Foto: Francisco Brines, por Daniel Mordzinski
Francisco Brines Bañó (Oliva, Valencia, 22 de enero de 1932) es un poeta español encuadrado en el grupo poético de los años 50. Desde 2001, es académico de la RAE. Ha sido reconocido con distinciones como el Premio Nacional de las Letras Españolas (1999), el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2010) y el Premio Cervantes (2020). Un amplio sector de la crítica cataloga su obra en el capítulo elegíaco de la poesía española del siglo xx, como continuador de Luis Cernuda y Constantino Kavafis. Estudió Derecho en las universidades de Deusto, Valencia y Salamanca y cursó estudios de Filosofía y Letras en Madrid. Con su primer libro, Las brasas (1959) ganó el Premio Adonais y más tarde, con Palabras en la oscuridad (1966), obtuvo el Premio Nacional de la Crítica.
Para Ricardo Labra
Estas son las primeras líneas, según Wikipedia, de la biografía de Francisco Brines. Estos son los datos, las fechas, los premios, como el Cervantes que le otorgaron el año pasado y que mañana, 23 de abril, lo harán “real”. Lo demás está intramuros: sus lecturas, sus amigos, sus deseos…
Brines es uno de los poetas vivos, con Caballero Bonald, más interesantes y más profundos, como lo fue hasta hace muy poco Joan Margarit.
Más joven, pero con idéntica mirada reflexiva y vuelo poético, Fernando Beltrán (1956), con Hotel Vivir y La curación del mundo (ambos en Hiperión) hace que sigamos creyendo en la poesía.
Hoy quiero rendirle mi homenaje a Francisco Brines, y quiero hacerlo no con mis palabras sino con las de él. Están en el libro Encuentros con el 50: La voz poética de una generación (gracias a Ramón Pernas por su edición no venal en Ámbito Cultural, 2015).
Lo siguiente es un fragmento de Francisco Brines en conversación con Claudio Rodríguez. El texto es exactamente lo que él dijo, no escrito ni leído, sino improvisado en una conversación pública. Así es la lucidez de su pensamiento, la belleza con que está expuesto. Estas son las palabras de un poeta que habla de la generación a la que pertenece.
—Ahora resultaría interesante que Francisco Brines nos dijera quiénes considera él que deben incluirse entre los poetas del 50. El asunto no es tan nimio como pudiera parecer. Ocurre que a veces un buen poeta queda marginado por no incluírsele en las agrupaciones que despiertan más interés en los críticos.
—Yo creo que habría que distinguir entre grupo y generación. En la formación de un grupo hay siempre una acción voluntaria, la voluntariedad de pertenecer al mismo, mientras que al concepto de generación lo asiste una fatalidad de tipo cronológico: se pertenece a una generación, sencillamente porque uno vive en un momento histórico determinado desde una edad determinada. Desde este punto de vista yo creo que Claudio Rodríguez y yo no pertenecimos a aquel grupo, que surge, en su núcleo central, en Barcelona, integrado por unos amigos que convivían, tanto en la universidad como fuera de ella, y a los que unía su vocación literaria. A ese núcleo, primero se van incorporando paulatinamente otros poetas de fuera de Barcelona, que habrán de conformar el grupo al abrigo de la colección Colliure, en la que todos ellos publican. Estos libros tienen como característica común su posición crítica ante la sociedad española, y por eso tú has hecho referencia a la poesía social, pero creo que habría que matizar este concepto si comparamos esta poesía con la que, de esta índole, hizo la generación precedente. Los anteriores escribieron en contra de una situación política y social determinada, testimoniando las vicisitudes de una clase social muy precisa, que era la que en ese momento se consideraba como más humillada y reprimida, mientras que estos otros poetas más jóvenes se oponen a esa misma situación política y social desde una perspectiva distinta, que afecta también, como consecuencia, al lenguaje. Más que cantar directamente las reivindicaciones de la clase obrera, lo cual estaba implícito en toda su actuación, les interesa llevar a cabo la crítica de una clase social determinada, que es la que tiene el poder económico y político, y a la que ellos, por educación o familia, pertenecen. Desde su condición burguesa atacan los valores burgueses, lo que origina que esta crítica se pueda también leer como autocrítica, y esto mismo está señalando un componente común, característico de esta generación: la importancia de la experiencia personal o biográfica, que aparece incluso cuando hablan de temas colectivos, como ocurre en este período de su producción. Al variar el interlocutor y, por lo tanto, el posible lector al que dirigen su obra, la expresión se hace mucho más exigente, y aparecen recursos más complejos, sobre todo los que suelen acompañar el lenguaje indirecto, pero incisivo, de la ironía. Es aquí, en los resultados expresivos, en donde podemos valorar poéticamente mucho más los logros de esta poesía social con respecto a la anterior. La colección Colliure alcanza una importancia extraordinaria, ya que se transforma en la colección de moda en el ámbito universitario de entonces. La politización de la universidad, que era muy grande en aquellos momentos, toma por asalto la poesía, género en el que la censura se muestra más cegata, y unos porque les gusta y otros porque lo que allí se dice les incita a solidarizarse en contra de la situación política, hicieron que esa colección fuese la que importara. De ahí proviene quizá la relevancia inmediata del grupo frente a los demás poetas que pertenecen a la generación en sentido lato. Luego resultó que todos ellos, o la mayoría, han confirmado ser muy buenos poetas, y cuando abandonaron aquella temática y han proseguido su obra, cada uno desde sus propios intereses personales, han resultado poetas muy válidos, y teniendo en cuenta aquel precedente de la atención que se les prestó, han continuado siendo el núcleo generacional. Al grupo catalán se habían incorporado Ángel González, José Ángel Valente, Pepe Caballero Bonald y algunos más, y todos ellos publicaron en la colección. Cuando conocí a Jaime Gil —yo solo había publicado Las brasas—, me propuso publicar en Colliure mi libro siguiente, cosa que a mí me convenía en cuanto a la proyección de mi nombre, pero ya sabía que mi Palabras a la oscuridad no entraba en aquellas coordenadas, y si lo hacía yo traicionaba la colección, y la colección traicionaba de alguna manera mi libro. Decidí entonces no publicarlo allí, y lo hice en Ínsula. Más tarde la nómina se había ampliado, y esto creo que ha sucedido porque el grupo como tal ha dejado de ser, y ha quedado entonces lo que queda siempre, que es la generación, aunque seguro que todavía con injusticias, por lo que se refiere a los poetas que siguen quedándose fuera. Esto lo irán subsanando poco a poco los lectores, y la crítica habrá de ajustar en cada momento los nombres que haya que tener en cuenta. La perspectiva del creador y la del estudioso son distintas, pero se complementan. El poeta incluirá en su grupo generacional a aquellos con los que más contacto mantuvo, con los que participó en tertulias, revistas, etc. El estudioso puede encontrar similitudes de intención y de estética en autores que no tuvieron excesiva relación personal. Además hay que tener en cuenta, al hablar de las generaciones, una cosa obvia, pero que a menudo se olvida, y es que en los cincuenta, por ejemplo, no escribían solo los poetas del 50: también lo hacen Aleixandre y Gerardo Diego y Blas de Otero… En cada momento histórico son varias las generaciones vigentes.
—Ese es el error que se comete cuando se considera la generación literaria como un compartimento estanco, cuando realmente a lo que más se parece la historia literaria es a las corrientes marinas, aunque en literatura, contrariamente a lo que ocurre en la naturaleza, sí que se entremezcla y siempre hay un desteñir de una a otra. A lo mejor de la generación joven sobre la mayor…
—Yo hablaba de cómo se entra, o se está dentro de la generación en sentido amplio, no de un grupo. Yo no puedo decir que estuviera integrado en aquel grupo de los 50, pero sí que pertenecía a un grupo, que lo era de amistad, y nos veíamos muy a menudo, algunos casi cotidianamente, y eso durante años. Éramos poetas, pero sin un programa común, y había naturalmente otra gente. De mi generación estaba Claudio, y formaban parte de él poetas de generaciones anteriores, como eran Carlos Bousoño, Pepe Hierro, y estaban también José Olivio Jiménez, Paco Nieva, y estaba la presencia de Vicente Aleixandre, es decir, un grupo que cronológicamente es vertical, no horizontal. Una cosa es cómo se viven las relaciones con los demás día a día y otra muy diferente, por ejemplo, es la fatal pertenencia a una generación, tan obvia y natural, al menos como la que se vive. Yo también me siento próximo a la poesía de Hierro y, en bastantes cosas, de Bousoño, como puedo sentirme muy próximo a la de Juan Ramón o a un cierto Antonio Machado, o a la de Cernuda, que es uno de los elementos clave, y no solo para mí, sino que fue también el espejo en el que se reflejaba la generación, porque coincidíamos con él en bastante de lo que pretendíamos y nos interesábamos en la obra que hizo no antes de la guerra, sino en los años posteriores. Esa es una confluencia que a veces se tiene con algunos miembros de otras generaciones. Un caso muy curioso fue el de Vicente Aleixandre, que en sus distintos libros estaba siempre tocando el momento actual de la poesía que se hacía, pero eso es lo excepcional.
***
Francisco Brines es inmortal. Lo es desde Las brasas, su primer libro. Hondos poemas sobre el paso del tiempo, sobre la fugacidad de la vida… Un libro que abrasaba en su lectura.
Las últimas preguntas
En el acabamiento de la tarde,
cuando hacía el camino,
he llegado de pronto ¿a dónde?
La noche que ha caído,
tan repentina y negra, me impide ver,
y sólo sé que nadie me acompaña.
¿Qué ha sido este viaje?
Muy largo debió ser, por la fatiga,
o acaso fue muy breve, si existió:
De entre mis posesiones
sólo guardo un pañuelo que oscurece en mis manos:
¿Para secar las lagrimas que no puedo verter?
¿O para despedirme, desde la prescripción,
de las sombras que dejo?
Sin tiempo, me pregunto: ¿qué soy?
¿quién soy? ¿Y para qué partí?
¿Y qué sentido tiene haber llegado?
Y qué poco me importa lo que,
del lado del desuso, pueda pasar ahora,
si nada entiendo.
Dejo de ser mortal. Mas no soy inmortal.
Como si nada hubiera sido.
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