Carlos del Amor (Murcia, 1974) trae rostro post-AVE de Sevilla a Madrid. No termina uno de saber si está arqueando una ceja cuando alza la taza para dar un sorbo al café. Su expresión es la de la sonrisa de la Mona Lisa, tan inescrutable como atrayente. Afuera, los paseantes de la Gran Vía son visitantes en un museo urbano en el que el accidente es intrínseco al acto de hacerse una foto con la menina de Acotex. Carlos se queda con la emoción de Josefa al ver por primera vez Las meninas de Diego Velázquez a sus 92 años en el Museo del Prado. Un cuadro, una vida; un retrato, una historia. A Emocionarte (Espasa, 2020) le ha seguido Retratarte (Espasa, 2022), y las 35 obras que Del Amor ha contemplado practicando —siempre que se lo han permitido— el paseo en solitario por las galerías de medio mundo. Y siempre que puede, publica libros en los que habla de arte.
******
—Si cada mirada es una historia, ¿cada vida es un cuadro?
—Sí. Cada vida tiene un cuadro y cada vida tiene a alguien que la pinte y la retrate. Si nos analizamos por dentro, cada uno podríamos ser personajes de este libro, porque todos hemos tenido historias que parecen increíbles pero cuando son nuestras son de verdad, únicas. Desde luego, cada uno de nosotros podría tener un retrato. Otra cosa es que nos guste luego, que ese es el problema.
—¿Cuál es el retrato de tu vida?
—Sería un retrato de alguien inseguro que ha cumplido parte de sus sueños, de un tipo que sigue con una capacidad de asombro que espero que me dure y con la capacidad de amar un oficio todavía intacto a pesar de cómo está la profesión. Sería un retrato con una familia que encaja y es medianamente feliz.
—¿Medianamente feliz?
—¿Cuándo se está feliz entero? Muchas veces me dicen que soy un eterno insatisfecho; siempre, cuando todo cuadra, busco la sospecha y pienso si mañana se va a torcer. Nunca estoy plenamente satisfecho, pero no sé a qué responde. Será un trauma infantil. ¡Menos mal que no me psicoanalizo! Mis amigos me dicen que está bien ir de vez en cuando a terapia, pero no sé si quiero que encuentren algo, porque igual, si lo hacen, me vuelvo tarado del todo.
—Para que te encuentren algo tienes que enseñar tu retrato por detrás.
—Claro. Y muchas veces puede perder encanto. Yo hice un reportaje sobre el reverso de los cuadros y me gustó mucho. Un reverso puede estar mal conservado, astillado, con una madera que está pudriéndose… Si lo que vemos está muy bien, no le des la vuelta; igual, si te dan la vuelta, te ponen frente a un espejo en el que no quieres verte tanto.
—¿Y qué pasa con el marco? ¿Forma o no forma parte de la obra?
—Yo creo que un marco puede joder una obra. Un marco debe ser como el entrevistador de la tele: que no se note que está o que se note lo justo. Pues en el marco puede pasar lo mismo: o es una obra maravillosa o lo han jodido al arreglarlo. Lo considero como una extensión de la obra que solo puede perjudicar. Y ganar es difícil que gane, porque si la obra es muy buena no te vas a fijar en el marco, solo te centras en la obra. Pero si el marco es malo, fastidiará la obra. Esto pasa en la vida: lo accesorio, cuanto menos se note, mejor, porque si se nota será para mal.
—Durante la Guerra Civil Española, para transportar y poner a resguardo los cuadros se arrancaba el marco de la obra. ¿Por qué no llevarla completa? Si buscaban salvar los cuadros, no tiene sentido que los deterioren al quitarles el marco.
—Imagino que sería por la urgencia y las prisas. Pero a veces cuesta el mismo esfuerzo quitarlo bien que quitarlo mal. En general, creo que en este país el mimo a la cultura tampoco ha sido una bandera; no hay un excesivo cuidado a los creadores a lo largo de nuestra historia. Para una parte de la política, los creadores son enemigos, gente sospechosa por una determinada ideología. Siempre pongo el mismo ejemplo: en la campaña de Barack Obama, recuerdo que Clint Eastwood subió a un escenario con una silla vacía para parodiar a Obama. Y al día siguiente la gente seguía teniendo el mismo respeto a un tipo de noventa años que es Dios en el cine y que luego puede pensar lo que le dé la gana. Nadie ponía en juicio la calidad artística de Clint Eastwood. Pero aquí, si un artista (actor, actriz, director, pintor…) hace una manifestación política de algún tipo, automáticamente está crucificado. Creo que no tenemos la madurez de dejar el arte en una atalaya que sea inexpugnable para determinados poderes, y eso lleva a que no haya una política de mimo a la cultura.
—¿Y también a que se juzguen cuadros o artistas desde nuestra actualidad, como sucede con Picasso?
—No hay que tener miedo a abordar las biografías de la gente ahora. Si hay descubrimientos sobre la personalidad o el comportamiento de determinado artista, hay que abordarlo. Lo que no se puede negar es que [Pablo Ruiz] Picasso pintó el Guernica, Las señoritas de Avignon… y tampoco se puede negar que, probablemente, Picasso sea el artista más grande del siglo XX, y eso es incuestionable. ¿Que en su vida privada fue un cabrón? Igual también es incuestionable, pero eso no puede apagar que sea el artista más importante del siglo; no puede cancelarse al artista por su vida privada. Puede ser censurable y se puede escribir una biografía solo personal de él, pero lo que se tiene que naturalizar es explicar en las clases de Historia del Arte y desde los medios a un artista de una manera global, incluso con su vida si se quiere, sea censurable o intachable. Pero no se puede negar que el Guernica es un símbolo que nos va a sobrevivir a todos.
—¿Por qué se ataca al arte, como hemos visto estas semanas?
—Es curioso, ¿no? Los medios siempre estamos con esa creencia de que la cultura no vende, no vale para nada y que baja la audiencia y, sin embargo, para llamar la atención, atacan cultura. ¡Coño! Ataca un balón de fútbol, ¿no? Pues no; atacan La joven de la perla (Johannes Vermeer), que es muy mainstream y llama mucho la atención. El fin, que es loable, nunca justifica los medios. Me parece que es una cosa que no va a atraer empatía hacia la causa. El arte es tan poderoso que es capaz de captar la atención mundial. Hay cuadros que son mucho más que arte; son símbolos que nos han acompañado mucho tiempo. Probablemente, el 85% de la población mundial no ha visto La joven de la perla “al natural”, pero todos la conocen y consideran este ataque como algo frontal.
—Parafraseando a Juan Soto Ivars, ¿qué sentido tiene preservar las obras de arte si el mundo se va al garete?
—El mundo se puede ir al garete, pero el arte es una tabla de salvación, puede ser una isla, un lugar en el que tengamos buenas vistas aunque se vaya al garete. Prefiero irme al garete admirando a Caravaggio, Velázquez o a Francisco de Goya que irme al garete sin eso. Tenemos que preservar el arte siempre que podamos y hasta donde podamos, y cuando nos vayamos al garete que por lo menos quede eso así, no vaya a ser que no nos vayamos al garete definitivamente y nuestros hijos no lo puedan ver. ¿Qué derecho tengo yo a quitarles a mis hijos el poder estar sentados delante de Las Meninas dentro de veinte años? Nuestra obligación por lo menos es dejar las cosas tal y como nos las encontremos, si no mejorarlas, que parece que no, pero al menos dejarlas.
—Pienso en Josefa, aquella señora de 92 años que te encontraste en el Museo del Prado mientras hacías un reportaje. Nunca había visto Las meninas hasta ese momento.
—Si alguien no se hubiese preocupado de conservar Las meninas, Josefa nunca habría visto el cuadro por primera vez. Solo por esa mirada de Josefa, ese paseo por la galería del Prado hasta llegar a Las meninas, merece la pena toda la preservación y conservación de una obra de arte. Por esa capacidad de asombro de una persona de 92 años que ha pasado por guerras, hambre y muertes familiares, y que al final de su vida se pone delante de una obra que tiene siglos y le cambia la cara, merece la pena conservar y preservar. Podernos irnos al garete, pero que Josefa vea Las meninas.
—Con el Retrato del Dr. Haustein (Christian Schad), de 1928, se habla de la Nueva Objetividad, que conlleva frialdad, distancia y crudeza. La “nueva normalidad” implica también que no haya besos al saludarse, cierto alejamiento y la pérdida de expresión facial y reconocimiento de la misma. Tras la Nueva Objetividad llegó la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué crees que vendrá después de la “nueva normalidad”?
—No lo sé, pero después de la “nueva normalidad” ha venido una guerra también, o sea que las cosas nuevas siempre traen cosas viejas de la mano, y ha sido terminar la pandemia, estar en esta “nueva normalidad” y empezar una guerra. Creo que el mundo ha cambiado para siempre después de este acontecimiento tan importante que ha podido vivir nuestra generación. El mundo se ha vuelto más distante y más frío a pesar de que ahora intentamos recuperar a toda velocidad el contacto, pero ya nada volverá a ser exactamente igual que fue. Ha traído una guerra, pero también ha traído un poco más de distancia entre nosotros. No tiene nada que ver, pero cuando dicen que los cines han perdido público es porque hay gente que le ha cogido miedo a ir una sala y es probable que ese hábito ya no se recupere; los hábitos son muy difíciles de construir pero muy fáciles de destruir. La “nueva normalidad” ha traído una destrucción de hábitos que no sabíamos que teníamos.
—Pero no se ha perdido el hábito de ir, por ejemplo, al centro comercial en Navidad, o a un estadio.
—Hay hábitos que están más enganchados al consumismo o a determinada actitud que debe ser más difícil destruir. El fútbol es algo irracional. Su asistencia nunca ha estado en crisis. Cuando un sector está pendiente de un hilo y le llega una pandemia, puede venirse abajo. Basta con un soplido.
—¿Qué sucede con la televisión? Es diferente, pero el arte en este medio, como me has contado antes, no vende.
—Nosotros estamos intentando que eso no sea así. El otro día le dedicamos al Guggenheim de Bilbao 15 minutos dentro de un informativo, aunque suelen ser tres o cuatro piezas que van antes de deportes. Es verdad que un telediario no lo abre cultura salvo que haya muerto Javier Marías, por ejemplo, o porque le han dado el Nobel a un español. Pero no verás nunca en la cabecera la apertura de una exposición en el Prado, por desgracia. Siempre nos ha acompañado ese mantra de que la cultura baja la audiencia o aburre, pero yo a veces compruebo la curva de audiencias y resulta que no la baja. Es mentira, lo que pasa es que alguien soltó una vez esa frase en la historia de la televisión y se la ha creído todo el mundo. También te digo una cosa: si un programa de museos hiciese un 20%, ten por seguro que todas las cadenas privadas programarían espacios de museos y no de islas con famosos o de entrevistas de un personaje popular a otro. Pero algo de responsabilidad tiene el espectador. El gesto de pulsar otro botón (el 2) en el mando cuesta lo mismo como dar al de apagar, que sería maravilloso. Yo he presentado un programa en La2 al que llevaba gente y charlábamos una hora y hacía un 3% del que estábamos orgullosos, pero si fuera un 25% tendríamos programas de museos hasta en la sopa. Haces un 3% en una cadena privada y a la mañana siguiente te está esperando un pelotón de fusilamiento para darte el finiquito. Me pasó una cosa, hace muchos años, cuando presenté La2 Noticias con Mara (Torres) a las doce de la noche. Llevábamos entrevistas al plató y yo me enteré que Tim Burton venía a presentar Sweeney Todd, creo. Llamé a la productora y pregunté si podíamos llevar a Tim Burton al plató. Pasó el tiempo y un día nos llamaron para decirnos que sí. No me lo podía ceer. “¿De verdad? Nos ven 500.000 personas y hay otros programas que los ven dos millones”. Me contaron que los americanos que lo traían habían hecho un estudio de marketing de todas las cadenas en España y comprobaron de los 500.000 que nos veían el 80% iba al cine. A mí me mola que los 500.000 que ven el programa lo estén viendo, pero en la tele hay que distinguir entre lo que estás viendo y lo que tienes puesto, y muchas cosas en la tele siempre están puestas. Pero viendo, poco.
—Recuerdo que a Mara Torres le dijeron una vez que presentar La2 Noticias era como hacer poesía.
—Sí… Es poesía si se refería a lo minoritario del género. Yo, en el telediario, intento trasladar esa filosofía. Es como un grito en el desierto. El tema de Josefa era un tema de La2 claro y lo emitimos en un telediario. Yo intento llevar esos temas porque al final de lo que tenemos que hablar es de la gente y de cosas que puedan sentir cercanas. La2 siempre ha sido como poética, con ese halo de romanticismo.
—¿Hablamos de la antiurgencia? Lo digo por la urgencia de los sucesos de la mañana frente a lo reposado de los temas de cultura por la noche.
—Claro. Una de las cosas que más agradezco es la antiurgencia. Pero pasa una cosa: si yo ahora voy a hacer una exposición o a cubrir una película y hay atasco y no llego, no va a pasar nada. Pero si no llegas con el total del presidente del Gobierno o de una manifestación, igual sí que pasan más cosas. Es triste; debería ser más importante llegar con el director del Prado comentándote un cuadro que con algo que suena a disco rallado. Pero es la ventaja también; no tenemos urgencia. Luego corremos mucho, ¿eh? El empeño profesional te hace sufrir más cuando luego en realidad va a dar igual y no va a pasar nada porque “puede valer para mañana”, que es una frase que acompaña a todos los que hacemos cultura.
—¿Un artista (también vale el periodista) tiende a ver el mundo según la relación que tiene con él?
—Yo creo que todos tendemos a ver el mundo según nos relacionamos con él. Al final, tanto el periodista —que lo que hace es intentar transmitir un poco lo que ve y el mundo que le rodea— como el artista —que intenta reflejarlo en un soporte material de algún tipo (lienzo, canción, libro…)— intentan levantar una pequeña acta notarial de lo que están viendo y cómo va. Eso es lo que, modestamente, intentamos hacer cada uno dentro de nuestra parcela. Todo es de una subjetividad brutal. ¡Me río yo de la objetividad del periodista! Es imposible ser objetivo. En el momento que tengo ojos y miro aquí y no allí ya estoy eligiendo. Entonces la cuestión es intentar elegir de manera honesta, con una mirada un poco limpia y no con esa mirada viciada que mucha gente tiene, con la que deforma la realidad para hacerla acorde con unos intereses, que es de lo que hay que huir.
—En el libro, llegados al Retrato de Michael Wolgemut (Alberto Durero), aparece la decadencia económica. A lo largo de la historia, la mayoría de los artistas han llevado y llevan asociada una precariedad económica. ¿El arte tiene valor pero al artista no se le valora?
—¿Sabes lo que pasa con la cultura? Que se nos ha inoculado que está bien para admirarla y para apropiarnos de ella muchas veces. ¿Una canción? Me la bajo. ¿Una película? Me la bajo. Y un cuadro pues porque no puedo bajármelo, pero si pudiera lo haría. No sabe la gente la cantidad de personas que viven de esto. Siempre ha existido esa sensación de “me gusta lo que haces pero no voy a pagarte por ello”. No es que en esa página del libro haya decadencia del artista; solo hay que darse una vuelta por muchas ferias de arte para comprobar que muchos artistas buenos no pueden vivir de su arte. Por suerte, va cambiando el respeto hacia la figura del artista como trabajo, porque tienen ese “vicio” que es comer y querer darse una ducha caliente. Eso se hace a través de unas obras, y esas obras valen equis dinero, que tú puedes pagar o no.
—¿Qué precio tiene el arte?
—El que alguien esté dispuesto a pagar y ponga el artista como valor de su trabajo. Hay burbujas también y subastas en otoño en Sotheby’s que entras y te pasmas. Pero fuera de esas burbujas, el precio es el que dicte el artista. Lo pagas o no lo pagas, pero respeta, porque todos trabajamos para que nos paguen algo. En el periodismo está muy de moda que al tipo que ha ido a Ucrania ahora mismo le paguen 30 ó 40 pavos por una foto y tenga que pagarse él el seguro, el chaleco y tal. Hay que tener un respeto hacia el trabajo del otro, sea el periodismo, el arte o poner tornillos.
—De haber sido tú Velázquez, ¿te habrías sentido pagado solo por la visita de Josefa?
—Sí, sin duda. Velázquez vio a Josefa. Velázquez está asomado ahí todo el día y nos está viendo. Estoy seguro de que la vio y se dio por pagado. Velázquez era muy de corte pero muy de la gente. Al final, cuando retrataba a los esclavos, a los bufones o a los enanos los trataba con dignidad. Yo soy más de Goya que de Velázquez. Goya es más visceral, más outsider, más rock and roll.
—¿Goya presentaría entonces La2 Noticias?
—(Risas) Y Velázquez se pasearía por las noticias de La1. Seguro que se dio por pagado con la visita de Josefa. Ese es también el precio del arte: ver la cara de asombro de alguien delante de una obra tuya.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: