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Así empieza una historia - Zenda
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Así empieza una historia

“En un lugar de la Mancha, el día que iban a matar a Santiago Nasar era un día luminoso y frío de abril, y la heroica ciudad dormía siesta”. Con el arranque de cuatro grandes obras comienzo este relato en homenaje a los principios más atractivos de algunas novelas. Una invitación para leerlas de nuevo....

“En un lugar de la Mancha, el día que iban a matar a Santiago Nasar era un día luminoso y frío de abril, y la heroica ciudad dormía siesta”. Con el arranque de cuatro grandes obras comienzo este relato en homenaje a los principios más atractivos de algunas novelas. Una invitación para leerlas de nuevo.

No hay ninguna fórmula para escribir el primer párrafo de una novela. El escritor que logre enganchar al lector con el destello de un inicio trepidante, poético, insinuador, inquietante… tendrá un trecho del camino andado. Estos principios de novelas son de obras muy conocidas y sus autores están ya en la historia literaria. Empecemos, pues, por el principio, por nuestro escritor más universal, y por la novela que nos sitúa como referentes en el mundo de la cultura.

“En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor”. Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes.

Es posible que Philip Roth tenga otros arranques merecedores de estar aquí, pero Cuando ella era buena fue la primera novela que leí de él, en 1979, aparte de que no está nada mal comenzar así un relato:

“El sueño de su vida no consistía en ser rico, famoso, poderoso y, ni siquiera, feliz… sino, simplemente, en ser civilizado”.

He de confesar que Gastby no fue nunca uno de mis personajes preferidos. Sea como fuere, este comienzo de El gran Gastby, de Francis Scott Fitzgerald me parece antológico:

“En mi primera infancia mi padre me dio un consejo que, desde entonces, no ha cesado de darme vueltas por la cabeza: Cada vez que te sientas inclinado a criticar a alguien —me dijo— ten presente que no todo el mundo ha tenido tus ventajas”.

Fotograma de El gran Gatsby

Este es, quizá, con el Quijote, el otro arranque de novela que quedará en la memoria. De momento, hace más 50 años que Gabriel García Márquez publicó Cien años de soledad:

“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.

La siguiente novela del mismo autor incumple todas las reglas de la estrategia narrativa revelando al lector desde la primera línea lo que va a ocurrir después. Pero el maestro consigue llevarnos en vilo hasta el final. Se trata de Crónica de una muerte anunciada:

“El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la madrugada para esperar el buque en que llegaba el obispo”.

Fotograma de Crónica de una muerte anunciada

Otro principio memorable es en el que Albert Camus nos adelanta la psicología del protagonista de El extranjero, una obrita (en número de páginas) que tanto marcó a los lectores de mi generación:

“Hoy ha muerto mamá. O quizá fue ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: «Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias.» Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer”.

El comienzo de Ana Karenina, de Leon Tolstoi, lo usó Vladimir Nabokov en su novela Ada o el ardor, a modo de homenaje:

“Todas las familias felices se parecen; pero cada familia desgraciada lo es cada una a su manera”.

El guardián entre el centeno, de J.D. Salinger sigue siendo un best seller desde 1951, año de su publicación:

“Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso. Primero, porque es una lata, y segundo, porque a mis padres les daría un ataque si yo me pusiera aquí a hablarles de su vida privada”.

Josep Conrad comienza así El corazón de las tinieblas:

“Era marino, pero también vagabundo, mientras que la mayoría de los marinos suelen llevar, si se puede decir así, una vida sedentaria. Son de espíritu hogareño, y su casa, el barco, está siempre con ellos, como también lo está su patria, el mar. Un barco se asemeja mucho a otro y el mar es siempre el mismo”.

Velero de la época de las novelas de Conrad

Esta anécdota sobre Conrad la publicó Enrique Vila-Matas en El País. Cuenta que el escritor, en una travesía en barco, le pidió a un marinero que leyera lo que había escrito: “A la mañana siguiente Conrad se acercó a Jacques y le preguntó si le había interesado lo que había leído. Tras un breve pero tremendo silencio, obtuvo esta respuesta. “¡Ya lo creo”. Quiso entonces saber Conrad si le había resultado clara la historia. “Por supuesto, perfectamente”, dijo su primer lector.

Si hay una novela que con solo las primeras seis palabras resuma el clima de las siguientes 400 páginas es esta de mi paisano don Leopoldo Alas Clarín en La Regenta:

La heroica ciudad dormía la siesta. El viento sur, caliente y perezoso empujaba las nubes blanquecinas que se rasgaban al correr hacia el norte. En las calles no había más ruido que el rumor estridente de los remolinos de polvo, trapos, pajas y papeles, que iban de arroyo en arroyo, de acera en acera, de esquina en esquina, revolando y persiguiéndose, como mariposas que se buscan y huyen y que el aire envuelve en sus pliegues invisibles…”.

Julio Cortázar resuelve así el comienzo de Rayuela, novela también generacional, qué le vamos a hacer:

“¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua”.

Cuatro arranques de postín: Fiodor Dostoiesvki, Jane Austen, Wolfgang Goethe y Thomas Mann.

“Una tarde, el joven Iván Karamazov, luego de cursar estudios y haber trabajado como periodista en Moscú, regresó a su ciudad natal. Su padre, Teodoro Karamazov, era un terrateniente muy dado a las francachelas y al vino, quien tras dos matrimonios que terminaron en tragedia (su primera mujer lo abandonó y su segunda esposa murió loca) vivía en compañía de sus criados”. Los hermanos Karamazov.

“Es una verdad mundialmente reconocida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, necesita una esposa”. Orgullo y prejuicio.

“4 de mayo de 1771. ¡Cuánto me alegro de haber marchado! ¿Qué es, amigo mío, el corazón del hombre? ¡Dejarte, cuando tanto te amaba, cuando era tu inseparable, y hallarme bien! Sé que me perdonas. ¿No estaban preparadas por el destino esas otras amistades para atormentar mi corazón? ”. Werther.

“Un modesto joven se dirigía en pleno verano desde Hamburgo, su ciudad natal, a Davos-Platz, en el cantón de los Grisones. Iba a hacer una visita de tres semanas”. La montaña mágica.

¿Publicaría hoy Nabokov, sin escándalo, esta novela?

“Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta”.

Aquí van dos comienzos con el sueño de trasfondo. Proust se duerme “apenas apaga la bujía”, mientras que Kafka se despierta transformado.

1. “Durante mucho tiempo he estado acostándome temprano”. En busca del tiempo perdido. «1. Por el camino de Swann». Primera Parte: Combray. Marcel Proust.

2. “Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto”. La metamorfosis. Franz Kafka.

Mi afición por Sabatini comenzó hace ya muchos años, con la película homónina protagonizada por Stewart Granger. Este arranque me parece redondo.

“Nació con el don de la risa y la intuición de que el mundo estaba loco. Y ese fue todo su patrimonio”. Scaramouche.

¡Moby Dick a la vista!

Herman Melville usa solo dos palabras: “Llamadme Ismael”, para empezar a contar la historia de Moby-Dick.

El comienzo de El túnel siempre me ha gustado. El mundo de los ciegos, siempre tan inquietante en toda la obra de Ernesto Sabato: “Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne”.

Pocos como Dickens para resumir la historia de la humanidad, tan idéntica de una época a otra, en Historia de dos ciudades:

“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo”.

Tal vez parezca anodino este comienzo, pero adentrarse en esta novela es sufrir con el protagonista la agonía de una dictadura sin piedad. Este es el Gran Hermano al que espero no nos conduzcan tantas equivocaciones.

“Era un día luminoso y frío de abril, y los relojes daban las trece”. 1984. George Orwell.

Magistrales líneas y determinante pregunta en esta novela imprescindible de Mario Vargas Llosa:

“Desde la puerta de La Crónica, Santiago mira la avenida Tacna sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú?” Conversación en La Catedral.

Rulfo estuvo allí y se encontró con los fantasmas de su pasado:

“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”. Pedro Páramo. Juan Rulfo.

Sorprendente este arranque de Italo Calvino de su novela posmoderna Si una noche de invierno un viajero:

«Estás a punto de empezar a leer la nueva novela de Italo Calvino, Si una noche de invierno un viajero. Relájate. Concén­trate. Aleja de ti cualquier otra idea. Deja que el mundo que te rodea se esfume en lo indistinto. La puerta es mejor cerrarla; al otro lado siempre está la televisión encendida. Dilo enseguida, a los demás: «¡No, no quiero ver la televisión!». Alza la voz, si no te oyen: «¡Estoy leyendo! ¡No quiero que me molesten!». Quizá no te han oído, con todo ese estruendo; dilo más fuerte, grita: «¡Estoy empezando a leer la nueva novela de Italo Calvino!». O no lo digas si no quieres; esperemos que te dejen en paz».

Italo Calvino por Tulio Pericoli

Y como Italo Calvino es un pozo de sabiduría, termino con una frase que no es el arranque de una de sus magníficas novelas. Habla de la realidad de nuestro país, aunque lo haya escrito sin pensar que eso ocurriría también aquí. “Un país que destruye la escuela pública no lo hace nunca por dinero, porque falten recursos o su costo sea excesivo. Un país que desmonta la educación, las artes o las culturas está ya gobernado por aquellos que solo tienen algo que perder con la difusión del saber”.

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Miguel Munárriz

Miguel Munárriz, periodista y escritor nacido en Gijón, en 1951, es socio fundador de Dos Passos, agencia literaria y comunicación. Ha coordinado “La Esfera”, suplemento cultural de El Mundo (Premio Nacional de Fomento de la Lectura). Dirigió la comunicación de Alfaguara, Taurus y Aguilar. Cofundador de revistas literarias, es autor de las obras Vivir de milagro, Poesía para los que leen prosa, Los mejores poemas de amor y Va pensiero. En 2022 publicó el libro La escritura contra el tiempo y recibió el premio María Elvira Muñiz por su trabajo de promoción de la lectura. Desde 2016 hasta 2022 ha sido el coordinador de contenidos de Zenda. @miguel_munarriz / miguelmunarriz.com

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