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Cartas a Mateo (XVII): Agua - Zenda
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Cartas a Mateo (XVII): Agua

El cosmos, el mismo para todos, ninguno de los dioses, ni de los hombres lo ha hecho, sino que existió siempre, existe y existirá. (Heráclito de Éfeso) Hace mucho que no te escribo, demasiado. Soy consciente de ello y te pido disculpas. Sé también que no resulta elegante poner excusas, pero lo único que querría...

El cosmos, el mismo para todos, ninguno de los dioses, ni de los hombres lo ha hecho, sino que existió siempre, existe y existirá.

(Heráclito de Éfeso)

Querido Mateo,

Hace mucho que no te escribo, demasiado. Soy consciente de ello y te pido disculpas. Sé también que no resulta elegante poner excusas, pero lo único que querría apuntar en mi descargo se puede resumir en muy pocas letras: hernia discal. Ojalá que no llegues nunca a entender el significado de semejante fórmula apocalíptica: ni cuando te enfrentes a esta nueva carta, ni cuando hayan pasado treinta años desde ese momento.

Por suerte, más allá del problemilla de salud, podemos decir que la vida familiar discurre dentro de sus tranquilos cauces de costumbre. Sigue asombrándome cómo vienes a casa explicando las cosas que has escuchado (y diría que, casi en el mismo momento, aprendido) en la escuela: al comienzo del curso, pasasteis algunos días con las obras de Picasso, y tú estuviste especialmente impresionado por el Guernica, sobre el que nos contabas que “el cuadro es la guerra” y que “hay un caballo al que le habían clavado un cuchillo”. Por su parte, este segundo trimestre parece enfocado a cuestiones medioambientales, en apariencia algo más livianas. Así, nos explicabas hace poco durante el desayuno, con la excelsa seriedad de tus recientes cuatro años, que no se puede echar basura a los mares porque los peces la confunden con la comida y les puede sentar mal; o que tenemos que cerrar el grifo al cepillarnos los dientes, para no gastar demasiada agua, porque si no tenemos agua entonces nos ponemos malitos.

"Lo sé, Mateo, lo sé: mi limitada impresión sobre la calidez o frialdad de un único invierno no aporta demasiado a la ciencia climática"

Ante estas demostraciones de erudición, que además son de un sentido común apabullante, yo suelo felicitarte por haber aprendido algo nuevo, y trato de ofrecerte ejemplos de cosas que ya haces (o no), en relación con el tema concreto de que se trate. Por ejemplo, desde muy pequeño nunca tiras nada al suelo: de hecho, si te dejásemos, estarías recogiendo las cosas que encuentras, previamente arrojadas por alguien. También te cepillas (con algo de ayuda aún) los dientes con el grifo cerrado, y te enjuagas con un vasito que tienes para este fin, ahorrando así algo de agua cada vez. Cuando me hablabas de ésta, o de su posible falta y de ponernos malitos por ese motivo, después de elogiarte por tu buen uso hasta el momento e invitarte a seguir haciéndolo así de bien, como quiera que estuvieses con cara algo preocupada, yo añadía que no tuvieses miedo por eso, porque en casa siempre tendrías agua para beber, o para bañarte.

Y claro, obsesivo que es uno, me dio por pensar en esa afirmación mía, que fui conectando con otra que suelo hacer con bastante frecuencia, cuando te aseguro que “papá nunca te dice mentiras”. Porque, ¿estoy por completo seguro de que te digo la verdad al afirmar que siempre vas a tener agua para beber o bañarte? Pues probablemente sea así, y además lo deseo con toda mi alma, pero el caso es que no hay que indagar demasiado para estar al tanto de multitud de señales que apuntan en la dirección contraria, así como para encontrar parte de la creciente evidencia científica sobre la cuestión, que un profano como yo ve refrendada además en las pequeñas cosas cotidianas, sin ir más lejos en este nuevo invierno casi primaveral. Lo sé, Mateo, lo sé: mi limitada impresión sobre la calidez o frialdad de un único invierno no aporta demasiado a la ciencia climática. Por eso he estado recopilando datos más concretos, simplemente rescatando de la memoria titulares vistos u oídos en fechas recientes.

"Me da entre pena y vergüenza que personas así, guiadas por la misérrima pretensión de reunir cuatro duros en el plazo más breve posible, estén empeñadas en arruinar el único planeta donde niños como tú van a crecer"

Hace pocas semanas, leí un reportaje que alertaba sobre los resultados de una auditoría efectuada en las conducciones municipales de aguas aquí, en Galicia, con pérdidas que por término medio se acercaban a un 40%. Menos mal que aún llueve bastante… Ya en una escala más global, recordaba la mención a un amplio estudio sobre el estado de la subida de temperatura del planeta. Al buscarlo ahora, veo que las conclusiones del mismo indican que, en 2023, la temperatura media superó en 1,45°C los niveles preindustriales, con previsiones de que 2024 sea aún algo más cálido. El estudio describe que estos valores se encuentran muy cerca de los límites establecidos en el denominado Acuerdo de París para un plazo bastante más prolongado y alerta, además, de los potenciales efectos negativos, tanto sociales como económicos, derivados de esta tendencia al alza. Recuerdo bien el telediario de la televisión pública donde, tras explicar en una primera pieza cómo los científicos habían comparado diversas series de datos en varias décadas, elaborado modelos predictivos… para ofrecer sus resultados y previsiones, los sesudos periodistas no dudaron en dar a continuación la palabra a un par de representantes nacionales del ámbito hostelero o turístico: el primero de ellos dudaba, sin más, de que el aumento de la temperatura realmente fuese de tal magnitud, pero no parecía disponer de demasiadas razones para apoyar su opinión. Como tu padre con los cálidos inviernos de ahora. El segundo sí que ofrecía más explicaciones: el caballero pensaba que un cierto aumento de temperatura podría ser hasta positivo, en el sentido de que así las terrazas serían más acogedoras fuera de la temporada de verano, con el consiguiente efecto balsámico en la eterna búsqueda de la desestacionalización del turismo.

Y, bueno, Mateo, qué quieres que te diga. Me da entre pena y vergüenza que personas así, guiadas por la misérrima pretensión de reunir cuatro duros en el plazo más breve posible, estén empeñadas en arruinar el único planeta donde niños como tú van a crecer y, si es posible, a intentar sobrevivir. Niños que, con apenas cuatro años de edad, demuestran más sentido común que algunos a quienes denominamos adultos. Que incluso son capaces de apuntar cómo comportarnos si queremos que realmente todo lo que vemos, el aire que respiramos, y el agua que bebemos, nos permitan continuar aquí, girando sobre este modesto planeta que ha de seguir haciéndolo mucho después de que el último apague la luz, y todos nos hayamos marchado. Algunos, por desgracia, haciendo más méritos que otros.

Muchos besos, hijo.

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Octavio Pernas

Octavio Pernas vino al mundo en Ferrol, a la orilla del Océano Atlántico, hace ya más años de los que a él le parece. Es Licenciado en Veterinaria, aunque los animales han tenido suerte de que una tesis doctoral lo alejase muy pronto de la práctica clínica. Desde entonces, ha trabajado siempre en el ámbito de la investigación, pero ha vivido todo ese tiempo en el mundo de los libros. Autor de “La sonrisa del espejo”, publicada por Editorial Titanium en 2020, año que él recordará siempre por el nacimiento de su hijo Mateo, a quien dedica estas Cartas. En ellas, aspira a dejar abierta una ventana para que él pueda asomarse a la realidad de un particular mundo de ayer, cada día un poco más lejano, en el que las manzanas sabían a manzana, los músicos tocaban en directo, se veía la vida pasar en la calle, en lugar de leerla en la pantalla de un teléfono móvil y, por encima de todo, los niños tenían tiempo de serlo.

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