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Carlos H. Vázquez: "Poli Díaz fue campeón del mundo sin haber sido campeón del mundo" - Zenda
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Carlos H. Vázquez: «Poli Díaz fue campeón del mundo sin haber sido campeón del mundo»

Carlos H. Vázquez recupera la memoria del Urtain y de muchos otros campeones españoles de boxeo en su libro A un gancho de la gloria (Efe Eme). Cada capítulo de esta obra funciona como una pequeña novela: el fabuloso biopic de Paulino Uzcudun, la tragicomedia de Dum Dum Pacheco, el drama de Perico Fernández, la...

Cuando José Manuel Urtain llegó a Burgos fue todo un acontecimiento para una ciudad de provincias. La primera vez que lo vi fue en el patio de mi colegio el día que trajo a sus hijos para su primer día de escuela. Una turba de pipiolos le seguimos por el patio con admiración inusitada. El Morrosko llevaba la camisa desabrochada hasta el ombligo, arrastraba unas manos como hogazas y lucía una sonrisa eterna en su rostro. El siguiente encuentro fue en la discoteca La Oca, donde trabajó como jefe de seguridad; igual indumentaria, idénticas manazas y la misma expresión bonachona. Había una especie de competición entre la muchachada por enfrentarse a Urtain para luego contar la batallita; hasta hubo un sargento de artillería que le puso al Morrosko una pistola en el pecho y éste se la quitó de un hostión con la mano abierta. Lo mío fue más prosaico: me puso una mano en los hombros y me invitó a salir de la sala de fiestas cuando comprobó que no tenía todavía la edad para estar allí dentro. Carlos H. Vázquez recupera la memoria de Urtain y de muchos otros campeones españoles de boxeo en su libro A un gancho de la gloria (Efe Eme). Cada capítulo de esta obra funciona como una pequeña novela: el fabuloso biopic de Paulino Uzcudun, el sainete de Dum Dum Pacheco, el drama de Perico Fernández, la opereta bizarra de Poli Díaz… Un libro para los amantes del boxeo pero, sobre todo, para los de las grandes historias: épicas, dramáticas, cómicas, ridículas, poderosamente humanas.

Hablamos con Carlos H. Vázquez acerca del cuñado de Dios que perdió a los puntos con Pernell Whitaker, sobre la leyenda del púgil que se entrenaba con un saco lleno de huesos de republicanos fusilados y de cuando un boxeador español le «salvó la vida» a Frank Sinatra y éste le dedicó una canción en el Bernabéu.

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—¿El boxeo es un arte?

—Sí. Sin duda. El boxeo es un arte. Ha sido plasmado en numerosos cuadros. Tiene un componente histórico que viene incluso de Grecia, de la lucha grecorromana, que nos ha llegado desde un montón de lugares comunes.

—Boxeadores que acaban sonados, apuestas amañadas, conexiones con la mafia… ¿Hay demasiados tópicos relacionados con el mundo del boxeo? ¿Cuántos de esos clichés son verdaderos?

—Hay parte de verdad, parte de exageración y también de mentira. ¿Acaban los boxeadores sonados? Hay consecuencias. Claro. También las sufre el albañil que tiene dolor de espalda después de estar toda la vida doblando el lomo para levantar sacos de cemento. A los boxeadores les dan golpes en la cabeza. Hay casos en los que acaban sonados, otros en los que los problemas ya venían de serie, y también hay boxeadores que terminan muy bien, como por ejemplo Pedro Carrasco.

—Ernest Hemingway, Paul Gallico, Norman Mailer, Arthur Conan Doyle, Jack London, Lord Byron… La lista es interminable. La conexión entre literatura y boxeo ha sido siempre muy fuerte.

"Ray Loriga me decía que el boxeo siempre ha sido muy goloso para la literatura, por esa épica, por esas historias de vidas truncadas que se van por el sumidero"

—Sí. Va un poco en la línea de lo que comentaba al principio del arte. Al boxeo le pasa un poco como a la religión cuando se habla de quemar iglesias. ¿Cuántas obras artísticas han salido de la religión? Ahí están los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina. Con el boxeo ocurre lo mismo: hay un montón de obras literarias inspiradas en este deporte. Ernest Hemingway fue un gran aficionado al boxeo. Viajaba a Cuba y a París para ver combates. Tenía relación con púgiles como Kid Tunero. Ray Loriga me decía que el boxeo siempre ha sido muy goloso para la literatura, por esa épica, por esas historias de vidas truncadas que se van por el sumidero. Luego está el boxeo en el cine. Y también en el teatro. Me viene a la cabeza Bengala, la obra interpretada por el excampeón argentino Sergio ‘Maravilla’ Martínez. El boxeo va más allá del deporte.

—Vamos con los protagonistas de su libro. Paulino Uzcudun. Uno de los precursores. Resulta extraño que alguien que fue tan importante en su época haya caído en el olvido.

—Es que la historia de Paulino Uzcudun tiene un poso político. Cuando era joven huyó a Francia, donde estuvo cortando troncos, para evitar ir a la Guerra de Marruecos. Pero cuando terminó su carrera como púgil participó en la Guerra Civil en las filas nacionales. Y a partir de ahí su figura entra en esa política de bandos. En Estados Unidos Uzcudun es muy respetado porque no tienen nuestra visión según la cual toda persona que estuvo en el bando nacional es fascista. Creo que ha sido maltratado por cuestiones políticas, aunque también hay que tener en cuenta que nunca fue campeón del mundo. Luego lo rescata Manuel Summers, junto a otros personajes, en la película Juguetes rotos. Allí sale ya muy mayor, con su garrote, con su txapela… A mí la expresión «juguete roto» no me parece muy acertada, aunque no seré yo quien contradiga a Manuel Summers.

—Hablamos antes de la mafia, y a Uzcudun fueron a verle a un combate el hermano de Al Capone y los hombres de Bugs Moran. Y la cosa acabó a tiros.

—Es una escena maravillosa. Hay crónicas de aquello. Y eso que de Paulino Uzcudun hay muchas leyendas, como aquella que contaba que boxeaba con un saco lleno de huesos de republicanos fusilados. Cuando se hablaba en su época de su vida en los Estados Unidos decían que si se había puesto dientes de oro, que iba en descapotables con actrices, que tenía relación con la mafia… Lo del tiroteo lo cuenta él en su libro autobiográfico.

—»Falsas amistades, mujeres y bolsillos rotos por los que se escurría el dinero que entraba». La historia del Morrosko de Cestona, José Manuel Urtain, encarna mejor que ninguna otra el estereotipo del «juguete roto» del boxeo.

"Su hermana contaba que invitaba a comer a mucha gente; ella le preguntaba si eran todos amigos suyos y Urtain respondía que sí"

—La historia de Urtain hila muy bien con la de Uzcudun porque Franco quería un nuevo Uzcudun. El dictador encargó a Vicente Gil —que era su médico y el presidente de la federación de boxeo— la misión de buscar ese nuevo Uzcudun en el País Vasco. Se lo ofrecieron al padre de Julen Lopetegui, que era un levantador de piedras conocido como Aguerre II, pero no quiso hacer ese papel. Urtain fue el forzudo vasco que buscaban. Él venía de una familia muy humilde, y en esos casos el dinero se va muy rápido porque se gana «muy fácil». Su hermana contaba que invitaba a comer a mucha gente; ella le preguntaba si eran todos amigos suyos y él respondía que sí. Había un clan que se aprovechaba de él. Hay una anécdota cuando lo llevan a entrenar al Hotel Orly. Le montan allí un gimnasio y al final tiene que pagarlo él. Lo de «juguete roto» sí que encaja con él.

—También aparece por su obra José Legrá, el boxeador favorito de Franco. ¿Qué vinculación hubo entre el franquismo y boxeo?

—Está lo que he contado de Vicente Gil. Lo que pasa es que la época dorada del boxeo en España coincide con el franquismo. Los boxeadores eran recibidos por Franco en el Pardo. Si les llamaban tenían que ir. Por allí pasaron Urtain, Perico Fernández, Pepe Legrá… Y luego estaba Dum Dum Pacheco, que era legionario y decía que Franco era su ídolo. La relación era muy estrecha porque a Franco le gustaba el boxeo. Ocurre lo mismo que con el fútbol cuando se dice que las seis Copas de Europa del Real Madrid fueron las del Madrid de Franco. Es que coincidió que en aquel momento estaba Franco gobernando España.

—Hay varios nombres recurrentes en el libro. Uno de ellos es el actor Tony Leblanc, que fue promotor de boxeo.

—Promotor de boxeo e intentó ser boxeador. Fue jugador de fútbol. Luego interpretaba un personaje en Televisión Española que se llamaba «Kid Tarao». Leblanc se hizo promotor después de ver tantas injusticias que habían cometido con su amigo Pepe Legrá. Palmó muchísima pasta como promotor. Una vez quisieron liarle para hacer un combate entre Muhammad Ali y Urtain, pero él enseguida se dio cuenta de que había muchos cabos sueltos y que podía ser una estafa.

—Hay dos periodistas muy referenciados en su obra, y uno es José María García.

"José María García se ha preocupado mucho por los boxeadores que están en las residencias, jubilados y olvidados, como el propio Legrá"

—Conocía el libro de José María García Comedia Urtain. Como te contaba, Urtain era «un invento de Franco» y le ponían boxeadores de un nivel muy bajo. En el primer combate tumba a su rival en un minuto. Cuando eso sucede muchas veces la gente comienza a olerse el tongo. Esto es lo que cuenta García al intentar mostrar la parte de montaje que hay detrás del clan Urtain. José María García luego hizo muchas cosas por los boxeadores españoles, como cuando fue a buscar a Pepe Legrá al aeropuerto con un descapotable, con las pegatinas del diario Pueblo, donde trabajaba, y lo paseó por todo Madrid. José María García se ha preocupado mucho por los boxeadores que están en las residencias, jubilados y olvidados, como el propio Legrá.

—El otro periodista es Manuel Alcántara.

—Manuel Alcántara —al igual que Fernando Vadillo— no solo era un cronista deportivo que narraba un combate de boxeo con muchos giros literarios, él fue testigo de una época. Por eso les doy a los dos esa importancia en el libro, porque tanto Vadillo como Alcántara hacían literatura boxística con sus crónicas. Lees esos artículos y te imaginas cómo fue el combate.

—También se cuelan en sus relatos músicos como Enrique Bunbury y Enrique González.

—Bunbury tiene Flamingos, un disco que no es solo boxeo pero arranca conceptualmente desde ahí con esa portada en la que sale Enrique contra las cuerdas. En el álbum hay cortes con la retransmisión del combate de Joan Henrique y Perico Fernández. A Bunbury le gusta el boxeo. En la época de Héroes del Silencio cuando cantaba «Iberia sumergida» hacía como que peleaba en el ring. Y en Las consecuencias tiene la canción «El boxeador». Y Quique González tiene un disco que iba a ser de boxeo, La noche americana, que al final solo tuvo dos canciones de esta temática, «El campeón» y «Kid Chocolate». La música está muy ligada al boxeo.

—En su libro, además de campeones, también hay figuras míticas del boxeo, como Kid Tunero, admirado por Ernest Hemingway, que ayudó a impulsar las carreras de José Legrá y de Alfredo Evangelista.

—Hay un libro sobre Kid Tunero, El caballero del ring, que publicó Pepitas de Calabaza, que recomiendo mucho. Este hombre amaba el boxeo de un modo romántico, del mismo modo que lo hacía Hemingway. La relación entre ambos, de la que hablo en el libro, me parece que fue preciosa. Tunero ayudó a Legrá después de que se prohibiera el boxeo profesional en Cuba. José María García también hablaba muy bien de él. Kid Tunero fue un romántico y un poco un «ser de luz» en ese mundo del boxeo.

—Uno de los personajes más esperpénticos que conocemos en su libro es «Dum Dum» Pacheco. 

"Me contaba que le había salvado la vida a Frank Sinatra en Puerto Banús y que el cantante, como agradecimiento, cuando actuó en el Bernabéu, le dedicó una canción"

—De Dum Dum Pacheco hay unos cuantos libros. Hay uno que escribió cuando estuvo en la cárcel de Carabanchel, Mear sangre, que se ha reeditado. Pacheco no fue nunca campeón del mundo, pero fue un personaje muy mediático en España por la cantidad de titulares que daba. Él hacía eso que dicen ahora de generar un hype en redes sociales. Esas fantochadas y ese circo de los boxeadores de encararse y hacer declaraciones exageradas. Pacheco les decía a sus rivales cosas como «no sé por qué vas a pelear, si el dinero de la bolsa te lo vas a gastar en medicinas» o «Voy a sacar la de matar osos». Fue todo un personaje: estuvo en la cárcel, enseñó a boxear a los policías, salió en películas como Yo hice a Roque III —con Fernando Esteso y Andrés Pajares— y To er mundo é güeno —de Manuel Summers—, fue legionario… Y luego están las leyendas. Como cuando me contaba que le había salvado la vida a Frank Sinatra en Puerto Banús y que el cantante, como agradecimiento, cuando actuó en el Bernabéu, le dedicó una canción. Y es mentira (ríe). Como personaje literario, Dum Dum Pacheco da mucho juego. Su vida da para toda una película con sus leyendas urbanas, que no sabes si son verdad o no. No me puedo imaginar qué hubiera pasado si Pacheco llega a ser campeón del mundo.

—Hay un capítulo titulado «Poli Díaz, el cuñado de Dios». Explíquese. 

—Cuando Poli va a pelear contra Pernell Whitaker por el Campeonato Mundial dice que va a ganar porque tiene enchufe, porque es el cuñado de Dios. Y le preguntan por qué dice eso y contesta que su hermana es monja. Con Poli pasó lo mismo que con Pacheco: no ganó ningún campeonato mundial, pero fue muy mediático. Hay mucha gente que no tiene ni idea de boxeo, pero sabe quién es Poli Díaz. La segunda vez que estuve en su casa, cuando Poli vivía en Vallecas, recuerdo que sacó una bolsa de El Corte Inglés con un montón de fotos: con el rey Juan Carlos I, Perico Delgado, Mickey Rourke y un montón de famosos. Él presumía de ser el boxeador de la jet set. Claro que era el cuñado de Dios, y podía ser lo que quisiera. Lástima que no fuese mejor preparado al campeonato del mundo. Pero por todo lo que se contaba de él, Poli fue campeón del mundo sin haber sido campeón del mundo.

—El 99% de los protagonistas de A un gancho de la gloria son hombres, pero también hay una mujer, Miriam Gutiérrez.

"Hay varios capítulos que se han quedado fuera del libro, y uno de ellos era sobre el boxeo femenino"

—Sí, está Miriam Gutiérrez. Pero hay más mujeres en ese capítulo. Por ejemplo, Silvia Cruz Lapeña, la periodista de El País, que publicó en Libros del K.O. Lady Tiger (2020). Ella investigó sobre el boxeo femenino en Estados Unidos y todo lo que sufrió la protagonista de su libro para conseguir una licencia. Luego hablo de María Jesús Rosa, nuestra campeona, que falleció en 2018. Ella las pasó magras, se tuvo que enfrentar a las reticencias del público por ser mujer. También menciono a Marta Brañas, la «Potrilla de Arteixo», que por no tener licencia en España se tuvo que ir a Estados Unidos, y a Joana Pastrana. Cuando entrevisté a Miriam Gutiérrez me contó el maltrato que sufrió por su pareja, que se vio en la calle con una niña siendo muy joven… Pero luego se encuentra con Jero, que le ayuda con todo. Hay varios capítulos que se han quedado fuera del libro y uno de ellos era sobre el boxeo femenino.

—Terminamos. ¿A qué púgil hubiera querido entrevistar?

—Paulino Uzcudun. Sin duda. Solo para preguntarle si era verdad todo lo que se contaba sobre Al Capone.

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Miguel Ángel Santamarina

Nací en Burgos, y ahora vivo bajo las palmeras de Almuñécar. Estoy prisionero en Zenda desde sus comienzos. No me canso de darle a la tecla. En breve, publico un libro de historia, mientras le sigo dando vueltas a mi primera novela.

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