I
Bronwyn-Eurídice
Las alas de las olas, aletean a
lo lejos,
el grito sordo del caballero muerto
junto a la torre del pantano,
Bronwyn, las flores de tus cabellos
te esperan, nunca volviste de Frisia,
no regresaste a la torre normanda,
al bosque virgen, a la primera noche
de tu vida… ya no paseas por
la orilla del pantano ciego,
sino por la copa del pino embrujado,
la encina poblada de cuervos,
la sístole del suspiro, entre
la diástole del viento…
En el ocaso de la guerra ya
no quedamos ni tú, ni yo,
ni el mar.(Poema de Diego Moldes, Aranjuez, 24 de abril de 2006)
Hay al menos dos formas de ver o rever The War Lord (El señor de la guerra), dirigida por Franklin J. Schaffner. Una es haber leído a Juan Eduardo Cirlot (1916-1973) y otra es no haberlo hecho. Cirlot, obvio es decirlo, la vio de esta segunda forma —en un cine de Barcelona, en 1966—, es decir, sin haberse leído a sí mismo. Su fascinación por esta maravillosa película, y más concretamente por su personaje femenino, Bronwyn (interpretado por Rosemary Forsyth) devino en obsesión poética-mitológica, creando el Ciclo Bronwyn (1967-1972), un conjunto de poemarios trascendentales, de clara raigambre simbolista, que a mi entender constituyen la cumbre de la poesía moderna y contemporánea en español. En 2001 su hija, Victoria Cirlot, realizó la edición, introducción y notas del libro Bronwyn (Siruela, Madrid), en donde, además de los dieciséis poemarios, incluye en apéndices, textos inéditos, material manuscrito y nueve artículos del poeta sobre el film (págs. 587 a 638), unos textos valiosísimos para comprender la película protagonizada por Charlton Heston desde prismas y enfoques que, de no ser por Juan Eduardo Cirlot, ninguno hubiésemos vislumbrado ni desarrollado. Remito al lector interesado y a los críticos e historiadores que lo desconozcan a ese libro maravilloso, que ya forma parte de nuestra más elevada cultura. Los hispanoblantes gozamos de esta ventaja, de la que carecen los anglosajones o espectadores de otras lenguas que no puedan leer a Cirlot para ampliar su comprensión de un film inagotable. Cuando yo residía en Lisboa escribí una carta a Victoria Cirlot elogiando ese grueso libro de seiscientas ochenta páginas y cubiertas naranjas que, junto al visionado reiterado de El señor de la guerra, me había transformado para siempre mi visión del mundo. Un libro que me acompaña allá adonde voy. Victoria Cirlot me respondió desde Barcelona, un 17 de julio de 2003. De su detallada respuesta rescato sólo lo que quiero compartir aquí con el lector, y de su correspondencia reproduzco únicamente estas breves líneas:
“Apreciado Sr. Diego Moldes: le agradezco mucho su email. Yo también pienso que mi padre está entre los mejores poetas españoles del siglo XX (si no el mejor), y que el libro Bronwyn es uno de los más bellos que puedan conocerse. […] Su carta rezuma del asombro que supone encontrar un libro como Bronwyn (en primer lugar, por lo que es B. y en segundo lugar porque la edición responde a lo que es B.) y eso me complace enormemente porque esa es la recepción que deseo para esta obra. Naturalmente puede usted dedicar a mi padre cualquiera de sus ensayos, no sólo porque tiene el legítimo derecho, sino porque sería algo de agradecer. Reciba mis más cordiales saludos. Victoria Cirlot.”
Proyecté un libro ensayo sobre El señor de la guerra y el libro Bronwyn —en la línea de los que publiqué sobre La huella de Vértigo y El manuscrito encontrado en Zaragoza, otras dos obras plagadas de múltiples referencias intertextuales y profusos simbolismos— pero nunca lo hice. Siento que profano algo sagrado y me paralizo. Apenas me inspiró algunos poemas apresurados y un texto sobre Rosemary Forsyth (Bronwyn) publicado por Notorious Ediciones en mi libro Venuspasión (2014). De entre las páginas de Bronwyn rescato un marcapáginas con estas palabras en él, por mí manuscritas:
Ciénagas de cielo ceniciento / solio de silencio / sollozos maniatados / tierra yerta cenizas númenes / tus gemidos azules y verdes / incandescente desvarío / tierra celeste / cielo enterrado / circundado / solios / cieno / soles solos / aguas lívidas raudas / muda quietud insomne / ocasos / “arranco rosas de mis manos sangrantes” / se entreverán violetas y suspiros en las arenas grises.
II
Existe un buen puñado de obras maestras cinematográficas en los 135 años transcurridos de la Historia del Cine (1888-2023). Un porcentaje de estas obras magnas son artísticamente excepcionales, y un porcentaje indeterminado, pero indudablemente menor, son obras maestras excepcionales cuya categoría cultural trasciende al propio arte del cine e influye e impregna a otras artes, generando nuevas formas culturales tan inesperadas como fecundas. No existe un término para definir a estas películas —y si existe, lo desconozco—, cuyo cuño o molde excede con mucho al de la etiqueta de cult movie, pues película de culto es un término tan manido como manoseado, tan cinéfilo que puede lindar el friquismo. A las que me refiero son películas que rozan la perfección y cuyo arte inspira otras obras de arte y, a su vez, parten ellas mismas de la inspiración que otras obras de arte pretéritas —no fílmicas— han generado en sus creadores. Sin atisbo de duda, The War Lord es una de esas películas. La perfección formal, estética, narrativa y dramática se ve redondeada por algo insólito en la época de su rodaje, 1964. Me estoy refiriendo a su fidelidad historiográfica y su cuidada ambientación histórica. El mérito fue de los diseñadores y decoradores Henry Bumstead y Alexander Golitzen y del diseñador de los vestuarios, Vittorio Nino Novarese. Uno, al ver esta recreación medieval, puede pensar que es tan coetánea como el célebre y profuso Tapiz de Bayeux (Tapisserie ou broderie de Bayeux, 1066 a 1082, obra anónima y seguramente de autoría colectiva), aquel extensísimo lienzo bordado que narraba en imágenes la conquista de Inglaterra por los normandos, culminada en la batalla de Hastings (1066). Cualquier aficionado a la Historia al ver The War Lord seguro que tiene en mente a Guillermo el Conquistador (Guillaume le Conquérant) y todo aquel contexto del siglo XI. Los films medievales anteriores a El señor de la guerra no respetan escrupulosamente la exactitud histórica (ni Lang en Los nibelungos, ni Curtiz en Robin de los bosques, ni Bergman en El séptimo sello o El manantial de la doncella), cosa que sí sucederá en algunos casos a partir de ella, pensemos en tres obras maestras que la sucedieron un año y pico después: Andrei Rubliov (1966), de Tarkovski, Campanadas a medianoche (1966), de Welles, o Marketa Lazarová (1967), de František Vláčil.
III
Argumento. Brabante, alrededor del año mil. Chrysagon de la Croix (o de la Creux) es un caballero normando que viaja a una torre situada junto a una aldea flamenca para protegerla y gobernarla, una cesión de su señor, el duque de Brabante. Chrysagon se encuentra con una doncella celta, la rubia Bronwyn, salida de las aguas de un pantano, viendo ya, obnubilado, a su futuro amor. Evita que la acosen sus propios hombres. Como un flechazo, una visión ultraterrena, se enamora de la chica que ha rescatado. O de lo que para él simboliza Bronwyn. Odins, el jefe de la aldea celta, le pide permiso a Chrysagon para que Bronwyn se case con Marc, hijo de Odins, con quien Bronwyn está prometida desde su infancia. Chrysagon lo aprueba, pero pronto lamenta su decisión y se arrepiente. Quiere a Bronwyn para él solo. Más tarde se entera del droit du seigneur (derecho del señor, o derecho de pernada), una norma antigua que permite al señor de un dominio acostarse con cualquier mujer virgen en su noche de bodas. La costumbre exige que Bronwyn sea entregada al amanecer. Chrysagon y Bronwyn se acuestan. Contra todo pronóstico, se enamoran (la obra teatral de Leslie Stevens en la que se basa el guion se tituló The Lovers: A Play in Three Acts. Es decir, Los enamorados: Una obra en tres actos. Se estrenó en el Martin Beck Theater de Broadway, el 10 de mayo de 1956, bajo la dirección conjunta de dos directores teatrales y también cineastas, Michael Gordon y Arthur Penn. La coreografía fue de Flori Waren. Darren McGavin encarnó a Chrysagon de la Creux y Joanne Woodward a la protagonista, que no se llamaba Bronwyn sino Douane. Sólo hubo cuatro representaciones, la última el 12 de mayo).
Al día siguiente, Bronwyn no regresa, lo que enfurece a Marc. Lo que los aldeanos celtas no comprenden es que ella se queda no por la fuerza, sino por su propia voluntad. Se ha enamorado de su señor. El despechado Marc se pone en contacto con los asaltantes frisios (de aspecto nórdico o vikingo) que plagan la costa. Asedian el lugar y la torre, tratando de recuperar al niño hijo de su líder, a quien habían olvidado en los dominios de Chrysagon en una incursión anterior. Tras diferentes batallas y conflictos, Chrysagon muere, asesinado a traición por Marc, que le ataca con una hoz que le clava en el costado. Amor y muerte. Obligación y deseo. Lo sagrado-cristiano y lo pagano-céltico. La unión de esos dos mundos irreconciliables, representados por Crysagon y Bronwyn, es asimismo el conflicto entre ellos, que hace imposible la unión en esta vida, más no en la ultraterrena.
IV
Para un análisis simbólico, artístico-visual, multifocal y muy profundo de El señor de la guerra remito al lector a: Cirlot, Juan Eduardo (2001), Bronwyn, Madrid, Siruela, páginas 587 a 673:
Artículos:
Bronwyn. El ocaso de un señor de la guerra
El retorno de Ofelia
Los sentimientos imaginarios
¿Quién es Bronwyn?
¿Qué es de Rosemary Forsyth?
La simbología de Marius Schneider
Vestida de rojo
Bronwyn (Simbolismo de un argumento cinematográfico)
Bronwyn-Bhowani. Simbolismo fonético.
Notas.
MATERIAL MANUSCRITO
Bronwyn, mito cósmico
Simbolismo fonético: Bronwyn-Bhowani
Fragmentos para la construcción de La quête de Bronwyn
Imágenes
Notas
V
Charlton Heston
Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta mediados los años ochenta (segunda legislatura Republicana, de Reagan, iniciada en 1984) Charlton Heston (1923-2008) fue un militante convencido del Partido Demócrata (¡estamos hablando de un período de casi cuarenta años!), y eso se ve en la elección de sus proyectos y directores con los que trabajó o dio trabajo en cine y televisión. Uno de ellos fue el progresista Frank Schaffner (que incluso fue responsable de los discursos de John F. Kennedy), director de esta espléndida El señor de la guerra por decisión suya. Juntos habían hecho Macbeth en televisión. Heston apoyó a un progresista, como había hecho con Orson Welles en Sed de mal (Touch of Evil, 1958) y con Sam Peckinpah ese mismo año de 1964 con la extraordinaria Mayor Dundee. De no ser por Charlton Heston, esta obra de arte no habría existido. O habría dado lugar a otro film bastante peor. Sólo por eso, los cinéfilos le deberíamos estar eternamente agradecidos. Su paso del progresismo a movimientos reaccionarios, tan incomprensible, no me interesa lo más mínimo. Creo que al lector de estas líneas tampoco. Lo importante fue el papel que desempeñó en la industria del cine norteamericano. Y, en el caso que nos ocupa hoy, un film, The War Lord, tan extraordinario y complejo que, insisto, requiere un libro específico, un ensayo riguroso y culto, tal es su carga simbólica y su profundidad semántica, histórica y dramática.
Sobre el accidentado rodaje (donde incluso un adolescente Steven Spielberg fue testigo sin que nadie lo supiese entonces) recomiendo al lector que acuda a las Memorias de Charlton Heston (Ediciones B, Barcelona, 1997) y, en especial a las páginas 376 y 380, en donde explica pormenores muy interesantes y aspectos que Jean Pierre Coursodon y Bertrand Tavernier desconocían cuando, acaso injustamente, analizaron algunos errores de raccord del film en su monumental 50 años de cine norteamericano (1997), debido a que la edición francesa 50 ans de cinéma américain data de 1991 y la primera edición de las memorias de Heston, In the Arena se publicó en Nueva York en 1995, por lo que desconocían los pormenores.
Una versión muy reducida de este artículo aparece en el libro colectivo El universo de Charlton Heston, editado por Enrique Alegrete y Guillermo Balmori.
Ficha técnica y artística:
Título original: The War Lord. Año: 1965. País: USA. Director: Franklin J. Schaffner. Intérpretes: Charlton Heston (Chrysagon), Rosemary Forsyth (Bronwyn), Richard Boone (Bors), Maurice Evans (cura), Guy Stockwell (Draco, hermano de Chrysagon), Niall MacGinnis (Odins), James Farentino (Marc), Henry Wilcoxon (príncipe frisio). Productor: Walter Seltzer. Guion: John Collier y Millard Kaufmann, a partir de la obra teatral de Leslie Stevens, The Lovers. Fotografía: Russel Metty. Música: Jerome Moross y Hans J. Salter (no acreditado). Duración: 123 minutos. Color.
———
Nota 1. En el centenario de Charlton Heston (4 de octubre de 2023) la revista De Cine 21 nos pidió a más de sesenta personas que votásemos las cinco películas favoritas de Heston (no las mejores, las que más nos gustaban). Me alegró ver quiénes hemos votado a El señor de la guerra (The War Lord, 1965): los cineastas José Luis Garci y Daniel Monzón, Quim Casas, Manuel Hidalgo (director de El Cultural), Eduardo Torres-Dulce, David Felipe Arranz, Fausto Fernández, etcétera. Recomiendo a los interesados ver en YouTube el coloquio de ¡Qué grande es el cine! en La 2 de TVE dedicado a la película, para mí el mejor coloquio de aquel gran programa cinéfilo.
Nota 2: De toda la poesía de Cirlot, la cumbre es el ciclo de poemas Bronwyn y, de ese libro, la cima es “Bronwyn, Permutaciones” (1970), poema que reproduzco aquí para que el lector se haga una idea de su enorme valía literaria. Se puede releer decenas o centenares de veces. Se trata de un procedimiento permutatorio que, como explica el propio poeta en su prólogo, descubrió en su Homenaje a Bécquer (1954, 2ª ed. 1969) y en El palacio de plata (1955). Se trata de una doble influencia, musical y cabalística. Por un lado, los principios de la música dodecafónica (Arnold Schönberg) y, por otro, una derivación del tseruf cabalístico (Cirlot escribe qabalístico) del rabino aragonés Abraham Abulafia (1240-1300). Ergo, impronta judaica por partida doble. Es un ejercicio sonoro-visual fascinante leer este poema de Cirlot, escuchando la música absolutamente sublime, wagneriana en algunos tramos, que Jerome Moross (1913-1983) compuso como banda sonora de The War Lord. Una composición que eleva las imágenes a una nueva dimensión. [1]
***
Bronwyn, Permutaciones
A la que renace de las aguas, Bronwyn-Shekinah
Despertarás a la fuente de las hierbas-Lanza del Vasto
I
Contemplo entre las aguas del pantano
la celeste blancura de tu cuerpo
desnudo bajo el campo de las nubes
y circundado por el verde bosque.
No muy lejos el mar se descompone
en las arenas grises, en las hierbas.
Manos entre las piedras con relieves
y tus ojos azules en los cielos.
Las alas se aproximan a las olas
perdidas en las páginas del fuego.
Bronwyn, mi corazón, y las estrellas
sobre la tierra negra y cenicienta.
II
Sobre la tierra negra y cenicienta,
Bronwyn, mi corazón y las estrellas
perdidas en las páginas del fuego.
Las alas se aproximan a las olas.
Y tus azules ojos en los cielos.
Manos entre las piedras con relieves
en las arenas grises, en las hierbas.
No muy lejos el mar se descompone.
Y circundado por el verde bosque,
desnudo bajo el campo de las nubes
la celeste blancura de tu cuerpo
contemplo entre las aguas del pantano.
III
Contemplo entre las aguas del pantano
y circundado por el verde bosque.
No muy lejos el mar se descompone
y tus ojos azules en los cielos.
Las alas se aproximan a las olas
sobre la tierra negra y cenicienta.
La celeste blancura de tu cuerpo
desnudo bajo el campo de las nubes.
En las arenas grises, en las hierbas,
manos entre las piedras con relieves
perdidas en las páginas del fuego,
Bronwyn, mi corazón, y las estrellas.
IV
Contemplo entre las aguas de tu cuerpo
la celeste blancura del pantano
desnudo bajo el campo con relieves
y circundado por el verde fuego.
No muy lejos el mar y las estrellas
en las arenas grises de las nubes.
Manos entre las piedra con las olas
y tus ojos azules en las hierbas.
Las alas se aproximan. Descomponen,
perdidas en las páginas del bosque,
Bronwyn, mi corazón, y cenicienta
sobre la tierra negra y en los cielos.
V
Sobre la tierra negra y las estrellas
la celeste blancura y cenicienta
Bronwyn, mi corazón se descompone
y tus azules ojos en las hierbas.
Perdidas en las páginas del bosque
las alas se aproximan a tu cuerpo.
Manos entre las piedras del pantano
en las arenas grises de las nubes.
Y circundado por el verde fuego
contemplo entre las aguas de los cielos,
no muy lejos el campo de las olas,
desnudo entre relieves con las aguas.
VI
En las hierbas las nubes, en las páginas
las estrellas perdidas con relieves.
Mi corazón en las arenas grises.
Manos entre las piedras con el fuego.
A las olas las alas se aproximan.
De tu cuerpo desnudo bajo el campo
Bronwyn, sobre la tierra negra bajo
la blancura celeste y cenicienta.
Y tus azules ojos por el bosque.
En los cielos el mar se descompone.
Contemplo no muy lejos el pantano
entre las aguas verde circundado.
VII
Bajo el campo las olas se aproximan
en las manos estrellas, en las grises.
Las alas de blancura entre las piedras
de tu fuego desnudo en las perdidas.
Contemplo tus azules entre el verde
en las aguas del bosque de los cielos.
Arenas del pantano y en el mar
tus ojos, cenicienta, entre las hierbas.
Circundado de cuerpo sobre negra
no muy lejos por él se descompone
en la celeste tierra de las páginas.
Relieves corazón, Bronwyn, las nubes.
VIII
Con las manos perdidas en los cielos
de fuego entre las páginas,
con relieves contemplo la blancura
cuerpo de tu celeste cenicienta
negra bajo las piedras
y las azules alas del pantano.
Estrellas en los ojos de las aguas,
corazón sobre el campo de las nubes,
mi Bronwyn en la tierra.
Por el desnudo bosque verde
el mar se descompone en las arena
grises.
Las olas se aproximan en las hierbas.
IX
Y circundado
el mar por el desnudo campo verde
se descompone en las arenas grises.
No muy lejos las olas en el bosque.
Mi corazón de estrellas en los ojos
de las aguas perdidas con relieves
en las nubes.
Bronwyn, sobre la negra
blancura de la tierra cenicienta,
las alas se aproximan en las hierbas,
bajo las manos del pantano
y las piedras azules de los cielos.
Tu cuerpo de celeste
contemplo entre las páginas del fuego.
X
No muy lejos
las olas se aproximan con relieves.
El mar, mi corazón, verde de estrellas
se descompone en tu blancura negra.
Las páginas de fuego de tu cuerpo
desnudo entre las nubes.
XI
Bronwyn entre las alas y las olas
sobre las nubes grises y la tierra.
Tus ojos en los cielos con relieves
y en las piedras azules las estrellas.
Manos entre las páginas del fuego,
en las perdidas aguas de las hierbas.
XII
De tu cuerpo las alas se aproximan,
celeste Bronwyn bajo el campo verde,
en las aguas de tierra cenicienta.
Las estrellas perdidas con relieves
entre las piedras páginas y azules.
No muy lejos el mar entre las manos.
XIII
El mar entre las manos de las nubes.
El mar entre las nubes de las hierbas.
El mar entre las hierbas de tu cuerpo.
TU CUERPO ENTRE LOS OJOS DE LOS CIELOS
***
[1] Extraído del blog La fogonera, 10 de septiembre de 2010 (consultado el 3 de octubre de 2023).
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: