Muy querido Superman:
Ahora que lo pienso, nos hicimos amigos pronto. Rápidamente fuiste para mí un amigo y un modelo a seguir. Dicen que en la vida son muy importantes los modelos. Pues bien, tú lo fuiste para mí a una edad muy temprana. Pero no fuiste el único. También lo fue Tintín. Y paradójicamente lo fueron otros personajes que más que héroes pudieran parecer antihéroes, como Don Quijote y el capitán Haddock, que para mí siempre han sido magníficos y maravillosos, todavía hoy, y que tienen fuertes defectos, lo que todos llamaríamos defectos. No por ello dejan de ser maravillosos.
Uno reflexiona, ya de mayor, y llega a la conclusión de que en la vida no hace falta ser impoluto o heroico para ser estupendo, y que los defectos y limitaciones también nos hacen, también nos adornan. Somos también lo que menos nos gusta de nosotros. ¿Qué sería de Don Quijote sin su locura o del capitán Haddock sin su muy mal humor, su humor de mil rayos?
Los defectos y las limitaciones también dibujan el retrato de nuestra personalidad, de todo nuestro ser, y en ocasiones nos otorgan un encanto especial. La gente que nos quiere lo hace a pesar de nuestros defectos y, a veces lo pienso, gracias a ellos. En alguna medida.
Querido Superman, a mí no me hacen mucha gracia mis defectos, pero algunos con el tiempo desaparecen o se diluyen —es posible que se conviertan en virtudes o fortalezas—, y desde luego, cuando se miran con perspectiva no parecen tan graves, porque hemos sabido vivir con ellos, a pesar de ellos. Algunos los trabajo hasta que desaparecen, no del todo, pero sí mucho. Gracias a Dios.
Pero no quiero aburrirte con una pequeña disertación sobre el tema, sólo quiero, en el fondo, hacer un homenaje a nuestra relación, a nuestra amistad, y sobre todo a tu bondad, a tu nobleza. Porque me pareces profundamente bueno y noble. Como una quintaesencia. Todos tus poderes están al servicio, me parece, de ambas cualidades. Y al final de todo a nuestro servicio, al servicio de la humanidad, por muy egoísta que pueda sonar esto. Es egoísta, pero es así. En verdad es una enorme generosidad, una generosidad por tu parte, por supuesto. Casi se podría escribir con mayúsculas: GENEROSIDAD. Al final lo he hecho.
De un modo u otro te siento en toda mi vida, porque siempre te estoy renovando, siempre estoy renovando mi visión de ti, mi sentimiento hacia ti. Por ejemplo ahora, cuando escribo esta carta, cuando vuelvo a ver tus películas y a leer tus cómics, pero sobre todo vives en mi infancia —eso sí que es una realidad—, cuando vuelvo a ti vuelvo a ella: lo hago con una gran fuerza, con una fuerza que no puedes imaginar… Como cuando tú vuelas.
Regreso, como te he dicho, a los pequeños bollos o pasteles que comía muy de niño, y que traían imágenes tuyas dentro, o a cómo me peinaba por la mañana para ir al colegio, imitándote, con el deseo de que la niña que me gustaba tanto se fijara en mí.
Recuerdo, recuerdos… Lo son, pero también están vivos, también son vida. Vida que se prolonga desde el pasado al futuro. Con esos recuerdos también se construye el futuro. Con esos y con otros, la verdad. Desde muy niño el ser humano se proyecta en otros, seres ficticios o reales, y gracias a ellos, también, se va construyendo a sí mismo.
Veo tus películas, leo o releo cómics tuyos que tengo en casa, y veo que todo ello regresa del país de las historias, el país de la memoria, el país de los mitos, que diría mi amigo Carlos García Gual, que tanto sabe de ellos… Y te vistes de nuevos ropajes. Eres el mismo de siempre, pero cada vez que disfruto tus historias te muestras distinto. Cambias conforme lo hago yo, creces, imagino que lo haces a medida que lo hago yo, que lo hacemos todos.
Supongo que ya seré mayor que Clark Kent cuando trabajaba como periodista en el Daily Planet y suspiraba por su compañera Lois Lane, enamorada de Superman. Lo mismo le ocurrirá a Peter Parker, Spiderman, con la chica que le gusta. Es más atractivo el mito que la cotidianidad, hay que comprenderlo, pero también el mito posee su propia cotidianidad, su vulnerabilidad, y es ahí cuando más nos cruzamos con él. Nunca te querremos más, Superman, que cuando pareces vencido, cuando te has sacrificado por nosotros, por salvarnos, por ayudarnos, una y mil veces. Y cuando te recuperas de tus heridas vuelves a la lucha, una vez más, arriesgándote de nuevo, arriesgando tu propia vida, porque no concibes otra forma de vivirla.
Antes hablé de nobleza y bondad. Creo que éstas tienen mucho que enseñarnos. Al final lo más importante que tienes que transmitirnos es tu humanidad, tú que naciste muy lejos de la Tierra, en un planeta llamado Krypton. Porque aunque tu padre te dijera que no eras uno de nosotros, yo creo que sí que lo eres, en muy gran medida. Quizá eres el primero de nosotros. Sientes un gran amor por los humanos, y ya digo, lo sabes transmitir. En esto y en otras cosas, y ésta es una identificación que a veces asoma en tus películas —estoy pensando en Superman: El regreso, sobre todo, que ahora recuerde—, te pareces a nuestro querido Jesús, capaz de darlo todo por los seres humanos. Y con ello enseñarnos algo importante.
Ojalá lo haya aprendido, querido Superman. Ojalá vayan pasando los años, las edades, y en cada momento me enseñes algo distinto, cada vez más importante, más interesante, o más adecuado, quizá, a la etapa en la que me encuentro.
Querido Superman, siempre quise ser como tú. Ahora sé que no soy como tú, que nunca seré como tú. Me parezco mucho más a Clark Kent; hasta soy periodista en la vida real. Soy torpe muchas veces y casi siempre inseguro. No soy como tú, pero sí que me parezco a ti. Me parezco a ti en muchas cosas buenas, al igual que muchos seres humanos nos parecemos a ti, porque para mí lo mejor de tu persona es precisamente tu humanidad, y ésa la compartimos contigo los seres humanos. Es cierto que tú la tienes con una calidad y cantidad excelsa y constante, y que nosotros flaqueamos mucho. Pero en fin, nos parecemos, ya lo creo que nos parecemos.
Aunque te muevas en el reino de la fantasía, de la imaginación, de los sueños, sé que desde él velas por nosotros, nos proteges, y que siempre estás dispuesto a acudir en nuestra ayuda cuando tú percibes que lo necesitamos. Y lo cierto es que siempre te necesitamos, porque nuestra existencia es precaria. También es grande y excelsa, feliz, pero asimismo muy necesitada de ayuda, de tu ayuda. Con todo, yo sé que siempre podemos contar contigo, Superman, queridísimo Superman. Gracias, Hombre de Acero. Hasta siempre.
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