipen en buena parte a lo que sucede en nuestra actualidad literaria, sino por su férrea voluntad de estilo.

"Este Diario nos muestra otra vez que la literatura, el arte y la creación están por encima de las ideas, usos y costumbres que los autores puedan tener."

Pero, ¿por qué el lector de hoy debiera leer estas memorias escritas hace ya más de siglo y medio? Muchos son los motivos. Entre ellos, porque su lectura resulta sorprendentemente agradable y funciona como un relato de sucesos y emociones universales, en el cual, a poco que el lector empatice, se verá reflejado. Y más aún si llega al final de la obra, cuando Edmond narra la enfermedad y estertor de su hermano: cualquiera que haya pasado por un trago similar sabrá que nada sobra, catapultando nuestra experiencia hacia nuevos recovecos que tal vez ni siquiera habíamos sospechado.

También porque estas páginas nos recuerdan que el éxito y el fracaso, las obsesiones y los sinsabores, el miedo y las inseguridades o el esfuerzo titánico e inusitado por trascender no son asuntos de reciente preocupación, y por tanto, más que recomendable, yo diría que estas memorias son de lectura casi obligada para quienes vayan a realizar sus primeras incursiones literarias, ya sean lectores o futuros escritores. Pero además, porque en esta sociedad espoleada por acémilas portavozas, cada día más rancia y apolínea, tan salvajemente apolínea y rancia como la que vivimos, este Diario nos muestra otra vez que la literatura, el arte y la creación están por encima de las ideas, usos y costumbres que los autores puedan tener. Y es que si leemos a la ligera, sin una debida contextualización histórica y sin analizar la mentalidad de la época, abandonaremos estas páginas hastiados de unos hermanos machistas, antisemitas y conservadores. Al cabo, conocer a un autor cuya obra nos resulte relevante puede ser el camino más rápido para dejar de leerlo. Y para que esto no suceda lo mejor es abandonarse a la delicia del texto, sus hallazgos y peripecias.

"Capítulo aparte merecen las dîner Magny. Son muchas las entradas en el Diario que nos dan cuenta de las cenas, encuentros y tertulias en este restaurante."

Así, por ejemplo, la escatología de Balzac; el advenimiento de la bohemia; el olor del teatro o el quehacer periodístico y literario; la presencia de los Dumas, padre e hijo; ese retrato impagable de Baudelaire en la página 91; los chismorreos «en los bidés de cortesanas y las mesillas de noche de hombres conocidos»; la censura y los tribunales; las visitas a cárceles, hospitales y prostíbulos; los amoríos, los cafés y las farras hasta altas horas de la madrugada; Flaubert y sus cuitas literarias; la indulgencia con el exilio «dorado» de Victor Hugo; ese cuidado para trasladarnos el dolor por la muerte de Rose, su criada; y la distinción entre Jules y Edmond que se sustancia en «la diferencia más absoluta de temperamentos, gustos, carácter; y la más absoluta identidad de ideas, de simpatías y antipatías por las personas, de óptica intelectual». En definitiva, un diario autobiográfico y literario que desvela la sociedad y cultura de una época, salpicado de apotegmas, aforismos y otras suculencias que harán la delicia de los lectores.

Capítulo aparte merecen las dîner Magny. Son muchas las entradas en el Diario que nos dan cuenta de las cenas, encuentros y tertulias en este restaurante: Paul Gavarni, Théophile Gautier, Gustave Flaubert, los hermanos Goncourt, Sainte-Beuve, Marcellin Berthelot, Hippolyte Taine, Ivan Tourgueniev, Paul de Saint-Victor, Ernest Renan y hasta George Sand, entre otros, fueron asiduos y habituales de este cenáculo. Las descripciones y los diálogos no defraudan. Contienen la viveza de una retransmisión en directo, la osadía de la indiscreción y la denuncia e incluso la textura de un documental: el germen de «una repugnancia, casi desprecio, hacia los comensales de Magny», apuntan y disparan los Goncourt un 6 de junio de 1865. ¡A quién no le hubiera gustado participar en una de estas cenas!

"Conviene afirmar que la mirada de los Goncourt es perspicaz y atinada, describiendo a los personajes como si su pluma fuera un escáner que retratara sus tejidos."

Conviene afirmar que la mirada de los Goncourt es perspicaz y atinada, describiendo a los personajes como si su pluma fuera un escáner que retratara sus tejidos, logrando atravesarlos hasta dibujar no sólo sus fisonomías, sino también su ánimo y su espíritu, con una gracia y claridad jugosamente literarias. Su obsesión por un estilo avant la lettre, en declarada rebeldía con las convenciones de la sintaxis, pegado a un gusto por el detalle casi siempre de una precisión minuciosa —tal como hace notar José Havel, el traductor de este «nuevo» Diario en el introito de esta edición—, es digna de encomio.

Precisamente por esta característica, debemos destacar que la traducción de Havel es oportuna y actual y, cuando menos, iguala el original sin que el lector deba cargar con las dificultades y el esfuerzo de una versión anticuada. Existen muchas pruebas de tal afirmación, e incluso donde el texto pudiera resultar controvertido, la traducción sale notablemente airosa. Será el lector atento quien se aproveche del resultado final, encontrando en ella, además de lo antedicho, no sólo el estilo de los Goncourt, sino acaso también y felizmente el del propio traductor. No albergo dudas: quien lea este nuevo renacer del Diario de los hermanos Goncourt, obtendrá multiplicado por cien el valor del mismo.

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Autores: Jules y Edmond de Goncourt. Título: Diario. Memorias de la vida literaria (1851-1870). Edición y traducción: José Havel. Editorial: Renacimiento. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro

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Javier Lasheras

Javier Lasheras (Don Benito, Badajoz, 1963). Ha publicado Poemas (1990); La paz definitiva de la nada, de Martín Huarte (Premio Feria del Libro de Madrid; Endymion, 2000), Fundición (Algaida, 2008) y El cielo desnudo (Luna de Abajo, 2018). Y también las novelas El amor inútil y Las mujeres de la calle Luna (LXIII Premio Ateneo-Ciudad de Valladolid, 2016; Algaida, 2017). Dirigió el programa Literástura dedicado a la promoción y difusión de la literatura y sus autores. Ha sido Presidente de la Asociación de Escritores de Asturias y director de la revista digital Literarias desde 2007 hasta 2013. Mantiene su blog a raya escribiendo Un cuaderno tranquilo en javierlasheras.wordpress.com. · @JavierLasheras

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