Carmen Calvo, hoy presidenta del Consejo de Estado y antes vicepresidenta, ministra, consejera o diputada ligada al PSOE, acaba de publicar una suerte de dietario, Nosotras (Planeta), donde condensa su pensamiento con una evidente intención didáctica. Empezamos desde el principio.
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—Una pregunta que parece sencilla pero es compleja: ¿qué es el feminismo?
—La lucha histórica de las mujeres por levantar la injusticia de la que provenimos siempre y para alcanzar la condición de ciudadanas plenamente.
—En principio algo tan sencillo, ¿por qué en la sociedad actual suena tan difícil de comunicar y que cale?
—Pues porque la primera parte del feminismo es desmontar el patriarcado, lo que no es ni fácil, ni sencillo, ni rápido. Es quitar a más de la mitad de la humanidad privilegios que han considerado derechos. Y para convertir en derechos lo que las mujeres no hemos tenido hace falta un reequilibrio de un nuevo contrato y consenso que se va produciendo lentamente, con muchas dificultades. Entre otras razones porque la ultraderecha ha elegido dos objetivos: el cambio climático y el feminismo. No por casualidad. El cambio climático porque va a obligar a que la idea de progreso sea más idea de reparto que decrecimiento, y al feminismo porque es lo que está cambiando las sociedades. La potencia de transformación del feminismo es lo que provoca que la ultraderecha se enfrente de cara. Y esta es la piedra angular de lo que la política está viviendo. Milei ya decidió que se quita el lenguaje inclusivo de la administración argentina, y que la interrupción voluntaria del embarazo y desmontar el Estado son sus dos grandes objetivos. ¿Alguien piensa que es baladí? No.
—El mercado vende camisetas donde el personal se autodeclara feminista. Los iconos actuales se declaran feministas, hombres y mujeres. Pero ¿usted cree que el mercado es feminista?
—El mercado no puede ser feminista, igual que no puede ser demócrata. El mercado es el espacio en el que las fuerzas de todo tipo compiten para ver quién gana. Es más, yo considero, desde el punto de vista de mis ideas, que la idea con la que arrancó el siglo XX era que la democracia contuviera dentro a un mercado controlado. Mucho me temo que la idea global en la que está el mundo es que el mercado se intente comer hasta la democracia. Y ahí es donde tenemos que estar los demócratas.
—¿Qué ruedas en el camino del feminismo pone el mercado? ¿Son realmente cantos de sirena?
—El cuerpo de las mujeres. El mercado quiere que siga estando en el mercado. En el mercado de la prostitución, en el mercado de los vientres de alquiler, lo último que se han inventado, en el mercado de la belleza por obligación, como tiranía que parece que nos tuviera que definir a las mujeres y en la que han entrado también los hombres… Es decir, el mercado no deja hueco de respeto a nuestro cuerpo como soporte de nuestra existencia, como sí lo hace con los varones. Nosotras somos violadas en zonas de conflicto, en la guerra, es decir, se utiliza nuestra sexualidad continuamente contra nosotras. Nosotras vivimos la violencia hasta el punto de que en las democracias y en el resto, evidentemente igual y más, se asesinan mujeres cada día, en nuestras sociedades, donde pareciera que la violencia por el hecho de ser mujer ya no podría ser compatible con el día a día de las vidas. El mercado quiere que nuestros cuerpos sigan siendo mercancías y que estén cosificados. Eso es a lo que nos vamos a negar y nos negamos cada día las feministas, pero se deberían negar los y las demócratas. Los hombres demócratas tienen mucho que decir al mercado cuando nosotras somos utilizadas como cosas.
—Se habla un montón del cuerpo de la mujer. Pero aunque cuerpo y mente estén unidos, también le preguntaría por la mente de las mujeres. Cualquiera que lea las estadísticas de depresión, ansiedad, anorexia… Los trastornos psicológicos y los problemas de salud mental son femeninos.
—Le estamos prestando poca atención porque la vida lo que ha hecho es dar un salto de la materia a lo que no es material. Es decir, cuando hemos avanzado mucho, a tener una vida materialmente mejor y hemos creído que la materia nos lo iba a dar todo, nos hemos dado cuenta de que no, que somos seres con sentido de la trascendencia y que unos necesitan religión, otros necesitamos cultura, creatividad… en definitiva, nutrir una parte de nuestra existencia que no es solo el cuerpo. Cuando eso no se reflexiona en términos públicos y en términos honestos, cada quien acaba viviendo de manera dolorosa los efectos de eso, de manera que si queremos que todas las mujeres sean bellísimas por obligación, acabamos en la anorexia, acabamos en la bulimia, en las operaciones estéticas exageradas. Acabamos en la falta de respeto a tu cuerpo, cuando lo moderno que nos dio la Ilustración era aceptar todos los cuerpos, hombres, mujeres, orientación sexual. Curiosamente, lo que estamos viendo en este momento es muy antiguo, muy, muy antiguo. Muy, muy propio de la esclavitud. No aceptar tu cuerpo y transformarlo en un canon en el que hay compra y venta. Ahí acabas pereciendo: acaba pereciendo tu equilibrio mental, ahí acaba pereciendo tu sentido de la existencia, acaba pereciendo la felicidad, que es lo que nos motiva a todos los seres humanos. Eso requiere ahora una cosa que ya dijo Simone de Beauvoir: que lo personal era político y que la política iba a dar un paso de administrar la materia a tener que administrar otras cuestiones. Pero para administrar esas otras cuestiones y hablar de ellas hace falta un debate político riguroso. Para hablar de enfermedad mental, para hablar de relaciones sanas, para hablar de respeto. Ahí tienen que intervenir gentes con mucha altura, tienen que leer mucho. Esto no son debates a navajazos por si has invertido dos millones y yo invertiría cuatro. Esto requiere un nuevo rearme de la altura intelectual de la política, porque en esos debates no se puede ir a decir barbaridades simplonas. A esos debates hay que ir habiendo leído mucho y pensado mucho, aunque los políticos no seamos especialistas, pero no lo podemos resolver con la frivolidad con la que ahora se resuelven muchas cosas.
—Sigo con el cuerpo. Además de en las marquesinas, incluso lo ves en la proyección del cuerpo de la mujer en mujeres trans: es un cuerpo de mujer, diríamos voluptuoso, estereotipado. Están muy bien para los chistes y para las ficciones, pero ¿por qué no nos libramos del estereotipo de cuerpo femenino en una sociedad, en apariencia, tan diversa?
—Porque el patriarcado bebe del mercado y al mercado le viene bien un estereotipo absolutamente injusto, cárceles para todos nosotros. Ahí hay un nicho de negocio. Porque hay nichos de negocio en las redes, en la compra, en la venta, en lo que consideramos belleza, en la indumentaria. Ahí hay un nicho de negocio brutal, donde el mercado se levanta por encima de la dignidad. La idea moderna para mí es aceptar todos los cuerpos, aceptar el proyecto único, intransferible, de tu libertad para manifestarte. Y sin embargo, ¿a dónde vamos? A encasillarnos. Vamos a encasillar lo que es la feminidad, vamos a encasillar tantas cosas… Vamos a encasillarnos porque en las casillas se producen cárceles para ti, que eres único e intransferible, y además en las casillas te venden muchas cosas: que te operes, que te vistas, que adelgaces, que engordes, que des el canon, que dejes de dar el canon… Lo revolucionario es romper los cánones.
—Es muy interesante salir a la Gran Vía de Madrid y ver cómo ha cambiado desde los años cincuenta, en los que la gente iba al cine a ver a otros. Y ahora vamos a tiendas donde nos vemos a nosotras mismas o mismos.
—El mercado está conformando una suerte de narcisismo completamente descontrolado en el que no hay más que infelicidad. Desde mi punto de vista, en el narcisismo no hay más que infelicidad. Cuando tú dedicas tu vida exclusivamente a ti mismo, no puedes encontrar ni un ápice de felicidad, ni de serenidad. Porque los seres humanos estamos preparados para estar también fuera de nosotros, para construirnos con el otro, y eso ahora no existe. Lo que existen son dictaduras reglamentadas de lo que tenemos que hacer, y al mismo tiempo, de manera contradictoria, focalizándose en tu egoísmo individual narcisista que, repito, es garantía absoluta de infelicidad total. Pero de ahí se saca mucho dinero.
—Página dieciséis de su libro: «Somos muchas, estamos conectadas y venimos peleando desde atrás». Y justo al pensar en la idea de la conexión del feminismo, pienso también en que el feminismo no es monolítico y las tensiones que existen dentro son muy duras, siendo el objetivo el mismo. A veces los métodos de los distintos feminismos difieren brutalmente siendo el objetivo el mismo.
—Primero, las controversias son naturales, teniendo en cuenta que el feminismo abarca todos los órdenes de la vida, y como lo abarca todo es imposible que no tenga matices y controversia. Segundo, las tiene en el plano político, porque el feminismo ya cotiza en bolsa política y en bolsa electoral. Ha llegado a un punto de madurez para estar ya en el centro de la pista de baile. Cuando estás en el centro de la pista de baile te pueden evidentemente abordar, pacífica o no pacíficamente, desde cualquier espacio. Esto es un triunfo del feminismo. Hace cien años, y treinta, era una cosa inocua. Es más, el término «feminismo» era un insulto. Las feministas éramos un grupo pequeño. El feminismo es ahora una cuestión con la que tienen que bregar todos los partidos políticos, todos los estados, todas las democracias. No hay quien lo pare, irá a más, porque es la fuerza de la dignidad, de más de la mitad de la población del planeta, con su dura historia detrás. Si alguien ha pensado que esto es un anexo del análisis político general, que se lo quite de la cabeza. Le faltan diez minutos para que sea el canal central del análisis político de todo lo que se haga en este mundo. Por la derecha, por la izquierda, por donde se quiera. Porque somos la mayoría absoluta y a cada paso que las mujeres damos con conciencia de lo que somos y con conciencia de los poderes reales que tenemos, todo esto irá arreciando. Y por eso yo en mi libro reivindico el respeto a la historia del feminismo, a lo que han escrito las mujeres, a lo que hemos hecho las mujeres, a dónde lo hemos conducido, que no ha sido ni fácil ni pacífico. En mi libro aparecen mujeres que han pasado por la guillotina. Mujeres que han sido arrinconadas en sus filas políticas por poner el dedo en la llaga y no en otro. Pero como el tiempo es escultor, decía la Yourcenar, va esculpiendo lo que es verdaderamente importante en la vida. El feminismo está danzando en el centro de la pista de baile. Por eso la ultraderecha lo combate. La ultraderecha no se inventa este ariete continuo contra el feminismo de esta manera tan ridícula desde el lenguaje o desde la negación de la violencia. Porque si la ultraderecha niega la violencia es porque no se quiere plantear por qué existe. Porque si te planteas por qué existe y tira del hilo, acabas llegando a la historia injusta de las mujeres. Te tienes que plantear, por razones de justicia, la igualdad. Y como eso no te lo puedes plantear porque a ti el orden establecido te interesa como está pues no te lo planteas.
—Desde el título está muy presente la palabra «democracia»: lo que significa la democracia, el Estado… Pero hay otra cosa evidente pero que pareciera más subterránea: la memoria. Creo que el libro está presidido por la memoria más que por la democracia, porque para entender la democracia tienes que tener un poco de memoria. Por lo que ha vivido, ¿qué supuso para usted la democracia, en este caso la española? ¿Y por qué cree que hay jóvenes, incluso de izquierdas, incluso jóvenes bienintencionados, a los que se les ha olvidado?
—La lucha feminista y el avance del feminismo evidentemente se plantea en todos los lugares del mundo, pero avanza de manera racional y constructivamente en democracia, que es donde las mujeres podemos votar. El feminismo nunca se equivocó cuando eligió dos temas: votar e ir a la escuela. Esto es lo que elige el feminismo a sus inicios. Votar e ir a la escuela. Y porque yo creo que a las mujeres se nos ha secuestrado también nuestra memoria. No por razones espúreas: se nos secuestra la memoria porque cuando tú tienes memoria eres más fuerte, cuando tú sabes que antes que tú ha habido otras. Entonces, tú te sientes parte de un hilo conductor y traes la fuerza de las anteriores. Al patriarcado le encanta que seamos pioneras continuamente, nos halaga con esto la primera mujer. Hay que acabar con eso ya de una vez por todas. Primero, porque ya en casi todos los casos es mentira. El patriarcado se ahorra el decir que antes estuvo Fulanita y Menganita. Le escuché a Feijóo en un debate hace muy poco, la «primera» ministra, Soledad Becerril, porque es de las suyas. La primera ministra fue Federica Montseny, que tiene una gracia enorme que en este país la primera ministra fuera una anarquista. Y además lo fue de Sanidad. Te lo ahorras, no conoces esta memoria, cometes este error y nadie te afea que cometas este error tan grande porque ha sido con un tema de mujeres. Recuerdo ese día, ese debate. La memoria da fuerza. El pionerismo te coloca en un lugar muy frágil, donde tú eres la primera. Y en ese sentido yo reivindico la memoria muy larga, y más larga que la podía haber reivindicado. Pero sobre todo, esa memoria la reivindico para todas, pero la reivindico muy importantemente para las más jóvenes.
—¿Y a usted, personalmente, la memoria de qué o de quién le da fuerza?
—Mira, a mí me da mucha fuerza una memoria reciente que he vivido. Desde que tengo veinte años estoy dando conferencias por toda España, y desde luego no hay una provincia que no haya pisado. Y la historia oral la he ido escuchando a esas mujeres que iban a la alfabetización de adultas, porque entraron en la democracia sin saber leer y escribir, a esas mujeres que jamás habían salido de su casa solas a un bar con una amiga. A esas mujeres que jamás se habían despegado del marido, que era un marido/patrón. Esas mujeres las he escuchado yo por cientos de manera directa. Me han contado sus vidas. Han ido a escucharme a mí. Yo tengo un huracán dentro, que han sido ellas, y por eso hay una memoria corta. Y luego hay una memoria más con nombre y apellido, de las que yo me siento muy parte. Es la memoria de Flora Tristán, cuando socialista como yo, le dice a sus compañeros en Francia: «Nuestro problema es el sexo, no la clase». La laminan políticamente cuando dice esto. Una cosa inteligentísima y completamente necesaria que la dijera. Recordarla a ella o recordar a las grandes reinas que han sido las grandes jefas de Estado de sus países, que eran mujeres que claramente el mensaje que emitían es que «el poder me interesa y lo quiero». A mí me reconforta mucho, porque yo soy una mujer que está en política porque le interesa el poder. Yo creo que nos tenemos que dejar de perfiles melifluos. Las mujeres estamos en política y no estamos de secundarias, no estamos de adorno de nadie.
—Para intervenir, evidentemente.
—Estamos porque nos interesaría alcanzar cuanta más alta cota de poder mejor, para poder desplegar tus ideas. Y claro, el patriarcado nunca ha considerado que la ambición de poder fuera un atributo femenino. Ha considerado todo lo contrario.
—Algo diabólico.
—No es femenino, sino masculino. Y yo he querido poner en lo alto de la mesa ejemplos contundentes donde se quería el poder con un proyecto y con una ambición que llevaba a que esta mujer hiciera las cosas propias de su época. Esa memoria yo espero que fortalezca mucho a las más jóvenes, que cuando las más jóvenes quieran ser la jefa de su medio de comunicación, la alcaldesa de su pueblo o la primera presidenta del Gobierno de España, sepan que no van con fragilidad. Sepan que antes ha habido una reina como Isabel I de Castilla, que fue a por su proyecto. Que sepan que está ahí, y que igual que un hombre se identifica con Carlos V, tú tienes todo el derecho a identificarte con su abuela, con su abuela que estaba antes.
—Cuando se plantean temas tan, tan contundentes, me gusta el efecto espejo. Hablar de no solo el tema que se defiende, sino del contrario. ¿Qué hacemos con las mujeres machistas?
—Lo primero: es lógico que existan, igual que existen los obreros de derechas.
—¿Y qué hacemos?
—Lo mismo que hacemos con los fascistas en democracia. Pues que sean la minoría más minoría posible para que avance la idea de la democracia, la vivas como la vivas. Y la idea de que el feminismo es democracia, pero eso no te puede ni desactivar ni contradecir la tesis mayor. Es que eso forma parte de la realidad. Es que hay mujeres que creen que les va bien en esas estructuras. Es una contradicción, porque muchas de ellas al final sufren discriminación, violencia y de todo. Hay algunas que se caen del caballo cuando les pasa a ellas. Porque hay algunas que en el feminismo las llamamos «las llaneras solitarias». Son esas que cuando han alcanzado una cota de prestigio, de poder importante en cualquier ámbito de la vida, su frase favorita es «yo no he sido discriminada nunca, no ha sido mi caso. Yo creo que eso existe, pero yo no lo he vivido». El mensaje que te están trasladando es «yo soy tan estupenda que me he librado de eso». Las llamamos «las llaneras solitarias» primero porque es una barbaridad: el mensaje es absolutamente insultante, porque vamos todas. Por eso llamo a mi libro Nosotras, porque además es mentira que tú tengas esa autopercepción y porque además con eso la lucha no avanza, porque la lucha es siempre colectiva, aunque tú vivas la parte de lucha que te corresponda en tus carnes. Pero esa frase estupenda en la que alguna el mensaje que mandan es completamente narcisista de «yo soy tan estupenda que me he librado», pues le contestamos todas: «Nosotras somos tan estupendas que luchamos juntas, porque no nos hemos librado».
—Ser feminista y ser feminista contestataria creo que es sinónimo de pasarlo mal personalmente, de sufrir personalmente. Aunque haya que pasarlo mal en la vida, especialmente por tus ideas, ¿qué herramientas les recomendaría a las feministas más jóvenes para que lo puedan pasar mal al noventa por ciento?
—Pues que sean realistas, para que sepan que el combate se produce, y que el combate no las tumbe. Y mucha ironía. Lo he comprobado a lo largo de mi vida. Que el patriarcado te quiere víctima. Te quiere frágil. Y te quiere de alguna manera en posición de sometimiento, directo o sofisticado. Tú te escapas de esos parámetros cuando te ríes. Cuando tú a un machista te lo pasas por arriba, lo elevas y te ríes con ironía cuando él siente que no te tiene en sus manos. Que te has escapado. Cuando te ríes de sus cosas, de sus andanadas o de sus intenciones y le demuestras que tu poder personal, tu inteligencia, se la devuelves con una ironía por arriba es cuando él dice «ya no la tengo en mi mano, ya no la puedo ni tener sometida, ni acosada, ni agotada». Esto es utilísimo.
—Al usar la ironía puede ser que la reacción del de enfrente, y peor si es una pareja, sea de enfado o violenta.
—A mí me contó una vez una amiga que su marido, cuando a ella la nombraron ministra, le dijo «o ser ministra o yo». Y ella le respondió automáticamente: «Planteada así la pregunta, pues obligatoriamente ser ministra». Si alguien te lo plantea así, es ser ministra. Hay que decirles a las chicas más jóvenes que se miren a ellas mismas para tener siempre una idea instintiva de su dignidad, y que en vez de venirse abajo, que sean fuertes, porque el precio está ahí, pero sobre todo que lo ironicen, que lo eleven por arriba. Viví una anécdota muy importante con una persona que no voy a nombrar en el que estábamos dos ministras hablando. Esta persona pasa, era también ministro, y dice: «Cuánto habláis las mujeres». Una salida tópica, ridícula, sin venir a cuento. Tal vez no lo hizo con intención de insultar, pero no venía a cuento. La otra ministra contestó rápidamente: «las mujeres…». Hizo la respuesta típica. Yo me paré tres minutos más a pensarlo. Lo cogí por un codo y le dije: «Mira, he pensado que el problema está en que los hombres de Castellón de la Plana habláis muy poco». A los siete minutos viene y me dice «Touché, touché, touché. Lo he entendido todo». Le contesté: «Pues no lo vuelva a repetir, que las mujeres de Córdoba nunca hablamos de más». (Nos reímos)
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