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Aspectos de la novela, de E. M. Forster - Zenda
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Aspectos de la novela, de E. M. Forster

En 1927, E. M. Forster impartió una serie de conferencias en la Universidad de Cambridge que pretendían responder a la pregunta que ha obsesionado a una infinidad de escritores: ¿qué es una novela? Aquellas charlas se convirtieron en canónicas dentro del mundo de la teoría literaria y fundamentales para cuantos quieran saber cuáles son los...

En 1927, E. M. Forster impartió una serie de conferencias en la Universidad de Cambridge que pretendían responder a la pregunta que ha obsesionado a una infinidad de escritores: ¿qué es una novela? Aquellas charlas se convirtieron en canónicas dentro del mundo de la teoría literaria y fundamentales para cuantos quieran saber cuáles son los mecanismos de la ficción.

En Zenda ofrecemos la Introducción de Aspectos de la novela (Navona), de E. M. Forster.

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Introducción

Este ciclo de conferencias recibe su nombre de William George Clark, fellow del Trinity. Gracias a él nos encontramos hoy aquí, y a través de él enfocaremos nuestro tema.

Clark era, me parece, oriundo de Yorkshire. Nació en 1821, asistió a la escuela de Sedbergh y en Shrewsbury, ingresó en Trinity como estudiante en 1840, se hizo fellow cuatro años después y convirtió el colegio en su hogar durante casi treinta años. No lo abandonaría hasta que se quebrantó su salud, poco antes de su muerte. Como mejor se le conoce es como especialista en Shakespeare, pero publicó dos libros sobre otros temas que es preciso reseñar aquí. A raíz de un viaje a España en su juventud escribió un relato ameno y vivaz de sus vacaciones al que tituló Gazpacho, nombre de cierta sopa fría que probó allí y, al parecer, disfrutó entre los campesinos de Andalucía; pero, en realidad, debió de disfrutar con todo. Ocho años más tarde, como resultado de unas vacaciones en Grecia, publicó un segundo libro: Peloponnesus. Esta es obra más grave, menos brillante. Grecia era, a la sazón, un país serio —más que España—, y en aquella época Clark no solo se había ordenado ya de sacerdote, sino que le habían nombrado Orador Público y, sobre todo, le acompañaba el doctor Thompson —entonces director del colegio—, que no era en absoluto el tipo de persona que se apunta a una sopa fría. En consecuencia, los chistes sobre mulas y pulgas son menos frecuentes y, progresivamente, vamos descubriendo los restos de la antigüedad clásica y los lugares de los campos de batalla. Lo que pervive del libro, aparte de su erudición, son los sentimientos que suscita en favor de la campiña griega. Viajó también Clark por Italia y Polonia.

Pero volvamos a su carrera universitaria. Primero con Glover y luego con Aldis Wright (ambos bibliotecarios del Trinity), planifica las líneas maestras del gran «Cambridge Shakespeare», y, ayudado por este último, publica el popular «Globe Shakespeare». Asimismo, recopila gran cantidad de material para una edición de Aristófanes, publica algunos sermones y, en 1869, abandona los hábitos, lo que, por cierto, nos eximirá de ser excesivamente ortodoxos. Como a su amigo y biógrafo Leslie Stephen, como a Henry Sidgwick y como a tantos otros de su generación, no le parecía posible permanecer en el seno de la Iglesia, y nos ha explicado sus razones en un opúsculo: The Present Dangers of the Church of England. A raíz de ello, cesó en su cargo de Orador Público, si bien mantuvo el de tutor en la universidad. Murió a la edad de cincuenta y siete años, considerado por todos cuantos le conocieron como un hombre encantador, erudito y honrado. Se habrán dado cuenta enseguida de que es una figura en Cambridge. No en el gran mundo, ni tan siquiera en Oxford, sino un personaje con un espíritu típico de estos claustros que tal vez solo ustedes, que se pasean por ellos ahora, puedan apreciar con justeza: el espíritu de integridad. Por un legado testamentario, su antiguo colegio se ha encargado de que anualmente se dicte un ciclo de conferencias que lleven su nombre y versen «sobre uno o varios períodos de la literatura inglesa posteriores a Chaucer».

Sé que las invocaciones están pasadas de moda, pero he querido hacer esta por dos razones. Primero, para que a lo largo de este curso nos acompañe al menos un poco de la integridad de Clark, y segundo…, para que haga con nosotros la vista gorda. No nos hemos ceñido estrictamente a las condiciones establecidas. «Uno o varios períodos de la literatura inglesa»: por liberal que nos parezca, esta condición —y lo es, en su espíritu— no encaja literalmente con el tema de nuestras conferencias, y dedicaremos una de ellas, la que sirve de introducción, a explicar el porqué. Los argumentos aducidos quizá parezcan triviales, pero nos conducirán a un punto elevado desde donde podremos lanzar nuestro principal ataque.

Precisamos un punto elevado porque la novela constituye una masa formidable y amorfa: no hay una montaña que escalar, ni un Parnaso, ni un Helicón, ni siquiera un Pisgá. Esta zona se distingue claramente por ser una de las más húmedas de la literatura; regada por un centenar de regatos, degenera en ocasiones en terreno pantanoso. No nos sorprende que los poetas, aunque a veces se encuentren en ella accidentalmente, la desprecien. Ni tampoco nos asombra el fastidio que sienten los historiadores cuando, inopinadamente, invade su terreno. Acaso debamos definir, antes que nada, lo que es una novela. Nos ocupará bien poco tiempo. Abel Chevalley, en su pequeño pero brillante manual,2 nos ofrece una definición, y si un crítico francés no es capaz de definir la novela inglesa, ¿quién podría hacerlo? Para este autor, una novela es «una ficción en prosa de cierta extensión» (une fiction en prose d’une certaine étendue). Esto nos basta, aunque tal vez nos atrevamos a añadir que la extensión no debe ser inferior a las cincuenta mil palabras. Cualquier obra de ficción con más de cincuenta mil palabras será considerada una novela en estas conferencias. Pero si la definición les parece poco filosófica, piensen en otra que abarque obras como The Pilgrim’s Progress, Marius the Epicurean, The Adventures of a Younger Son, The Magic Flute, A Journal of the Plague Year, Zuleika Dobson, Rasselas, Ulysses y Green Mansions,3 o que, en caso contrario, aduzca razones para excluirlas. Cierto es que en nuestra esponjosa región hay zonas que parecen más ficticias que otras: cerca de su mismo centro, en una explanada cubierta de hierba, vemos a la señorita Austen acompañada del personaje de Emma y a Thackeray sosteniendo la figura de Esmond. Pero no tenemos noticia hasta ahora de ninguna observación inteligente que defina esta región en su totalidad. Todo lo que podemos decir de ella es que está delimitada por dos cadenas montañosas que no se elevan abruptamente —las cordilleras de la poesía y de la Historia, una frente a otra obra— y que los límites de su tercer lado están marcados por ese mar que encontraremos al llegar a Moby Dick.

Consideremos en primer lugar la condición de que sea «literatura inglesa». Por descontado que interpretamos «inglesa» en el sentido de escrita en inglés, no como publicada al sur del Tweed, al este del Atlántico o al norte del ecuador: no hay que hacer caso de los accidentes geográficos; dejemos estos para los políticos. Sin embargo, incluso con esta interpretación, ¿somos tan libres como queremos? Al referirnos a la novela inglesa, ¿podemos hacer caso omiso de la novela escrita en otras lenguas, concretamente en francés y en ruso? Por lo que se refiere a las influencias, podríamos pasarlas por alto, ya que nuestros escritores nunca han sentido demasiado el influjo del Continente. Pero, por razones que explicaré en estas charlas, quiero hablar lo menos posible de influencias. Mi tema será cierto tipo de libros y los aspectos que esos libros han asumido en inglés. ¿Podemos pasar por alto sus aspectos colaterales en el Continente? No del todo. Aquí es preciso afrontar una desagradable y poco patriótica verdad. No hay novelista inglés tan grande como Tolstoi; es decir, no ha habido ninguno que ofreciera un panorama tan completo de la vida humana en sus aspectos tanto domésticos como heroicos. Tampoco ha existido un novelista inglés que haya explorado el alma humana con la hondura de Dostoievsky. Y no hay novelista en ningún país que haya analizado la conciencia moderna con tanto acierto como Marcel Proust. Ante estos notables logros debemos detenernos. La poesía inglesa no tiene rival: destaca por su excelencia, tanto en calidad como en cantidad. Sin embargo, la novela inglesa es menos lograda: no cuenta con lo mejor que se ha escrito hasta ahora, y si negamos esto, se nos podrá tachar de provincianos.

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Autor: E. M. Forster. Título: Aspectos de la novela. Traducción: Guillermo Lorenzo. Editorial: Navona. Venta: Todos tus libros.

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