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Autobiografía, un poema de Lawrence Ferlinghetti - Zenda
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Autobiografía, un poema de Lawrence Ferlinghetti

“Autobiografía”, es un poema de Lawrence Ferlinghetti de su libro A Coney Island of the Mind, publicado por la editorial Ya lo dijo Casimiro Parker, en edición bilingüe traducida por Antono Rómar como Un parque de atracciones de la mente, del que Zenda adelanta también la introducción. ** Caseta de información Una mañana cualquiera de 1958,...

“Autobiografía”, es un poema de Lawrence Ferlinghetti de su libro A Coney Island of the Mind, publicado por la editorial Ya lo dijo Casimiro Parker, en edición bilingüe traducida por Antono Rómar como Un parque de atracciones de la mente, del que Zenda adelanta también la introducción.

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Caseta de información

Hay años famosos y años, en cambio, por los que no te dan ni la vuelta en una tienda de empeños. Los primeros, como 1945 o 1492, enseguida evocan una imagen o una idea muy precisas: la guerra, así 1914, o la conquista, digamos 1969. Por otra parte, la historia abunda en incoloros años vacíos, que son casi todos, en los que aparentemente nada memorable sucedió. Como el año -1307, el 604 o, es un decir, 1958.

Una mañana cualquiera de 1958, por ejemplo, sale a la calle un hombre de treinta y nueve años con una camisa blanca, barba marina y frente desabotonada. Es temprano aún, el sol se despega lentamente de las azoteas de San Francisco. Al poner sus pies sobre la acera, un perro pasa alegremente frente a su puerta. No tiene collar y le dirige una mirada amable, una sonrisa perruna a ese humano. Circula una corriente amistosa de afinidad instantánea entre ambos. Después de un segundo, el perro continúa su trote calle abajo, esquivando una bomba de incendios, dos bicicletas, a un viejo italiano. La actitud del chucho es jovial e indiferente. A Lawrence se le ocurre un poema. Lo empezará a escribir tan pronto como se siente detrás del mostrador de su librería. Son cosas intrascendentes que suceden en años banales. Hacia su librería se dirige entonces. Nuestro librero poeta se llama Lawrence Monsanto Ferlinghetti y está dándole las últimas pinceladas a su nuevo libro. Ya tiene título. Se va a llamar A Coney Island of the Mind.

Su anterior poemario lo publicó hace ya tres años. Parecen muchos más. Parece una maldita década entera porque, desde que emprendió su idea editorial, City Lights Books, le ha pasado de todo. No se imaginaba que regresaría de su viaje de estudios en Europa y, menos, enamorado de Selden. Pero se enamoraron. Y se han casado. Se han instalado en San Francisco y él ha montado una editorial y un negocio anexo, una librería, que ha resultado ser una idea magnífica y va viento en popa. Todo va muy bien para ser 1958, un año como cualquier otro. ¿Cómo iba a imaginarse cuando era niño y daba tumbos sin padre ni madre de un lado a otro del Atlántico que acabaría pisando la arena de Normandía y las cenizas de Nagasaki? 1944, Normandía. 1945, Nagasaki. Años memorables, sin duda. Después de aquello, claro que apetecía una temporada sin sobresaltos. Conoció a Selden en el barco que lo llevaba a Francia tras la guerra, intimaron en París mientras ambos estudiaban en la Sorbona, regresaron juntos y tenían un plan. Aspiraban solamente a establecerse en un sitio agradable donde llevar una vida corriente.

Sin embargo, no han dejado de lloverles cosas del cielo. Por ejemplo, un embargo a la editorial, un escándalo en la prensa de todo el país, un juicio por la libertad de expresión e imprenta por culpa del libro de Allen. O más bien por culpa de una sociedad hipócrita y moralista, no nos equivoquemos. Pero esa lluvia de rarezas no es solo metafórica. Más ejemplos, en febrero, durante un ejercicio de práctica nocturno, un bombardero B-47 dejó caer una bomba nuclear de 3500 kilos sobre la desembocadura del río Savannah, Georgia. No querían bombardear a nadie. La soltaron para proteger a la tripulación de la nave ante una posible colisión contra un avión de combate F-86. Aún les dio tiempo a pensar que no sería difícil recuperar el dispositivo termonuclear en las aguas poco profundas del río. Ni que decir tiene que esa bomba, por supuesto, no se ha encontrado jamás. De haber explotado sobre suelo estadounidense, 1958 sería un año un tanto más notorio. Un último ejemplo: un mes más tarde, hubo menos suerte. Otra bomba nuclear Mark 6 cayó accidentalmente sobre Carolina del Sur. El núcleo atómico estaba desarmado, pero las tres toneladas de dinamita que lo envolvían a modo de detonador sí explosionaron sobre el hogar de los Gregg en Mars Bluff. Era martes por la tarde. Las dos niñas Gregg y su prima estaban jugando a doscientos metros de donde ahora hay un cráter de veintiuno de ancho y once de profundidad. Walter, el padre, trabajaba en el campo. Ningún ser humano resultó herido. Todas las gallinas murieron. Qué año tan tonto fue 1958.

Lawrence piensa mucho en las bombas atómicas. Aparecen en varios de sus poemas y a partir de hoy también aparece un perro que ocupa un poema todo para él. Ya lo ha terminado, más o menos. (Nunca los termina del todo). Lo lee en voz alta. En la tienda una chica está leyendo en un rincón, sentada sobre una pila de revistas. Lawrence sabe que hoy no ha ido al instituto, pero está absorta en las páginas de un libro de Blake y él piensa que sin duda alguna eso convalida cualquier clase. Cuando termina su recitado, la chica levanta los ojos del libro un momento y simplemente ladra una vez.

No podemos culparle por pensar tanto en las bombas atómicas. Podría pensarse que EE. UU. no está siendo muy diligente en su gestión del armamento no convencional. Sin embargo, consideremos que, solo este año, 1958, este país realizará setenta y cinco ensayos nucleares y tanta bomba atómica de aquí para allá, a veces, ocasiona estos problemillas. Así que hasta los años triviales tienen sus días memorables y en 1958 uno nunca sabe lo que va a caer del cielo. En abril, el satélite Sputnik-2 se desintegra en su reentrada a la atmósfera con el primer y único ser vivo dentro, la perra Laika, que ha estado fuera de la Tierra (hasta ese momento). Llueve raro en 1958.

Al buen Lawrence, que desembarcó en Nagasaki apenas días después del bombardeo que puso fin a la Segunda Guerra Mundial y contempló horrorizado la huella del hongo atómico, le ponen enfermo estas noticias que lee en los periódicos. Lo único que puede hacer es escribir sobre ello. Compone sobre el papel acerca de todas sus preocupaciones sociales, pero sigue siendo un romántico que ha leído demasiado a Whitman, así que también escribe poemas sobre pintura, sobre la belleza de las cosas pequeñas, poemas delirantes como sueños lúcidos o viceversa y poemas lascivos o humorísticos o contemplativos y, de vez en cuando, le sale uno que es todo a la vez.

Su nuevo libro es un paseo por su mente siempre agitada, por el parque de atracciones de su mente. En su cabeza los versos suenan a jazz y son a menudo largos, incluso prosaicos, sobre todo cuando le da por la sátira social y política. De hecho, suele recitarlos junto a músicos mientras improvisan y él mismo improvisa a menudo, así que nunca lee el mismo poema dos veces y nunca están del todo acabados. Ha pensado que la sección central del libro contendrá precisamente ese tipo de poemas. El verso corto lo emplea, en cambio, en poemas más sentimentales, más líricos. Son piezas más delicadas y clásicas. Abundan en su primer libro. Le preocupa de hecho que el libro sea demasiado caprichoso, pero también le gusta que sea así. Ha decidido que incluirá algunos de los poemas de ese primer libro en la tercera sección. Aquel libro del que han pasado tres años que parecen una década: Pictures from the lost world. Son poemas en su mayoría que escribió en Europa, en sus viajes a España e Italia, mientras vivía en París y soñaba junto a Selden con tener algún día un sitio como este, donde pasar las horas tranquilamente leyendo, organizando encuentros literarios, pintando y escribiendo.

Mira a su alrededor y por primera vez quizás piensa que lo ha logrado. Se pregunta si eso es todo. Y si no es todo, entonces ahora qué viene. Quería conocer el mundo y acabó conociendo la guerra. Escapó de la orfandad y ahora ha encontrado una familia. Tal vez compre esa cabaña en el Big Sur para refugiarse de cuando en cuando y se la deje a Jack para que se aleje de la bebida durante un tiempo. Incluso el juicio resultó ser a fin de cuentas una buena noticia. O al menos, una buena publicidad. El libro de Allen ha supuesto el despegue de la editorial con todo el escándalo que se montó y lo llevó a sentarse ante un tribunal bajo cargos de obscenidad. Decían que Howl, el libro de Allen, era pornográfico. ¿Cómo no va a ser obsceno un poema si un poema siempre rescata lo que estaba olvidado más allá de la vista? El caso es que ahora las cosas están tranquilas, todo parece haber encontrado su sitio y la vida se ha ordenado. ¿Qué más podría pasar ahora? ¿De qué irán los años 60? ¿Serán años anodinos y vacíos o serán años famosos?

Lawrence no puede saber la que se viene encima después. Ignora que la próxima década le va a dar la vuelta a EE. UU. como a unos pantalones antes de meterlos en la lavadora y que, precisamente ellos, esos desmelenados, místicos, antisociales, hijos de las dos grandes guerras del siglo, han puesto en marcha la reacción en cascada que va a subvertir el espíritu de su época, en parte gracias a sus libros, su mensaje, a sus poemas como un pequeño átomo de uranio-235 que desencadenará el movimiento contracultural que viene. Ignora que ellos son la bomba atómica moral que sí estallará en su país. Ignora que verá un nuevo siglo, que morirá a los ciento dos años y once meses, reconocido en todo el mundo como editor, poeta y activista por el ecologismo y la paz, y que el libro que está terminando (nunca los termina del todo) será considerado su obra más influyente, a pesar de que ahora parece tan poca cosa, sobre el mostrador de la librería, solo un montón de hojas, manchadas algunas de humo y café todavía. Aún es 1958, un año en el que no pasa absolutamente nada. Salvo cosas insignificantes.

Por ejemplo, un chaval llamado Elvis inicia la primera gira de su carrera. No muy lejos, en México, se aprueba el voto femenino. Los Estados Unidos se asombran consecutivamente ante la apertura de Disneyland y la contratación por parte de la compañía Mohawk Airlines de la primera mujer afroestadounidense como asistente de vuelo. Se llama Ruth Carol Taylor. Solo tres años antes, Rosa había sido detenida por sentarse en el autobús. Mientras, Salvador termina La Rosa, Doris publica Al final de la tormenta. Truman hace lo propio con Desayuno en Tiffanys. En Hawaii, se hunde un ferri; en Múnich, se estrella un avión con un equipo inglés de fútbol dentro; en Liverpool, Paul presenta a John y a George. España entrega su última provincia africana, el Sahara Occidental, a Marruecos en el acuerdo de Cintra. Diez mil personas se manifiestan contra la bomba atómica en Londres y el símbolo de la paz se exhibe por primera vez. La URSS sigue a lo suyo y pone dos nuevos satélites en órbita; EE. UU. hace lo propio y lanza tres bombas atómicas. Los soviéticos no se quedan cortos tampoco con sus ensayos nucleares, pero no se entera nadie hasta más tarde. Muere Pío XII. Muere Juan Ramón, pero nacen Paco Buyo y Madonna. También ve la luz la primera aventura de Mortadelo y Filemón en la revista Pulgarcito y Bobby gana el Campeonato Nacional de Ajedrez con catorce años, el mismo día que Charles de Gaulle es elegido presidente de Francia. Se registra un pico extraordinario de actividad solar y el Congreso Popular Chino acuerda introducir el alfabeto latino en el país. Los rebeldes de Castro secuestran a Fangio y dos ciclistas mueren por insolación en la Vuelta a Portugal. En un atolón de las Marshall, EE. UU. falla al detonar la bomba Fizzle. Lo consigue días después en un nuevo intento con la bomba de hidrógeno Orange. Sus trece kilotones devastan el fondo marino del Pacífico y acaban con la vida de miles de peces. Montserrat Tresserras y José Vitos cruzan a nado el Canal de la Mancha. Camilo y Ernesto cruzan la Torcha de Júcaro. Se crea la NASA y se detonan cuatro artefactos más en el subsuelo y uno en el aire, a cien kilómetros de Las Vegas. La OMS empieza a funcionar, también la UNESCO. Un gran incendio se come el aeropuerto de Bruselas, la escuela Our Lady of the Angels en Chicago, donde mueren noventa y dos niños y tres monjas, y el Almacén Vida de Bogotá, donde fallecen otras ochenta y ocho. No es el mismo incendio, aunque todos los fuegos son el mismo fuego. Se funda la UCA en Buenos Aires y la Universidad de Oriente en Venezuela. Francia pierde media África o media África gana su independencia. Según se mire. El 31 de diciembre Fulgencio cae y comienza el gobierno de Fidel.

Un año como otro cualquiera, como se ve. Llueven objetos en llamas de vez en cuando o arden lugares y poco más. El mundo se parece a una gran banda de diecisiete músicos en la que todos improvisan piezas diferentes mientras, al fondo del local, terminada la jornada y echado el cierre ya a la librería, una pareja escucha el concierto. Lawrence retoca algunas palabras en su cuaderno, antes de subir al escenario. Ella sigue el compás con la punta del pie entre las infinitas melodías de la noche. Cuando parece que ya ha pasado todo lo que tenía que pasar es cuando uno bosteza y entonces se te viene la vida encima. Los años en los que nada pasa son los años en los que empieza todo. Si no estás preocupado, no estás prestando atención. Los silencios son tan importantes como las notas musicales. En 1958, la mayor preocupación de cualquiera en el primer mundo era precisamente el fin del mundo.

Ahora no, ahora ya sabemos que el mundo se acaba todos los días. Un tsunami, una revolución, un desastre en una central nuclear, otra guerra o un atentado terrorista o se inventa internet, se aterriza en Marte o nace de una vez la Inteligencia Artificial que nos lleve a todos al infierno. Al final, todos los días son el fin del mundo. Y quizás el fin del mundo es precisamente eso. Lo que pasa a todas horas. Todos los días. Lo normal. Y lo raro que es eso.

Ahora sí, disfrute su visita. Mantenga manos y pies dentro del vehículo y no olvide recoger su foto de recuerdo a la salida.

Antonio Rómar

***

Autobiografía

Llevo una vida tranquila

voy donde Mike a diario

a ver a los campeones

del Salón de Billar Dante

y a los franceses adictos al pinball.

Llevo una vida tranquila

en el Bajo East Broadway.

Soy un Americano.

Fui un chico Americano.

Leía la revista Chico Americano

y me hice boy scout

en los suburbios.

Me creí que era Tom Sawyer

cogiendo cangrejos en el Río Bronx

e imaginando el Mississippi.

Tenía un guante de béisbol

y una bici American Flyer.

Repartía la Woman’s Home Companion

a las cinco de la tarde

o el Herald Trib

a las cinco de la mañana.

Aún puedo oír el golpe del periódico

en los porches perdidos.

Tuve una infancia infeliz.

Vi aterrizar a Lindbergh.

Miré hacia casa

y no vi ángeles.

Me pillaron robando lápices

de la tienda de Todo a Cinco y Diez

el mismo mes que ascendí a Águila Scout.

Talé árboles para los CCC

y me sentaba en ellos.

Desembarqué en Normandía

con un bote de remos que volcó.

He visto ejércitos instruidos

en la playa de Dover.

He visto pilotos egipcios entre nubes moradas

tenderos que subían sus persianas

a mediodía

ensaladas de patata y dientes de león

en pícnics anarquistas.

Estoy leyendo Lorna Doone

y una biografía de John Most

el terror de los industriales

con una bomba en su escritorio en todo momento.

He visto el desfile de los basureros

en el Desfile del Día de Colón

detrás del frívolo

pedorreo de los trompetistas.

No me he acercado a los Claustros

hace mucho tiempo

ni a las Tullerías

pero sigo pensando

en ir.

He visto el desfile de los basureros

cuando nevaba.

He comido perritos calientes en estadios.

He escuchado el discurso de Gettysburg

y el discurso de Ginsberg.

Me gusta estar aquí

y no regresaré

al lugar de donde vine.

También he conducido furgones furgones furgones.

He viajado entre desconocidos.

He estado en Asia

con Noé en el Arca.

Estuve en India

mientras Roma era edificada.

He estado en el pesebre

junto al Asno.

He visto al Eterno Distribuidor

desde una Colina Blanca

al sur de San Francisco

y a la Mujer Que Ríe en el Loona Park

al salir de la Casa del Terror

bajo una enorme tormenta

riendo todavía.

He escuchado el toque de diana

a la juerga en la noche.

He vagado solitario

como una multitud.

Llevo una vida tranquila

fuera de donde Mike a diario

veo el mundo pasar

con sus curiosos zapatos.

Una vez empecé

a dar la vuelta al mundo

pero acabé en Brooklyn.

Aquel Puente fue mucho para mí.

He engranado en silencio

el exilio y la astucia.

Volé demasiado cerca del sol

y mis alas de cera se fundieron.

Estoy buscando a mi Viejo

a quien no conocí.

Estoy buscando al Líder Perdido

con quien volé.

Los jóvenes deberían ser exploradores.

El hogar es de donde se empieza.

Pero Madre nunca me dijo

que habría escenas de estas.

Harto de útero

descanso

he viajado.

He visto la ciudad lerda.

He visto la maraña masiva.

He oído llorar a Kid Ory.

He oído predicar a un trombón.

He oído a Debussy

al filo de una sábana.

He dormido en un centenar de islas

donde los libros eran árboles.

He oído los pájaros

que suenan como campanas.

He llevado pantalones de franela gris

y caminado sobre la playa del infierno.

He habitado cien ciudades

donde los árboles eran libros.

¡Qué metros qué taxis qué cafés!

¡Qué mujeres de pechos ciegos

miembros perdidos entre los rascacielos!

He visto las estatuas de los héroes

en los cruces de caminos.

Danton gimiendo en la boca del metro

Colón en Barcelona

señalando al Oeste al final de las Ramblas

hacia la American Express

Lincoln en su silla de granito

Y un gran Rostro de Piedra

en Dakota del Norte.

Sé que Colón

no inventó América.

He oído a un centenar de Ezra Pounds domesticados.

Deberían ser todos liberados.

Ha pasado mucho desde que fui pastor.

Llevo una vida tranquila

donde Mike a diario

leyendo la columna de Clasificados.

He leído el Reader’s Digest

de tapa a tapa

y notado la fuerte identificación

de los Estados Unidos con la Tierra Prometida

donde todas las monedas van marcadas

En Dios Confiamos

pero los billetes de dólar no lo llevan

pues son dioses en sí mismos.

Leo diariamente los Anuncios por Palabras

buscando una piedra una hoja

una puerta sin descubrir.

Oigo cantar a América

en las Páginas Amarillas.

Uno no sabría decir

que el alma tiene sus cóleras.

Leo los periódicos todos los días

y oigo a la humanidad equivocada

en el exceso triste de la imprenta.

Veo que han drenado el Estanque de Walden

para hacer un parque de atracciones.

Veo que obligan a Melville

a comerse su ballena.

Veo otra guerra aproximarse

pero no estaré ahí para lucharla.

He leído las pintadas

en la pared del retrete.

Ayudé a Kilroy a escribirlas.

Desfilé por la Quinta Avenida

soplando una corneta en un pelotón apretado

pero corrí de vuelta a la Casba

a buscar a mi perro.

Veo una semejanza

entre los perros y yo.

Los perros son auténticos observadores

que pasean el mundo arriba y abajo

por el país de Molloy.

He atravesado callejones

demasiado estrechos para un Chrysler.

He visto cien carretas de leche sin caballos

en un terreno baldío de Astoria.

Ben Shahn nunca los pintó

pero allí están

tumbados en Astoria.

He oído el obbligato del chatarrero.

He conducido por superautopistas

y creído en las promesas de los anuncios

He cruzado las planicies de Jersey

y visto las Ciudades de la Pradera

Y revolcado en las desolaciones de Westchester

con sus bandas errantes de nativos

en rancheras.

Yo los he visto.

Yo soy el hombre.

Yo estaba ahí.

Yo sufrí

de algún modo.

Yo soy Americano.

Yo tengo un pasaporte.

Yo no sufrí en público.

Y soy demasiado joven para morir.

Yo soy un hombre hecho a sí mismo.

Y tengo planes para el futuro.

Voy enfilado

a un empleo en la cima.

Puede que acabe mudándome

a Detroit.

Solo es temporal que yo sea

vendedor de corbatas.

Soy un buen soldado.

Soy un libro abierto

para mi jefe.

Soy un completo misterio

para mis mejores amigos.

Llevo una vida tranquila

voy donde Mike a diario

a contemplarme el ombligo.

Soy una parte

de la larga locura del cuerpo.

He merodeado por varios bosques de la noche.

Me he ido hacia los lados en portales borrachos.

He escrito salvajes historias

sin puntuación.

Yo soy el hombre.

Yo estaba allí.

Yo sufrí

de algún modo.

Me he sentado en sillas incómodas.

Soy una lágrima del sol.

Soy una colina

por donde los poetas corren.

Inventé el alfabeto

después de observar el vuelo de las grullas

que hacían letras con sus patas.

Soy un lago sobre la pradera.

Soy una palabra

en un árbol.

Soy una colina de poesía.

Soy un asalto

a lo inarticulado.

He soñado

que todos mis dientes se caían

pero mi lengua vivía

para contar el cuento.

Pues soy un remanso

de poesía.

Soy un bancal del canto.

Soy el pianista

de un casino abandonado

en una explanada costera

dentro de una densa niebla

que sigue tocando.

Veo una semejanza

entre la Mujer Que Ríe

y yo mismo.

He oído el sonido del verano

en la lluvia.

He visto a chicas en paseos marítimos

tener emociones complicadas.

Entiendo sus titubeos.

Soy un recolector de fruta.

He visto cómo los besos

causan euforia.

Me he arriesgado al encantamiento.

He visto a la Virgen

en un manzano en Chartres

Y a Santa Juana arder

en la Bella Unión.

He visto jirafas entre las barras de columpios infantiles

sus cuellos como el amor

enredados entre las férreas circunstancias

del mundo.

He visto a Venus Afrodita

sin brazos en su ventilado corredor.

He oído cantar a una sirena

en el número Uno de la Quinta Avenida.

He visto bailar a las Diosas Blancas

en la Rue des Beaux Arts

durante el Catorce de Julio

y a la Hermosa Dama Sin Piedad

hurgando su nariz en Chumley’s.

No hablaba inglés.

Tenía el pelo amarillo

y ronca la voz

y ningún pájaro cantaba.

Llevo una vida tranquila

voy donde Mike a diario

y veo a los pajilleros del billar

montar la escena del minestrone

engullendo los macarrones

y he leído en alguna parte

el Sentido de la Existencia

aunque no recuerdo

dónde exactamente.

Pero yo soy el hombre

Y estaré allí.

Y puede que haga hablar

los labios de aquellos

que duermen.

Y puede que convierta mis cuadernos

en manojos de hierba.

Y puede que escriba mi propio

epitafio epónimo

que enseñe a los jinetes

a pasar de largo.

—————————————

Autor: Lawrence Ferlinghetti. Traductor: Antonio Rómar. Título: Un parque de atracciones de la mente. Editorial: Ya lo dijo Casimiro Parker. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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Laura di Verso

Leo poesía, con o sin rima. Y me gusta que me cuenten cuentos. Frecuento las redes, poco, desde marzo de 2020, como @lauradiverso.

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