El libro del Éxodo. ¿Quién es Moisés?
El Éxodo es uno de los textos sagrados del Antiguo Testamento. Añadiremos para los más iniciados que se trata del segundo libro del Pentateuco o Torá. En él se narra la salida del pueblo hebreo de Egipto y su vagar por el desierto hasta alcanzar la región de Canaán, la Tierra Prometida.
Gracias a famosas películas como Los diez mandamientos (Cecil B. DeMille, 1956, con Charlton Heston, Yul Brynner, Anne Baxter, Edward G. Robinson…) y gracias también a algunas lecturas bíblicas que nos imponían en el colegio, todos estamos familiarizados con este relato: Moisés es desterrado al desierto, pero regresa a Egipto con el mandato divino de liberar a su pueblo y llevarlo hasta la Tierra Prometida. A pesar de los prodigios que Moisés obra en su presencia, el faraón solo permite la salida del pueblo judío tras padecer diez plagas enviadas por Dios. Sin embargo, casi de inmediato, reconsidera su decisión y lanza al ejército contra ellos, a quienes alcanza a orillas del Mar Rojo. Moisés retira entonces las aguas para permitir el paso de los huidos, tras lo cual retornan a su cauce, arrastrando a los perseguidores. Los siguientes capítulos del libro narran el peregrinar del pueblo israelí durante cuarenta años hasta llegar a la Tierra Prometida.
Si quisiéramos poner fecha a estos sucesos recurriríamos en primer lugar a otro de los textos sagrados del Antiguo Testamento. En el Libro Primero de los Reyes se dice que el templo de Salomón comenzó a edificarse 480 años después de la salida del pueblo de Israel de Egipto. Si damos por válido que el templo empezó a construirse hacia el año 960 a.C. (fecha aceptada pero cuestionable), el éxodo podría datarse alrededor del 1440 a.C.
La historia dice que entre 1466 y 1412 a.C. gobernaba en Egipto Tutmosis III, faraón de la dinastía XVIII que extendió las fronteras de su reino más allá de la región de Canaán. Parece poco verosímil que los israelitas huyeran de Egipto hacia una Tierra Prometida que estaba también bajo dominio egipcio y que su peregrinar por el desierto pasara además desapercibido para el poderoso ejército del faraón.
La fecha del Éxodo, como casi todo lo que conocemos acerca de él, se basa realmente en hipótesis y especulaciones, pocas veces cimentadas sobre evidencias históricas o arqueológicas.
Las primeras dudas y desencuentros surgen ya al considerar los orígenes del texto sagrado. Según la Biblia, al igual que los otros libros del Pentateuco, lo escribió Moisés recogiendo el dictado de Dios en el monte Sinaí. Otras opiniones hablan de una redacción, datada a finales del siglo VIII a.C., compartida por varios autores que trasladaron a lenguaje escrito relatos transmitidos por la tradición oral a lo largo de siglos. Algunos adivinan, como en el resto de los libros del Pentateuco, influencias yahvistas (representan a Dios con forma humana y lo nombran como Yahveh), elohistas (nombran a Dios como Elohim), sacerdotes (ponen énfasis en los aspectos del culto judío) y deuteronomistas (se detienen especialmente en lo relativo a la ley judaica). Los más críticos aseguran que estos cambios de estilo se perciben claramente en distintos episodios de la obra.
Es difícil encontrar evidencias históricas que corroboren el relato de los textos sagrados. No existen registros sólidos ni documentos contundentes que mencionen la presencia de más de medio millón de judíos en Egipto durante cuatrocientos años. Tampoco se han encontrado restos arqueológicos que acrediten el peregrinar de esa nutrida población durante cuarenta años por el desierto.
Ni siquiera la figura de Moisés en sí misma escapa al escepticismo. Su origen, rescatado del Nilo por la hija del faraón, recuerda mucho a un texto asirio, coetáneo del libro sagrado, que narra una historia paralela adjudicada al rey Sargón.
Algunas opiniones defienden la idea de que el pueblo judío habitaba ya Canaán (el territorio actual de Israel) desde el siglo XII a.C. Así parecen atestiguarlo restos encontrados en excavaciones que han permitido sacar a la luz vestigios de comunidades nómadas dedicadas a la ganadería, asentadas posteriormente en aquella zona para explotar también sus recursos agrícolas. Evidencias arqueológicas revelan que la dieta y costumbres de estas poblaciones serían compatibles con los hábitos judíos.
Otros dicen que todo lo relatado en el Éxodo está relacionado con la expulsión de Egipto del pueblo hicso y su huida hacia Canaán hacia el año 1530 a.C.
Los hicsos o cananeos eran inmigrantes procedentes de las regiones actuales de Siria y Palestina que llegaron a Egipto en el siglo XVIII a.C.
Lo que comenzó siendo una inmigración se convirtió de facto en una ocupación. Durante casi doscientos años dominaron la zona del delta del Nilo, estableciendo su capital en la ciudad de Avaris. En el sur, las dinastías egipcias tradicionales siguieron gobernando desde Tebas.
Hacia el año 1530 a.C., los hicsos fueron expulsados de Egipto por Ahmosis I (curiosamente, este nombre significa en hebreo algo así como “hermano de Moisés”), dando lugar a una peregrinación de casi medio millón de personas a través del desierto hacia Canaán.
Sobre una piedra caliza encontrada en Tebas, conocida como Estela de la tempestad, pueden verse varios jeroglíficos que describen extraordinarios fenómenos meteorológicos ocurridos en tiempos de Ahmosis I. Hablan de intensas tormentas, copiosas lluvias, grandes inundaciones y cielos ennegrecidos que destruyeron el delta del Nilo y lo llenaron de cadáveres.
Se conserva también una máscara de un hijo de Ahmosis I que murió a los doce años de edad.
Todos estos sucesos nos traen el recuerdo de las plagas que describe el libro del Éxodo.
Por supuesto, existen también quienes defienden la veracidad de los acontecimientos tal cual son narrados en el libro sagrado. Como evidencia histórica se habla del Papiro de Ipuur, documento del antiguo Egipto que se conserva actualmente en el Museo Arqueológico de Leiden (Holanda). Este manuscrito, datado entre 1850 y 1600 a.C. describe el declive del Imperio del Antiguo Egipto motivado por un cúmulo de desastres que recuerdan también las plaga bíblicas (oscuridad, muerte del ganado, el agua del río convertida en sangre…) y que culminaron con la rebelión y huida de los esclavos.
El Papiro de Ipuur no es el único documento que trata estos sucesos. El London Medical Papyrus (1350 a.C.) es un documento conservado en el Museo Británico que contiene un compendio de recetas médicas. En él se habla nuevamente del Nilo teñido de rojo y del sufrimiento de la gente a causa de úlceras y quemaduras.
Las diferentes interpretaciones de la historia y de los testimonios documentales nos llevarían a situar el éxodo indistintamente en los siglos XIX, XVI, XV y XIV a.C. Como se puede percibir sin gran esfuerzo, en esta controversia los posibles anacronismos son simplemente irrelevantes.
Sin que esto signifique una toma de posición a favor o en contra de unas y otras opiniones, llegado a este punto propongo al lector un pequeño juego. Olvidándonos coyunturalmente del espacio-tiempo y de las partículas cuánticas, vamos a analizar con mentalidad científica las plagas de Egipto, tratando de determinar hasta qué punto, de ser reales, pudieran haber tenido su origen en causas perfectamente naturales (lo que no sería en absoluto incompatible con una intervención divina).
Sobre esto hay mucha literatura escrita y no menos metros de película filmada (personajes tan reconocidos como James Cameron nos han regalado su propia versión). Las plagas y la huida de Egipto del pueblo de Israel han merecido casi tantas interpretaciones científicas como autores las han concebido. Aquí nos decantaremos por una de ellas, que nos transportará al siglo XVII a.C. Todo tiene su origen en la erupción del volcán Thera.
¿La Atlántida y el Éxodo tienen el mismo origen?
El volcán Thera está situado al sur del mar Egeo, en un archipiélago de tres islas volcánicas que recibe el nombre de Santorini, en honor a su patrona, Santa Irene de Tesalónica. Estas islas, hoy destino de muchos turistas, se encuentran a unos 300 Km al sureste de Atenas y a 800 Km al noroeste del delta del Nilo.
Entre 1620 y 1605 a.C., el volcán Thera entró en erupción, causando un colapso tremendo en la zona. El maremoto que siguió a la erupción devastó la isla, cambiando drásticamente su geografía e incluso el clima.
La nube de humo y cenizas que emanó del cráter alcanzó Groenlandia, Escandinavia, Asia y Norteamérica. Depósitos de estas cenizas se han encontrado también en el delta del Nilo. La oscuridad reinó durante días en cientos de kilómetros alrededor de la zona y casi ninguna especie de la fauna local, salvo algunos reptiles e insectos, sobrevivió.
El cráter resultante de la erupción tiene un área de más de 80 Km2 y lo que entonces era una sola isla se convirtió en tres.
Esta catástrofe natural pudo causar un cambio atmosférico, provocando intensas lluvias e inundaciones en toda la zona.
Para hacernos una idea de la magnitud del desastre, podemos volver la vista hacia la isla de Krakatoa, en el sureste asiático. Una erupción volcánica hizo desaparecer esta isla en agosto de 1883, causando una destrucción superior a la que causarían cinco bombas atómicas como la de Hiroshima.
La explosión se percibió a 3500 Km de distancia y provocó tsunamis con olas de 40 metros de altura y columnas de cenizas volcánicas que sobrepasaron los límites de la estratosfera.
Pues bien, se estima que la dimensión de la erupción del Thera fue cinco veces superior a la del Krakatoa.
Algunos arqueólogos se atreven a sugerir que la catástrofe del Thera fue la principal causa del fin de la civilización minoica en la región. También hay quienes afirman que guarda estrecha relación con el mito de la Atlántida y, como veremos en la siguiente entrega, con las plagas bíblicas de Egipto.
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