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Calle de sentido único, de Walter Benjamin - Zenda
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Calle de sentido único, de Walter Benjamin

Comenzado cuando Walter Benjamin se enamora de la revolucionaria letona Asja Lacis, a quien va dedicado, Calle de sentido único (edit. Periférica) es un texto que inaugura una nueva forma de hacer literatura y de pensar la estética. Antes que una simple recopilación de clarividentes aforismos, este libro es un mapa urbano ordenado según la lógica de los escaparates...

Comenzado cuando Walter Benjamin se enamora de la revolucionaria letona Asja Lacis, a quien va dedicado, Calle de sentido único (edit. Periférica) es un texto que inaugura una nueva forma de hacer literatura y de pensar la estética. Antes que una simple recopilación de clarividentes aforismos, este libro es un mapa urbano ordenado según la lógica de los escaparates de una galería comercial. La voluntad de Benjamin era, en palabras de su amigo Theodor Adorno, «contemplar todos los objetos tan de cerca como le fuera posible, hasta que se volvieran ajenos y le entregaran su secreto». Walter Benjamin encontró en Calle de sentido único una apuesta por un nuevo modo de entender lo estético en folletos y carteles, en archivos y catálogos, en la resistencia a desaparecer del efímero tiempo de la vida. Desde su publicación en 1928, su influencia no ha dejado de crecer.

Zenda publica las primeras páginas.

ESTACIÓN DE SERVICIO

La construcción de la vida está en este momento mucho más dominada por el poder de los hechos que de las convicciones. Y de hechos que casi nunca ni en ninguna parte han devenido en base de convicciones. En circunstancias como éstas, la verdadera actividad literaria no puede tener la pretensión de desarrollarse en el marco literario; esto es, más bien, la habitual expresión de su infructuosidad. La eficacia literaria relevante sólo puede surgir en la estricta alternancia entre la acción y la escritura; debe plasmar en octavillas, folletos, carteles y artículos de periódico las formas más modestas, más acordes a su influencia en comunidades activas que el exigente gesto universal del libro. Sólo este lenguaje inmediato se muestra, en cuanto a eficacia, a la altura del momento. Las opiniones son para el aparato gigante de la vida social lo que el aceite para las máquinas; uno no se pone delante de una turbina y la riega con aceite: echa una pizca en remaches y ranuras ocultos que es preciso conocer.

CUARTO DE DESAYUNO

Desaconseja cierta tradición popular relatar los sueños en ayunas por la mañana. En efecto, el que acaba de despertar permanece todavía en la esfera mágica del sueño. La ablución no convoca a la luz más que la superficie del organismo y sus visibles funciones motrices, en tanto que en las capas más profundas, también durante el aseo matinal, la gris penumbra onírica persiste o incluso se consolida en la soledad de la primera hora de vigilia. Quien rehúye el contacto con el día, sea por temor a los humanos, sea para íntimo recogimiento, no quiere comer y desprecia el desayuno. De ese modo evita la quiebra entre el mundo nocturno y el diurno. Delicadeza ésta que sólo se justifica por la combustión del sueño en el concentrado trabajo de la mañana, cuando no en el rezo, ya que de otra manera lleva a confundir los ritmos vitales. En ese estado, referir el sueño es fatal, porque la persona, todavía medio confabulada con el mundo onírico, traiciona a éste con sus palabras y por ello ha de contar con su venganza. Dicho en términos más modernos: se traiciona a sí misma. Ha dejado la protección de la ingenuidad soñadora y ha quedado desamparada al rozar sus propias visiones oníricas, sobre las que no tiene dominio, pues sólo desde la orilla contraria, desde la claridad del día, debe abordar el sueño a partir del recuerdo superior. Ese más allá del sueño no puede alcanzarse sino en una purificación, que es análoga al lavado, pero completamente distinta de él. Pasa por el estómago. El ser, en ayunas, habla del sueño como si hablara dormido.

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n. º 1 1 3

Las horas que contienen la forma
han transcurrido en la casa del sueño.

SUBTERRÁNEO

Hemos olvidado hace tiempo el ritual que presidió el levantamiento de la casa de nuestra vida. Sin embargo, cuando la asaltan y las bombas enemigas caen sobre ella, ¡qué escuálidas, estrambóticas antiguallas dejan éstas al descubierto entre sus cimientos! ¡Cuánto no quedó enterrado y sacrificado entre fórmulas mágicas! ¡Qué truculento gabinete de rarezas aparece allá abajo, donde los pozos más profundos están reservados a lo más cotidiano! En una noche de desesperación me vi en sueños renovando impetuosamente la amistad y la fraternidad con el primer compañero de mi época de colegial, a quien llevaba décadas sin ver y del que apenas me había acordado en todo ese tiempo. Pero al despertar lo vi claro: aquello que la desesperación había sacado a la luz como una descarga explosiva era el cadáver de ese hombre, que estaba emparedado allí y que tenía la función de impedir que quien allí habitara se le asemejase en algo.

VESTÍBULO

Visita a la casa de Goethe. No recuerdo haber observado las estancias en mi sueño. Era una sucesión de pasillos encalados como los de una escuela. Dos turistas británicas ya mayores y un guardián son los figurantes del sueño. El guardián nos invita a registrarnos en el libro de visitantes, abierto sobre un atril contiguo a la ventana, al final de un pasillo. Cuando me acerco y lo hojeo, veo mi nombre ya consignado en una tosca y abultada letra infantil.

COMEDOR

En un sueño me vi en el estudio de Goethe. No guardaba ningún parecido con el de Weimar. Era, sobre todo, minúsculo y no tenía más que una ventana. A la pared opuesta se adosaba, por la parte estrecha, el escritorio.

Sentado a él, el poeta, de provecta edad, estaba escribiendo. Yo estaba a un lado cuando interrumpió su tarea para regalarme un pequeño jarro, una vasija antigua. La hice girar entre mis manos. En la estancia hacía un calor abrasador. Goethe se puso en pie y me acompañó a un cuarto aledaño, donde habían dispuesto una larga mesa para mi familia. Pero ésta parecía calculada para muchas más personas de las que la formaban. Sin duda, habían incluido también a los ancestros. Me acomodé en el extremo derecho, junto a Goethe. Cuando el banquete hubo terminado, el poeta se levantó trabajosamente, y yo, con un ademán, solicité permiso para ofrecerle sostén. Al tocar su codo, me eché a llorar de emoción.

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PARA HOMBRES

Convencer es estéril.

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RELOJ PATRÓN

Las obras acabadas tienen para los grandes menos peso que aquellos fragmentos por cuyo hilo el trabajo discurre durante toda su vida. Concluir una obra sólo colma de una alegría incomparable al débil, al distraído, que por ello se siente devuelto a su vida. Al genio, cualquier cesura, tanto los duros golpes del sino como el dulce sueño, le sobrevienen mientras se desempeña con celo en su taller, cuyo perímetro de acción él traza en el fragmento. «El genio es celo.»

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¡VUELVE! ¡TODO PERDONADO!

Como el que da una vuelta gigante en la barra fija, así el joven hace girar la rueda de la fortuna, de la que tarde o temprano sale el premio gordo. Sucede, pues, que únicamente lo que ya sabíamos o practicábamos a los quince años constituirá un día el acervo de nuestros atractivos. Y hay por ello una cosa que no se puede remediar jamás: haber perdido la ocasión de fugarse de la casa de los padres. A esa edad, cuarenta y ocho horas habiendo estado abandonados a nuestra suerte cuajan, como la sosa cáustica, en el cristal de la felicidad existencial.

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Autor: Walter Benjamin. Título: Calle de sentido único. Editorial: Periférica. Venta: Amazon

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