Muy admirado, querido Jorge Luis Borges:
Precisamente para escribir esta carta he vuelto a tus obras, a tus cuentos, a tus ensayos, poemas… y la lectura me iba llevando de unos textos a otros, como de la mano, y parecía que no iba a parar. Era tanto el placer que sentía leyéndote, releyéndote, que al final el objetivo de escribir esta carta quedaba desdibujado, y ya el verdadero fin era leer tus páginas. Al final he tenido que detenerme, que ponerme a escribir, porque parecía que nunca iba a hacerlo, pero no descarto, por supuesto, volver a leerte, por cualquier motivo, a leerte, en realidad, una y otra vez. Eres uno de esos escritores para leerlos durante toda una vida, amigos constantes, eternos.
En el fondo fue la nuestra una conversación que inicié muy joven, puede que a los catorce años, cuando descubrí que en el despacho de mi padre había unos tomos preciosos, desde luego preciosos para mí; eran unos volúmenes en bolsillo, en Bruguera y Emecé, con tu Prosa completa, cuatro tomos. Estaban prácticamente nuevos. Entonces me puse a leer el tomo segundo, el que incluía lo que yo había leído que eran tus obras más famosas, Ficciones y El aleph. Concretamente empecé a leer Ficciones.
Sin embargo, creo recordar que antes había comprado en una librería de Pontedeume, el pueblo de mi padre —en A Coruña—, El aleph, impulsado, guiado, por el cuento “El inmortal”, que por razones acaso peregrinas me atraía mucho, y es que había una película con Christopher Lambert y Sean Connery sobre inmortales, Los inmortales, que me gustaba mucho, a mí y yo creo que a mi generación, porque era una película que le gustaba mucho también a otros amigos.
Pues bien, el cuento, tu cuento, y la película tienen puntos en contacto, y me acuerdo que los estudié en un trabajo que hice en la carrera —asignatura de “El cuento hispanoamericano” con la profesora Ana Valenciano, en la Complutense—, sobre tres relatos tuyos. Echo la vista atrás y me doy cuenta de que he escrito sobre ti distintas veces en estos años, la última vez en un artículo, un pequeño artículo, de la revista Zenda que yo creo que tuvo bastante éxito. Porque me da la sensación de que todo lo que se escribe sobre ti suscita interés y atención.
No me extraña, porque eres uno de mis escritores favoritos, todo un modelo de escritor, y tu enseñanza es permanente. Eres para mí un gran sabio que se plasmó a sí mismo por escrito, y creo que aunque la ceguera debió de limitar mucho tus pasos y tu capacidad de movimientos, es posible que como escritor te beneficiara, y que te hiciera ver lo que otros no podían ver, y expresarte de una forma nueva, o distinta. Dicen que Homero también era ciego, ésa es la tradición; por algo lo dirán. La clarividencia del que no puede ver, pero que quizá por eso ve más o ve más lejos.
Siempre quedan libros, pero durante mucho tiempo yo pensé que había leído todo lo que habías escrito, o todo lo que habías publicado. Evidentemente no lo he leído todo, pero ésta es una muy buena noticia. Aún mejor noticia es que puedo releer lo que ya he leído, que son tus obras más importantes, porque de algún modo es como si las leyera nuevas. Sin embargo, como el que ha cambiado con los años soy yo, mucho más, en principio, que los libros, mi gran felicidad es enfrentarme con tus textos una vez más, dejarlos hablar, dialogar conmigo, con lo que he leído de otros autores y tengo en la cabeza, con lo que he aprendido.
Tú valorabas más, mucho más, lo que habías leído que lo que habías escrito, y esto me ha costado un poco comprenderlo. Acaso, se me ocurre ahora, lo que querías decir es que lo que tú escribías no tenía la capacidad de sorprenderte, o no era nuevo para ti, mientras que lo que leías sí que tenía ese valor de nuevo, de algo que te podía enriquecer profundamente, para tu propia vida y para escribir. De todos modos creo que todos los que te hemos leído estaremos de acuerdo en que eras un lector, por encima de todo, quizá, y que como suele decir Arturo Pérez-Reverte de sí mismo, escribías como lector.
En este mundo en el que todo el mundo quiere ser escritor, en el que lo importante es ser escritor, los que declaran esencial la lectura y al lector, tienen para mí una gran importancia, y además una gran credibilidad. Por otra parte, muchos escritores —y no digo todos porque ahora parece estar de moda lo contrario— sabemos qué calado tiene la lectura en lo que escribimos. Si no lo hiciéramos, creo yo, nuestros escritos perderían casi toda su fuerza, su efectividad, su poder de convicción. Su poder, en general. Y pienso que serían menos divertidos, amenos, interesantes, y que aportarían mucho menos a los lectores. Estarían más huecos, más vacíos.
Pero es todo lo contrario que lo que ocurre en tu obra, Jorge Luis. Tus textos aparecen saturados de cultura, de sabiduría. Están llenos. Son librescos, pero lo libresco perfectamente asimilado, y hasta lo más profundo, que es parte de tu alma, y que ya pertenece al alma del texto, de todos tus textos. Lo libresco, el saber libresco, por simplificar, se convierte en el protagonista de lo que escribes, ya sea un cuento policíaco, o fantástico, ya sea un ensayo sobre un autor, ya sea un poema sobre cualquier tema, cualquier tema de raíz literaria, o mitológica, filosófica… Todo parte de los libros y va al libro, al tuyo, que el lector mantiene en sus manos, agradecido y con todos sus sentidos alerta. Ahora tu prosa, tu verso, tu escritura, desemboca también en esta carta.
Yo no te conocí, y creo que me alegro de ello. Hace poco escribí esta carta a Umberto Eco, que tanto te admiró y aprendió de ti, y decía lo mismo. Considero, y esto lo digo tal vez a la edad que tengo, que no hay que conocer a las personas admiradas: escritores, artistas, etc. La vida cotidiana está demasiado envuelta en turbiedades, digámoslo así, como para que éstas nos perjudiquen más de la cuenta en nuestro contacto con los hombres y las mujeres que más admiramos.
Yo soy amante de los libros, me considero escritor vocacional, y me parece magnífico, inmejorable, sublime tener tus libros, abrirlos, leerlos, subrayarlos, dejar que lo que tú pusiste en ellos, que fue tanto, y lo que yo pongo también en ellos —los lectores, como sabes mejor que nadie, ponemos mucho en lo que leemos— me vaya calando, me vaya haciendo por dentro, hasta hoy, hasta estas palabras que voy hilando con un bolígrafo al que por cierto se le va agotando ya la tinta.
Admirado Jorge Luis Borges, querido Jorge Luis, somos amigos de una forma muy peculiar, muy especial. Cuando moriste yo no había leído todavía ningún libro tuyo, tenía diez años, pero intuyo que estamos unidos para la eternidad. La palabra gracias se queda pequeña para expresar lo que quiero decir cuando leo tus páginas, eso que es una forma de la felicidad, como creo que dirías tú.
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