Aunque a veces nos cueste recordarlo, somos seres introducidos en el entramado de la vida, vivimos en cuerpos y entornos que pueden ser dañados. Y lo más importante de todo, somos absolutamente ecodependientes. Esa atención a la vulnerabilidad humana y al equilibrio de los ecosistemas en los que habitamos definen la pregunta con la que arranca Necesidades ante la crisis ecosocial, el nuevo libro de Carmen Madorrán Ayerra (Plaza y Valdés Editores): ¿podemos aspirar a una vida buena en el siglo XXI? Para ello, será necesario realizar un análisis exhaustivo sobre cuáles son las necesidades básicas del ser humano para poder alcanzar una vida que merezca la pena ser vivida.
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—¿En qué te ha ayudado la maternidad a distinguir entre lo necesario y lo superfluo?
—Una de las cosas que yo aprendí al nacer mi hija mayor, es esto que se dice tanto de estar en el aquí y ahora, el presente, es algo que se hizo real. La pausa, el estar ahí. A veces simplemente mirando cómo duerme un bebé, amamantándolo… se pasa mucho tiempo justo ahí. No hay otras cosas que te llamen o te retengan, la concepción del tiempo cambia por completo. Si hay algo que me han enseñado mis hijas es a estar en el momento en que jugamos con la pala, cocinamos juntas, leemos un cuento o pensamos qué tipo de formas tienen las nubes. Todos esos momentos y el cuidado que pones en ellos es de las cosas necesarias que te ayudan a resituar qué es lo superfluo que, en este caso, para mí tiene mucho que ver con el mundo de la prisa y el arrastre.
—¿Cómo crees que ha evolucionado la concepción de las necesidades humanas en el contexto del Antropoceno?
—Creo firmemente que el concepto de necesidad es un concepto que está volviendo, no me refiero a que ocupe portadas en los periódicos, pero sí es cierto que desde la pandemia ha habido un repunte de la pregunta “¿qué necesitamos?”. Aquel fue un momento en el que mucha gente se lo planteó, no simplemente desde un punto de vista teórico sino también vivencial. La gente confinada desde sus casas se lo preguntaba “¿qué necesito?”, “¿qué cosas que formaban parte de mi día a día que no me gustaría que volvieran a ocupar espacio en él?”. Durante esos días, teníamos muy claro qué es lo que nos faltaba: nos faltaban los otros, nuestras redes sociales, las personas que nos sostienen, la cercanía, la calle, el parque… Creo que gracias a, en parte la pandemia, pero también al hecho de comenzar a asumir que nuestro futuro no es un futuro de abundancia, está habiendo una vuelta a la pregunta por el qué necesitamos. Algunas personas hablan de bienes básicos, otras de derechos humanos, para referirnos al tema de las necesidades, ¿cuáles son los imprescindibles humanos en un momento en el que sabemos que la Tierra no da para todo?
—Partiendo de la diferenciación que haces a lo largo de todo el libro entre lo que es necesario para tener una vida buena y lo que podríamos llamar “deseos”, y teniendo en cuenta que en sociedades como la nuestra muchos de esos llamados deseos se nos imponen en nuestra cotidianidad como necesidades básicas: ¿cómo crees que se puede equilibrar la urgencia de reducir el consumo y transitar hacia otro modelo de vida?
—¡Me encantaría tener esa respuesta! Nos jugamos mucho en esa distinción, que no es fácil, pero hay muchas distinciones teóricas que no lo son. Le podemos dar forma política, social o económica, pero creo que es posible hacer esa diferenciación entre necesidades y deseos, pues muchas veces caracterizamos de necesario cosas que, no solo son deseos, sino que incluso podríamos llegar a llamar privilegios. Se trata de deseos que podemos satisfacer una parte exigua de la población mundial a costa de que haya otros que no satisfagan ni las necesidades más básicas. Partiendo de ahí, para mí es fundamental ir avanzando en esa comprensión. Somos seres necesitados, sin duda, pero también debemos cultivar la otra parte, la autocontención de la que habla muchas veces el filósofo Jorge Riechmann, es decir, ser capaces de poner en relación y bajarnos del pedestal, sobre todo en los países enriquecidos del planeta. Debemos bajarnos del centro. David Braybrooke tiene un concepto que yo recojo en mi libro que es el de “principio de precedencia”, en el cual se surgiere que las necesidades de cualquier grupo humano precedan a los deseos de otro. ¿Cómo hacer eso? Políticamente es complicado, claro, por eso desde la filosofía estamos tratando de lanzar algunas preguntas y apuntar, a ser posible, alguna respuesta.
—Toda esta idea de prescindir de aquello que denominamos deseo y abarcar lo necesario nos lleva a la idea de decrecimiento. ¿Cómo lo definirías tú? ¿Cómo se relaciona el decrecimiento con la transición ecológica?
—A mí me gusta mucho algo que dice la ecofeminista española Yayo Herrero cuando habla del decrecimiento como un dato, el decrecimiento es algo que se va a dar. El decrecimiento en energía, por ejemplo, es algo inevitable, sobre todo para nosotros que vivimos en sociedades que disponen de una cantidad de energía inigualable, incomparable con otro periodo de la historia, y que, probablemente, sea mucho mayor a la que podamos tener el resto de nuestra vida. Desde esa perspectiva, el decrecimiento es, en términos materiales, una capacidad de disponer de menor energía, materiales y recursos. Pero el decrecimiento no es solo eso, la idea es cómo podríamos organizar ese escenario en el que haya una contracción energética de manera que sea sostenible y justa, que no nos veamos una vez más en un escenario desigual y mal repartido. Tendríamos que verlo como algo que se vincula más bien a esa autocontención o a esa búsqueda de un equilibrio y una justicia tanto con el resto de los seres humanos que viven, no por casualidad, en las zonas más empobrecidas del planeta, como con el conjunto de los ecosistemas. No podemos ver el decrecimiento como una pérdida, debemos ser capaces de entender que en el escenario al que nos dirigimos hay cosas que van a decrecer, nuestra capacidad de disponer de energía es una de ellas. Pero no tiene por qué ser algo negativo, este proceso puede ir acompañado de otras cosas que nos enriquezcan y que son fundamentales, como podría ser la atención a las necesidades. Esto es lo que el ecofeminismo llama poner la vida en el centro.
—¿Cuál es el estado actual de la transición ecológica en España?
—Por un lado, la transición ecológica integra la transición energética, así como muchos otros elementos como podría ser el camino hacia una dependencia menor de los combustibles fósiles y la transición hacia las energías renovables. Pero no solo es eso, la transición ecológica debe llevar aparejadas cuestiones como las del consumo o las necesidades. Creo que hay mucho camino todavía por hacer. Hay algunos mensajes que están calando en la población, por ejemplo, que el consumo de carne, en concreto de carne roja de ganadería intensiva, está asociado a una mayor huella de carbono, a una mayor contaminación y mayor uso de recursos como puede ser el agua y que eso es, en cierta manera, insostenible; el propio uso de los aviones como modo de transporte habitual… Creo que eso a nivel generacional, y lo veo también en mis propias estudiantes, ha cambiado, está cambiando a pasos agigantados. Hay algo ahí esperanzador sin duda, pero no me engaño, esos cambios a nivel individual de consumo o de estilo de vida son útiles, pero no son estructurales. El cambio debe ser mucho más profundo y, por el momento, hay pocas buenas perspectivas.
—En el libro de Marta Tafalla Filosofía ante la crisis ecológica, obra que mencionas también en estas páginas, la filósofa habla de la necesidad de crear ficciones que hagan que el cambio ecológico sea algo apetecible. ¿Qué papel crees que juegan esas nuevas ficciones? ¿Crees que la educación a las generaciones más pequeñas es decisiva para avanzar en el fomento del decrecimiento?
—Estoy de acuerdo por completo con Marta Tafalla. Somos seres de ficción, somos seres narrativos, no podemos prescindir de las historias que nos ayudan a su vez a comprender mejor los jardines en los que nos hemos ido metiendo, tanto de manera individual, así como sociedad. Estas narraciones nos abren algunas ventanas, las ficciones tienen también esa posibilidad de ideación de cosas que, quizás, no vemos tan claras cuando nos ponemos en otro plano como es, por ejemplo, el formato de ensayo. La ficción tiene un papel fundamental, al igual que el arte, porque posee la capacidad de generar nuevos imaginarios que sigan teniendo en el centro, de alguna forma, el deseo, la aspiración de un horizonte deseable, de una vida buena que alguien querría vivir. Para ello, arte, ficción y narración son caminos indispensables. Con respecto a la educación, está claro que la crisis ecosocial y el decrecimiento van a ser los temas por excelencia para las generaciones venideras. Creo que ya se viene haciendo hincapié en ello, aunque aún nos queda mucho por hacer, pero este es el tema de nuestro tiempo y va ser determinante en la vida de los más jóvenes, de los niños y niñas que acaban de nacer. Qué menos que darles las herramientas para que nadie se lleve luego las manos a la cabeza al darse de bruces con esta situación. Tenemos una responsabilidad para con ellos: abrirles la realidad que les va a tocar vivir desde el principio y darles las herramientas necesarias para transitar ese camino.
—“Del planeta según su capacidad, a cada cual según su necesidad” es la idea que cierra tu libro.
—Sí, la verdad es que quería volver a tomar esa formulación, pero replanteándola pues es algo que debe hace la filosofía, debemos replantear algunas preguntas ya formuladas al hilo del tiempo que nos toca vivir, ver esas cuestiones a la luz de nuestros días. Esta máxima, “cada cual según su capacidad, a cada cual según su necesidad”, hasta ahora no incluía algo que para mí hoy es imprescindible que es la idea de los límites ecológicos, de los límites planetarios. En definitiva, los límites que tiene el techo ambiental. Por eso quería volver a ella, dándole ahora otro cariz, no centrándola únicamente como si estuviéramos en un mundo de abundancia radical de materiales, energía sin límites y sin fin, un mundo que recogiese todos los desechos que generamos. Mi formulación es otra, a cada cual tendríamos que atenderle según sus necesidades, unas necesidades que, aunque compartidas, no son satisfechas para todos y todas de igual forma; y del planeta según su capacidad porque es la capacidad de la Biosfera, entendida como el conjunto de los ecosistemas, la que nos tiene que marcar el techo, el hasta donde podemos llegar. Un límite que ha sido ignorado por nuestra sociedad de una forma bastante criminal.
—Como coordinadora del Grupo de Investigación en Humanidades Ecológicas (GHECO) en la Universidad Autónoma de Madrid, ¿consideras que dentro del panorama académico español se está poniendo el foco que se necesita para abordar estas cuestiones desde un punto de vista, al menos, teórico?
—El Grupo de Investigación en Humanidades Ecológicas que tenemos en la UAM hereda todo el trabajo del grupo previo de Investigación Transdisciplinar en Transiciones Socioecológicas que montó Jorge Riechmann en 2013. Yo misma he ido viendo, en mi formación como investigadora predoctoral y luego en los primeros años aquí en la Autónoma, cómo la poca gente que hace diez años se estaba dedicando desde la investigación a cuestiones que atañen la crisis ecosocial en un sentido amplio, es decir, desde un plano filosófico, económico o, por ejemplo, desde la salud pública, se buscaban y constituían esa red que fue este primer grupo de investigación que para mí fue clave. Desde entonces hasta ahora, en esta última década, no ha parado de aumentar el interés, es un tema que se ha asentado y cada vez son más las subvenciones para investigar y trabajar en relación con esto. Y no es porque antes no hubiese evidencias científicas que respaldasen la crisis ecológica, sino porque se ha abierto la grieta del problema social que esta crisis representa y ahora es un tema que nadie puede obviar. Pero sí, ahora mismo dentro del mundo académico el ambiente es mucho más favorable que hace unos años para hacer investigaciones en clave ecosocial. Es cierto que el panorama español, hasta hace unos años, carecía casi de estudios que tuviesen que ver con, por ejemplo, el animalismo, o con los estudios sobre plantas que están abriendo jóvenes investigadores como Fran Navarro en nuestro grupo de investigación. En otros países, teniendo en mente fundamentalmente Europa, todos estos temas estaban más trabajados y en ese sentido nuestra intención es incorporarnos para poder, también, dar nuestros propios pasos. Hay un interés fuerte, dentro y fuera de la academia con respecto a estos temas donde ya había mucha gente trabajando antes y nosotros estamos aquí como grupo aportando todo lo que podemos, intentando tejer con nuestros integrantes esa nueva academia que hace falta.
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Carmen Madorrán estará firmando ejemplares de su obra en la caseta número 333, de la editorial Plaza y Valdés, durante la Feria del libro de Madrid.
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