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Cava con sirope de rosas - Zenda
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Cava con sirope de rosas

– Sería fácil. ¿Te imaginas? Quién podría sospechar de nosotros. Un par de escritores conocidos en la ciudad, apreciados por la gente, matriculados en todos los talleres de escritura y presentes en los clubs de lectura de la ciudad. – No sé, no lo veo claro. Matarla así porque sí. Se había levantado con dolor...

– Sería fácil. ¿Te imaginas? Quién podría sospechar de nosotros. Un par de escritores conocidos en la ciudad, apreciados por la gente, matriculados en todos los talleres de escritura y presentes en los clubs de lectura de la ciudad.

– No sé, no lo veo claro. Matarla así porque sí.

Se había levantado con dolor de cabeza aquel día, sin ganas de escribir. En realidad llevaba sin escribir casi un año o dos. No recordaba bien cuándo le salió algo decente por última vez. Ponía todo tipo de excusas. Antes de sentarse a escribir se exigía hacer la casa y cuando terminaba ya era media mañana y se tomaba un café pero la vida de un escritor está en los cafés de la calle, no ante el espejo del baño con una taza de Nespresso imitando a George Clooney:

-What Else?

Así que salía a tomarse un café en donde Mariano y Mariano sabía ponerle un café como debe ser un café con unas gotitas y un trozo de bizcocho casero y luego llegaba Jacinto, el de la pulpería, con ganas de un orujito.

– Un orujito, hombre, que eso anima a escribir. ¿No eras escritor, tú? Si es que no sabes. Recuerdo cómo sabía Cela, ese sí que sabía. Aquello de la palangana, ¿recuerdas? ¿Pero no eres escritor, tú? ¿A que no sabes sorber por abajo una palangana llena de agua como Cela? O Umbral, ese sí sabía también. Trabajaba a destajo a primera hora pero paraba a una hora sensata y comenzaba con los whiskys y ni en los platós de televisión lo dejaba. ¿No eras escritor tú y estás ahí con un café y un vaso de agua? Vaya escritor tú. O aquel, el del milenarismo, ese también sabe. ¿Pero tú no eras escritor? A ver, qué frase te has inventado. El milenarismo, el milenarismo, qué bueno. Recuerda a Cela cuando entraba en un restaurante y le ofrecían un cocido y él decía venga. ¿Un cocido, don Camilo? Venga. Eso sí es saber escribir. Qué grande don Camilo. ¿No eras escritor, tú?

Y así llegaba a las dos a casa, escuchando la voz de Jacinto como en sordina después de tres o cuatro orujos y sabiéndose un escritor fracasado por no hacer uso de la palangana y no dar bien en la televisión por falta de frase. Abría una latilla de sardinas y se las comía directamente del envase, untando pan en el aceite, se echaba la siesta (¿Pero no te echas siesta de pijama y orinal como don Camilo, tú?) y a media tarde le volvía el dolor de cabeza antes de tomarse un ibuprofeno con las cervezas que compartía con su vecino donde Félix. Su vecino también escribía pero tampoco tenía frase. Lo de su vecino era peor porque su mujer se había quedado en el paro y pasaba más tiempo en casa y estaba harta de verlo vaguear y andar por los pasillos en calzoncillos y camiseta, rascándose la espalda.

-Escritor, escritor. Escritor es el que escribe y tú no coges el ordenador ni atado.

-Mujer, es que no me viene.

-A ti sí te voy a venir yo. Mira, mira, quita de ahí, no me pises lo fregado, vete a la calle. Te pongo el mocho de la fregona cruzado a la entrada de la casa y ni se te ocurra entrar hasta que no lo quite de la puerta, a ver si voy a tener que poner hojas de periódico en el suelo como se hacía antes. Ni se te ocurra hasta que no te quite el mocho, que eso es que está mojado aún.

Era peor, mucho peor, por supuesto.

-Y me pone el mocho y sé que por la puerta del patio de luces entra el vecino, aquel trompetista que vino hace dos años al edificio y que no hace más que comer buñuelos, venga buñuelos.

-Pero cómo va a ser, hombre.

-Que sí, que la colcha la tengo llena de azúcar glasé de tanto buñuelos.

-Pues hay que hacer algo.

-Mira, lo que yo te diga. Esta tarde hablamos con la sumiller que lleva las catas esas de literatura y vino y damos un pelotazo.

-Pero si de eso no se vive, cómo se va a vivir de eso.

-Que no, que hay que sacar tema. Vamos a ver, ¿no eras escritor, tú? De novela negra, que es lo que vende. Pues nada, un crimen perfecto, el tema. Hay que sacar tema.

Y su vecino, el escritor exiliado de casa, siguió hablando sobre el crimen perfecto, que eso sí es tema. Que el caso era asesinar a alguien sin que te pillen y contarlo luego como si fuera una novela de no ficción.

-¿Una novela de qué?

-Una novela de no ficción como las de Cercas. Vamos, que coges algo que haya pasado y lo cuentas como si te lo hubieras inventado tú. Como churros se están vendiendo.

-Qué cosas.

-¿Pero no eras escritor, tú? Pues eso.

Y que sí, que él conocía a una sumiller muy buena que organizaba catas y era muy famosa y que se la podían cargar y contarlo después. Daba igual, fingir un accidente, una caída por la escalera, inyectarle una burbuja de aire en la vena, que eso lo había visto él en una película, lo que fuera. Que se fijara: un crimen perfecto, una mujer hermosa y la cultura del vino. Y a forrarse. Una novela de no ficción a dos manos. Que para algo vivían en Burgos, que allí de vino se sabe, anda que se sabe.

Así que allí estaba con su dolor de cabeza junto a su amigo delante de aquella sumiller que los miraba con curiosidad.

-Mira, te presento a Pilar Cruces.

Le daba pena matarla. Le gustaba. Le gustaba su forma de moverse, sus ojos, su manera de hablar.

-Cava, cava con sirope de rosas. Probadlo. Exquisito. Refrescante, diferente. Probadlo. ¿Y decís que sois escritores de novela negra? Es sorprendente, siempre me han atraído los escritores de novela negra. Esa capacidad para sorprender al lector engañándolo con la verdad para que no sepa dónde va la historia. Esa capacidad de girarlo todo al final y que resulte que el personaje en el que sospechábamos era el bueno y el bueno era el asesino. Cómo me gustaría hacerlo.

Los miraba sonriendo. Todo hay que decirlo, no sonreía con los labios, sino con los ojos. El caso es que mirándola y bebiendo aquel cóctel que se había inventado para su próxima cata se le había ido pasando el dolor de cabeza y le sobrevenía un estado de calma. Miró a su compañero, lo vio deslizarse de la silla hasta el suelo, lentamente, como si el cuerpo no le respondiera. Comenzó a notarse también sin fuerzas y que se le cerraban los ojos pero aún escuchaba a la sumiller:

-Cava, cava con sirope de rosas. Un pequeño toque dulce para disfrazar el sabor del veneno. Cómo me gustaría saber contarlo por escrito.


Este relato formó parte del evento #VeranoInsolente, organizado por Los Insolentes (Pedro Ojeda y Miguel Ángel Santamarina) en Burgos el 26 de julio de 2017.


Tinto de verano (Cara A y Cara B)

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Pedro Ojeda

Profesor de literatura en la UBU. Poeta. Autor de Esguevas, Echo al fuego los restos del naufragio y piel. Responsable del blog cultural La Acequia. Coordinador del club de lectura virtual del mismo nombre y del de la Asociación de Antiguos Alumnos y Amigos de la Universidad de Burgos. @pedro_ojeda

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