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Casa de Antonio Machado en Segovia (desde 1919 a 1932) - Zenda
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Casa de Antonio Machado en Segovia (desde 1919 a 1932)

Machado recogió apuntes entre ese aire segoviano que paseaba con poderío por su “celda del viajero” y que atravesaba los muros y ventanas: “Tengo que abrir el balcón para que se caldee la habitación”, solía decir. Tal vez un frío más llevadero cuando escucha los acordes de una guitarra de Recuero, un topógrafo del Catastro,...

Si el frío encontró al escritor pensando, el poeta lo encerró en unos versos, lo amasó entre sus manos heladas, lo acercó al braserillo de la mesa camilla, lo calentó entre periódicos y libros, lo acomodó en el catre bajo la luz que encendía la perilla de un cable desgastado. Lo disimuló entre el humo de sus cigarros mientras escribía para calentar esa parte del alma que vive alejada de las inclemencias.

Machado recogió apuntes entre ese aire segoviano que paseaba con poderío por su “celda del viajero” y que atravesaba los muros y ventanas:

“Tengo que abrir el balcón para que se caldee la habitación”, solía decir.

Tal vez un frío más llevadero cuando escucha los acordes de una guitarra de Recuero, un topógrafo del Catastro, que ocupa la alcoba contigua en la pensión de Luisa Torrego. Apuntes también de esa guitarra, por los que Machado intercambia versos que atraviesan, como el aire, la puerta abierta.

Celda del viajero.

"Leonor, que se ha entusiasmado tanto con la obra de Machado, puede ver publicado Campos de Castilla antes de morir, desde esa casita que, al regresar de Francia, han alquilado en Soria para su descanso"

Antonio Machado (Sevilla, 1875) se establece en Segovia el 26 de noviembre de 1919 para hacerse cargo de la cátedra de francés en el instituto de segunda enseñanza. Viene desde Baeza, donde ha pasado 7 años en el Instituto General y Técnico. Aunque hubiera preferido como destino Madrid (de nuevo no hay una plaza vacante), Segovia le supone un alivio de la “Salamanca andaluza”, como llaman a Baeza, que no ha terminado de cumplir con sus expectativas. Tal vez porque lo compara con su estancia anterior en Soria, varios años que le han marcado e inspirado, como se ve en Soledades, galerías y otros poemas. O con esos campos donde dice haber llegado al corazón del castellano y al de una mujer de nombre Leonor con la que contrae matrimonio apenas conocerse. Ella, 15 años y él, 34, y solo tres de matrimonio debido a una tuberculosis que ya sorprende a su joven esposa en París, hacia donde han viajado juntos. Leonor, que se ha entusiasmado tanto con la obra de Machado, puede ver publicado Campos de Castilla antes de morir, desde esa casita que, al regresar de Francia, han alquilado en Soria para su descanso. Esto ha sido un consuelo para el escritor, pero no suficiente acicate para combatir la tristeza que atrapa a Machado y con la que llega a Baeza después de la muerte de su mujer.

Esa pena, sin duda prolífica para la poesía, es sin embargo gran tormento para el poeta. Aunque en Baeza recibirá la visita de otros escritores e intelectuales, o tendrá lugar su primer encuentro con un joven Lorca que le admira, en general la ciudad le desencanta. Le desespera porque, y en sus propias palabras, está “poblada de mendigos y señoritos arruinados por la ruleta”. Dice de ella que es “una población rural encanallada por la Iglesia y completamente huera”. Y pone de manifiesto las condiciones en las que viven los trabajadores del campo, tan precarias que podrían equivaler a su suicidio.

Pero su alma, como la poesía, siempre tiene ese filo de vuelta que convierte las pasiones en desengaños, el desencanto en sentimientos y el pasado en añoranza. Un corazón que no puede evitar estar decepcionado y sin embargo amar. Esto es tal vez lo que le ocurre con Baeza:

“Sobre el olivar
se vio la lechuza
volar y volar.
A Santa María
un ramito verde
volando traía.

¡Campo de Baeza,
soñaré contigo
cuando no te vea!”

Cuando llega a Segovia, uno de los amigos que ha conocido en Soria, José Tudela, se ha encargado de buscarle alojamiento, en concreto en la calle de los Desamparados nº 11 (hoy 13), no muy lejos del Alcázar, entre empinadas y a veces torpes callejuelas, en una casa del siglo XIX convertida en posada modesta.

Su habitación está en el primer piso pero muy, muy al fondo…

Al final de unas escaleras que dan a un corredor (que comienza dejando a la derecha un cuartito de aseo, sin ventana, donde quedan atrapados los olores de la cocina contigua), y que después discurre al lado de otros dos cuartos hasta llegar, de frente, a cinco pequeños escalones que dejando a la derecha una alcoba te dirigen a su izquierda al comedor.

(Pero no acaba aquí, porque…)

A continuación, es necesario atravesar, entre alacenas con jarrones y vajillas, por la gran mesa central de ese comedor para tomar otro pequeño pasillo. Pasillo estrecho que, de nuevo, a la derecha deja dos diminutos cuartos. Y es uno de ellos, casi de paso y siempre ocupado, el que da ¡¡¡por fin!!!, tras una puerta, a la de Antonio Machado, “la celda del viajero”, como así la llama, y por la que paga diariamente 5 pesetas.

"Segovia también se ha convertido en un destino fácil para el poeta, ya que desde allí puede desplazarse fácilmente a Madrid"

Le debió de compensar el buen carácter de la señora Torrego, la posadera, o el buen ambiente de la pensión, pues casi tan difícil le resultaba llegar por la noche al baño, sobre todo en invierno, como todas las mañanas al instituto, envuelto en ese abrigo de paño catalán que, según Juan de Mairena (el profesor inventado por Antonio Machado del que habla Abel Martín, otro apócrifo de Antonio Machado), pesaba mucho y abrigaba poco.

De todas formas, Segovia también se ha convertido en un destino fácil para el poeta, ya que desde allí puede desplazarse fácilmente a Madrid. Casi siempre en tren, a veces en coche, asiste al estreno en la capital de sus obras de teatro y visita casi todos los fines de semana a su madre y su hermano José.

"Quién le iba a decir que un tren mucho más rápido llegaría, bastantes años después, a un estación que lleva el nombre de su nuevo amor: Guiomar"

Suele coger el vagón de cola para, desde su plataforma, contemplar mejor el paisaje. O lo observa apoyado pensativo al borde de las ventanillas que inspiran esos poemas de paso entre las vistas que corren al otro lado envueltas en el sonido del traqueteo, sumergidas en la luz que ya cae, a la ida, o a la vuelta.

Sufre en ese tren alguna de las grandes nevadas que estancan los vagones en las noches e impiden seguir viaje. En cierta ocasión, como si se tratara del Orient Express y él fuera un calmado Poirot, una tormenta atrapa al tren cerca del túnel de Guadarrama, obligando a los pasajeros a pernoctar entre las vías, noche que dicen que Machado se tomó tranquilamente mientras observaba el nerviosismo del resto de viajeros.

Quién le iba a decir que un tren mucho más rápido llegaría, bastantes años después, a un estación que lleva el nombre de su nuevo amor: Guiomar, que menciona constantemente en sus escritos, y que en realidad es una poeta, mujer casada y con tres hijos, llamada Pilar Valderrama.

Una nueva etapa donde vuelve a disfrutar con la vida social, rica para un escritor en una ciudad llena de historia que culturalmente está floreciendo (se está creando la Universidad Popular Segoviana).

Dicen del poeta que es de pocas palabras, que sin embargo masculla al escribirlas. Que las suelta a su fiel escudero, Seva*, en forma de versos de Baudelaire, Verlaine y Heredia mientras se dan largos paseos, diariamente al caer la tarde entre el sonido de los sapos al pie de la muralla y por la carretera de Zamarramala, el Parral y la Fuencisla.

"En 1932 volverá a Madrid, ya que finalmente ha conseguido su plaza en el Instituto Calderón de la Barca"

Machado, observador y meditabundo, profesor generoso e indulgente (“Un verdadero poeta, nos aprueba a todos”, dice uno de sus alumnos) también dará vida a las tertulias, como a la del Café de la Unión, en esas mesas de mármol donde caen las baldosas de dominó y quedan retenidas las palabras entre el humo de cigarros. Allí están Juanjo José Llovet, Blas Zambrano, Julián Mª Otero, Mariano Quintanilla, Ignacio Carral e incluso le dará tiempo a conocer a Daniel Zuloaga (ceramista, tío del pintor), que moriría en 1921. La tertulia se extiende también al taller de San Gregorio, el de Fernando Arranz (discípulo de Daniel Zuloaga) y Emiliano Barral (escultor y cuñado de Fernando). Y se hace eco en revistas y periódicos como La Tierra de Segovia y El Heraldo Segoviano.

En 1932 volverá a Madrid, ya que finalmente ha conseguido su plaza en el Instituto Calderón de la Barca. Pero antes ha protagonizado un último acto en Segovia:

Antonio Machado es conducido desde la casa del pueblo por las calles de la ciudad hasta el Ayuntamiento, va entre Ballesteros y Rubén Landa, que le agarra del brazo por la calle Real hasta llegar a la Plaza Mayor. La gente los rodea, hay júbilo y alboroto. A Machado se le humedecen los ojos. Es el 14 de abril de 1931. El Adelantado de Segovia lo recoge entre sus páginas, al día siguiente:

«Ayer, a las ocho de la noche, se organizó en la Casa del Pueblo [calle de Gascos] una manifestación numerosa, a cuya cabeza figuraban los señores don Rubén Lada, don Antonio Ballesteros y don Antonio Machado, pertenecientes [a la Agrupación] al Servicio de la República. Al llegar la marcha a la Plaza Mayor los  representantes de la Casa del Pueblo y de Alianza Republicana subieron al Ayuntamiento y enarbolaron en el balcón las banderas del nuevo régimen […].

Pero que Antonio Machado años más tarde lo contará así:

«Era un hermoso día de sol. Con las primeras hojas de los chopos y las últimas flores de los almendros llegaba, al fin, la segunda República Española. […] Fue un día profundamente alegre, muchos que ya éramos viejos no recordábamos un día tan alegre, un día maravilloso en que la naturaleza y la historia parecían fundirse para vibrar juntas en el alma de los poetas y en los labios de los niños. Mi amigo Antonio Ballesteros y yo izamos en el Ayuntamiento la bandera tricolor. Se cantó «La Marsellesa»; sonaron los compases del «Himno de Riego». «La internacional» no había sonado todavía. Era muy legítimo nuestro regocijo. La República había venido por sus cabales, de un modo perfecto, como resultado de unas elecciones. Todo un régimen caía sin sangre, para asombro del mundo. Ni siquiera el crimen profético de un loco, que hubiera eliminado a un traidor, turbó la paz de aquellas horas. La República salía de las urnas acabada y perfecta, como Minerva de la cabeza de Júpiter.

Así recuerdo yo el 14 de abril de 1931.»

Señora Torrego

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*Seva.

Ramón Seva es un funcionario de la delegación de Hacienda. Tan admirador de Antonio Machado que no se separa de él, casi desde el mismo momento de la llegada del escritor a Segovia.

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Victoria Iglesias

Victoria Iglesias. Fotógrafa y periodista. Ha publicado y publica sus trabajos en la numerosas cabeceras de comunicación nacionales y extranjeras: Panorama, El País Semanal, El País España, París Match, MTV Magazine, El Magazine, Vanguardia, ABC, Interviú, Grupo Z, Cosmopolitan, Vogue, Woman…; habiendo participado en numerosas exposiciones de fotografía, tanto individuales como colectivas. Su trabajo no sólo gira en torno al retrato (en sus comienzos, una de sus fotos de Camarón fue seleccionada en el Ortega y Gasset de periodismo), también deambula entre el reportaje de viaje, social (Chiapas, Libia, Sinaí…), el mundo editorial (Alfaguara, Ediciones B, Planeta…) y la fotografía artística. La Caja Oscura, pinceladas pixeladas (2015) y Miradas literarias (2016) son sus exposiciones individuales más recientes. Columnista en el Asombrario con sus Victografías y colaboradora Zendiana. En Twitter: @viglesiasphoto victoriaiglesiasfotos.blogspot.com

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