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Carlos López-Otín: "Todos los que prometen la eterna juventud parece que no hayan visto a una de las millones de personas que tienen Alzheimer" - Zenda
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Carlos López-Otín: «Todos los que prometen la eterna juventud parece que no hayan visto a una de las millones de personas que tienen Alzheimer»

Cuando llega la enfermedad no vale nada más que sentirla, sufrirla y tratar de salir adelante. No bendigo las enfermedades. Nunca. No digo "esta enfermedad me ha hecho mejor". Tampoco creo que cuando uno tiene un tumor haya que tener obligatoriamente espíritu positivo porque eso no te cura.

Fotos de portada y reportaje: Tecueme Studio

La última vez que vi a Carlos López-Otín fue el treinta y uno de mayo de dos mil diecinueve. El científico venía a firmar a la Feria del Libro de Madrid y antes, en una tarde veraniega de esas que en España conoce cualquiera, charlamos sobre su libro La vida en cuatro letras.

Después de nuestro encuentro me imaginé convertir aquello en una (cierta) costumbre, de esos hábitos que solo entienden las personas que se aprecian: toparnos cuando cuadrase, continuar lo hablado por donde fuese, y publicarlo. Preparé el siguiente momento: iba a ser en abril de este año en Oviedo, donde presentaríamos, junto a Martín Caparrós, Sinfín, su novela distópica que nos fascinó a ambos. Pero la pandemia lo paró todo y nos quedamos en unos cuantos emails durante estos meses de coronavirus. Hasta que me llegó El sueño del tiempo (Paidós), la siguiente aventura intelectual de Carlos, esta vez escrita a cuatro manos con el biólogo celular Guido Kroemer, y que aborda un tema en principio imposible de abarcar: el tiempo.

Marco su teléfono y me alegra volver a encontrar, tras quinientos setenta y tres días, trece mil setecientas cincuenta y dos horas, ochocientos veinticinco mil ciento veinte minutos, cuarenta y nueve millones quinientos siete mil doscientos segundos, la voz de Carlos.

***

—En su libro avisa de que hemos globalizado una vida ansiosa.

"La vida en cuatro letras era un libro que nacía de un desgarro total y necesariamente se movía en el drama. Y aquí el salto mortal era hacia la recuperación"

—Solo con hablarlo ya se lo imagina uno: todo acontece deprisa y corriendo. Todo. La verdad es que es una reflexión muy amplia la de este libro: quise que fuera una reflexión global, no creo que vuelva a escribir otro texto sobre el tiempo. La excusa era la ciencia: el trabajo que hemos hecho con Guido Kroemer sobre las claves del envejecimiento y de la longevidad. Pero curiosamente el mensaje final que se envía es paradójico: uno esperaría que fuera una loa desde la ciencia sobre los años de longevidad extendida que nos esperan y es justo lo contrario. Es un elogio del tiempo vivido y disfrutado.

—Tenía aquí apuntada una primera pregunta pero como usted y yo empezamos como queremos…

—Perdona, a partir de ahora tú eres el entrevistador.

—Ni de broma. No me atrevería. Y me salgo de ese papel porque tengo que decirle una cosa: La vida en cuatro letras era un libro estupendo pero creo que El sueño del tiempo es todavía mejor. Hacen un doble salto mortal complicadísimo sobre el tiempo con el que consiguen, en tono divulgativo, que quepa todo y sea entretenido.

La vida en cuatro letras era un libro que nacía de un desgarro total y necesariamente se movía en el drama. Y aquí el salto mortal era hacia la recuperación. Al tener un coautor ya no es un libro dramático, tiene otra perspectiva. Aunque yo no sé si te lo había dicho, los dos forman parte de una trilogía cuyo nexo es la vulnerabilidad humana. En el primer libro me era muy urgente hablar de la vulnerabilidad que nos generan las emociones. Nos dan los placeres máximos y las alegrías pero también nos traen el lado oculto de la emotividad, de la sensibilidad y de la tristeza. Ese era el primer libro: la vulnerabilidad causada por nuestra capacidad de emocionarnos.

"Hablando de El sueño del tiempo estoy de acuerdo contigo: para mí este segundo libro es más libro, más sólido. El primero es más personal"

Este segundo eslabón trata del paso del tiempo, que es de una vulnerabilidad inexorable pese a todo el esfuerzo que hay ahora por convencernos de lo contrario. Quieren convencernos de nuestra invulnerabilidad respecto a las enfermedades, respecto al paso del tiempo, respecto a la extensión de la vida…

Y el tercero, de próxima publicación, será sobre la enfermedad. ¿Qué enfermedad o qué enfermedades nos hacen más vulnerables? ¿Cómo las comprendemos ahora? ¿Cómo las contemplamos? ¿Aceptamos las enfermedades como parte de nuestra esencia humana? ¿O las negamos, las ocultamos?

Hablando de El sueño del tiempo estoy de acuerdo contigo: para mí este segundo libro es más libro, más sólido. El primero es más personal. Y este es un ensayo profundo en todo lo que trata. Lo digo de broma en casa: a mí me costó menos escribir este libro que leerlo.

—Ahí discrepo con usted, que ya es hora: creo que se lee rapidisimamente, aún deteniéndose en cosas. Además, si las desconoces, sirven para parar y pensar sobre ellas.

" No tanto el contenido: para mí lo fundamental es cómo empiezo y cómo termino. Y lo demás es el discurso intermedio. Empezar y terminar una historia es lo que le da la fuerza"

El sueño del tiempo habla de muchísimas cosas e incluso las más abstractas aspiran a que las entienda todo el mundo. ¿Sabes, Edu, qué pasó cuando le preguntaron a Eddington, del que hablo mucho en el libro, sobre las tres personas en el mundo que entendían la teoría de la relatividad? Se daba por hecho que Einstein era uno de los tres, pero Eddington respondió que «no lograba recordar quién era la tercera persona», asumiendo que sólo la entendían Einstein y él. Pues en este libro aspiramos a que mucha gente entienda en qué consiste la relatividad del tiempo, la relatividad desde un punto de vista científico, e integrarla con el mundo del arte, del cine, de la música, de la pintura y de la literatura.

Fíjate cómo me imaginé este libro: me imaginé el principio y el final. Cualquier cosa que escribo, aunque sea una carta, tengo que imaginarme cómo empiezo y cómo termino. No tanto el contenido: para mí lo fundamental es cómo empiezo y cómo termino. Y lo demás es el discurso intermedio. Empezar y terminar una historia es lo que le da la fuerza.

—Cuando escribí mi ensayo El síndrome Woody Allen hablé con Sergio del Molino, que es un gran ensayista…

—No lo conozco personalmente pero he leído a Sergio, me gusta mucho y ¡encima me pisó el libro de La piel! (nos reímos). Tengo muy pensada la piel, nuestro órgano más extenso, tanto que, según Neruda, bajo la piel cabe hasta la Luna. Ya lo verás en un texto que igual sale algún día.

—¡Ojalá! Pues enlazando con lo que decía, Sergio me soltó una frase, creo que era de Umbral, que decía que los ensayos debían ser como una morcilla: deben cerrar bien por los dos lados (nos reímos).

—Me la guardaré. Me imaginé el principio y el final de El sueño del tiempo en París. Un día de otoño estaba mirando la arena del suelo del parque de los jardines de Luxemburgo. Estaba ahí sentado en una de esas sillas verdes que tienen el respaldo más reclinado, las más codiciadas. Estaba pensando y leyendo y, de repente, creí ver en el suelo las tres figuras que dibujó el monje zen Sengai Gibon para su obra El universo. Alguien había trazado un círculo, un triángulo y un cuadrado. Como este libro tenía que hablar del universo como origen del tiempo, decidí que debía empezar con las tres formas del universo de Sengai Gibon. Cómo el universo y el tiempo nacieron de algo vacío, austero, absolutamente sencillo y, poco a poco, se fueron complicando sin perder la belleza.

"Somos vulnerables a la agresividad, a la violencia social... Y eso hace que el diez por ciento de la población humana, casi mil millones de personas, tenga problemas emocionales. Es una plaga"

Ese es el objetivo: no considerar que soy una víctima más del tiempo. Nunca me he sentido así, a pesar de que he podido sentir la tristeza y hasta la desolación. Justo antes había visto una exposición que hubo en París, monográfica de Miró. Es mi pintor favorito y siempre descubro cosas nuevas en sus obras. Fue un día de los mejores que pasé en París. Ese mismo día pensé «debo dibujar en las páginas de El sueño del tiempo cómo se pasa de una vida personal, muy austera, muy tranquila, a una vida en la que vas acumulando obligaciones, responsabilidades, decepciones…». Pero no puedes dejar de perder la armonía pese a que haya muchas personas y situaciones que generan un ruido insoportable. Las constelaciones de Miró no tienen ningún ruido, son maravillosas, pese a que están repletas de imágenes. Es un poco lo que nos pasa ahora. Llenamos la vida de cosas, de actividades, pero en lugar de iluminarnos nos acaban consumiendo. El libro describe la transición de un mundo austero y ordenado a uno complejo y desordenado.

—Creo que la pandemia mundial que hemos vivido une azarosamente los dos libros. La pandemia ha sido, a la vez, una ola de tsunami como la que describía en el primer libro y una detención del tiempo, al que se refiere en el segundo.

—Gracias, gracias, gracias. Qué bien entendido. Edu, hazte agente explicador de mis libros como los benshis japoneses que explicaban las películas mudas. Igual triunfamos haciendo esta labor y nos retiramos los dos solo a pensar y a reír.

—Eso ni de broma, se los estropearía. Tenga cuidado con lo que desea.

—Hablemos, Edu, de dos grandes pandemias.

Primera. Somos vulnerables a la agresividad, a la violencia social… Y eso hace que el diez por ciento de la población humana, casi mil millones de personas, tenga problemas emocionales. Es una plaga. Y parece aceptada: decimos «bueno, cada uno la capea como puede» y habitualmente en privado, en silencio y casi hasta con vergüenza.

"Tampoco creo que cuando uno tiene un tumor haya que tener obligatoriamente espíritu positivo porque eso no te cura, puede ayudar pero no curar, eso lo hace la Medicina"

Segunda. Pero luego había otra plaga acechando, que es la plaga de las enfermedades de siempre, de nuestro soma, de nuestro contenido molecular y celular. Esa está aquí esperándonos continuamente. Y en el segundo libro, que se escribió en París un año antes de la pandemia, advertí ya de ese peligro: la llegada de los virus emergentes estaba clara. ¡Sólo tuve que añadir el nombre de la COVID en las pruebas de imprenta! Porque me daba igual un nombre que otro. Porque otros patógenos vendrán y valdrá la misma frase cambiando el nombre propio.

Hasta hace poco, me sentía invulnerable y agradecido porque pensaba que mi vida era muy rica, hacía lo que deseaba, mi trabajo tenía un gran reflejo social, utilidad docente, científica e investigadora y, de repente, todo se desmorona. Lo mismo pasa cuando uno cree que es muy fuerte: te llega un virus que no ves, que ni siquiera tiene vida propia independiente y te destruye.

—Y se produce otra cosa que también enlaza con su libro: el parón del tiempo que se produjo en el confinamiento y que en algunos casos psicológicamente fue beneficioso… pero en otros no. Hablamos, evidentemente, en lo personal: asumiendo que todos conocemos y sufrimos el horror que nos rodeaba.

—Sin duda. A mí el parón me sirvió para algo positivo. Había imaginado que sería un momento de introspección. Cuando llega la enfermedad no vale nada más que sentirla, sufrirla y tratar de salir adelante. No bendigo las enfermedades. Nunca. No digo «esta enfermedad me ha hecho mejor». Tampoco creo que cuando uno tiene un tumor haya que tener obligatoriamente espíritu positivo porque eso no te cura, puede ayudar pero no curar, eso lo hace la Medicina. Hay algunos tipos de tumores que ya puedes tener el espíritu positivo que quieras, que no hay nada que hacer.

—Qué alegría me da que me diga esto frente a tanta cháchara pseudocientífica sobre emociones «positivas que curan».

"Los asesinos del tiempo se rebelan contra la esclavitud que genera el tiempo. Pero son idealistas. Metafóricamente, si algún desesperado puso una bomba en un reloj no creo que quisiera dañar a nadie. Querría dañar al sentimiento de esclavitud y dependencia que estaba generando el tiempo"

—¿Qué es lo que hice en el parón? Tras asumir y dolerme de la tragedia humana y social que se avecinaba, encontré momentos para pensamientos complejos y abstractos y de ellos salió un artículo para la revista Cell, una de las tres de mayor impacto científico del mundo, que se publicará próximamente. Es una reflexión sobre las claves de la salud, no sobre la medicina de la enfermedad, sino sobre cómo tenemos que entender la vida desde el otro lado del espejo, el lado de la salud. Esto nunca se había explicado en términos moleculares y celulares. Pues fíjate: esta creatividad fue posible gracias al tiempo regalado por la pandemia. Ojalá pudiéramos reconsiderar nuestra relación con el tiempo sin tener que sufrir la llegada de otro virus del miedo.

La investigación, como el pensar, no se abandona. Es una actitud vital. Y de hecho estos tres últimos años hemos seguido con la misma actividad científica en mi grupo de trabajo, lo que hemos tenido que hacer es reorientar los objetivos desde que nuestro bioterio fue destruido. Ahora afrontamos otro tipo de investigación, más conceptual o menos ambiciosa técnicamente hasta que vuelva a salir el sol de la infancia científica.

—En definitiva: usted nunca mata el tiempo del todo, siempre lo deja con un poquitito de vida.

—Los asesinos del tiempo se rebelan contra la esclavitud que genera el tiempo. Pero son idealistas. Metafóricamente, si algún desesperado puso una bomba en un reloj no creo que quisiera dañar a nadie. Querría dañar al sentimiento de esclavitud y dependencia que estaba generando el tiempo. El sentirse cronometrado.

"Piensa que la peor melancolía es la del futuro, cuando no sabes si tienes una esperanza en el mañana. Piensas en el futuro y encuentras el vacío. No lo visualizas"

El imperio de los sentidos de Oshima, en su tiempo escandalosa, es una película brillante que habla de esto. El imperio de los sentidos es el que utilizábamos para seguir el discurrir del tiempo, ya fuese mirando al sol, ya fuese viendo como el agua caía en una clepsidra, o mediante una vela que se consumía a un ritmo concreto, o con el reloj floral de Linneo. Las flores se abrían y cerraban rítmicamente pero no había ni espacio ni tiempo para los minutos, ni mucho menos para los segundos. Eran relojes poco precisos porque los tiempos cortos no eran necesarios. El tiempo se medía en horas, o en días, o en meses, o en ciclos de las estaciones. Y por eso, cuando unos pocos románticos e idealistas se dieron cuenta de que con la precisión temporal tan cronométrica esto iba a cambiar y podría destruir ciertos valores, como así ha sido, se rebelaron. En el mundo actual, el del imperio de los segundos, quedan pocos que se resistan al tiempo, como los inuits que no tienen la palabra «tiempo» en el lenguaje, aunque seguramente disponen de muchas otras para definir lo que les importa a estos esquimales, como la calidad, las formas y los tipos de la nieve o del hielo.

Por eso, para mí matar el tiempo no tiene un sentido negativo. Tiene un sentido de reivindicación y de emoción. En lo personal, matar el tiempo es ganarlo siempre. Perder el tiempo leyendo a Francisco Brines y su El otoño de las rosas. Ya me dirás si eso es perder el tiempo…

—¿Ocupa usted el tiempo con la nostalgia?

—Antes miraba hacia el futuro. Siempre, pese a que sé que las peores melancolías son las del futuro. Piensa cómo se inventó la memoria, Edu. En cómo la evolución desarrolló la memoria. Parecería que el destino de la memoria fuese mirar hacia atrás. Pero, en realidad, la memoria se inventó para predecir el futuro. Aquellos primitivos humanos que sobrevivieron al ataque del león o del oso, lo hicieron porque se acordaban de lo que había precedido a ese ataque y, además lo pudieron transmitir a los demás escrito en el lenguaje de sus genes. En definitiva, la memoria sirve para avisarnos del futuro, para estar mejor preparados.

"Afantasia o afantasía es perder la capacidad de imaginar el futuro. No por una depresión, sino porque no lo puedes visualizar"

Lo que sucede es que nuestra evolución cultural hace que estemos siempre navegando hacia atrás por los meandros de la memoria, de la melancolía. Pero piensa que la peor melancolía es la del futuro, cuando no sabes si tienes una esperanza en el mañana. Piensas en el futuro y encuentras el vacío. No lo visualizas. Esto para mí es, de hecho, la gran prueba de que uno está en eclipse o tiene una enfermedad emocional. La memoria, según decían los clásicos, es el único paraíso del que no podemos ser expulsados. Es posible que sea verdad. Pero el verdadero problema es cuando no tienes un futuro al que dirigirte.

Hay una enfermedad del tiempo de la que se habla en el libro, todavía muy desconocida, pero ya verás como va a crecer. Se llama afantasía o afantasia. No sé si estará recogida la palabra en el diccionario.

—Compruebo que no, tendremos que reclamarlo a uno de los editores de Zenda.

—Afantasia o afantasía es perder la capacidad de imaginar el futuro. No por una depresión, sino porque no lo puedes visualizar. Algo falla en los circuitos neurológicos, todo lo demás es normal, pero cierras los ojos y no puedes mirar hacia el futuro. Y se estima desde los primeros casos, que son recientes, que hay hasta un tres por ciento de la población que puede tener esta enfermedad pero no se detecta con facilidad porque uno no sabe muy bien cómo ve el otro el futuro.

—Entiendo que es difícil de diagnosticar.

—De hecho está todavía exclusivamente en el medio de la psicología. Y ahí es donde ha crecido de manera muy rigurosa. Falta definir el componente molecular.

—¿A usted le preocupa envejecer?

"Sólo piensa en la cantidad de músculos que ponemos en marcha para reírnos. Mi teoría favorita del origen del universo fue que surgió de un estallido de risa"

—El proceso de envejecimiento no me preocupa nada. Cero. Lo mismo que tampoco me preocupa la muerte porque considero que son procesos biológicos naturales que forman parte de nuestra esencia. Doy por bien empleados los mecanismos de protección frente a las enfermedades que me han permitido llegar hasta aquí, a los sesenta y dos años, con un buen estado de salud y con mucha experiencia vivida. Siempre digo, y asusta a algunos, que ya me siento bastante cumplido con la vida y muy agradecido. Todo lo demás es el extra del Banco del Tiempo que vamos acumulando gracias a que la higiene y las medidas de salud pública nos han regalado unas cuantas horas diarias con respecto a nuestros antecesores. Pero también hay otro banco más privado: en el que uno guarda sus experiencias, esos momentos que han servido para sentirnos vivos de verdad. Y en este banco del tiempo hago repaso de mis pertenencias y digo «pues me siento bastante bien».

—En el libro habla usted de un mecanismo evolutivo que a mí, particularmente, me hace mucho mejor la vida: la risa.

—Nuestro amigo Luis Alegre y tú sois dos ejemplos extraordinarios. Porque os reís sin límite, sin prevención, con libertad total. Otros somos más moderados, disfrutamos esa misma alegría pero de forma más contenida. Sin duda, vuestra risa es un regalo de la evolución. Un regalo muy especial. Sólo piensa en la cantidad de músculos que ponemos en marcha para reírnos. Mi teoría favorita del origen del universo fue que surgió de un estallido de risa.

—Eso es maravilloso.

—Está escrito en un papiro antiquísimo: algo que a alguien se le ocurrió alguna vez, lo dejó por escrito y, durante un tiempo de la historia de la humanidad, algunos lo creyeron y lo contaron.

—Otra teoría interesantísima que cita en el libro es la teoría del soma desechable: si la vejez es un producto de un descuido pasivo o del diseño manifiesto.

—Hay más de doscientas teorías sobre el origen del envejecimiento, no referidas a las distintas formas de envejecer o al método de enfrentarnos a ellas, sino al por qué. ¿Por qué hay envejecimiento? ¿Por qué algunas especies son inmortales y nosotros no tenemos este don o este castigo, cada uno que lo vea como quiera?

"Hay programas de desarrollo biológico o de suicidio celular. Sin embargo, no se ha descubierto un programa activo de envejecimiento"

Vamos con la primera opción: la vejez es un olvido. O sea, la evolución no se preocupa de aquellos que ya han transmitido su genoma a la siguiente generación. La energía que tenemos los organismos para sobrevivir es limitada. Nos cuesta mucho esfuerzo ganarla y la invertimos fundamentalmente en dos cosas: en reproducción y en mantenimiento. Invierten en reproducción aquellos organismos que saben que su vida es muy limitada. Están muy acosados por el entorno, por la naturaleza, por su propia biología… y tienen vidas cortas y rápidas. Se invierte mucho en que la reproducción sea urgente y eficiente. Grandes camadas cada pocos meses de los ratones, por ejemplo, donde el noventa por ciento de las crías se mueren de frío. Enfrente, invierten en mantenimiento y reparación aquellos organismos que viven mucho: las tortugas, los murciélagos, los humanos que más viven… ¿Qué reparan? Nuestro soma y nuestro genoma, para seguir viviendo el mayor tiempo posible.

A la evolución, en general, no le interesa aquello que no va a necesitar después. Es decir, esto sería la teoría del descuido pasivo, del desdén.

"El guardián del genoma, el gen P53, se activa para protegernos contra cualquier daño. Por eso los tumores inactivan o mutan el P53 y anulan esta línea de defensa"

La segunda opción es más dura: que estemos diseñados para envejecer. Y esto indicaría que hay un programa que nos hace envejecer. Hay programas de desarrollo biológico o de suicidio celular. Sin embargo, no se ha descubierto un programa activo de envejecimiento. Creo que no lo hay, porque después de tantos millones de años de evolución y casi ocho mil millones de seres humanos a día de hoy, si hubiera habido un programa, habría surgido algún mutante para ese programa. Hay mutantes para todo: la capacidad de la Naturaleza de inventar enfermedades es impresionante. Piensa que hay casi diez mil enfermedades hereditarias distintas: si existiese un Diseñador -con mayúsculas- debería disculparse.

—Por su diseño defectuoso…

—Exactamente: miles de enfermedades, millones de niños que vienen al mundo con defectos gravísimos de fábrica. En cambio, no hay ninguna evidencia de que el envejecimiento esté diseñado. Al final: el envejecimiento se explica con el soma modulable. Es la consecuencia, o el efecto secundario de otros procesos.

"¿En qué familia no hay una persona con Alzheimer? Y si no la hay es porque ha sucumbido a otras enfermedades, cardiovasculares o cáncer, antes de sufrirlo"

Tiene que haber genes que funcionen para protegernos en edades tempranas pero que, en edades tardías, se vuelvan contra nosotros. Esto se llama antagonismo pleiotrópico: por ejemplo, genes que se seleccionaron durante la evolución para reparar el material genético y luego muestran su lado oscuro. El guardián del genoma, el gen P53, se activa para protegernos contra cualquier daño. Por eso los tumores inactivan o mutan el P53 y anulan esta línea de defensa. Este gen nos protege tanto que, si no existiese, todos tendríamos tumores a edad muy temprana. ¿Qué sucede? Que antes la esperanza de vida en la que se sintonizó el cuerpo del Homo Sapiens no pasaba de los treinta años. Por tanto, cualquier peaje que tuviésemos que pagar en la edad tardía por el P53 o genes semejantes, no existía. De repente, la sanidad pública y algunos avances médicos duplican y casi triplican la esperanza de vida. ¿Y qué comienza a ocurrir? Que genes como este, que nos protegen, a cambio inducen la senescencia de las células que en el medio plazo provocan el envejecimiento o enfermedades asociadas al envejecimiento.

Luego el envejecimiento ha sido el producto secundario de algo bueno. Y, desgraciadamente, otra consecuencia son las enfermedades neurodegenerativas…

—Exactamente. Quería enlazar con una enfermedad del tiempo: el Alzheimer.

—Todos los que nos prometen la inmortalidad y la eterna juventud parece que no hayan visto ni a una sola de las millones de personas que tienen Alzheimer. ¿En qué familia no hay una persona con Alzheimer? Y si no la hay es porque ha sucumbido a otras enfermedades, cardiovasculares o cáncer, antes de sufrirlo. Puedes llamarlo Alzheimer, demencia senil u otra variante: dentro de unos años se estima que habrá más de cien millones de pacientes en el mundo. No hay ninguna solución. Todo ha fracasado en gran medida.

"Todos los seres vivos tienen relojes pero el ser humano es espectacular. En cada tejido tenemos un reloj ¡de marca! Nos ha costado tres mil ochocientos millones de años diseñarlos. Y debemos preocuparnos por llevarlos en hora"

Ojalá hubiese remedio: mi padre se fue por esa senda y mi madre desde hace unos meses empezó a caminar por esa misma senda con noventa y dos años, hasta que hace apenas unos días se despidió de la vida. Es un camino todavía irreversible: las enfermedades neurodegenerativas surgen por el uso de nuestra capacidad limitada para reparar los daños. Nuestro genoma nos proporciona unos dones que otros organismos no tienen y, a cambio, nuestra longevidad está limitada en torno a los ciento veinte años. Nadie ha pasado de esa cifra. Si logramos superarla no será por evolución biológica o cultural sino tecnológica y ahí ya entraríamos en el terreno de las quimeras, que a mí no me competen o no me interesan porque no me emocionan.

La enfermedad de Alzheimer es una de las grandes demostraciones de la vulnerabilidad y de la inevitabilidad del envejecimiento. Desde que el universo empezó, con risa o sin risa pero con entropía, el envejecimiento es inexorable, lo mismo que la desorganización del tiempo.

—En El sueño del tiempo dan claves para envejecer con mejor salud.

—En el libro se dan recomendaciones que, por obvias, agotan: reducir la ingesta calórica sin malnutrición, ni tampoco volviéndote alguien que no disfrute el placer social de las comidas. O evitar la obesidad, que es una enfermedad inflamatoria y afecta a muchos procesos del tiempo, mediante intervenciones nutricionales, ejercicio moderado o actividad intelectual que te motive la curiosidad. Por mucha genética de la que hablemos en el libro, no hay nada mejor que la curiosidad. Mi curiosidad por el mundo no la cambio por una serie de intervenciones genómicas que me hagan enriquecer la fórmula de la longevidad.

"No viajaría al pasado porque todo lo que me gusta del pasado tal vez lo he idealizado"

También es muy importante el mantenimiento de nuestros relojes biológicos. No sabíamos que teníamos tantos relojes biológicos. Los perros que nos acompañan, las plantas que vemos o las bacterias con las que convivimos, tienen relojes biológicos. Todos los seres vivos tienen relojes pero el ser humano es espectacular. En cada tejido tenemos un reloj ¡de marca! Nos ha costado tres mil ochocientos millones de años diseñarlos. Y debemos preocuparnos por llevarlos en hora.

Otro punto importante: el respeto y cuidado máximo de nuestra microbiota, de ese universo complejo de millones de bacterias que nos cohabitan. Tenemos en el intestino tantos millones de bacterias como estrellas en la Vía Láctea. Aunque no sabía nada de biología, Walt Whitman lo escribió: «Soy inmenso, contengo multitudes».

—Dylan acaba de publicar una canción basándose en esos versos en su nuevo disco Rough and rowdy ways (2020). Se titula I contain multitudes y comienza con unas líneas que tienen que ver con el tiempo: «Hoy y mañana y ayer también, las flores se están muriendo como hacen todas las cosas». Ya ve.

—¡No la conozco! El libro sabes que incluye una playlist para acompañarlo: está Dylan. O los Beatles. O nuestro querido Miguel Ríos. O Jim Croce…

—Me quedé sorprendido de que alguien se acordase de Jim Croce. Soy muy fan y hace muchos años fui con unos amigos a San Diego al restaurante que tenía su viuda allí, el Croce’s, hoy cerrado.

—¡Qué persona! ¡Escribe Time in a bottle y se muere! Fíjate lo que dejó: qué gran legado en tan poco tiempo. Cuarenta años después aquí estamos hablando de él…

—¿Por qué, hasta que no convivimos con personas con una enfermedad neurodegenerativa, algunos no acabamos de entender el tiempo? Qué idiotas somos, ¿no?

—Me remito, y seré escueto porque es definitivo, a lo que escribió Gil de Biedma: «La vida iba en serio».

—Saltamos de la biología o la genética al arte, como ocurre en su libro. En él hay muchas imágenes potentes que conectan esos mundos. Creo que una de las más poderosas, ya que enlaza materialmente lo que usted quiere explicar sobre genética con el arte, es cuando explica El dormitorio de Arlés de Van Gogh en relación a la epigénesis.

"¡Y también ir más atrás y ver a Kavafis escribiendo el poema de los bárbaros y comprobar si estaban ya a las puertas de la ciudad!"

—¡Si vieras el momento en el que lo visualicé! Me imaginé a Van Gogh con cada uno de esos tres cuadros, pintando en ellos su habitación de manera idéntica. De pronto pensé «¡esto lo puedes aplicar a la epigenética!» y explicar así cómo el tiempo ha afectado de diferente manera, siendo casi idénticas, a cada una de las tres obras.

—¿A dónde le gustaría viajar en el tiempo?

—Al futuro, siempre. No viajaría al pasado porque todo lo que me gusta del pasado tal vez lo he idealizado. En términos científicos me hubiese gustado viajar en el Beagle con Darwin…

—Pero no con Fitzroy, que era muy pesado… (nos reímos)

"Imagina que nuestra civilización dura un millón de años. Llevamos un veinte por ciento. ¿Cómo serán los últimos humanos?"

—Darwin se bajaba del barco e investigaba solo: me gustaría haberlo acompañado. Aprovecho para recomendar a los lectores de Zenda Si te vieras con mis ojos, de Carlos Franz, allí te descubre un imaginario de Darwin increíble. Cuando se enamora, cuando descubre el sexo… También me hubiese gustado ver la imagen 51 de Rosalind Franklin y pensar si a partir de ella podría haber imaginado la doble hélice que era la imagen de la vida. ¡Y también ir más atrás y ver a Kavafis escribiendo el poema de los bárbaros y comprobar si estaban ya a las puertas de la ciudad! Y ya, siendo pedantes, asistir al encuentro de Arquímedes con un soldado romano durante el sitio de Siracusa, cuando el filósofo dijo: «No me toques los círculos» dibujados en la arena, antes de que el militar le decapitase. La práctica de la ciencia puede ser muy dura. Pero, repito, a mí me gustaría ver el futuro.

David Trueba, Edu Galán y Carlos López Otín el treinta y uno de mayo de dos mil diecinueve. Foto: Jeosm.

—Firmaría usted eso de las memorias de Buñuel: aseguraba que le gustaría levantarse de la tumba cada cierto tiempo, ver el mundo durante un rato y regresar al camposanto.

—Efectivamente. Me he imaginado cómo serán los últimos humanos. También lo visualicé con los dinosaurios. ¿Qué cara se les quedó a los últimos dinosaurios, que estaban en sus asuntos, dominando el mundo, y, de pronto, desaparecieron? Todos los dominadores del mundo han desaparecido.

"Por ejemplo, para mí esta conversación en Zenda es una hora hablando pero diez horas de regalo de vida"

Imagina que nuestra civilización dura un millón de años. Llevamos un veinte por ciento. ¿Cómo serán los últimos humanos? Eso sí, no me gustaría ver quiénes serán los siguientes: puede ser el vacío de la nada o puede ser que otra forma de conocimiento nos reemplace. No hace falta hablar del fin del universo para hablar del fin de nuestra civilización.

—En mi caso es evidente que no quedará nada de utilidad pero en su caso dejará una obra científica que servirá a generaciones futuras (se ríe). ¿Usted es de los que cambiaría algo de su obra por un ratito más de vida?

—No. No me gustaría que me sobre vida que no me llene. Si mañana sé que va a ser un día anodino… No me interesa. Si no se cumple eso de Borges cuando decía que cada día deberíamos estar un instante en el paraíso, no me compensa. Y tampoco tengo sentido de trascendencia: lo que hice, se hizo. Y nada más.

Por ejemplo, para mí esta conversación en Zenda es una hora hablando pero diez horas de regalo de vida.

—Gracias, querido amigo. Creo que es un buen momento para terminar este rato y compartirlo con los demás. Esto le dará el sentido final que ambos buscamos, pienso. Para terminar ¿le parece que nos imaginemos el futuro? ¿Nos proyectamos, ya cara a cara, en una siguiente conversación en Zenda sobre un siguiente libro suyo, antes de reírnos comiendo con David Trueba y otros amigos comunes? ¡Quién nos iba a decir que hoy íbamos a acabar viajando con nuestra memoria en el tiempo, al futuro! ¡Y qué barato!

—Ojalá sea pronto, Edu.

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Edu Galán

Edu Galán (Oviedo, 1980) es escritor y psicólogo. Desde 2002 escribe con regularidad en diferentes medios: a día de hoy, en Zenda y ABC Cultural. En 2022 publicó La máscara moral, una reflexión sobre el manoseo individualista de las diversas morales en nuestros tiempos, y estrenó la serie documental en audio Casete (2022), una sociología de los chistes de casete y el país que los parió. Su ensayo El síndrome Woody Allen (Debate) vio la luz en 2020. Ese año se reeditó en digital Morir de pie. Stand-up (y Norteamérica) (Rema y Vive). Es cofundador de la revista satírica Mongolia (2012): ha participado en todos sus números mensuales, libros, espectáculos teatrales, podcasts y apariciones televisivas hasta junio de 2021, donde ya solo continúa como accionista. Produjo con David Trueba y Fran Nixon el documental Salir de casa (2016) de David Trueba. Colabora en La brújula de Onda Cero, con Rafa Latorre, y en diversos programas de La Sexta, como Encuentros inesperados (2022) con Mamen Mendizábal. @edugalan

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