“Autobiografía”, es un poema de Lawrence Ferlinghetti de su libro A Coney Island of the Mind, publicado por la editorial Ya lo dijo Casimiro Parker, en edición bilingüe traducida por Antono Rómar como Un parque de atracciones de la mente, del que Zenda adelanta también la introducción.
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Caseta de información
Hay años famosos y años, en cambio, por los que no te dan ni la vuelta en una tienda de empeños. Los primeros, como 1945 o 1492, enseguida evocan una imagen o una idea muy precisas: la guerra, así 1914, o la conquista, digamos 1969. Por otra parte, la historia abunda en incoloros años vacíos, que son casi todos, en los que aparentemente nada memorable sucedió. Como el año -1307, el 604 o, es un decir, 1958.
Su anterior poemario lo publicó hace ya tres años. Parecen muchos más. Parece una maldita década entera porque, desde que emprendió su idea editorial, City Lights Books, le ha pasado de todo. No se imaginaba que regresaría de su viaje de estudios en Europa y, menos, enamorado de Selden. Pero se enamoraron. Y se han casado. Se han instalado en San Francisco y él ha montado una editorial y un negocio anexo, una librería, que ha resultado ser una idea magnífica y va viento en popa. Todo va muy bien para ser 1958, un año como cualquier otro. ¿Cómo iba a imaginarse cuando era niño y daba tumbos sin padre ni madre de un lado a otro del Atlántico que acabaría pisando la arena de Normandía y las cenizas de Nagasaki? 1944, Normandía. 1945, Nagasaki. Años memorables, sin duda. Después de aquello, claro que apetecía una temporada sin sobresaltos. Conoció a Selden en el barco que lo llevaba a Francia tras la guerra, intimaron en París mientras ambos estudiaban en la Sorbona, regresaron juntos y tenían un plan. Aspiraban solamente a establecerse en un sitio agradable donde llevar una vida corriente.
Sin embargo, no han dejado de lloverles cosas del cielo. Por ejemplo, un embargo a la editorial, un escándalo en la prensa de todo el país, un juicio por la libertad de expresión e imprenta por culpa del libro de Allen. O más bien por culpa de una sociedad hipócrita y moralista, no nos equivoquemos. Pero esa lluvia de rarezas no es solo metafórica. Más ejemplos, en febrero, durante un ejercicio de práctica nocturno, un bombardero B-47 dejó caer una bomba nuclear de 3500 kilos sobre la desembocadura del río Savannah, Georgia. No querían bombardear a nadie. La soltaron para proteger a la tripulación de la nave ante una posible colisión contra un avión de combate F-86. Aún les dio tiempo a pensar que no sería difícil recuperar el dispositivo termonuclear en las aguas poco profundas del río. Ni que decir tiene que esa bomba, por supuesto, no se ha encontrado jamás. De haber explotado sobre suelo estadounidense, 1958 sería un año un tanto más notorio. Un último ejemplo: un mes más tarde, hubo menos suerte. Otra bomba nuclear Mark 6 cayó accidentalmente sobre Carolina del Sur. El núcleo atómico estaba desarmado, pero las tres toneladas de dinamita que lo envolvían a modo de detonador sí explosionaron sobre el hogar de los Gregg en Mars Bluff. Era martes por la tarde. Las dos niñas Gregg y su prima estaban jugando a doscientos metros de donde ahora hay un cráter de veintiuno de ancho y once de profundidad. Walter, el padre, trabajaba en el campo. Ningún ser humano resultó herido. Todas las gallinas murieron. Qué año tan tonto fue 1958.
Lawrence piensa mucho en las bombas atómicas. Aparecen en varios de sus poemas y a partir de hoy también aparece un perro que ocupa un poema todo para él. Ya lo ha terminado, más o menos. (Nunca los termina del todo). Lo lee en voz alta. En la tienda una chica está leyendo en un rincón, sentada sobre una pila de revistas. Lawrence sabe que hoy no ha ido al instituto, pero está absorta en las páginas de un libro de Blake y él piensa que sin duda alguna eso convalida cualquier clase. Cuando termina su recitado, la chica levanta los ojos del libro un momento y simplemente ladra una vez.
No podemos culparle por pensar tanto en las bombas atómicas. Podría pensarse que EE. UU. no está siendo muy diligente en su gestión del armamento no convencional. Sin embargo, consideremos que, solo este año, 1958, este país realizará setenta y cinco ensayos nucleares y tanta bomba atómica de aquí para allá, a veces, ocasiona estos problemillas. Así que hasta los años triviales tienen sus días memorables y en 1958 uno nunca sabe lo que va a caer del cielo. En abril, el satélite Sputnik-2 se desintegra en su reentrada a la atmósfera con el primer y único ser vivo dentro, la perra Laika, que ha estado fuera de la Tierra (hasta ese momento). Llueve raro en 1958.
Al buen Lawrence, que desembarcó en Nagasaki apenas días después del bombardeo que puso fin a la Segunda Guerra Mundial y contempló horrorizado la huella del hongo atómico, le ponen enfermo estas noticias que lee en los periódicos. Lo único que puede hacer es escribir sobre ello. Compone sobre el papel acerca de todas sus preocupaciones sociales, pero sigue siendo un romántico que ha leído demasiado a Whitman, así que también escribe poemas sobre pintura, sobre la belleza de las cosas pequeñas, poemas delirantes como sueños lúcidos o viceversa y poemas lascivos o humorísticos o contemplativos y, de vez en cuando, le sale uno que es todo a la vez.
Su nuevo libro es un paseo por su mente siempre agitada, por el parque de atracciones de su mente. En su cabeza los versos suenan a jazz y son a menudo largos, incluso prosaicos, sobre todo cuando le da por la sátira social y política. De hecho, suele recitarlos junto a músicos mientras improvisan y él mismo improvisa a menudo, así que nunca lee el mismo poema dos veces y nunca están del todo acabados. Ha pensado que la sección central del libro contendrá precisamente ese tipo de poemas. El verso corto lo emplea, en cambio, en poemas más sentimentales, más líricos. Son piezas más delicadas y clásicas. Abundan en su primer libro. Le preocupa de hecho que el libro sea demasiado caprichoso, pero también le gusta que sea así. Ha decidido que incluirá algunos de los poemas de ese primer libro en la tercera sección. Aquel libro del que han pasado tres años que parecen una década: Pictures from the lost world. Son poemas en su mayoría que escribió en Europa, en sus viajes a España e Italia, mientras vivía en París y soñaba junto a Selden con tener algún día un sitio como este, donde pasar las horas tranquilamente leyendo, organizando encuentros literarios, pintando y escribiendo.
Mira a su alrededor y por primera vez quizás piensa que lo ha logrado. Se pregunta si eso es todo. Y si no es todo, entonces ahora qué viene. Quería conocer el mundo y acabó conociendo la guerra. Escapó de la orfandad y ahora ha encontrado una familia. Tal vez compre esa cabaña en el Big Sur para refugiarse de cuando en cuando y se la deje a Jack para que se aleje de la bebida durante un tiempo. Incluso el juicio resultó ser a fin de cuentas una buena noticia. O al menos, una buena publicidad. El libro de Allen ha supuesto el despegue de la editorial con todo el escándalo que se montó y lo llevó a sentarse ante un tribunal bajo cargos de obscenidad. Decían que Howl, el libro de Allen, era pornográfico. ¿Cómo no va a ser obsceno un poema si un poema siempre rescata lo que estaba olvidado más allá de la vista? El caso es que ahora las cosas están tranquilas, todo parece haber encontrado su sitio y la vida se ha ordenado. ¿Qué más podría pasar ahora? ¿De qué irán los años 60? ¿Serán años anodinos y vacíos o serán años famosos?
Lawrence no puede saber la que se viene encima después. Ignora que la próxima década le va a dar la vuelta a EE. UU. como a unos pantalones antes de meterlos en la lavadora y que, precisamente ellos, esos desmelenados, místicos, antisociales, hijos de las dos grandes guerras del siglo, han puesto en marcha la reacción en cascada que va a subvertir el espíritu de su época, en parte gracias a sus libros, su mensaje, a sus poemas como un pequeño átomo de uranio-235 que desencadenará el movimiento contracultural que viene. Ignora que ellos son la bomba atómica moral que sí estallará en su país. Ignora que verá un nuevo siglo, que morirá a los ciento dos años y once meses, reconocido en todo el mundo como editor, poeta y activista por el ecologismo y la paz, y que el libro que está terminando (nunca los termina del todo) será considerado su obra más influyente, a pesar de que ahora parece tan poca cosa, sobre el mostrador de la librería, solo un montón de hojas, manchadas algunas de humo y café todavía. Aún es 1958, un año en el que no pasa absolutamente nada. Salvo cosas insignificantes.
Por ejemplo, un chaval llamado Elvis inicia la primera gira de su carrera. No muy lejos, en México, se aprueba el voto femenino. Los Estados Unidos se asombran consecutivamente ante la apertura de Disneyland y la contratación por parte de la compañía Mohawk Airlines de la primera mujer afroestadounidense como asistente de vuelo. Se llama Ruth Carol Taylor. Solo tres años antes, Rosa había sido detenida por sentarse en el autobús. Mientras, Salvador termina La Rosa, Doris publica Al final de la tormenta. Truman hace lo propio con Desayuno en Tiffany’s. En Hawaii, se hunde un ferri; en Múnich, se estrella un avión con un equipo inglés de fútbol dentro; en Liverpool, Paul presenta a John y a George. España entrega su última provincia africana, el Sahara Occidental, a Marruecos en el acuerdo de Cintra. Diez mil personas se manifiestan contra la bomba atómica en Londres y el símbolo de la paz se exhibe por primera vez. La URSS sigue a lo suyo y pone dos nuevos satélites en órbita; EE. UU. hace lo propio y lanza tres bombas atómicas. Los soviéticos no se quedan cortos tampoco con sus ensayos nucleares, pero no se entera nadie hasta más tarde. Muere Pío XII. Muere Juan Ramón, pero nacen Paco Buyo y Madonna. También ve la luz la primera aventura de Mortadelo y Filemón en la revista Pulgarcito y Bobby gana el Campeonato Nacional de Ajedrez con catorce años, el mismo día que Charles de Gaulle es elegido presidente de Francia. Se registra un pico extraordinario de actividad solar y el Congreso Popular Chino acuerda introducir el alfabeto latino en el país. Los rebeldes de Castro secuestran a Fangio y dos ciclistas mueren por insolación en la Vuelta a Portugal. En un atolón de las Marshall, EE. UU. falla al detonar la bomba Fizzle. Lo consigue días después en un nuevo intento con la bomba de hidrógeno Orange. Sus trece kilotones devastan el fondo marino del Pacífico y acaban con la vida de miles de peces. Montserrat Tresserras y José Vitos cruzan a nado el Canal de la Mancha. Camilo y Ernesto cruzan la Torcha de Júcaro. Se crea la NASA y se detonan cuatro artefactos más en el subsuelo y uno en el aire, a cien kilómetros de Las Vegas. La OMS empieza a funcionar, también la UNESCO. Un gran incendio se come el aeropuerto de Bruselas, la escuela Our Lady of the Angels en Chicago, donde mueren noventa y dos niños y tres monjas, y el Almacén Vida de Bogotá, donde fallecen otras ochenta y ocho. No es el mismo incendio, aunque todos los fuegos son el mismo fuego. Se funda la UCA en Buenos Aires y la Universidad de Oriente en Venezuela. Francia pierde media África o media África gana su independencia. Según se mire. El 31 de diciembre Fulgencio cae y comienza el gobierno de Fidel.
Un año como otro cualquiera, como se ve. Llueven objetos en llamas de vez en cuando o arden lugares y poco más. El mundo se parece a una gran banda de diecisiete músicos en la que todos improvisan piezas diferentes mientras, al fondo del local, terminada la jornada y echado el cierre ya a la librería, una pareja escucha el concierto. Lawrence retoca algunas palabras en su cuaderno, antes de subir al escenario. Ella sigue el compás con la punta del pie entre las infinitas melodías de la noche. Cuando parece que ya ha pasado todo lo que tenía que pasar es cuando uno bosteza y entonces se te viene la vida encima. Los años en los que nada pasa son los años en los que empieza todo. Si no estás preocupado, no estás prestando atención. Los silencios son tan importantes como las notas musicales. En 1958, la mayor preocupación de cualquiera en el primer mundo era precisamente el fin del mundo.
Ahora no, ahora ya sabemos que el mundo se acaba todos los días. Un tsunami, una revolución, un desastre en una central nuclear, otra guerra o un atentado terrorista o se inventa internet, se aterriza en Marte o nace de una vez la Inteligencia Artificial que nos lleve a todos al infierno. Al final, todos los días son el fin del mundo. Y quizás el fin del mundo es precisamente eso. Lo que pasa a todas horas. Todos los días. Lo normal. Y lo raro que es eso.
Ahora sí, disfrute su visita. Mantenga manos y pies dentro del vehículo y no olvide recoger su foto de recuerdo a la salida.
Antonio Rómar
***
Autobiografía
Llevo una vida tranquila
voy donde Mike a diario
a ver a los campeones
del Salón de Billar Dante
y a los franceses adictos al pinball.
Llevo una vida tranquila
en el Bajo East Broadway.
Soy un Americano.
Fui un chico Americano.
Leía la revista Chico Americano
y me hice boy scout
en los suburbios.
Me creí que era Tom Sawyer
cogiendo cangrejos en el Río Bronx
e imaginando el Mississippi.
Tenía un guante de béisbol
y una bici American Flyer.
Repartía la Woman’s Home Companion
a las cinco de la tarde
o el Herald Trib
a las cinco de la mañana.
Aún puedo oír el golpe del periódico
en los porches perdidos.
Tuve una infancia infeliz.
Vi aterrizar a Lindbergh.
Miré hacia casa
y no vi ángeles.
Me pillaron robando lápices
de la tienda de Todo a Cinco y Diez
el mismo mes que ascendí a Águila Scout.
Talé árboles para los CCC
y me sentaba en ellos.
Desembarqué en Normandía
con un bote de remos que volcó.
He visto ejércitos instruidos
en la playa de Dover.
He visto pilotos egipcios entre nubes moradas
tenderos que subían sus persianas
a mediodía
ensaladas de patata y dientes de león
en pícnics anarquistas.
Estoy leyendo Lorna Doone
y una biografía de John Most
el terror de los industriales
con una bomba en su escritorio en todo momento.
He visto el desfile de los basureros
en el Desfile del Día de Colón
detrás del frívolo
pedorreo de los trompetistas.
No me he acercado a los Claustros
hace mucho tiempo
ni a las Tullerías
pero sigo pensando
en ir.
He visto el desfile de los basureros
cuando nevaba.
He comido perritos calientes en estadios.
He escuchado el discurso de Gettysburg
y el discurso de Ginsberg.
Me gusta estar aquí
y no regresaré
al lugar de donde vine.
También he conducido furgones furgones furgones.
He viajado entre desconocidos.
He estado en Asia
con Noé en el Arca.
Estuve en India
mientras Roma era edificada.
He estado en el pesebre
junto al Asno.
He visto al Eterno Distribuidor
desde una Colina Blanca
al sur de San Francisco
y a la Mujer Que Ríe en el Loona Park
al salir de la Casa del Terror
bajo una enorme tormenta
riendo todavía.
He escuchado el toque de diana
a la juerga en la noche.
He vagado solitario
como una multitud.
Llevo una vida tranquila
fuera de donde Mike a diario
veo el mundo pasar
con sus curiosos zapatos.
Una vez empecé
a dar la vuelta al mundo
pero acabé en Brooklyn.
Aquel Puente fue mucho para mí.
He engranado en silencio
el exilio y la astucia.
Volé demasiado cerca del sol
y mis alas de cera se fundieron.
Estoy buscando a mi Viejo
a quien no conocí.
Estoy buscando al Líder Perdido
con quien volé.
Los jóvenes deberían ser exploradores.
El hogar es de donde se empieza.
Pero Madre nunca me dijo
que habría escenas de estas.
Harto de útero
descanso
he viajado.
He visto la ciudad lerda.
He visto la maraña masiva.
He oído llorar a Kid Ory.
He oído predicar a un trombón.
He oído a Debussy
al filo de una sábana.
He dormido en un centenar de islas
donde los libros eran árboles.
He oído los pájaros
que suenan como campanas.
He llevado pantalones de franela gris
y caminado sobre la playa del infierno.
He habitado cien ciudades
donde los árboles eran libros.
¡Qué metros qué taxis qué cafés!
¡Qué mujeres de pechos ciegos
miembros perdidos entre los rascacielos!
He visto las estatuas de los héroes
en los cruces de caminos.
Danton gimiendo en la boca del metro
Colón en Barcelona
señalando al Oeste al final de las Ramblas
hacia la American Express
Lincoln en su silla de granito
Y un gran Rostro de Piedra
en Dakota del Norte.
Sé que Colón
no inventó América.
He oído a un centenar de Ezra Pounds domesticados.
Deberían ser todos liberados.
Ha pasado mucho desde que fui pastor.
Llevo una vida tranquila
donde Mike a diario
leyendo la columna de Clasificados.
He leído el Reader’s Digest
de tapa a tapa
y notado la fuerte identificación
de los Estados Unidos con la Tierra Prometida
donde todas las monedas van marcadas
En Dios Confiamos
pero los billetes de dólar no lo llevan
pues son dioses en sí mismos.
Leo diariamente los Anuncios por Palabras
buscando una piedra una hoja
una puerta sin descubrir.
Oigo cantar a América
en las Páginas Amarillas.
Uno no sabría decir
que el alma tiene sus cóleras.
Leo los periódicos todos los días
y oigo a la humanidad equivocada
en el exceso triste de la imprenta.
Veo que han drenado el Estanque de Walden
para hacer un parque de atracciones.
Veo que obligan a Melville
a comerse su ballena.
Veo otra guerra aproximarse
pero no estaré ahí para lucharla.
He leído las pintadas
en la pared del retrete.
Ayudé a Kilroy a escribirlas.
Desfilé por la Quinta Avenida
soplando una corneta en un pelotón apretado
pero corrí de vuelta a la Casba
a buscar a mi perro.
Veo una semejanza
entre los perros y yo.
Los perros son auténticos observadores
que pasean el mundo arriba y abajo
por el país de Molloy.
He atravesado callejones
demasiado estrechos para un Chrysler.
He visto cien carretas de leche sin caballos
en un terreno baldío de Astoria.
Ben Shahn nunca los pintó
pero allí están
tumbados en Astoria.
He oído el obbligato del chatarrero.
He conducido por superautopistas
y creído en las promesas de los anuncios
He cruzado las planicies de Jersey
y visto las Ciudades de la Pradera
Y revolcado en las desolaciones de Westchester
con sus bandas errantes de nativos
en rancheras.
Yo los he visto.
Yo soy el hombre.
Yo estaba ahí.
Yo sufrí
de algún modo.
Yo soy Americano.
Yo tengo un pasaporte.
Yo no sufrí en público.
Y soy demasiado joven para morir.
Yo soy un hombre hecho a sí mismo.
Y tengo planes para el futuro.
Voy enfilado
a un empleo en la cima.
Puede que acabe mudándome
a Detroit.
Solo es temporal que yo sea
vendedor de corbatas.
Soy un buen soldado.
Soy un libro abierto
para mi jefe.
Soy un completo misterio
para mis mejores amigos.
Llevo una vida tranquila
voy donde Mike a diario
a contemplarme el ombligo.
Soy una parte
de la larga locura del cuerpo.
He merodeado por varios bosques de la noche.
Me he ido hacia los lados en portales borrachos.
He escrito salvajes historias
sin puntuación.
Yo soy el hombre.
Yo estaba allí.
Yo sufrí
de algún modo.
Me he sentado en sillas incómodas.
Soy una lágrima del sol.
Soy una colina
por donde los poetas corren.
Inventé el alfabeto
después de observar el vuelo de las grullas
que hacían letras con sus patas.
Soy un lago sobre la pradera.
Soy una palabra
en un árbol.
Soy una colina de poesía.
Soy un asalto
a lo inarticulado.
He soñado
que todos mis dientes se caían
pero mi lengua vivía
para contar el cuento.
Pues soy un remanso
de poesía.
Soy un bancal del canto.
Soy el pianista
de un casino abandonado
en una explanada costera
dentro de una densa niebla
que sigue tocando.
Veo una semejanza
entre la Mujer Que Ríe
y yo mismo.
He oído el sonido del verano
en la lluvia.
He visto a chicas en paseos marítimos
tener emociones complicadas.
Entiendo sus titubeos.
Soy un recolector de fruta.
He visto cómo los besos
causan euforia.
Me he arriesgado al encantamiento.
He visto a la Virgen
en un manzano en Chartres
Y a Santa Juana arder
en la Bella Unión.
He visto jirafas entre las barras de columpios infantiles
sus cuellos como el amor
enredados entre las férreas circunstancias
del mundo.
He visto a Venus Afrodita
sin brazos en su ventilado corredor.
He oído cantar a una sirena
en el número Uno de la Quinta Avenida.
He visto bailar a las Diosas Blancas
en la Rue des Beaux Arts
durante el Catorce de Julio
y a la Hermosa Dama Sin Piedad
hurgando su nariz en Chumley’s.
No hablaba inglés.
Tenía el pelo amarillo
y ronca la voz
y ningún pájaro cantaba.
Llevo una vida tranquila
voy donde Mike a diario
y veo a los pajilleros del billar
montar la escena del minestrone
engullendo los macarrones
y he leído en alguna parte
el Sentido de la Existencia
aunque no recuerdo
dónde exactamente.
Pero yo soy el hombre
Y estaré allí.
Y puede que haga hablar
los labios de aquellos
que duermen.
Y puede que convierta mis cuadernos
en manojos de hierba.
Y puede que escriba mi propio
epitafio epónimo
que enseñe a los jinetes
a pasar de largo.
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Autor: Lawrence Ferlinghetti. Traductor: Antonio Rómar. Título: Un parque de atracciones de la mente. Editorial: Ya lo dijo Casimiro Parker. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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