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Canto personal - Zenda
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Canto personal

En su poesía o en su prosa, se había caracterizado Manuel Vilas (Barbastro, 1962) por camuflar bajo la frivolidad o el desenfado el tratamiento de asuntos cuya gravedad se ponía de manifiesto a poco que uno escarbara convenientemente entre sus líneas o sus versos. La melancolía que infunde el paso del tiempo, el sabor acre...

En su poesía o en su prosa, se había caracterizado Manuel Vilas (Barbastro, 1962) por camuflar bajo la frivolidad o el desenfado el tratamiento de asuntos cuya gravedad se ponía de manifiesto a poco que uno escarbara convenientemente entre sus líneas o sus versos. La melancolía que infunde el paso del tiempo, el sabor acre de los desencantos acumulados al cabo de los años, se presentaban con una pátina de humor o entremezclados con la glosa de asuntos banales que podían exorcizar o acentuar la cuestión primordial, en función de las circunstancias. El autor se desnudaba ante el lector, pero siempre existía entre ambos un biombo que se encogía o se estiraba a conveniencia, encerrando en sus ángulos ocultos el meollo de una cuestión que rara vez se explicitaba con todas sus letras, pero siempre flotaba en el aire como una sospecha o una intuición próxima a convertirse en certidumbre.

"En su última novela Vilas opta por exhibir sin trampantojos el relato de unos años en los que el desmoronamiento personal se manifiesta en tres ámbitos, la orfandad, el naufragio matrimonial y las desavenencias paternofiliales."

No es el caso de Ordesa, porque en su última novela Vilas opta por exhibir sin trampantojos el relato de unos años en los que el desmoronamiento personal se manifiesta en tres ámbitos que pueden parecer diferentes pero que son en realidad el mismo, porque la orfandad, el naufragio matrimonial y las desavenencias paternofiliales no dejan de ser tres caras de un mismo espacio íntimo, el de la familia, cuya descomposición procura la evidencia de una soledad que es extravío, pero también reencuentro. Se trata de un tema que el autor ya había tratado en otros libros —pienso en el soberbio España, que apareció en 2008 y en cuyas páginas la figura del padre muerto ocupaba ya un lugar muy especial—, pero que nunca había presentado de una manera tan descarnada ni tan doliente. Desde su primera frase, «Ojalá pudiera medirse el dolor humano con números claros y no con palabras inciertas», la novela se revela como una larga elegía autorreferencial en la que se canta a lo perdido y se pone de manifiesto la imposibilidad o insuficiencia del lenguaje para asumir la dimensión real de determinadas pérdidas. Dos tragedias íntimas, la muerte de su madre y su divorcio, aparecen como desencadenantes de un largo monólogo interior que se despliega en un entramado de espirales cuyos giros y requiebros atrapan irremediablemente a quien se ve de pronto inmerso en ellas. Podría parecer, ante este resumen, que lo que Vilas ofrece no deja de ser una narración más entre las muchas que se han dedicado a relatar la complejidad de los vínculos familiares, con sus bondades o sus perversiones, y que gozan de amplia tradición discursiva desde que la humanidad comenzó a iniciarse en el arte de contar. Sin embargo, hay dos características que hacen de Ordesa un libro destinado a perdurar e instalarse a perpetuidad en el imaginario sentimental de quien opte por asomarse a sus abismos.

"Los avatares de Vilas pueden ser los de cada uno de nosotros, porque también nuestra historia personal e intransferible es parte de la historia del ámbito geográfico y administrativo que nos acoge."

La primera tiene que ver con algo que se apuntaba al inicio de este artículo y que, pese a mostrarse aquí de una manera más tibia o matizada que en otros títulos de Vilas, tampoco deja de estar presente ni de ejercer su benéfica influencia sobre el conjunto del libro. Se trata de ese humor que es marca de la casa y que, en este caso, no sólo no suaviza algunos de los episodios más dramáticos, sino que enfatiza aún más los puntos de ruptura, esos instantes en los que el desgarro se erige en protagonista absoluto y condiciona hasta el delirio el transcurso de la realidad. Vilas demuestra una inmensa habilidad para escribir en primera persona y, al mismo tiempo, observarse a sí mismo desde fuera, como si en vez del sujeto de su propio drama fuese un objeto sometido a los caprichos de un espejo valleinclanesco que contrae o estiliza su figura para rastrear la verdad en los entresijos de la deformación. La segunda tiene que ver con una lectura política que recorre todas y cada una de las páginas de Ordesa y que defiende la pertinencia de entender las individualidades como parte indisoluble de un gran sujeto colectivo. La historia personal y familiar de Manuel Vilas —la de su padre viajante de comercio, la de su madre ama de casa, la de sus propios inicios en la docencia, la de los hijos que entran y salen del domicilio del progenitor solitario, la de aquel tío suyo que en la infancia intentó apuñalarlo— no es una historia que pueda entenderse sin tener en cuenta la Historia de España, con mayúscula, que es a la vez el paratexto y el contexto indispensables para convertir este canto íntimo en oda colectiva. Los avatares de Vilas pueden ser los de cada uno de nosotros, porque también nuestra historia personal e intransferible es parte de la historia del ámbito geográfico y administrativo que nos acoge, y no hay nada en la vida que se pueda desenvolver al margen de las coyunturas sociales, económicas y políticas que configuran los alrededores de la pequeña porción de mundo que nos toca en suerte.

"Las últimas páginas, dedicadas al número de teléfono del piso de la madre muerta, ése desde el que ya nadie volverá a llamar, constituyen el epílogo idóneo."

He empleado términos con resonancias poéticas o musicales —«elegía», «canto», «oda»— porque la prosa de Vilas resuena casi siempre con una cadencia salmódica, a fuerza de sentencias breves y afiladas y de repeticiones, que refuerzan esa impresión de hallarse ante una gran composición a todo lo perdido, al afán de rastrear en el pasado para dar con las claves que permitan entenderse de forma cabal a uno mismo. El cierre del volumen, con una selección de poemas que inciden en los grandes temas que vertebran su largo viaje interior, ratifican esa impresión de partitura fúnebre en la que el motivo no es tanto la desaparición de los otros como la de aquello que inevitablemente se va con ellos. Las últimas páginas, dedicadas al número de teléfono del piso de la madre muerta, ése desde el que ya nadie volverá a llamar, constituyen el epílogo idóneo, en tanto que sintético, de un libro en el que cualquiera puede quedarse a vivir, porque nos sitúa en ese lugar que pertenece a todos: el que habitan los recuerdos imprecisos y las nociones difusas de un tiempo que siempre acaba por escurrirse entre los dedos.

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Autor: Manuel Vilas. Título: OrdesaEditorial: Alfaguara. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro

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Miguel Barrero

Ha publicado las novelas Espejo (premio Asturias Joven), La vuelta a casa, Los últimos días de Michi Panero (premio Juan Pablo Forner), La existencia de Dios, Camposanto en Collioure (Prix International de Littérature de la Fondation Antonio Machado), La tinta del calamar (premio Rodolfo Walsh) y El rinoceronte y el poeta, así como el libro de viajes Las tierras del fin del mundo. Ha formado parte del programa 10 de 30 para la difusión de la nueva literatura española en el exterior. @MiguelBarrero Foto: Muel de Dios.

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