Tu historia me llega a través de los vientos que se mueven al albur en esta red de redes que hila internet. Tu Magistra ejerció de Iris, la mensajera de los dioses, que se desliza por su polícromo arco sellando el pacto de los olímpicos con los mortales tras la tormenta.
Tu Magistra se impresionó, porque sabe que en casa sólo tenéis un móvil, el de tu madre, para los seis de la familia, y que tener acceso a redes sociales y demás contenidos digitales es una quimera. Se conmovió de que en el escasísimo paréntesis en el que podrías hacer uso del teléfono materno, en vez de ponerte a husmear en esos altares a la vacuidad y al postureo que son las más de las redes sociales, navegaras hasta llegar al escollo donde un fauno cansado balaba su soflama en favor de los Humanistas.
Me contó tu historia y me pidió que te enviara un mensaje de aliento. Pero, al saber algo más de ti, fui consciente de que un simple mensaje no bastaba. Te debía esta carta. Que no sé si sabré redactar como te mereces. Es muy difícil escribir a una Adalid. Aunque no lo sepas, ni tal vez lo quieras, los dioses han lanzado los dados y te han asignado el papel de Heroína.
Me dicen que eres de Rumanía, de donde el Danubio rinde lanzas ante el mar Negro después de haber besado con su lengua de limo y agua diez países de la vieja Europa a lo largo de sus casi 3.000 kilómetros. En su desembocadura, en la antigua Tomis y actual Constanza, pagó un carmen et error uno de los más grandes poetas de la latinidad: Ovidio, condenado al exilio más cruel por el inmisericorde Augusto, alejado todo lo posible de su amada y cosmopolita Roma, confinado en un villorrio en el que a duras penas se farfullaba latín o griego. Allí lloró su destierro en sus Tristes y en sus Pónticas, implorando el perdón en vano, hasta que exhaló su último aliento un 17 de marzo del año 17.
Llevas en ti la insondable nostalgia de Ovidio por la patria perdida, pero también el coraje indomable de Decébalo, que hizo morder varias veces el polvo a las altaneras águilas romanas hasta que fue vencido por el hispano Trajano y forzado a suicidarse. Al vencer en Tapae a las legiones enviadas por Domiciano, cambió su nombre de Diurpaneus por Dekebal, que vendría a significar “fuerte como diez hombres”. De esas sementeras, en las que se lloraba la patria hurtada a la vez que se hacía frente al más poderoso ejército del momento, germinó tu estirpe.
Como a Odiseo durante veinte años y como a Diomedes tras la guerra de Troya, el Hado te hizo apátrida y te llevó junto a tu familia a donde dibujan la primavera el ruiseñor y el azahar, regado por las acequias del Turia. Dejaste a los dacios para sumergirte entre los edetanos.
Cuentan que amas leer. Que has convertido la biblioteca de tu instituto en un templo. Que te has empecinado en mejorar tu español leyendo a los clásicos: lo mismo devoras a la Regenta que a Anna Karenina, sin dejar de lado a los autores de valenciano. Sin haber alcanzado aún la mayoría de edad tal vez seas trilingüe. Refieren que lloras, acongojada, cuando llegan las vacaciones porque en tu instituto, rodeada de tus libros y amparada por tus compañeros y profesores, eres feliz, te sientes realizada.
Me consta que en casa no lo tenéis fácil. Que tu madre echa los bofes en las trincheras de la hostelería, con horarios imposibles, perpetuamente mal pagada, quedando bajo tu responsabilidad el cuidado de tus hermanos. Que no tenéis biblioteca, pero que tu madre, otra paladín, intenta calmar tu hambre lectora trayéndote los periódicos que dejan en el bar, los cuales devoras con fruición. Algún domingo te han visto llevar a tus hermanos pequeños al hermoso parque que hay a las afueras de tu pueblo. Aprovechas para estudiar o leer al amor de los árboles, sin quitarles ojo a tus polluelos.
Llevo 33 años en la arena de las aulas públicas. He sufrido reforma educativa tras reforma educativa, cada cual más infame que la otra, parida del recto de los cabestros de diestra y siniestra, que chupan ladillas si hace falta para no tener que volver a empuñar una tiza. Observo, desolado, derrotado, cómo el nivel educativo ha descendido a niveles escatológicos. Curso tras curso me he de batir con hornadas de adolescentes entre las que cada vez son más los que me miran con hastío, cuando no con asco, si intento cumplir con dignidad mi trabajo y me empeño en implicarlos en su propia formación. Si los recrimino por estar hurgando en su móvil a hurtadillas, sabiendo que está prohibido, si les digo que me parece una falta de respeto y de educación, con la que están dejando en no muy buen lugar a sus familias, que se me pongan a dormir en clase (algunos he tenido que han juntado dos mesas y se han tumbado sobre ellas usando la mochila como almohada), se me rebotan y me miran cual infecta cucaracha. Con frecuencia me he tenido que rendir y sentarme al borde de las lágrimas de impotencia, pero también de tristeza infinita al comprobar cómo a bastantes de mis pupilos les parece un rollo que los versos de Ovidio fueran manantial para las pinturas de Botticelli, Rubens, Velázquez o Dalí. Que les trae al pairo que Virgilio y Horacio fueran fundamentales para que Dante, Garcilaso, Góngora, Lope, Quevedo, Shakespeare o Ronsard alcanzaran el parnaso de sus respectivas literaturas. Homero, Sófocles, Eurípides, Heródoto, Sócrates, Aristóteles, Pericles, Fidias, Polícleto, Platón, César, Trajano, Aníbal, Escipión, Odiseo, Penélope, Aquiles, Antígona, Medea… o les son ajenos o apenas saben situarlos en algún contexto cogido con palos y cañas o, lo más frecuente, les son indiferentes, un coñazo que les impide estar encebuznados con sus pantallas donde juegan al último juego de la FIFA o ven al tiktoker de turno hacer el mandril.
Refieren que no es tu caso. Buscas albergue en la cultura. Ves en la educación el más sólido peldaño para cimentarte una vida digna. Eres consciente de que se sustenta en tu esfuerzo, continuo y desagradecido a veces, ya que los réditos que se obtienen con él no son inmediatos y comportan gran sacrificio. Guiada por tus maestros, no te queda otra que confiar en ellos y, sobre todo, en ti.
En mis aulas tengo otros héroes que nadan contracorriente, que ven las pantallas lúdicas como un divertimento, no como un fin, que hacen de la lectura su isla, que la llevan consigo como faro ante tempestades y solaz en tardes bucólicas. Como tú, intentan pasar desapercibidos y no llamar mucho la atención, pues saben que el ser humano es despiadado para sus iguales y sus compañeros no tardarían en motejarlos cuanto menos de frikis. Son los que le dan sentido a mi vida docente: la resistencia ante la abulia, estulticia, apatía e indolencia intelectual y moral.
Como tú, son héroes, pero superas a bastantes de ellos porque tus circunstancias vitales son mucho más complejas. Por eso quiero escribirte esta carta, pero me azora el reto. No me es fácil dirigirme a una titánide desde la comodidad de una vida en la que no he tenido que renunciar a mi patria para forjarme otra y mis padres, con enormes sacrificios, han podido conseguir que me abriera camino sólo a través de los estudios.
Podría empezar diciéndote que buscaras modelos en las heroínas que los Clásicos nos legaron labradas en versos inmortales. Trae a tu alma a Penélope, la soberana de Ítaca, capaz de guardar su trono y atender su hacienda, durante veinte años, acosada por una panda de carroñeros, mientras su esposo guerreaba en las llanuras de Ilión y vivía infinitas aventuras, sin desdeñar meterse en el lecho de dos diosas. Lástima que ningún aedo nos haya escrito la Penelopiada.
Aférrate a la Antígona que magistralmente nos retrató Sófocles. Estremécete al verla desafiar la inflexibilidad despiadada de su tío, Creonte, que ordena dejar insepulto a su hermano Polinices, lo cual atenta contra las leyes que los dioses establecieron para los mortales.
Honra a través de sus versos a Safo, a quien Platón consideraba la décima musa, por haberse atrevido en pleno siglo VII a. C. a retar a toda la misógina sociedad que la rodeaba creando una escuela para chicas, donde las enseñaba a leer, escribir, danzar, trenzar guirnaldas y cultivar los encantos femeniles. Lo cual era un escándalo en una sociedad en la cual la mujer era retenida en el gineceo, analfabeta e inculta, vista sólo como paridora. Descubre sus versos de amor, algunos dedicados a otras chicas, a causa de lo cual su obra fue mandada quemar por un papa fanático. Apenas nos quedan unas decenas de sus fragmentos.
Podría pasarme horas hablándote de mujeres de la mitología o de la literatura que te sirvieran de ítacas a las que volver en busca de refugio cuando los envites de la vida te pongan ante algún farallón. No hace falta. Sólo quiero pedirte que no las abandones, que no las condenes a esperar el olvido arrumbadas en los estantes de una biblioteca: vuélvelas a la vida posando en sus historias tus pupilas y dándoles sentido en tu alma. Sólo a través de héroes como tú, sus autores, ellas mismas podrán recobrar aliento y, tal vez, gracias a ti, revivan en otra persona.
No te hace falta buscar modelos en esas grandes figuras de la literatura universal, aunque tenerlas cerca es el mejor consejo que te puedo dar. Tienes puntos de referencia en tu entorno más cercano, aunque la niebla de la existencia cotidiana no nos lo deje ver.
Te voy a hablar, como ejemplo, de Athenaia, una de mis compañeras de fatigas. Fue guardia civil antes de desembocar en la enseñanza. Cuando se presentó a las pruebas físicas, hace ya lustros, no quiso que le adaptaran los tiempos mínimos por ser mujer. Quedó primera, por encima de todos sus compañeros hombres. La vida acabó llevándola por otros derroteros totalmente distintos a los de su Benemérita. Arribó a las aulas de la enseñanza media, movida por otro de sus amores: la obra del casi olvidado novelista murciano Miguel Espinosa, de quien se ha convertido en entusiasta adalid. De su estancia en la Benemérita puede dar la sensación de mantener un trato austero, sobrio, pero en cuanto te acercas ves que desborda humanidad, empatía y, ante todo, compromiso con la educación y sus alumnos. Si se entera de que alguno de sus muchachos tiene alguna dificultad (la mayoría son económicas, pero ha hecho frente a otras de más gravedad), mueve cielos y tierra para ayudarlos. La he visto comprarles el material, ropas o pagarles excursiones, desayunos y almuerzos sin ninguna alharaca. La he visto batirse en las situaciones más complejas y convertirse en el último baluarte para alumnos muy complicados. Uno que lleva más de treinta años entre docentes y estudiantes sabe descubrir a los que tienen el don en los genes y hacen de su trabajo casi un sacerdocio. Ver a Athenaia abrazada por esas criaturillas más desvalidas, llevándoles una bolsa de zumos y bollos para que por primera vez en sus 15 años puedan invitar a otros por su cumpleaños…
Sé que en tu centro tienes otras semejantes. Esa Magistra que, usando lo Clásico como señuelo e intentando contaminaros con su dulce veneno, se preocupa por que halles un camino en la vida que te permita valerte por ti misma y sacar a la luz todas tus potencialidades. Esas otras que desde un segundo plano van sembrando de luminarias tu travesía para que puedas salir vencedora de tu etapa del instituto.
Tu Magistra, como si yo fuera Heracles, me pide redactarte esta epístola para darte aliento de cara al trimestre final de segundo de bachillerato, donde os jugáis vuestro futuro.
Sé Penélope tejiendo y destejiendo tu destino según tus circunstancias, con tu Ítaca siempre en el horizonte. Ten el coraje de Antígona para desafiar a los Creontes que la existencia te ponga delante. Rompe convenciones como Safo, ajena a las murmuraciones de gente pacata. Llegado el momento, conviértete en Athenaia o en tus Magistrae cuando la vida te exija retribución por lo que has recibido: no hay mayor acto de amor.
Halla en ellas el coraje que precisas para seguir siendo la heroína que en tu día nos vas demostrando que eres. Sin saberlo. Hasta ahora.
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