Arturo Pérez-Reverte callejea por el viejo Barrio de las Letras de Madrid con soltura de curtido capitán. Buscamos un lugar apropiado para la sesión fotográfica a cargo de Jeosm, pero el autor tiene la rara habilidad de tomar iniciativas, como si emprendiera una campaña de aproximación táctica. El muro de ladillos del Convento de las Trinitarias es el lugar elegido, pues alivia del intenso sol primaveral, levantándose, escenográfico, en una zona extrañamente desierta del barrio que arranca en la esquina de la antigua casa de Quevedo —aquella que compró para dejar a Góngora sin techo— y baja por la vieja Costanilla hasta Huertas. Luego, sentados en la terraza de una de las pequeñas tascas castizas del Madrid del Diecisete, iniciamos esta charla.
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—Comenzamos por la pregunta obligada: ¿por qué dejó de escribir la saga de Alatriste?
—Yo era muy feliz escribiendo Alatriste, pero había cosas que quería escribir también. El problema con un personaje fijo o una historia fija es que se adueña de ti y corres el riesgo de quedar atrapado en ella. Vi el peligro de quedarme envuelto en Alatriste y no ver, leer o pensar más que en Alatriste y su mundo, y había historias que me acompañaban y también deseaba darles salida, así que decidí parar por un tiempo indefinido dejando pendientes las dos últimas entregas. Sigo queriendo volver a Alatriste.
—Seguimos con la pregunta inevitable: ¿habría alguna razón por la que Pérez-Reverte se decidiera a volver al mundo alatristesco?
—No. El azar. La cabeza de un novelista es puro azar, e igual que de pronto hay situaciones, ideas, relámpagos que desencadenan historias, un día veré claro que el siguiente año de mi vida me quiero dedicar a Alatriste y entonces me pondré a ello; pero eso no me ha pasado todavía. Hace poco tuve un amago, creí que sí, pero no estaba lo bastante firme y entonces se cruzó otra historia tan poderosa como para adueñarse de mi cabeza y superponerse a Alatriste, y ahí quedó. Pero sé que un día ocurrirá; veré clara la aventura y me pondré a ello de nuevo. Es que, como he dicho en otras ocasiones, son las historias las que eligen al escritor y no al contrario.
—¿Veinticinco años después, qué queda de Alatriste en su autor?
—Hombre, queda mucho, porque Alatriste sale de mí y está dentro de mí. Lo que ocurre es que las aventuras del capitán han pasado por tantas manos en estos años (películas, series, lectores…) que ahora lo veo distante, ajeno, como si no fuera mío. Es singular, pero el tiempo me ha llevado a mirar al personaje como un lector y no como su autor; es decir: ahora, 25 años después, soy capaz de verlo desde afuera.
—¿Y eso es bueno o malo?
—Pues fíjese, no es una sensación mala, porque me permite, quizás, ser algo más objetivo con el personaje; mirarlo con más limpieza. Es curioso, no lo había pensado nunca, pero cuando lo aborde de nuevo, si lo abordo, este periodo de acercamiento a Alatriste como lector podría resultar bastante útil a la parte creativa del autor.
—Usted tenía 46 años cuando escribió la primera aventura del capitán. ¿Cómo sería el Diego Alatriste recuperado por su creador con la mirada de los 69 años?
—No lo sé, pero es muy cierto que Alatriste responde a una mirada mía en un momento determinado siendo el resultado coherente de aquella vida y aquella edad. Alatriste está muy lejos del autor que soy ahora, por lo que mi principal temor es que renazca de mí un Alatriste contaminado por mi edad. Realmente ese es mi único miedo.
—Pero Alatriste evolucionó a lo largo de las diferentes aventuras hacia un lugar más matizado, más complejo, se adensó como personaje con claroscuros.
—Es verdad, se fue volviendo más sombrío porque seguía un proceso de oscurecimiento natural, libro por libro. Pero este corte tan largo puede haberme situado a mí en un lugar más esquinado con una densidad más sombría de la que ocupaba cuando interrumpí la escritura, y al sentarme de nuevo a escribir Alatriste, temo que ese salto temporal mío se note en el personaje. No sé si me explico.
—Perfectamente.
—Insisto, no es una certeza; es un temor, una aprensión.
—Bueno, tal vez ese temor se convierta en reto, sirviéndole como motivación suficiente como para sentarse a escribir otra vez.
—Sobre todo, la parte de reto reside en averiguar si seré capaz de retomarlo donde lo dejé; de no imponerle un salto temporal relacionado con mi vida, sino mantenerme firme como escritor siendo consecuente con la suya; comenzar una nueva aventura con naturalidad como si solo hubiesen transcurrido seis meses desde el último episodio, como hacía entonces.
—Como decíamos ayer.
—Exactamente. «Como nos batíamos ayer…». Es que ese, justamente, es el punto. Para el tipo de escritor que yo soy cada inicio de escritura es un desafío; comenzar cada novela planteándome la duda “voy a ser capaz de hacer esto o no voy a ser capaz”. En el caso de Alatriste uno de los móviles, cuando decida sentarme de nuevo a escribir, será: “¿Seré capaz de retomar Alatriste tal y como era y no hacer un Alatriste diferente, estropeado, alejado del imaginario del lector y del mío propio de entonces?”. Esa es justamente la incógnita, y posiblemente si lo hago será para comprobar si soy lo bastante buen escritor como para conseguir que el lector no note una ruptura entre el séptimo y el octavo episodio de la serie. Porque no es lo mismo continuidad, incluso oscurecimiento, que ruptura.
—En ese sentido recordemos que usted mismo declaraba entonces que Alatriste nace, entre otras cosas, como un acto de rebeldía frente al sistema educativo del momento, que dedica en los libros de Historia de los chicos de primaria un escueto hueco al fundamental Siglo de Oro español. Podríamos decir, si me permite, que Alatriste, más que de un reto, nace de un gesto de chulería revertiano.
—Ya que usted tiene la amabilidad de definirlo así, no la voy a desmentir.
—Pues entonces sigo con el término “chulería”, que me parece bastante adecuado porque se extiende también a la forma de abordar la narración, que incluye un vocabulario amplísimo, singular y casi olvidado, que es la lengua de germanía; su profundo conocimiento de esta lengua marginal y su habilidad para rescatarla y actualizarla haciéndola entender a un lector actual lo colocaron en el camino que finalmente lo llevó a ser nombrado Académico de la Lengua. ¿Usted cree que esa chulería de Alatriste le abrió las puertas de la RAE?
—Estoy seguro, convencido de que fue así aunque, sobre todo, abrió las mías, pues inicialmente yo no quería ir a la Academia cuando me lo plantearon, primero Santos Sanz Villanueva y luego Gregorio Salvador a instancias de Domingo Ynduráin. En la primera llamada dije que no, pero Gregorio me convenció justamente diciéndome algo que nunca olvidaré: “Es que el hombre que ha escrito el Capitán Alatriste debe estar en la Academia”. Eso fue lo que me hizo aceptar.
—¿Y por eso escribió su discurso de ingreso en la RAE, “El habla de un bravo del siglo XVII”, recuperando el habla de germanía?
—Bueno es que, vamos a ver. Alatriste me produjo varios placeres personales; uno fue recuperar una narración de espadachines al estilo de lo que yo había leído de jovencito, otro fue moverme por el Siglo de Oro y meter en la novela a Calderón, Lope, los Tercios y demás. La tercera fue el lenguaje. El habla de germanía es un lenguaje extraordinario; yo siempre he dicho que sólo son capaces de crear lenguaje los jóvenes y los delincuentes. El lenguaje de germanía es un lenguaje creado por delincuentes; por soldados y delincuentes. Solamente el habla de los narcos norteña, del norte de México, es comparable en riqueza y osadía a la de germanía. Esa mezcla de cultismo y vulgarismo, de latín de iglesia, jerga de cárcel y galeras producían unos resultados fascinantes. Cualquiera que se haya asomado a los versos de Quevedo, al patio de Monipodio de Rinconete y Cortadillo, o a cualquier texto de la época no puede menos que quedar fascinado por el léxico.
—Pero además de satisfacción, ahí había un desafío tremendo para el escritor, porque la lengua de germanía es difícil no solo de manejar, sino también de entender.
—Precisamente ese era el interesante desafío: hacer que los personajes de Alatriste manejasen ese lenguaje con naturalidad y que a la vez éste fuese comprensible para el público de ahora. Había que trabajar tomando el habla de germanía crudo, pasarlo por el tamiz de mi forma de escribir y de mis personajes, y salpicar con él de tal manera que no fuese una jerga ilegible, sino que el lector de este siglo pudiese acercarse a ella sin dificultad, o casi sin dificultad. Justamente, la parte más bonita de la escritura fue ese trabajo, muy apreciado por los Académicos. Por eso decidí que mi discurso de ingreso en la RAE debía recuperar para aquella casa esta jerga.
—La presencia de Alatriste en las escuelas ha sido determinante para lograr el hondo calado social del personaje. ¿Qué cree usted que les aporta a los chicos esta saga?
—A esa pregunta no puedo responder porque no he estado en las aulas con ellos, no tengo el retorno ni de alumnos ni de padres ni de profesores. Sé que se ha hecho y sé que de vez en cuando me llegan resultados satisfactorios.
—Pero usted ha dado charlas para alumnos en colegios y asistido a encuentros de chicos de distintas edades con Alatriste como eje temático. Algo tendrá que decir.
—Hombre, si yo no fuese el autor diría esto: Alatriste es una buena herramienta. Un profesor con un Alatriste en la mano puede entrar en la aventura, en la Literatura, en la Historia y también abordar ciertos valores éticos y morales, es decir, hay un montón de elementos didácticos extraíbles de los Alatristes. Yo entiendo que un profesor al que le gusta Alatriste pueda usarlo como manual de trabajo y que eso esté funcionando. Supongo que también habrá niños que me odien porque los obliguen a leer Alatriste en el colegio. En cualquier caso, evidentemente es un honor y un orgullo el que estas novelas figuren en los libros de texto no solo españoles, sino también en manuales extranjeros para el estudio del español. Todo esto hace que, como autor, me sienta orgulloso de haber dado vida al capitán, naturalmente.
—Es que, de alguna manera, Alatriste trasciende la mera aventura.
—Supongo que todo lo anterior en parte se debe precisamente a eso, a que Alatriste no es una novela de aventuras ni de espadachines, sino que es algo más. Tiene fondos éticos, morales, históricos, conceptuales y, sobre todo, es lo más amargo que se ha escrito sobre España, realmente. Pero bueno, esto último no vale para esta respuesta.
—Pero me lleva a la siguiente cuestión: Alatriste es ya un personaje que supera lo literario saltando a la vida; me consta que hay chicos que creen que Diego Alatriste fue un personaje histórico.
—No solo críos. Tengo una carta de la Casa de Velázquez en París de varios historiadores extranjeros que en su momento se pusieron en contacto conmigo para que le diera más pistas sobre los datos reales de Diego Alatriste e Íñigo Balboa. O sea, que hay gente que se ha tragado el anzuelo hasta adentro.
—Dada esa relevancia del personaje, ¿usted cree que le trascenderá? ¿Que cuando usted muera se dirá: «Ha muerto el padre de Alatriste»?
—Supongo que el día que muera lo dirán, seguramente. A la semana ya nadie se acordará de mí, como ocurre con todos los demás. Pero es cierto que, dado que Alatriste es mi personaje más conocido en España y también fuera de España en muchos sitios, será el primero que le venga a la cabeza al encargado de la necrológica.
—Porque decir “Ha muerto el autor de El tango de la Guardia Vieja” no es lo mismo.
—Hombre, quizás El Club Dumas… no sé. Hay una cosa que está clara, y eso me gusta como autor, y es que cuando un taxista que te das cuenta de que no ha leído Alatriste, o un camarero, o alguien que se acerca a saludar te habla de Alatriste es porque ya ha trascendido los libros y es un personaje que está en el imaginario no ya del lector, sino de la gente. Alatriste ha pasado esa barrera, a lo que ha ayudado el cine, la televisión, los colegios… pero sí, en ese sentido, es evidente que si yo fuese un necrologista de Pérez-Reverte elegiría a Alatriste como despedida.
—¿Y usted lo considera su personaje más importante?
—No, pero entiendo que sin duda es el que más ha trascendido, el que más fama ha alcanzado, el que más lectores ha sumado, pues son siete libros en muchos idiomas. Y realmente, es un buen personaje del que estoy muy orgulloso, pero tengo personajes que son tan vigorosos como Alatriste.
—Me gustaría, si me lo permite, volver sobre aquella amargura que mencionó antes. ¿A qué se refería?
—Vamos a ver. Hay estúpidos que afirman que Alatriste es un canto a la España Imperial; eso se ha dicho durante mucho tiempo y aún hoy hay quien afirma esa idiotez, pero lo único que demuestran es que no lo han leído. Yo dudo que nadie haya escrito cosas tan amargas sobre España como las que están escritas en Alatriste, pues a la hora de plantearme al personaje decidí que iba a hacer una obra honrada; que iba a hablar de la luz y de la sombra, de la gloria y de la miseria, del oro y de la basura. No he escatimado orgullo español, que lo tengo por aquello que lo merece, ni tampoco he escatimado horror por la parte oscura de nuestra historia. Alatriste tiene las dos cosas, y en ese sentido creo que las aventuras del capitán son interesantes porque no son en absoluto maniqueas; ni el autor lo es, ni lo es el personaje. Las historias del Capitán Alatriste nos acercan de una manera, creo, muy real a esa esencia trágica, heroica, cruel, tierna, leal, traidora, amarga, que es el hecho de ser español y en ese sentido Alatriste es, sin duda, mi personaje más español. Un español lúcido, que, por eso mismo, no puede ser alegre, pues está forzado a lo amargo.
—Luego esa amargura no es un recurso literario, es simplemente contexto.
—Claro. No fue el propósito del autor hacer un personaje amargo, le salió amargo porque hablaba de la España del Diecisiete y nadie que vea esa España con una mirada lúcida, leyendo a Cervantes o Quevedo, puede ser optimista o épicamente patriótico-glorioso; tiene que ser realista. Y es evidente que la sombra de Quevedo planea sobre Alatriste todo el tiempo. La melancolía de Cervantes y la amargura de Quevedo son los dos factores capitales en la creación del personaje. Si yo no los hubiese leído, jamás podría haber creado al Capitán Alatriste.
—Y usted que encadena novelas, ¿cree que hay algo de Alatriste en otros personajes como, por ejemplo, Falcó?
—No, no, no. Justamente Falcó es lo opuesto; es un jeta, un sinvergüenza, un canalla, un vividor, un hombre al que la aventura le seduce. Alatriste es el resultado de una España, y paradójicamente, no es un personaje solitario, sino que forma parte de un conjunto de héroes cansados, españoles traicionados y vencidos, sí, pero un conjunto. Alatriste es componente orgánico de una españolidad colectiva, y por eso él puede reconocerse entre sus amigos e incluso entre sus enemigos.
—¿Cuál es el más revertiano de los dos?
—Los dos lo son, pero Falcó es individual, no tiene colectividad; caza solo, y en ese sentido es más revertiano en cuanto a cercanía al autor. Es que, claro, Alatriste es un soldado del Tercio de Cartagena y muere con sus compañeros. Aunque se sienta solo, como todo lúcido, Alatriste está dentro de un grupo y tiene camaradas con los que comparte recuerdos y amarguras y peligros y finales. Falcó no tiene ni un solo amigo, no los necesita. Alatriste necesita morir entre compañeros, sentir el calor, incluso en la soledad, de los que están solos como él; Falcó no necesita nada, es un tipo sin afectos, es la aventura pura: el sexo, los enemigos, la crueldad. Es admirablemente independiente, frente a Alatriste, que no es independiente en absoluto.
—Le he puesto el ejemplo de Falcó porque es la otra saga que usted ha escrito, junto con la de Alatriste.
—Pero no se parecen en nada.
—¿Alatriste nace con vocación de saga o se convierte en saga?
—Pues ahora no me acuerdo. Yo creo que nace con la idea de historia contada en varios episodios. En realidad, nace con vocación de personaje más que de saga, que es una palabra que no me gusta; se abusa mucho de ella.
—¿Tiene usted una aventura favorita de entre las siete aventuras del Capitán?
—Eso es muy difícil de establecer. Para mí Alatriste es una sola historia que he partido en trozos de manera práctica o táctica; la división es artificial, pensada para los lectores. En mi cabeza no está dividida en episodios, sino que es una continua historia que posteriormente ha sido dividida por razones editoriales para que sea más asequible al lector. Dicho eso, hay dos… bueno… es que no son dos, son más… No, la verdad es que no sabría decirle.
—Bueno, le puedo contar al hilo de esto que cuando hice la entrevista a Mundet, el ilustrador, para este mismo número de FD Magazine, me dijo que para él sin duda Corsarios de Levante era la historia predilecta, pues era la primera vez que, por razones editoriales, tuvo que simultanear el trabajo de ilustración con el de escritura. Confiesa que tenía sus recelos iniciales, pero enseguida vio que el autor, usted, no intervenía en su trabajo para censurarlo o modificarlo; al contrario, se volvió una colaboración muy enriquecedora.
—Muy cierto, así fue. Sobre eso, y dicho todo lo que he dicho anteriormente, si tuviera que elegir un trozo de Alatriste, decidir en un momento determinado “que todo se destruya pero que esto se conserve”, creo que el fragmento alatristesco elegido serían las páginas finales de Corsarios de Levante; el combate de las galeras en las Bocas de Escanderlu son lo mejor que he escrito de Alatriste. Y posiblemente, incluso de algunas otras novelas.
—Alatriste ha sido ilustrado y llevado al cine y a la televisión. Tiene rostros más que reconocibles. ¿Está satisfecho con las imágenes de su personaje?
—En realidad, tanto los ilustradores como los actores fueron lo bastante fieles al patrón original como para no contradecirse entre sí; todos ellos están muy cercanos a mi Alatriste, aunque también es verdad que el texto describe muy bien al personaje, muy detalladamente.
—También me comentaba Mundet que estaba muy orgulloso de su Gualterio, porque hizo una prueba, se la envió y a usted le gustó mucho que lo hubiese dibujado “guapo”.
—Sí, así es.
—Gualterio es el antagonista perfecto, sin el que Alatriste no se sostendría.
—Alatriste no se sostendría sin enemigos. A un hombre como él ya solamente lo justifica la lucha; ni la bandera, ni Dios, ni la religión, ni el Rey, ni ninguna palabra con mayúsculas lo sostienen, pues se las ha ido arrancando la vida. Solamente el combatir lo justifica, pues es lo que lo mantiene despierto, lúcido y peligroso; lo que le confiere la dignidad personal, lo que le hace sentirse vivo. Alatriste necesita sentirse peligroso, y para eso hacen falta enemigos. Malatesta en ese sentido es una bendición de Dios para el capitán, porque sin él solo le quedaría envejecer borracho en una barra de bar, en la cama de una amante, en la taberna contando sus batallitas, o sin contarlas, esperar la muerte caminando por las calles recordando o leyendo o lo que fuera. Pero justamente tener a Malatesta y lo que éste simboliza le permite cada día acostarse con un ojo abierto y la daga debajo de la almohada. Esa daga garantiza que Alatriste siga siendo Alatriste. Mi cariño por el personaje me llevó a darle un antagonista a su altura: esa clase de enemigo al que respetas pero matas. Sí. Me gustan esos enemigos, precisamente porque suelen ser difíciles de encontrar.
—Alatriste está muy bien arropado por unos magníficos secundarios que sobreviven con tanta fuerza como él; ahí está Íñigo, que equilibra la balanza y que, inevitablemente, crece. ¿Qué pasará con él cuando descubra que Alatriste ya no es aquel héroe imbatible de su infancia?
—Bueno, lo hemos visto crecer, y en Corsarios de Levante y en El puente de los Asesinos es un Íñigo ya respondón, que se enfrenta a Alatriste, le discute decisiones, se pelea con él, se enfada; está matando ya a su segundo padre. Pero hay algo claro: Alatriste será un héroe hasta el final. Lo que pasa es que ya no se notará, porque no tendrá ocasión de ejercer.
—¿Alatriste nunca cambiará a los ojos de Íñigo?
—Íñigo lo conoce lo bastante como para saber que, aunque Alatriste sea un anciano cansado metido en una taberna, si en la puerta aparece Malatesta, el viejo capitán volverá a ser Alatriste. Al menos mis héroes son así. Los héroes nunca dejan de serlo; la gente deja de verlos, que es distinto. ¿Cómo va un hombre, por envejecer, a perder su biografía?
—Y hablando de héroes, ¿qué pasa con las mujeres alatristescas?
—Bueno, son todas mujeres de armas tomar, ahí sí que las feministas no tendrán nada que objetar. Lo que pasa es que muchas no habrán leído a Alatriste, claro. Pero cualquier feminista que lo lea se dará cuenta de que mi visión de la mujer incluso va más allá de donde creen estar muchas de ellas. Angélica de Alquézar, Caridad la Lebrijana, la cortesana de Venecia, todas son, en distintos órdenes de la vida, mujeres densas, personajes reales; de verdad. No son muñecos en manos de los hombres, ni siquiera compañeras de aventuras, sino entidades de mucho peso que condicionan las historias, como en todas mis novelas, por otra parte.
—En estos 25 años alatristescos le han preguntado todo lo preguntable. ¿Hay algo que desearía que le preguntaran y nunca nadie le ha formulado?
—“¿Es Alatriste el personaje que usted quisiera ser y no puede ser?”. Esa pregunta nunca me la han hecho.
—Porque nadie se ha atrevido, supongo. Yo desde luego no me atrevo. ¿Cuál sería la respuesta?
—Mi respuesta sería: a mis 69 años, tras 35 escribiendo novelas, con una biografía que está en internet, es el lector quien debe decidir qué hay o no hay de mí en el Capitán Alatriste.
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Entrevista publicada en el Nº 25 de FDMagazine, un especial de 86 páginas que conmemoran el 25º aniversario del Capitán Alatriste. La revista puede ser adquirida en quioscos, historicaloutline.com, Galland Books y Librería Tercios Viejos.
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