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Beau Geste: Vivió como quiso, murió como quiso - Zenda
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Beau Geste: Vivió como quiso, murió como quiso

El nivel de detalle en las descripciones de la vida militar de la Legión Extranjera francesa en el África colonial de los años 20 que aparece en la novela, junto a la mostachuda foto del autor en uniforme, P. C. Wren, dan a indicar al lector que el escritor vivió realmente en los lugares del...

Beau Geste es una historia de ideales. Es cierto que está escrita en un momento y lugar muy determinados (la Inglaterra aún imperial de principios del siglo XX), y que alguna de las raíces de las que surge puede que no sea compartida por todos hoy en día, pero sus ramas principales, como la de la lealtad a personas, causas o banderas (no necesariamente en sentido estricto), y la de que a veces lo correcto no es lo más fácil ni lo que más sirve a tus intereses, todavía resultan florecientes y de provecho en la actualidad.

El nivel de detalle en las descripciones de la vida militar de la Legión Extranjera francesa en el África colonial de los años 20 que aparece en la novela, junto a la mostachuda foto del autor en uniforme, P. C. Wren, dan a indicar al lector que el escritor vivió realmente en los lugares del Magreb que describe, pero ese precisamente se ha convertido en uno más de los misterios alrededor de este relato. Percival Christopher Wren, nacido en Deptford, al sureste de Londres, en 1875, tuvo la ajetreada vida típica de muchos de aquellos británicos de su tiempo que se pasearon durante décadas por las colonias de su imperio. Está confirmado que fue profesor en Inglaterra y Pakistán, y que su nombre aparece como oficial en la reserva en un regimiento indio de granaderos destinado a África oriental en diciembre de 1914, del que causó baja por enfermedad dos meses después, pero ese es el único documento militar fehaciente relacionado con TODA su carrera, lo cual es muy extraño. Se dice que, en efecto, se enroló en la Legión Extranjera durante cinco años, pero eso habría ocurrido cuando Wren ya tenía 42, lo cual es más mayor de lo normal para un cuerpo militar tan exigente. Lo que sí se sabe es que escribió treinta y tres novelas y relatos, y que era muy celoso de su privacidad, pero eso no explica la falta de documentación oficial durante décadas, en un sistema ya altamente burocratizado como el británico. Lo que se piensa ahora es que todos esos detalles correctos que aparecen en sus novelas deben de proceder de memorias publicadas por otros militares o de contactos personales de Wren durante sus viajes, mezclados con su propia, aunque limitada, experiencia de uniforme. En especial, el episodio en Beau Geste de los soldados muertos sujetos a los parapetos de un fuerte para dar la impresión al atacante de que había más enemigos vivos dentro de lo que era verdad aparece casi punto por punto en las memorias de un soldado llamado Frederic Martyn, publicadas trece años antes que la novela. Y Martin (pronunciado a la francesa) se apellida además el teniente al mando del fuerte en el relato.

Sea como fuere, si es verdad que un escritor escribe con lo que vive, lo que lee y lo que imagina, Beau Geste es un acabado ejemplo de este axioma. En esta novela de misterio, honor y aventuras bélicas, los tres hermanos Geste son tres ingleses de firme labio superior que acaban enrolándose en la Legión Extranjera debido a una mezcla de amores no correspondidos, lealtad fraternal, huida de un escándalo público e imaginación aventurera encendida por sus lecturas de la infancia. Una vez en el norte de África, todo eso queda muy lejos y la única misión es la de mantenerse vivos dentro de lo posible y fieles a las propias reglas incluso si no lo es. La novela ha tenido una adaptación al teatro (con Orson Welles y Laurence Olivier nada menos), otra a la televisión y tres al cine, la más conocida de las cuales, protagonizada por Gary Cooper en 1939, es un calco, casi escena por escena, de la película muda de 1926 con Ronald Colman al frente.

[Aviso de destripes con perro a los pies en todo el texto]

«Beau Geste» significa «bello gesto» en francés, y este debe de ser uno de los casos más claros en la historia de la literatura de determinismo nominativo, o sea, de personaje que se comporta como su nombre sugiere. El protagonista en realidad se llama Michael, pero cuando tu apellido es Geste, es normal que tarde o temprano a alguien de la familia le pusieran el «bello» delante. Michael tiene un hermano gemelo, Digby (en la película esto no se menciona, y se trata a Beau como el mayor y líder en todo), y otro menor, John. Los tres son huérfanos y viven en casa de su tía, Lady Patricia Brandon, junto a otro sobrino, Augustus Brandon, y a una hija adoptiva, Isobel (además de otra chica más que no aparece en la película, Claudia, de la que se rumorea que es hija ilegítima de Lady Patricia). Estos cinco (seis) muchachos y muchachas crecen en una amplia mansión con armaduras medievales, bosquecillo con lago y multitud de rincones para correr y jugar.

Los papeles de todos quedan repartidos de una manera muy clara: Isobel es la chica que aprende a tocar el piano y que acabará destinada a enamorarse de uno de los chicos de la casa (John), los hermanos Geste son una banda muy unida amante de jugar a soldados, marinos y guerreros, y Augustus es un acusica debilucho que desde su seguridad de futuro heredero de la casa mira a los Geste por encima del hombro, llama a sus juegos «tonterías», y los observa pero no participa. El contraste llega incluso a lo físico, con sus gafitas y su trajecito de pantalón corto, inmaculadamente blanco, mientras que los Geste ya visten de largo, juegan con maquetas de barcos dentro del lago e incluso reciben perdigonadas en la pierna sin rechistar. Los Geste llaman a Augustus «Ghastly» Gussie (cadavérico, horrible, «repugnante» en el doblaje al castellano), y el mayor, Beau, lleva ya desde joven la voz cantante, decidiendo a qué se juega y qué rol representa cada uno. Si se juega a las armadas, Beau es almirante y a Gussie se lo degrada a «marinero común». Cuando en un día lluvioso se fijan en las armaduras de la casa, Beau se adjudica el papel de rey Arturo, da los de Lancelot y Gawain a sus hermanos, el de Ginebra a Isobel, y a Augustus le toca el de Mordred, «el que traicionó al rey». A eso Augustus responde con sonrisa taimada: «I like that».

Aparte de la camaradería entre hermanos, tanto de sangre como luego de uniforme, la literatura es otro de los ingredientes esenciales en esta historia. En la manera de crecer de los Geste se nota su dieta educativa a base de libros de aventuras y de leyendas ancestrales, apoyadas en la realidad imperial de su propia nación. Conocen los detalles de los funerales vikingos incluso desde la infancia, y cuando en el futuro se reúnan los tres en África se llamarán a sí mismos «los tres mosqueteros». Además, ya habían recibido un día en casa la visita en carne y hueso del comandante Beaujolais, que los impresiona con su uniforme y felicita a Beau por su habilidad al sacarle el perdigón de la pierna a John («¿Quieres morder una bala mientras examino la herida? Es lo que siempre hacen en los libros»). Sofoca así al chivato de Gussie, y provoca en los tres Geste el deseo de irse a la Legión Extranjera. Mientras tanto John llora, «de orgullo, no porque esté herido», e Isobel es quien le venda la herida mientras admira cómo de valiente es. Cuando Lady Patricia lleva a Beaujolais a través de un pasadizo secreto dentro de la casa, él, impresionado, dice que «esto lo he leído en un libro en alguna parte», a lo que ella responde, divertida: «¿Acaso quiere decirme que en la Legión Extranjera leen historias de aventuras?». También aprendemos que los Brandon eran una familia católica que protegía a sacerdotes durante las represiones religiosas de los siglos anteriores. Todo esto refleja una carga de historia y literatura previas en su ADN y su educación que lógicamente deja su huella en este grupo de jóvenes que crece sin padres.

A medida que pasan los años, la situación económica de los Brandon empeora. Sir Hector, el ausente cabeza de familia, se lo ha ido gastando todo, excepto su posesión más preciada, Blue Water (Agua Azul), «el tatarabuelo de todos los zafiros». Y es precisamente durante esa tarde lluviosa en que juegan a los caballeros del rey Arturo cuando Beau cruza la línea de sombra que separa los juegos infantiles de la realidad adulta: oculto dentro de la armadura, ve cómo Lady Patricia vende el zafiro a un indio «de toalla en la cabeza» llamado Ram Singh y luego oculta este importante incidente a sus hermanos, entre bromas sobre irse a la Legión con el indio y hacerse el ofendido porque llaman mentiroso al rey Arturo. Pero desde ese día Beau ya sabe que se acercan el final de su vida regalada y el momento de elegir un destino para el resto de la existencia.

A los 23 minutos de película aparecen los personajes ya de mayores. Gary Cooper, con 38 años, era un poco mayor para el papel, pero era una estrella reconocida, y sus mejores años como actor estaban a punto de llegar, ayudado por el hecho de que no fue llamado a filas durante la Segunda Guerra Mundial. Según el famoso profesor de actores Lee Strasberg, Cooper era, junto a John Wayne y Spencer Tracy, uno de los mejores ejemplos de cómo actuar siendo tú mismo en cada papel, en lugar de fingir cómo actuaría «un vaquero», «un soldado» o «un banquero». En los años en los que muchos actores aún fallaban al pasar del teatro al cine y del mudo al sonoro, Cooper era de los que sabía actuar con la mirada, sabiendo que una cámara, proyectando sus imágenes a varios metros de altura en una pantalla de cine, puede recoger detalles nimios del rostro sin necesitar más alharacas, y esto además iba en consonancia con su propia personalidad, descrita por muchos como callada, pero no reservada (era un republicano anticomunista convencido), de pocas palabras pero a la vez interesante conversador, y sobre todo que jamás presumía de sus logros, e intentaba incluso minimizarlos. Gente como François Truffaut, John Barrymore, Charles Laughton, Howard Hawks, Ingrid Bergman o Graham Greene lo han cubierto de alabanzas, y también lo han hecho futuras estrellas como Tom Hanks, Al Pacino o Daniel Day-Lewis. Junto a él, Ray Milland (John) y Robert Preston (Digby) aparecen en el reparto como buenos compañeros de equipo siguiendo a un líder natural.

Un día llega una carta anunciando la visita de Sir Hector, seguramente para vender el zafiro. ¿Pero no estaba vendido ya? No, porque lo que Lady Patricia aún guarda en el refugio para curas del pasaje secreto es una imitación, no una joya real. Beau pide verlo una última vez, Lady Patricia accede, mientras los seis lo contemplan se apaga la luz… y el «zafiro» desaparece. Nadie admite haberlo tomado, Digby registra a Gussie de malos modos, y este se enfada: «Ojalá pudiera registraros yo a vosotros, porque apuesto a que encontraría el Agua Azul, y si uno de vosotros tiene la culpa, todos la tenéis, porque siempre actuáis de acuerdo en todo» («you always stick together», en realidad, que tiene un significado más profundo). Es una frase que contiene muchas verdades, y la película la estropea un tanto haciendo que Gussie se dé con la puerta en las narices nada más decirla, haciéndole parecer de nuevo frágil, torpe y estúpido, cuando esta vez tiene su parte de razón, y más incluso de lo que cree.

En el futuro, eso de «you always stick together», que Gussie usa a modo de acusación de abusadores unidos contra el débil será casi un leit motiv para los hermanos cuando se hagan mayores. A partir de esa noche, los acontecimientos se precipitan: uno tras otro, los tres hermanos se marchan de casa («¿Adónde irías si quisieras desaparecer completamente y aun así tener emociones fuertes? A la Legión Extranjera»), los dos primeros acusándose a sí mismos de haber cogido la joya, y el tercero anteponiendo la lealtad fraternal a su naciente amor correspondido hacia Isobel (en uno de los libros siguientes —porque Beau Geste se convirtió en una saga— se dice que la otra chica de la casa, Claudia, ausente en la película, rechazó a Beau, y esa fue otra razón para irse). La Legión Extranjera aparece aquí como un lugar que si no lava exactamente tus pecados, sí que puede servir de refugio para quien quiera hacer punto y aparte y empezar un capítulo nuevo de su vida, donde lo anterior no importa, sino el valor que demuestres a partir de ahora, y esa imagen mezcla de romanticismo y realidad atrae, uno tras otro, a los tres hermanos.

Llegamos a Argelia, y a conocer ahora al mejor personaje de la historia. Porque sí, Gary Cooper lo hace muy bien, y los Geste son un ejemplo intachable de lealtad y pundonor, pero, como pasa en muchas buenas historias para la pantalla, el secundario malévolo, y más si es un sargento cabrón, es el que se come a los demás. En este caso es Brian Donleavy como el sargento Markoff (una de las dos nominaciones a los Oscars de esta película, junto a la de dirección artística), «un loco que fue expulsado de una colonia penal siberiana por crueldad» y que pide a sus «subordinados obediencia inmediata sin rechistar. La disciplina será firme, pero paternal. Hago soldados a partir de bazofia como vosotros, y no lo hago gentilmente. Aunque tenga que matar a la mitad de vosotros a trabajar, la mitad que sobreviva serán soldados de verdad».

Pero al menos están los tres mosqueteros juntos otra vez, «uno para todos, y todos para nada», como bromea Beau, ahora bajo los anónimos apellidos de Jones, Diggs y Smith. Si ya a menudo se habla de los cuerpos militares como una «banda de hermanos», en este caso el refuerzo es doble, ya que los Geste de verdad son hermanos de sangre. En la novela, contada por John, la satisfacción y el orgullo del menor de los tres por estar compartiendo aventuras junto a sus hermanos invade toda la narración de forma contagiosa para el lector. Como no paran de bromear y de enredar, un legionario ratonil llamado Rasinoff les oye hablar del zafiro, y aunque no tiene muy claro quién tiene qué y dónde, intenta huronear a ver qué puede rascar, plan al que Markoff también se une. El sargento separa a los hermanos, enviando a Digby al fuerte de Tokotu y a los otros dos con él a su nuevo destino, el fuerte de Zinderneuf. Sin embargo, a todo esto, no olvidemos que estamos en medio de una guerra colonial. En este último lugar, remoto, aislado y peligroso, la vida real se entremete en los planes de robo: la guarnición corre peligro de ataque constante, ya ha habido intentos de deserción, hay enfermos en los camastros y hasta el principal mando del lugar, el teniente Martin, está al borde de la muerte. Si esto ocurre, el universalmente odiado Markoff sería el nuevo oficial al mando, y se prepara una rebelión como protesta, sobre todo después de que Markoff castigue a dos desertores que habían retornado a ser definitivamente expulsados del fuerte sin agua ni provisiones. Esa noche, Martin muere tras expresar este último pensamiento: «Voy a morirme, a ser enterrado bajo la arena y a ser olvidado. Cuando era niño pensaba que los soldados siempre morían en batallas. No sabía que había tantos soldados, tan pocas batallas y tantas fiebres», una reflexión que suena a vivida auténticamente, no aprendida de los libros.

Llega el momento de decidir qué pasa con el motín, y también es el momento de que Beau Geste tenga su tercer bello gesto, tras el de robar el falso zafiro y el de irse con él a la Legión. Esta vez será negarse a rebelarse contra el odiado Markoff, a pesar de ser cincuenta contra cuatro, porque tu sargento es tu sargento y porque «mañana por la mañana habrá una bandera ondeando ahí fuera que yo juré defender. Ejércitos enteros de hombres buenos han muerto por ella de buen grado. Es una bandera de guerra y es una bandera de victoria. Estoy orgulloso de estar bajo ella y no querría salir por la mañana como tú y saber que voy a traicionarla». Así quedan las cosas, hasta que Rasinoff se chiva a Markoff y este, junto a los Geste y otros dos, se apoderan de las armas y hacen formar a los amotinados, sacándolos de la cama tal como van, en paños menores. Markoff ordena a los Geste (aquí Smith y Jones) que fusilen a los dos rebeldes más vocingleros, pero Beau, en otro gesto bello, se niega. La tensión se puede cortar con un cuchillo… y también con la llegada repentina del enemigo común, una harka de tuaregs.

Todos los legionarios, amotinados o no, reciben sus armas de vuelta, y a disparar tocan desde las almenas. Beau incluso tiene un momento de humor inglés, que se pierde en el doblaje al castellano: John le pregunta si todo esto lo tenía preparado, y él responde que «todo menos lo de tener que pelear en ropa interior, por lo cual he de disculparme». Markoff, por su parte, está en su salsa, gritando órdenes por doquier a su «bazofia», izando banderas y agradeciendo poder morir con las botas puestas. Cada oleada de ataques va haciendo mermar el número de defensores, y es ahora cuando sujetan a los muertos a las almenas, para que parezca que aún quedan más. «Cumpliréis vuestro deber mejor muertos que cuando estabais vivos». Los Geste se prometen que el que sobreviva (porque «al menos uno siempre sale vivo de estas cosas») volverá a casa a entregar una carta a la madre o a hablar con la enamorada del otro. Quedan solo siete legionarios vivos. Markoff les manda reírse, literalmente, en la misma cara del peligro: «¡Que siete parezcan setenta!». Tras el último ataque solo quedan Markoff y John, con Beau derribado por un disparo. Markoff se empeña en lo del zafiro, y cuando encañona a John, Beau, que aún no estaba muerto, estorba a Markoff desde el suelo y es John quien mata al sargento.

A todo esto, el hermano que falta, Digby, está a punto de llegar con refuerzos. De hecho, así es como empieza la película, con un destacamento francés llegando a Zinderneuf y encontrándolo misteriosamente lleno de cadáveres sobre las almenas, sin saber aún la relación entre el hermano que llega, el que está moribundo y el último hombre vivo en el interior. Digby se presenta voluntario para entrar en el fuerte, encuentra a Beau muerto y es él ahora quien tiene el bello gesto con su hermano: cumpliendo la promesa de niños que se hicieron aquella vez junto al lago, Digby le hace un funeral vikingo a Beau, colocando a Markoff a sus pies a modo de perro y quemando el fuerte, mientras toca «The Last Post» a la corneta. Es un final perfecto para el hombre que no solo vivió como quiso, sino que también murió como había soñado, siguiendo solamente sus reglas personales y haciendo del bello gesto y del orgullo personal su razón de ser en la vida. En eso Cyrano de Bergerac habría sido buen amigo suyo.

Pero aún quedan algunos cabos que atar: John y Digby, junto a dos amigos americanos, atraviesan el desierto hacia Egipto, y por el camino Digby se sacrifica para ahuyentar a unos árabes y que los demás puedan encontrar agua en un oasis. John consigue llegar a la casa familiar, Brandon Abbas, recibir la admiración de su amada Isobel y entregar a Lady Patricia la carta de Beau en la que le explica que vio la venta del zafiro al indio aquel día, que sabía que la nueva joya no era auténtica, que habría sido un escándalo cuando eso se supiera si Sir Hector lo vendía, y que por eso «cuando las luces se fueron, también se fue Beau». «Bello gesto», repite Lady Patricia. «No le pusimos el nombre equivocado, ¿verdad?».

(La lista de todas las reseñas de este blog, por orden cronológico, puede encontrarse aquí)

«El amor de un hombre hacia una mujer aumenta y disminuye como la luna… pero el amor de hermano hacia hermano es sólido como las estrellas y resiste como la Palabra del Profeta» —proverbio árabe

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Título: El misterio del Agua Azul. Autor: Percival Christopher Wren. ISBN: 9788412031058. Páginas: 478. Precio: 17.90 €. (papel) / 6,99 €. (ebook). Puedes comprarlo en: LibrosCC (papel) y Amazon (ebook)

Otros títulos de la Colección Zenda AventurasEl Diamante de Moonfleet, de John Meade Falkner, y El prisionero de Zenda, de Anthony Hope.

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