En el salón de la casa donde viven mis padres había una colección de libros cuya temática se podría resumir en algo así como Novelas que más tarde fueron llevadas al cine. He hablado mucho de esta colección porque fue uno de mis primeros contactos con la literatura para mayores, y como quiera que a mis catorce o quince años no había pasta para comprar libros, aquellos ejemplares de tapa dura eran mi puerta hacia ese mundo de ficción que ya no abandonaría. La escena que abre hoy las Romanzas aparecía en una de esas novelas: El Octubre Rojo. Y en concreto quiero hacer referencia al momento en que se hunde el submarino Konavalov. No entrare en detalles por no perpetrar un crimen con el espóiler, pero digamos que Tom Clancy reconstruye con maestría el miedo de quienes saben que van a perecer engullidos por el mar. «Qué horrible manera de morir», dice alguien en la propia novela desde el submarino Avalon. Todo el mundo, hasta el más descorazonado de los hombres, sabe que no habrá muchas muertes más desagradables que esta.
Días atrás, un submarino llamado Titan, mientras visitaba los restos del Titanic en algún lugar del mar de Terranova, perdió la señal tras una inmersión fallida. Las investigaciones apuntan a que una hora y cuarenta y cinco minutos más tarde el submarino implosionó —animo al lector a que busque en Google qué supone una implosión para cualquier humano que tenga la desgracia de morir así—. A bordo iban cinco personas: Stockton Rush, Hamish Harding, Paul-Henri Nargeolet, Shahzada Dawood y su hijo Suleman Dawood, un crío de apenas 19 años. Tras conocerse la noticia, no tardaron en llegar algunas reacciones sorprendentes: chanzas, mofas, jolgorio… Cinco hombres morían de la manera más terrible, pero el hecho de ser ricos no sólo hace que no se respeten sus muertes, sino que además legitima a muchos para hacer de ellas triste moralina político-social previas burlas. Decir que el arriba firmante siente asco es no alcanzar a expresar de manera precisa la náusea que me provoca todo esto.
Esta tendencia es ya un clásico entre los perdonavidas éticos que gobiernan el discurso en redes sociales y plataformas varias. Vilipendiar el alma de estos robinhoods, da igual el hecho que se esté tratando, es tarea fácil. Si mueren cinco personas en el mar de Terranova, un pulpo en Pescaderías Francisco o un ficus en un jardín de Aluche, da igual. Esta gente siempre tiene preparada su verborrea ideológica, siempre están listos para enfrentar posiciones con armas de todo tipo: marxismo cutre, ecologismo falaz o liberalismo rancio. Tanto da. Lo importante es satisfacer la cuota de autosuficiencia moral, con discursos desde el sofá que no tienen riesgo de ningún tipo, pero que ayudan a limpiar esa especie de narcisismo moderno que llamamos honra y que uno necesita ver inflamada cada mañana al mirarse al espejo. Pues tengo malas noticias: si crees que jactarte de la muerte de cinco personas mientras reivindicas de manera impostada una solución para el drama de las pateras en el Mediterráneo te convierte en un referente moral, efectivamente, no sólo no lo eres, sino que eres un perfecto canalla.
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