Muy querido Julio Verne:
Tus historias me demuestran, como también La isla del tesoro, de Stevenson, lo importante que es la propia historia, pues a partir de ella se hacen todo tipo de productos, juegos de ordenador, dibujos animados, teatro, películas… Como me dijo en una ocasión el productor de cine Antonio Cardenal, lo más importante en una película es la historia. Creo que es lo más esencial en muchos terrenos, y forma una especie de valor difícil de cuantificar, pero trascendental. Por eso los creadores de historias, como el propio Stevenson, como por supuesto tú mismo, o actualmente en nuestro país escritores como Alberto Vázquez-Figueroa y Arturo Pérez-Reverte, están tan cotizados. Son autores que, entre otras cosas, son pura imaginación, herederos de los contadores de historias que han existido en todas las culturas, aquellos que narraban, por ejemplo, alrededor de un buen fuego.
Sí, he leído muchos de tus libros. Por ejemplo, De la Tierra a la Luna o Viaje alrededor de la Luna. Me han acompañado, sobre todo en mi adolescencia, en muchas tardes de soledad en mi casa, gozosa soledad, elegida soledad. En realidad me han acompañado siempre, en toda clase de circunstancias, viajes, veraneos… Fueron, son, con muchos otros libros queridos, grupo amplio pero selecto, mis compañeros de vida.
Yo antes jugaba mucho al ordenador, pero cuando se me estropeó el Spectrum me puse a leer desesperadamente —antes ya leía, pero no tanto—, como con prisa, pero también con mucho aprovechamiento, a mi juicio. Recuerdo que entre los autores a los que más leí en aquella época —ya digo que tenía unos catorce años— destacas tú, querido Julio, y Alejandro Dumas. Es curioso, porque sé que os conocisteis y os hicisteis amigos, que tú le enseñaste a él —o quizá fue al revés— a hacer una tortilla, y que él te apadrinó en una primera tentativa teatral, tentativa que fue un fracaso, si no me equivoco.
Por lo menos todo esto es lo que yo aprendí para dar una breve conferencia en el colegio, muy jovencito, en 8º de EGB nada menos, antes de leer todos esos libros tuyos con catorce años, que pudieran ser, tal vez, treinta, tal vez más, quizá menos. Muchos en todo caso, y para mí muy divertidos y formadores. Todavía cuando escribo mis novelas, sobre todo mis novelas históricas, siento la huella de esas lecturas de la adolescencia, las novelas de aventuras, tus libros, los de Dumas, los de Stevenson, Sabatini, o El prisionero de Zenda, de Anthony Hope, Las cuatro plumas, de A. E. W. Mason… Para mí son auténticas joyas, tesoros y modelos de narrar, de novelar. Sí, ahora que lo pienso, estos autores, con otros, por supuesto, han sido profesores míos en la escritura, en la imaginación, en la diversión.
Para escribir esta carta he vuelto un poco a tus libros, y ha sido una gozada, si me lo permites decir, un privilegio, a mi modo de ver. Ahora lamento no ser más joven para poder leer tus libros, quiero decir para leerlos por primera vez, que creo que es lo mejor, porque tus libros me da la impresión de que son, sobre todo, para descubrirlos, y para descubrirlos si es posible cuando se está descubriendo el mundo, en esa edad en que los leí. Aunque ahora que lo pienso, siempre en la vida estamos descubriendo el mundo. Pero tú me entiendes. Yo tengo la satisfacción, querido Julio, de haberte leído, a ti y a otros maestros de la narración, los citados y otros, en el momento justo, en el momento preciso. En aquellos años, por ejemplo, siempre bien asesorado por mi tío Eduardo, leí también a Rafael Sabatini, que me encantaba, al ya citado Stevenson, del que leí el Dr. Jekyll y Mr. Hyde, en el colegio, y luego bastantes otros por mi cuenta.
Ahora que lo pienso, lo que más me gusta de Stevenson son los cuentos, de los que no dejo de disfrutar como lector y de aprender como escritor. También aprendo mucho de ti, amigo Verne, aprendo más ahora que antes, porque cuando era adolescente yo seguía ante todo las peripecias de tus héroes, pero ignoraba bastante toda la información de ciencia y geografía que introducías en tus novelas. En fin, la consideraba un poco pesada y superflua, si me permites decirlo. Pues bien, ahora amo cada vez más la geografía y la ciencia, por muy de letras que pueda ser, y le presto mucha más atención, con regocijo interior, a todos esos datos a los que antes no prestaba especial atención.
Es posible que mucho de eso ya haya quedado anticuado, pero yo lo sigo disfrutando igual, aprendiendo de ello, y además sé lo que te gustaban esas materias cuando escribiste tus Viajes extraordinarios, y cómo, a mi entender, la geografía y la ciencia se volvieron verdaderas generadoras de tu trabajo y de tu imaginación, de tus novelas en general. Ahora puedo decir que ese esfuerzo que tú pusiste en los libros quizá sea lo más interesante en estos momentos para mí, lo más nuevo, o lo más revelador para este lector que tanto te admira.
Ya acompañé en muchas aventuras a tus personajes; ahora me apetece seguirte a ti, más concretamente en los mapas y en el saber del hombre que añadiste a tus libros con tanto trabajo, con tanta pasión, con tanto amor, o mimo, diría yo. Para satisfacción, para diversión —y formación— de tantos niños, de tantos jóvenes, como lo era yo entonces. De tantos lectores, de todas las edades, millones a lo largo de la línea del tiempo y del espacio.
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