El lunes nos reunimos en en Círculo de Bellas Artes para celebrar un nuevo libro de Luis Eduardo Aute que recoge su obra poética y que lleva por título Toda la poesía (Editorial ESPASAesPOESÍA), Luis Antonio de Villena, Fernando Beltrán, Pastora Vega, Aitana Sánchez-Gijón, José Luis Gómez, Ana Belén, Miguel Poveda, Xoel López, Luis Mendo y Cristina Narea, conducidos por el periodista de Radio 3 Carles Mesa. La organización de este acto impecable recayó en la editorial EspasaesPoesía y en Palmira Márquez apoyada por el equipo de Dos Passos.
Cuando Eduardo publica un libro, inaugura una exposición o hace un concierto se forma alrededor de él una red emocional que conecta a sus amigos, los reúne y entre todos participamos de idéntica corriente de camaradería y se traslada a los medios de comunicación que se emplean a fondo para contarlo.
Mientras estoy escribiendo esto me entra un correo de otro buen amigo de Aute, el escritor valenciano Alfons Cervera, que, como si me hubiera intuido me dice que ha leído en la prensa todo lo que se ha contado de la presentación del libro de Eduardo: “Me he emocionado. De verdad. La gente amiga ahí, repitiendo lo que es —sin duda— sus dos mejores señas de identidad: la coherencia y la generosidad. Escribí sobre eso mil veces. O un millón. La última, cuando el concierto del 7 de mayo de 2016 en el Palau de la Música de Valencia”.
Así que estas palabras de Alfons Cervera me acompañan en esta página con el siguiente artículo:
Que medio siglo no es nada
Concierto de Aute en el Palau de la Música
Alfons Cervera
Cincuenta años son muchos años. Para todo. Lo que pasa es que a veces el número no hace renquear la báscula del tiempo. ¡Vaya metáfora boba me ha salido! Total para decir que hace cincuenta años que Luis Eduardo Aute escribe canciones y sólo se nota para bien. Lo dijo —en catalán y sin pestañear— en la presentación de su concierto en Valencia: cuatrocientas canciones, por lo menos, lleva en su cuenta particular. Y advirtió: tranquilidad en el respetable público porque no las iba a cantar todas. No sé si cantó las cuatrocientas, pero le faltarían pocas. También anunció que el concierto abarcaba medio siglo de su vida de artista y la sesión iba a ser larga: cuatro horas, más o menos, dijo. La gente pensaba que iba de broma. La verdad es que no llegó a las cuatro horas. Se quedó en tres y media. Una pasada. Un lujo. Un venirse abajo el Palau de la Música en varios momentos de la noche.
La cosa empezó con su última película: Vincent y el Giraluna. Todo a oscuras y la luminosidad a ratos escalofriante de la imagen llenaba de silencio hasta los últimos rincones del recinto. Por cierto: el recinto estaba abarrotado. Arriba, abajo, por todas partes. A las nueve y media se acabó la peli y salieron músicos y cantante al escenario. Cuatro portentos: a la batería Mario Carrión, los teclados a cargo de Cope Gutiérrez, una guitarra y las voces las puso a tope Cristina Narea, y la guitarra principal era la de Toni Carmona. La hostia de música los cuatro. Cuando Toni Carmona se estiraba con algunos alardes, yo pensaba en Jimi Hendrix. Y de repente salta por libre con Smoke on the water, de los Deep Purple. Y empieza a tocar la guitarra con la boca, a echársela a la espalda. O sea, como el redivivo maestro de Hey Joe y The wind cries Mary pero aquí mismo y ahora. Cincuenta años de Aute en los escenarios. Y como si nada.
Hay palabras que son como señales adheridas a la vida y obra de un artista. La que mejor cuadra a las de Luis Eduardo Aute es coherencia. Yo podría añadir otras cuantas y entre esas cuantas una que me sé por experiencia propia: generosidad. La primera queda patente en su larga trayectoria artística y no sólo la musical. La segunda quedó también clara la noche del concierto en el Palau de la Música. Cantó sin florituras, sin trampas, llenando cada silencio de un temblor que retumbaba en el aire como un canto ancho, largo y compartido, no escatimando ni una sola tonalidad que le sirviera para hacer más fácil el grito en sus tonalidades más altas, bajando al susurro sin altibajos como en sus mejores tiempos, unos mejores tiempos que visto lo visto y escuchado en ese concierto son los de ahora mismo. Hubo un pico de adrenalina con Pasaba por aquí y otro con No te desnudes todavía. En medio, él solo con la guitarra bordando varios de sus clásicos con Las cuatro y diez y De alguna manera de protagonistas principales. De vez en cuando descansaban los músicos y Aute continuaba en el escenario sin reparar en el tiempo consumido ni en el que quedaba por consumir. No sé si alguien en la sala se acordaba de que esa noche nos íbamos a quedar sin cenar. Empezar a las nueve de la noche un concierto y acabar a las doce y media, ya se sabe. Pero había en el ambiente famélico una evidencia: hambre a gusto no pica en las tripas. El saludable picor de tantas canciones en la memoria y el alma de la gente. El oficio de la dignidad llevado a la máxima expresión. Cincuenta años no son nada en la vida y la obra de Luis Eduardo Aute, menos aún que los veinte en el tango de Gardel y Alfredo Le Pera.
Y como era de esperar -vacío el escenario y solo ante el peligro- llegó Al alba. A solas con la voz, sin otra música que la de una noche en que el amor se juntaba con el ruido de los fusilamientos en los secos descampados de aquel lejano 27 de septiembre de 1975. El delirio. Luego, poco a poco, algunos bises ya con todo el grupo. Y tres horas y media después del comienzo, se acabó uno de los conciertos más hermosos, más mágicos, más no sé qué que he escuchado en mi vida.
***
Y en este clima que propicia siempre la figura y la obra de Aute, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, ante más de 500 personas que abarrotaban la sala de columnas, escuchamos lo que había que decir y cantar sobre la poesía del autor de “El niño que miraba el mar”.
Yo lo hice así:
Carta a Luis Eduardo Aute
Querido Eduardo, siempre he pensado que tenía una deuda contigo, que te debía una, y haber dicho que sí a este encuentro para celebrar tus poemas me da la oportunidad, como amigo tuyo soy, de pagarte esa deuda.
Me he recorrido las letras de tus canciones para reflexionar contigo sobre este alud de provocaciones que está pasando sobre nosotros, e intentar volver a desarrollar la conciencia privada, que es en la latitud en la que tú siempre has vivido frente a la presencia recurrente de la barbarie. Así que permíteme hacerlo con tus palabras, con tu ironía, con tu misma perplejidad porque la moralidad de una persona es visible en su actitud hacia la palabra, que dijo el señor Tolstoi, y si cuando lo dijo no podía estar pensando en ti, al menos te intuía.
Anda, Eduardo, aprovechando este paréntesis de calma cuéntame una tontería, di que el cielo tiene granos, que afuera hace mal día, que seguimos a la espera de esperanzas, o tal vez prefieres que te pida ya el café.
Quizá notes que hay algo en el aire, un fuerte olor a miedo, o puede que lo que pase es que no hay nada más que nada, ¿eh?, ¿qué dirían los cantautores de las narices? Pero mejor no decir ni una palabra; piensa que el mar te arrastra mientras fumas en la noche junto al ruido de las calles repletas de historias. De madrugada adivinas tímidos suicidios en ayunas y sientes que al Alba anda suelto satanás. Siempre has sido libre, y no te ha dado miedo de proclamar esa locura porque decir Espera es un crimen y tú sigues siendo un niño que canta sobre cuarenta prisiones A por el mar. A veces me ocurre como a ti y me digo que no sé qué coño me pasa hoy que no consigo saber quién soy, aunque se me olvida si vislumbro a lo lejos Albanta.
Algunas veces nos lo hemos preguntado: y tú, qué te pides: ¿ser payaso, mago, acróbata o fakir? Y ante esa coyuntura de claridad y lucidez, con sensatez, vas y eliges la locura. Aleluya, Eduardo, tú sabrás lo que haces, yo ahora me voy con Palmi al Alphaville; probablemente luego iremos, a eso de las diez, a ver al Aute, que hay nuevo L.P.
Ya ves, pasaba por aquí, y como sé que no eres hombre de móvil —cómo te atreves a vivir sin un ordenador—, he preferido decirte tus canciones a la cara como el espejo a su reflejo. Pido perdón por confundir la poesía con la realidad, el cine con la vida, por recordar a Antoine Doinel, a Sam Peckinpah y a Steve MacQueen; el sueño de la razón y la pintura, la Quinta del sordo, los caprichos y el Desastre fundido a una paleta y a un pincel.
Qué te pasa cantautor, “Que me han quemado a Pessoa”, pues habrá que hacer un conjuro: “Arte, Poesía, Belleza”, ¡qué extrañas palabras! Mira Eduardo, déjalo estar, que ya lo has dicho todo en tus canciones, y además ya nada es verdad, ni siquiera la mentira, ¿o ya te has olvidado? Si todo lo habías previsto antes que nadie: La guerra que vendrá será la más hortera de todas las guerras que ha habido y habrá; Atenas en llamas, o todos estamos al albur de la intemperie. Esto se acaba, se acaba y no hay más que aceptar dignamente la ruina porque arde Lisboa, Venecia se hunde y se cae la capilla Sixtina; y así va como va…, habrá que ponerse cuerpo a tierra y reivindicar espejismos…, ufff!, “hay demasiadas traiciones ahí fuera, querido alienígena humano. Tú lo has dicho: lo importante es vivir aunque estemos todos en stand bye, ay, ay; en este guirigay, ¿será ya muy tarde para guiar nuestro camino hacia la cordura?, digo, por buscar alguna forma de entender esta trampa, esta broma…, no lo sé, solo sé de un loco que aún espera que de noche salga el sol y de día la luna, y que no necesita banderas pura sangre que rematen geografías, así que estaría bien aparcar alevosías, para siempre, amén.
Pero hay cosas peores, Eduardo, eso de ser un verso suelto es lo que tiene.
Lo recordó Pastora hace un momento:
La fe es ciega,
la Justicia es ciega,
el Amor es ciego,
las estatuas son ciegas
y es evidente que los árboles
no dejan ver el bosque.
Juro que a partir de ahora
dejaré de pagar
el recibo de la luz.
Y como la naturaleza imita al arte, quién te iba a decir a ti que el BBVA se colgaría de tu talento para intentar cerrar tu poema con esta leyenda publicitaria:
“Sé que soy el que menos luz paga del barrio”.
Querido Eduardo, la atmósfera de oprobio intelectual que nos invade no te corresponde.
Este mundo nunca se pensó para alguien tan bello como tú.
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Título: Toda la poesía. Autor: Luis Eduardo Aute. Editorial: EspasaesPoesía. Venta: Amazon.
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