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Carlos Zanón: "En la novela negra la mayoría de libros son mansos, aceptables, cepillados" - Zenda
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Carlos Zanón: «En la novela negra la mayoría de libros son mansos, aceptables, cepillados»

Carlos Zanón (Barcelona, 1966) ha conseguido pintar la pared, salirse del marco, arrancarse una herida, encontrar, durante un rato, el camino. Poeta y abogado antes que célebre escritor de novela negra, por hablar de etiquetas, Zanón ha logrado con Taxi (Salamandra) ajustar las clavijas de la gran novela barcelonesa y ponerse en el primer plano...

Carlos Zanón (Barcelona, 1966) ha conseguido pintar la pared, salirse del marco, arrancarse una herida, encontrar, durante un rato, el camino. Poeta y abogado antes que célebre escritor de novela negra, por hablar de etiquetas, Zanón ha logrado con Taxi (Salamandra) ajustar las clavijas de la gran novela barcelonesa y ponerse en el primer plano de la narrativa en español. En esta peculiar conversación intermitente por Whatsapp, de respuestas a veces diferidas, otras inmediatas, el autor de Yo fui Johnny Thunders no se acoge al refugio de la distancia, entra al trapo, confiesa y dispara. Una pequeña aclaración metódica: la entrevista se llevó a cabo durante varias semanas con dos encuentros en Madrid de por medio: una comida en octubre y la presentación de la novela en La Central en noviembre, fecha en la que esta charla se acercaba a su final. El tuteo responde a la necesidad de no falsear el tono.

—Hola, Carlos. Empezamos si te parece con la entrevista. Aquí va la primera pregunta. Sandino, el protagonista de Taxi, es descendiente de taxistas como tú, su abuela se parece mucho a la tuya, esa torre de la casa Usher… Sin embargo, él parece que se queda atrapado en ese mundo. ¿Has exorcizado a través de este personaje tus miedos a no haber llegado hasta donde has llegado?

—He llegado a donde no soñé llegar, pero no he conseguido dejar atrás nada ni encontrar el cuchillo con el que cortar los lazos que te hacen ser alguien.

"Escribo de lo que me duele, de lo que no entiendo, de lo que no sé resolver en mi vida."

—¿A ti, como a Sandino, también llegó a no valerte con la armonía, con los ojos cerrados y el descanso?

—Nunca. La curiosidad lleva a sitios distintos, te cambia y ya no puedes conformarte.

—Y la última de hoy: ¿es verdad que, como una de las novias de Sandino, los tíos siempre encontramos las llaves y las excusas?

—Muchos tipos convierten a sus parejas en madres cuando las engañan y se excusan por haber hecho novillos.

Antes de despedirse por hoy, el corrector juega una mala pasada al periodista que manda lazos en vez de abrazos. Claro que, como dice el propio escritor, todo esto tiene que ver con una cosa tanto como con la otra. Después de un día de intervalo, algo parecido al descanso, la entrevista sigue.

—Buenos días, Carlos. Ahí va otra: ¿has conseguido en Taxi el tono, la voz que perseguías? ¿Cuánto de esto se lo debes a la música y la poesía?

—Nunca acaba de conseguirse. Sandino es un personaje complejo. Era un reto. La literatura es música. T.S. Eliot dijo que cuando la poesía se aleja de la música se aleja de la poesía.

Aprovecho el día posterior al 12 de octubre para hablar no ya de independentismo sino de Barcelona, su ciudad, la ciudad de Taxi, la ciudad de Sandino. Las preguntas caen de topetón, confiando en el formato diferido, dando tiempo al escritor para responder, pero las respuestas llegan de una vez, en poco tiempo, casi en aluvión, como si no pudiera esperar para hablar del tema.

—¿La ciudad es la libertad? ¿Qué pasa ahora con Barcelona, una ciudad tan abierta y tan internacional? ¿Esta novela podría haber pasado en Madrid? ¿Te aburren las evocaciones nostálgicas de tu ciudad?

—La ciudad es el anonimato, no la libertad.

Las ciudades son gente aquí y ahora. La actual situación es muy compleja, interesada, abúlica, humillante, no es sino el conflicto nunca resuelto entre nacionalismo castellano y catalán.

Podría ser Madrid o Roma.

Sí, no soporto la mirada ñoña sobre las ciudades, soy más de Thomas Bernhard.

"Uno ha de saber si quiere ser Tom Waits o David Bustamante. Al precio que sea."

—Watusi, Pijoaparte, Lluís-Anton Baulenas… Referentes literarios de Barcelona que sé que te gustan y que citas. Son obras que han trascendido, que permanecen, no siempre con la suerte que merecían, pero ahí están. ¿Qué esperas de Taxi en este sentido?

—No espero nada en ese sentido. Espero que Sandino me ayude a mí y ahora y que pueda ser una puerta para algún lector, que lo interprete.

—Hola, Carlos. ¿Qué tal? Vamos con otra. La aventura de Sandino por estas páginas es una huida con constantes tentaciones de retorno y esas idas y venidas fluyen sin problema en la novela. ¿Tenías clara la escritura desde el principio? ¿Hubo algún momento de zozobra ante la magnitud del reto?

—Lo tenía bastante claro. El cómo, la idea de un mundo a lo Dolce Vita, eso sí. Las dudas es si lo que haces va a interesar a alguien.

—Perdona, pero yo también voy a decirte que Sandino es una especie de Ulises, cosa que habrás escuchado un millón de veces estos días. Sin embargo, Lola, su mujer, no es exactamente una Penélope al uso…

—Él está desdibujado. No sabe romper ni empezar. Ulises es nostalgia —quiere volver—, pero también es curioso, quiere que le sucedan cosas.

El lunes 16 de octubre parece el día perfecto para que Zanón dé lo mejor de sí. Es el momento de las preguntas personales, de las apuestas. Tres días después, nos encontramos en un restaurante de Madrid.

—Hola, Carlos. Vamos con un poco de poesía. En tu libro de poemas Banco de sangre hay gente herida, habitaciones vacías, amor a veces salvaje, desesperación, rock, pero drogas. Temas que ya están en El sabor de tu boca borracha. O en Yo fui Johnny Thunders y que, por supuesto, aparecen en Taxi. ¿Cómo manejas esta continuidad temática?

—No soy analítico. No pienso antes de qué voy a escribir, ni poesía ni narrativa. Escribo de lo que me duele, de lo que no entiendo, de lo que no sé resolver en mi vida personal. Sin miedo, porque íntimamente siempre he sabido que no podía mentir en lo que escribo. Jamás he escrito nada en lo que no crea. Ni en una crítica. Los creadores a los que admiro profundizan y dan vueltas a su vida: Fellini, Bergman, Updike, Carver… Un creador es eso. Es riesgo y honestidad. Uno ha de saber si quiere ser Tom Waits o David Bustamante. Al precio que sea.

"El humor es distancia. Es la victoria del débil ante el fuerte. El humor es juego, es color, es el volumen de las cosas."

—Eso se llama empezar la semana con fuerza. Ahora que hablamos de lecturas y de influencias cuéntanos cómo empezó todo con Los tres mosqueteros y aquella biblioteca de tu tío.

—A mí no me gustaba leer. Me regalaban libros y nada. Leía tebeos. Hasta que mi padre me regaló Los tres mosqueteros y entonces solo leía Los tres mosqueteros. Una y otra vez. Cuando tenía 11 años mi tío murió. Accidente de coche. Tenía 23 años y era maestro. Fui a vivir unos meses con mis abuelos para hacerles compañía. Y heredé su biblioteca. Había una colección de la editorial Libra. 100 mejores libros. Leer sus libros era estar con él. Y empecé con Bécquer, Dickens, hasta que llegué a Lord Byron, su Childe Harold y ahí me reventó la cabeza. Se murió dejando a medias Chacal. En Marley hay un cuento en el que resucita para acabar de leérselo.

—Y ahora, ¿cómo te manejas en un mundo con tantas referencias y cómo te sientes, por otro lado, siendo a la vez escritor y crítico en Babelia?

—Bien. Para mí no hay rotura. Todo está en todo. Me encanta descubrir cosas. Que me rompan los esquemas.

"Envidio a Houllebecq, por ejemplo, y a un público que lo hace best seller."

En una entrevista en Babelia dijiste que la novela negra es “Galdós con dos hostias”. Sin embargo ¿no echas en falta algo más de fuerza, de suciedad o de crítica en parte de la novela negra surgida tras el boom?

—Claro. La mayoría de libros son mansos, aceptables, cepillados. Envidio a Houllebecq, por ejemplo, y a un público que lo hace best seller. Pero no es el género, somos nosotros. No hay muchos libros o autores locos. No hay mucha desmesura. Escribes para encajar en el engranaje. Y publicar. No solo negra sino todo. El público es conservador, el escritor y la industria también.

—¿Y ahí dónde te sitúas? Porque puede que no seas Houllebecq, pero tu obra no está plagada de convencionalismos, no es blanca, no es amable.

—Trato de pintar un cuadro esperando salirme del marco, pintar la pared. A mí me encanta la libertad de p.e. Goddard.

"Carvalho no es un marrón, es un reto y un honor. Sin dramatismo ni histerias. Voy a tratar de hacer un buen policial."

—¿Ves la continuación de la serie de Carvalho como marrón? Teniendo en cuenta que siempre va a haber, y más hoy en día, gente a la que no le guste y que pedirán tu cabeza, ¿cómo lo afrontas? ¿Qué quieres hacer?

—No es un marrón, es un reto y un honor. Sin dramatismo ni histerias. Voy a tratar de hacer un buen policial. Mi compromiso es con mi literatura y el respeto a los seguidores de Carvalho, pero desde mi estilo y mi manera. Las críticas, pues las encajaré. Pero nunca me ha importado mucho la opinión de los demás. No me importaba ni la de mi padre cuando era crío, imagínate ahora.

Tras un par de semanas de descanso para el periodista, pero de estrés y presentaciones para el autor, esta entrevista de peculiar ritmo continúa.

—La primera es el papel de la lealtad, tanto de la perdida y traicionada como de la mantenida, en la novela y en el personaje de Sandino.

—En todas mis novelas la lealtad lo es todo. En la Edad Media un caballero podía vender la fidelidad pero no la lealtad. La lealtad es profunda para mí, es instinto y es compromiso ético.

—Y la segunda es el humor, tan bien representado en esa historia de las cenizas de la abuela, que también es al tiempo triste.

—El humor es distancia. Es la victoria del débil ante el fuerte. El humor es juego, es color, es el volumen de las cosas. Reírse de la muerte es perderle el miedo.

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Juan Munster

Anglófilo a pesar del apellido, Juan Munster es un periodista cultural protestante y algo protestón entregado a la causa de la literatura, negra o del color que sea. Vive en Madrid, desde donde sueña con exiliarse a un lugar de eternos atardeceres lluviosos, a ver si ahí le sale la novela que nunca se ha atrevido a empezar.

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