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Cartas a Mateo (XIV): Bibliotecas - Octavio Pernas - Zenda
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Cartas a Mateo (XIV): Bibliotecas

Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca. (Jorge Luis Borges) Sería muy complicado tratar de adivinar en este momento a qué te dedicarás en un futuro, conocer por adelantado si te atraerá una carrera profesional al uso, como las de tus padres, o si tu camino te llevará por paisajes menos convencionales,...

Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca.

(Jorge Luis Borges)

Querido Mateo,

Sería muy complicado tratar de adivinar en este momento a qué te dedicarás en un futuro, conocer por adelantado si te atraerá una carrera profesional al uso, como las de tus padres, o si tu camino te llevará por paisajes menos convencionales, como la música, las artes, tal vez la  filosofía, si transitarás por varios de aquéllos o apenas por uno o dos. Se antoja imposible, en fin, atisbar qué estarás haciendo cuando leas estas líneas, lanzadas hoy hacia un mañana por llegar sobre el que caben todo tipo de preguntas y para el que apenas habría hoy alguna vaga respuesta. Parece que fue ayer (lo sé, hijo, lo sé: si te diesen un euro cada vez que lees esto en mis cartas, serías hoy más que millonario) cuando te escribía sobre tu llegada a la familia y nos encontramos en el trance de formalizar tu primera inscripción escolar, para que en el próximo otoño te incorpores ya a la vida estudiantil.

"Es casi seguro que, cuando pasees por estas líneas, no te queden recuerdos de este juego en concreto, tal vez de ninguno de los que ahora ocupan nuestros días"

Si los intereses que ahora dejas ver o las actividades que te llaman la atención, sirviesen de algún modo como pista para ese ejercicio cabalístico que mencionaba, tu trayectoria en la edad adulta podría oscilar entre diversos polos, en apariencia distantes entre sí: el deporte, con presencia esporádica, pero ya entusiasta, en partidos de baloncesto y en alguno que otro de fútbol; la música, asistiendo a una clase semanal que suele ser de tus actividades preferidas; y los libros, con ocasionales visitas a la biblioteca municipal para consultar y retirar en préstamo novedades que alimentan tus habituales momentos de lectura, después de las comidas, antes de ponerte a dormir, o cuando te apetece…

Resulta especialmente curioso lo relativo a los libros, porque desde hace pocos días has puesto en práctica, por tu cuenta, una nueva actividad a la que regresas con bastante frecuencia y cierta pasión: “vamos a jugar a la biblioteca”. Sitúas tu pequeña silla frente al mueble donde están tus cuentos, los propios y los que acoges en préstamo por un tiempo, dices que vas a trabajar (comienzas a teclear sobre una cajita situada sobre el mueble) y das indicaciones para que te pidamos un cuento, delimitando así claramente tu papel y el del ocasional colaborador.  Entonces yo te saludo, buenos días señor bibliotecario, y te pido un libro indicando su título o bien, como lo anterior suele resultarte demasiado fácil, te digo que me gustaría poder leer un cuento que trate sobre tal o cual animal, o donde suceda determinada cosa. Entonces tú, valorando los lomos de los ejemplares expuestos en el mueble, localizas el ejemplar al que nos estamos refiriendo, y me lo entregas, previo paso del necesario carnet de la biblioteca (mi mano) por el lector correspondiente (la tuya), y procedo a despedirme hasta la siguiente visita, algunos segundos después.

Es casi seguro que, cuando pasees por estas líneas, no te queden recuerdos de este juego en concreto, tal vez de ninguno de los que ahora ocupan nuestros días. Tengo, además, mis dudas sobre si realmente seguirán existiendo las bibliotecas, o al menos las públicas, las que dependen de administraciones locales, o regionales, y a las que puedes acudir para retirar sin coste tanto libros, como revistas, material audiovisual, acceder a internet, para participar en clubes de lectura, en actividades para niños, etc. Y es que me da la impresión de que las bibliotecas forman parte de esas cosas en la vida que uno da por hechas, como que la luz se encienda al apretar un botón, que del grifo fluya el agua caliente, que tengamos un yogur en la nevera, hasta que algo, en situaciones dramáticas, las hace arder (a ellas, o a lo que contienen), derrumbarse, saltar por los aires, o bien, sin irnos a semejantes extremos, una frecuente escasez de recursos públicos pone contra las cuerdas, a veces por la sencilla razón de que no hay personal suficiente para mantenerlas funcionando en condiciones normales.

"El tiempo, pues, será quien nos ofrezca una respuesta a las grandes preguntas: qué habrá sido de las bibliotecas, de sus libros"

Siendo objetivos, la Historia sugiere que mis dudas sobre el futuro de estos centros de conocimiento no estarían del todo justificadas. Uno creería que las bibliotecas llevan ahí demasiados siglos como para que la aparente velocidad del cambio que, en un momento dado, percibimos pudiese suponer una amenaza real. Además, también ellas evolucionan, se mueven, haciéndolo con su propio ritmo y atendiendo a lo que la sociedad demanda en cada momento: tenemos ahora toda una serie de actividades y servicios, ofrecidos de manera complementaria a las labores de préstamo o consulta de documentos, que serían impensables con apenas remontarnos a mi infancia, ya no digamos a muchos siglos atrás. En este sentido, parece claro que las bibliotecas ejercen una labor dinamizadora clave a nivel cultural, poniendo también a disposición de todo el que lo desee herramientas de apoyo para mejorar su acceso al conocimiento, ayudando a superar las barreras que tradicionalmente han limitado el acceso a oportunidades de importantes segmentos de la población. Así, el valor de su contribución a una sociedad, más allá de nuestras limitadas esferas privadas, parece incontestable.

El tiempo, pues, será quien nos ofrezca una respuesta a las grandes preguntas: qué habrá sido de las bibliotecas, de sus libros, de la cultura tal como hoy la entendemos en el futuro que tú conozcas. Y también a las íntimas, pequeñas pero igualmente importantes para nosotros, tus padres, el Mateo de hoy y el que un día lea esta carta: cómo te encontraste en esa primera escuela, cuáles vinieron después, qué caminos se abrieron ante ti y hacia dónde te llevaron. Si todavía lees y si eso te hace tan feliz como ahora.

Muchos besos, hijo.

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Octavio Pernas

Octavio Pernas vino al mundo en Ferrol, a la orilla del Océano Atlántico, hace ya más años de los que a él le parece. Es Licenciado en Veterinaria, aunque los animales han tenido suerte de que una tesis doctoral lo alejase muy pronto de la práctica clínica. Desde entonces, ha trabajado siempre en el ámbito de la investigación, pero ha vivido todo ese tiempo en el mundo de los libros. Autor de “La sonrisa del espejo”, publicada por Editorial Titanium en 2020, año que él recordará siempre por el nacimiento de su hijo Mateo, a quien dedica estas Cartas. En ellas, aspira a dejar abierta una ventana para que él pueda asomarse a la realidad de un particular mundo de ayer, cada día un poco más lejano, en el que las manzanas sabían a manzana, los músicos tocaban en directo, se veía la vida pasar en la calle, en lugar de leerla en la pantalla de un teléfono móvil y, por encima de todo, los niños tenían tiempo de serlo.

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