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Byron versus Elgin: El expolio del mármol - Zenda
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Byron versus Elgin: El expolio del mármol

A muchos años y kilómetros de distancia una experta en el mundo clásico emuló la simbólica visita nocturna de Napoleón. Andrea Marcolongo pasó una noche de luna menguante en el Museo de la Acrópolis de Atenas con la única compañía de un catre plegable, un botellín de agua y un plátano. A diferencia de Napoleón,...

«Aunque os lo contara no me ibais a creer». Esa enigmática frase, posiblemente apócrifa, se atribuye a un joven general Napoleón Bonaparte en plena campaña de Egipto. La pronunció, según dicen, un día de agosto de 1799 al salir de la Cámara del Rey de la pirámide de Keops, donde pasó siete horas de soledad y vigilia, incluida tal vez alguna de sus reparadoras cabezaditas. La experiencia mística no le dio la victoria en el país africano, pero los creyentes esotéricos aseguran que abrió en su mente un tercer ojo que le guió en sus próximos triunfos, hasta que le llegó la hora del destierro.

A muchos años y kilómetros de distancia una experta en el mundo clásico emuló la simbólica visita nocturna de Napoleón. Andrea Marcolongo pasó una noche de luna menguante en el Museo de la Acrópolis de Atenas con la única compañía de un catre plegable, un botellín de agua y un plátano. A diferencia de Napoleón, esta italiana de Milan residente en París sí ha contado la transformación que supuso para ella sumergirse en un pasado que ama profundamente. En Desplazar la luna (Taurus, 2024) no solo relata los pensamientos y sensaciones que experimentó a lo largo de esa noche, sino que se remonta a sus orígenes familiares. La rama paterna sobre todo muestra  algunas de sus heridas como el síndrome del impostor que sufre, y en primer plano y alta voz lanza un grito de rabia contra el expolio que han sufrido los mármoles griegos.

"Lord Elgin, el embajador británico en Turquía que arrambló impunemente con ingentes fragmentos del Partenón, es el villano de esta historia"

Marcolongo alterna y superpone con habilidad esas líneas narrativas en una estructura imbricada, por lo que la lectura del libro se desliza con fluidez como el agua sobre las escamas de un pez. «La cabeza casi me da vueltas debido a la excesiva intensidad de lo que estoy viviendo», escribe sobre su velada griega. «Tengo la impresión de sentir la fisicidad de los cuerpos que, día tras día, esculpieron estos mármoles, sus brazos musculosos que se abatieron con fuerza sobre la piedra delicada, sus dedos grandes que empuñaron el cincel, las gotas de sudor que, exprimidas por el sol griego, cayeron en los poros del mármol que tengo ante mí».

Más adelante recuerda a su padre, un hombre sin estudios que supo escapar de la pobreza —su abuelo era boyero (cuidador de bueyes) y su abuela criaba gusanos de seda— para dar a su hija estudios universitarios. Reflexiona sobre el misterio del «miembro fantasma», y ante el doloroso vacío de la ausencia paterna se declara «muñón de hija». Mutilada, como el arte clásico griego por los vándalos de Occidente.

Lord Elgin, el embajador británico en Turquía que arrambló impunemente con ingentes fragmentos del Partenón, es el villano de esta historia. Por desgracia no el único. Como Marcolongo subraya: «En Grecia todos hemos pillado, excavado y extraído siempre cosas, sin el menor sentimiento de culpa. Y con las ideas saqueadas hemos fabricado a lo largo de los siglos nuestra concepción de cultura y de civilización». A partir del siglo XVIII, con el llamado «turismo culto», se inició el gran latrocinio, del que lord Elgin fue principal artífice. «Fue él quien captó, como si fuera una antena parabólica, toda la codicia de una época hambrienta e infeliz, encarnando para siempre la maldición del Partenon y de toda Grecia».

"A causa de una sucesión de increíbles negligencias, gran parte de los mármoles de Fidias y otros artistas clásicos sufrieron daños o desaparecieron"

Todo está conectado en la invisible telaraña del azar. Y de nuevo nos topamos con Napoleón, pues de no ser por su afán de conquistar la tierra de los faraones, posiblemente esta historia se contaría de otra manera. Lord Elgin fue enviado por el rey de Inglaterra como embajador para afianzar las relaciones con Turquía frente a la ambición del héroe corso. Viajó con su flamante esposa, Mary, y en el trayecto, animados por el consejo de un amigo, la pareja visitó Troya y Atenas. A la sazón, la capital griega era un mísero poblacho y las ruinas clásicas languidecían entre la incuria y la indiferencia de los otomanos, usadas sin consideración alguna para distintos usos prácticos. Ante tan lamentable visión, lord Elgin se sintió llamado a la misión de salvar los restos y de paso enriquecer su país con el poder simbólico del arte griego. Y lo hizo a conciencia, sin sensibilidad alguna y a costa de su fortuna personal, en una serie de incidentes rocambolescos iniciados en diciembre de 1801 que se prolongaron durante meses, con el resultado de que, a causa de una sucesión de increíbles negligencias, gran parte de los mármoles de Fidias y otros artistas clásicos sufrieron daños o desaparecieron. Muchos se perdieron en el fondo del mar o quedaron olvidados en cualquier rincón polvoriento de algún palacio o mansión.

Y llegó la hora de descifrar el título del libro. «Desplazar la Luna de su órbita» es la imagen cósmica que usó el arqueólogo Edward Daniel Clarke para describir la consternación de los griegos ante la usurpación de sus raíces y de su memoria histórica. Uno de los episodios más espectaculares que relata Marcolongo fue el robo de la colosal estatua de Deméter en Eleusis transportada por un centenar de hombres y decenas de bueyes. El navío que la conducía a Gran Bretaña se fue a pique, y tras ser rescatada con grandes esfuerzos muchos años después, la escultura agoniza en un museo de Cambridge.

Y otra vez nos damos de bruces con la conexión egipcia, pues igual que los arqueólogos que profanaron las tumbas de los faraones, lord Elgin sufrió la maldición de los dioses, en este caso de la diosa Minerva o Atenea, arguye Marcolongo. No solo se arruinó en su afán confiscatorio, sino que acabó ignorado por sus ilustres colegas, abandonado por su esposa, apartado de la política y una enfermedad le deformó el rostro.

"Gracias a la poesía de Byron, Grecia fue compensada al menos en parte por la humillación de los mármoles perdidos"

Además de la venganza de los dioses el diplomático recibió el rayo de la ira del poeta lord Byron filohelenista de mente y corazón que en su aclamada obra, Las peregrinaciones de Childe Harold publicado el marzo de 1812, denuncia el expolio del Partenón. Sus versos indignados suscitaron la reacción social y el filohelenismo pero ya era demasiado tarde. El daño estaba hecho y era irreparable. Años mas tarde, en abril de 1824, Byron entregó su vida a Grecia cuando lo mató la malaria mientras organizaba un ejército para liberar a los griegos del yugo turco.

«Gracias a la poesía de Byron, Grecia fue compensada al menos en parte por la humillación de los mármoles perdidos», concluye Andrea Marcolongo, que explica también otros casos de expolio del patrimonio artístico, como los sufridos por países africanos.

Este es el quinto título de la prolífica escritora publicado en España por Taurus a partir de 2017 tras La lengua de los dioses, La medida de los héroes, Etimologías para sobrevivir al caos y El arte de resistir. Han cosechado éxito internacional siendo traducidos a 28 lenguas. Una victoria de la revivida por ella Grecia clásica.

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Autor: Andrea Marcolongo. Título: Desplazar la luna. Editorial: Taurus. Venta: Todostuslibros   

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Bel Carrasco

Bel Carrasco (Valencia, 1952). Periodista especializada en libros y temas de cultura. Ha publicado cuatro novelas, dos ensayos y varios libros colectivos de relatos con Generación Bibliocafé. El Institut Alfons El Magnànim de València editó, en 2020, Especies urbanas una selección de los spots de su blog Zoocity que apareció en El Mundo de la Comunidad Valencia entre 2012 y 2018.

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Ricarrob
Ricarrob
1 año hace

Parece sugerente. Los héroes, la Eneida, los viajes iniciáticos… El mundo clásico siempre ahí, a nuestra disposición, siempre con mucho que enseñar. Porque el mundo clásico somos nosotros, todos.

Lo único a resaltar es que, la autora, si llega a tener conocimiento del inefable y ridículo «Manual de resistencia», por cierto, nunca leído, le hubiera puesto a este libro otro título. Este parece qué sí, es para leerlo no para que figure en lugar preferente en las estanterías progres tan odiadoras de todo lo clásico.

Excelente reseña, sra. Sainz.

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