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Arturo Mori, el periodismo y el “tacto de codos” - Zenda
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Arturo Mori, el periodismo y el “tacto de codos”

Portada de La Voz del 14 de abril de 1931 Arturo Mori fue un muy notable periodista catalán que realizó la mayor parte de su carrera en Madrid. Recibió la Legión de Honor en Francia por sus extraordinarias crónicas de la Primera Guerra Mundial. Compaginó el periodismo con la dramaturgia y es autor de muy...

Portada de La Voz del 14 de abril de 1931

“¡Periodistas españoles de uno y otro lado, acordaos de aquel sublime tacto de codos frente a la política profesional!”. Pocas veces se ha oído un llamamiento tan cabal a la concordia, otra vez perdida hoy, entre los profesionales de la prensa. La proclama la lanza Arturo Mori (Barcelona, 1888 – México 1953) desde el exilio en 1943, apenas cuatro años después de haber perdido la guerra. Se puede leer en su libro La prensa española durante la Segunda República, que acaba de recuperar —¿quién si no?— la editorial Renacimiento.

Arturo Mori fue un muy notable periodista catalán que realizó la mayor parte de su carrera en Madrid. Recibió la Legión de Honor en Francia por sus extraordinarias crónicas de la Primera Guerra Mundial. Compaginó el periodismo con la dramaturgia y es autor de muy estimables obras teatrales. Afiliado a UGT y a Unión Republicana, nunca escondió su militancia. Su gran legado son los trece tomos de la monumental Crónica de las Cortes Constituyentes de la Segunda República Española, referencia imprescindible para el estudio del periodo.

Su libro sobre la prensa abarca desde comienzos del siglo XX hasta el año 39, o, enmarcado en grandes acontecimientos, desde la Semana Trágica en Barcelona al final de la Guerra Civil. El impagable testimonio de Mori sobre la prensa en esas décadas —una enseñanza muy necesaria para el presente— no puede ser más lúcido y rezuma ansia se reconciliación. Lo deja bien claro en este párrafo:

“Los periodistas españoles debieron ser respetados en la lucha entre liberales y totalitarios. En ningún país se recuerda una convivencia periodística como la de España. Profesionales de ideas opuestas vivían como camaradas. Los medios monárquicos tenían de la prensa un concepto de respeto y consideración que permitía a los periodistas de las más diversas ideas alternar entre sí como compañeros entrañables. La República condecoró a redactores del periódico adverso del régimen, El Debate, y admitió como secretarios particulares de ministros a muchos periodistas de derecha extrema…”.

Las guerras civiles no terminan

Los periodistas estaban sometidos a la misma presión que el resto de la sociedad, cainita, polarizada, dividida en dos frentes irreconciliables. “El periodismo español» —escriben los editores de la obra, José Esteban e Isabelo Herreros— «se ha movido entre dos aspectos, más o menos matizados, de específicas diversidades: el republicano, o liberal, como se quiera, y el conservador, o reaccionario. Todo el problema de España es la lucha clásica entre liberales y carlistas; las guerras civiles reseñadas gloriosamente por Pérez Galdós no han terminado«.

"La militancia inequívocamente republicana y el opresivo ambiente de confrontación no impidieron a Mori mostrarse crítico con el nuevo régimen"

En la misma línea se expresa en el prólogo Álvaro de Albornoz, intelectual y político asturiano que llegó a ser jefe de gobierno de la República en el exilio: “La historia del periodismo español es la historia de las luchas políticas de nuestra patria (…). Todos nosotros, los escritores españoles independientes, estamos más habituados a luchar con el censor que a combatir contra el adversario…”.

La militancia inequívocamente republicana y el opresivo ambiente de confrontación no impidieron a Mori mostrarse crítico con el nuevo régimen.

Explica:

“Con la República le ocurrió al periodista republicano lo mismo que con la monarquía. Los visitantes de su antigua redacción, que iban a ella a solicitar ponderaciones y sonrisas, le trataban en sus altos puestos con más displicencia que los liberales y los conservadores”.

La apertura de miras de Mori le lleva a ser comprensivo con sus rivales profesionales y políticos y a ver más allá de los estereotipos.

“El buen periodista reaccionario, que es tolerante, en cierto modo, y hombre de biblioteca y de Universidad, que vivía con la esperanza de refundir España, se encuentra cercado por una cosa que no entiende ni entenderá nunca (…). ¡Del mismo modo que la guerra civil esfumó la personalidad del periodista liberal, esfumó también la personalidad pura del periodista reaccionario!”.

Ángel Galarza Gago, ministro de Gobernación de la Segunda República, recibe a los periodistas un 1 de mayo. Foto: Alfonso

Es tanta la fe que tiene en su profesión y en sus colegas, que Mori proclama tajantemente:

“Por cada periodista venal nos encontramos con ciento capaces de entonar los más armoniosos himnos a la decencia y a la libertad”.

Y esto, que valía para los tiempos de la República, vale para ahora, cuando la reputación y la credibilidad del periodista pasa por su peor momento.

Divanes rojos y estufa en la redacción

El libro de Mori es también un  valiosísimo testimonio de cómo se ejercía la profesión a principios de siglo. Esta descripción de la redacción de El País puede ser un buen ejemplo.

“No es posible discurrir por el Madrid periodístico de 1914 sin estacionarse en la redacción del periódico más romántico, más noble y típico de la revolución española en Madrid (…). Ancho salón de redactores. Divanes rojos en los que se habían sentado toda clase de personas. Enorme estufa de carbón que llenaba la sala de un humo tan acogedor como poco higiénico. Alrededor de la mesa, periodistas viejos y jóvenes”.

Sus definiciones, por sintéticas, no pueden ser más esclarecedoras. Así, sobre la bohemia explica que “todavía se moría allí (en Madrid) por el deseo de vivir demasiado”. Y sobre la gris rutina de las tertulias, alejadas de la épica, describe cómo “Baroja no decía nada y Azorín leía sin hacer caso a nadie”.

Mori levantó acta de su tiempo. En el periodismo coincidió con grandes de la literatura —entonces era difícil distinguir entre los dos oficios— y los describe con pasión. Sobre Miguel de Unamuno proclama:

“Ningún artículo tan contundente, ninguna forma bella de escribir tan eficazmente combativa, como aquellas crónicas que desde París, donde estaba desterrado por Primo de Rivera, enviaba don Miguel a la revista Nuevo Mundo, de Madrid. En cada frase, una lanzada; en cada pensamiento, un disparo de cañón”.

Ramón y “El lector del céntimo”

En dos pinceladas resumen a dos clásicos, como el “Clarín de los Agudos Paliques” y el “Galdós de las admirables crónicas.” Al referirse a Gómez de la Serna descubre un tipo de periodismo popular, pero imprescindible para atraer lectores en una sociedad todavía poco alfabetizada. Sobre las greguerías, asegura que Ramón “logró con ellas interesar al público del céntimo, al que compra los periódicos para no leer más que lo que hay en ellos de sensacional o de divertido”.

Nos queda su testimonio de los hoy considerados grandes monstruos del periodismo de la época.

Gaziel era en Cataluña el vocero del patronaje, del espíritu conservador catalanista, y le faltaba el canto de una moneda para enlazarse a cualquier gremio gobernante, que con todos procuraba congraciarse y reflejar sus proyectos, como si a él mismo se le hubieran ocurrido (…). Más de una vez, y de cien, nos hemos recreado con los artículos de Gaziel, considerándolos siempre muy superiores a las declaraciones de algunos políticos”.

"Mori no solo habla de los suyos. Le debemos haber bautizado, con humor, a Rafael Sánchez Mazas, Eugenio Montes y Ernesto Giménez Caballero como los tres reyes magos del franquismo"

Ya entonces Mori alaba la figura de Carmen de Burgos, tantas décadas oscurecida. “A nuestro juicio» —proclama—, «la primera mujer periodista de su tiempo. Lo abarcaba todo con su fecunda cultura. Lo mismo escribía una crónica política que una glosa de modas o la explicación de un plato de cocina”. Y deja para la posteridad el conciso y revelador relato de cómo a la periodista en un acto público le sobrevino la muerte, y viéndola venir se despidió de los presentes: “Señores, esto se acaba ahora mismo… ¡Viva la República!”.

Del revolucionario Joaquín Dicenta cuenta que “decía periódicamente sus afanes y sus amarguras, que solían ser las amarguras y los afanes de las masas”. Y del conservador Julio Camba explica que “las crónicas vienen a ser para él como desahogos de noches de insomnio”.

Los tres reyes magos del franquismo

Mori no solo habla de los suyos. Le debemos haber bautizado, con humor, a Rafael Sánchez Mazas, Eugenio Montes y Ernesto Giménez Caballero como “los tres reyes magos del franquismo, porque fueron tras la estrella de Oriente en busca de su libertador”.

Habla también sobre periodistas a los que la Historia no ha recordado tanto. Pero del relato de Mori se desprenden grandes historias sobre cómo se ejercía la profesión entonces. Cuenta, por ejemplo, la singular manera de enviar su artículo del periodista y político Roberto Castrovido (1864-1941):

“…No iba [a la redacción de El País] más que algunas veces, pero su original no faltaba nunca. Cuando el ordenanza no lo recogía, los serenos se lo pasaban en graciosa cadena de fraternidad, desde el hogar del maestro hasta la redacción”.

Castrovido, al parecer, era conocido como “el ilustre cojo”, y esgrimía sus muletas como arma en sus incendiarios discursos.

Los hubo que tuvieron mala fortuna y perdieron su vida por la causa, como José Miguel Baró, quien, preso en Montjuic tras la Semana Trágica, notificó a su periódico, El Poble Catalá, la noticia de su propio fusilamiento por medio de unas frases escritas en una caja de cerillas… «Me matan ahora. Adiós”.

Arturo Mori

Menos trágica es la historia del muy peculiar periodista y gastrónomo Dionisio Pérez (1872-1935).

“Escribía diez o doce artículos al día, de lo que le pedían y como se lo pedían. Escribía tanto como tragaba. Se le veía siempre al lado de un montón de cuartillas y de un solomillo con patatas. Comía y escribía en todas partes. Y prueba de que se cansaba más comiendo que escribiendo es que la gastronomía fue la ciencia que le llevó al sepulcro, claro que después de haber escrito muchísimo y de haber ensayado el gusto y el regusto de todas las cocinas del mundo”.

Y para disparatada la historia del decadente modernista Emilio Carrere (1881-1947), “el poeta de la noche y cronista a lo Verlaine”. Cuenta Mori:

“… se fingió loco para que los tribunales republicanos de Madrid no se apoderaran de él. Y lo consiguió; pues, aun siendo uno de los periodistas más furibundamente enemigos de la República, después de haber sido un republicano fogoso pudo vivir en Madrid, sin asedios, si bien con los correspondientes sobresaltos, durante toda la guerra. Al triunfar Franco, Carrere escribió una serie de crónicas tituladas  Memorias de un semi-loco, en las que ponía en ridículo a los que creyeron ingenuamente en su enfermedad”.

¿Se puede ser periodista y político?

"La extrema politización y polarización de la sociedad acaba por convertir al informador en activista"

Uno de los asuntos más apasionantes que se plantean en el libro de Mori es cómo durante la República abundaban grandes periodistas que a la vez fueron políticos, y al revés. Hasta tal punto de que, con frecuencia, no se distinguía al periodista del político. Y es que la extrema politización y polarización de la sociedad acaba por convertir al informador en activista.  “Los periódicos españoles —explica Mori— estaban más comprometidos que ningún otro sector del país en la lucha entre la libertad y sus enemigos”.

El papel de la Prensa es tan crucial que incluso se le atribuyen cambios históricos.

“La República estaba en las puertas de España, y el caso es que nadie se lo figuraba. El día en que los ayuntamientos de España votaron por ella, el político catalán, ultimo ministro del gobierno liberal, Joaquín Salvatella, exclamó, ante los datos, en la redacción de El Liberal: ‘¡Es un gran éxito de la prensa!’”.

El propio Mori añade a la responsabilidad de la prensa en el advenimiento de la República la responsabilidad en su fracaso.

”No todos los periódicos que se llamaban de izquierda defendían la República. Por esto se hundió el régimen y triunfó la minoría”.

En el prólogo al libro, el mencionado Álvaro de Albornoz explica esa confusión tan española del periodista y el político.

“La tradición de Pi y Margall y de Castelar es continuada por los republicanos y socialistas de nuestros días, oradores, a la vez que periodistas, y periodistas al mismo tiempo que gobernantes”. Y enumera una larga lista de casos, para concluir que “la tradición periodística española se remonta a Quevedo, el autor de los Anales de quince días”.

Mori muestra su entusiasmo por la labor periodística de los políticos. Habla de “la pluma suelta y mordaz” de Lerroux. Cuenta cómo Pablo Iglesias “no podía estar sin un diario… Hombre de acción fundamentalmente periodista”. Relata cómo Indalecio Prieto,

“… cuando no tenía tiempo de prepararlas [las crónicas], en vez de un artículo dictaba un discurso espontáneo ante el micrófono de la cabina, que se convertiría en una crónica amena, interesante, actual y emotiva”.

Es comprensivo con la participación de los políticos en el oficio periodístico. Así explica el peculiar caso de Miguel Primo de Rivera.

“Se llamaba, ante todo, periodista (…). Un dictador periodista es un poco menos dictador que cualquier otro… Primo de Rivera persiguió a los periodistas, porque esa es la primera obligación de los dictadores. Si no lo hicieran así, quedarían en ridículo ante el mundo (…). Primo de Rivera no se olvidaba de su origen periodístico, cuando escribía aquellos furibundos ataques contra la intervención de España en Marruecos, tachados de liberalísimos y hasta de revolucionarios”.

El problema catalán y el periodismo

Por la actualidad reavivado el problema catalán, resulta especialmente oportuno recordar la opinión de Arturo Mori al respecto, opinión que sin duda compartían muchos de los periodistas republicanos. Escribe:

“Nosotros, como gran parte de los periodistas catalanes, estábamos, en efecto, asomados a España. No nos arrepentimos de nuestra posición españolista serena y liberal, ajena a todo patrioterismo monárquico, puesto que éramos republicanos hasta el fondo del alma, y no lo hemos dejado de ser nunca; frente a las algaradas separadoras que tenían un carácter de fanatismo tradicional más propio del púlpito que de la tribuna política”.

Por si no quedara clara su postura, Mori remata con esta hoy sorprendente revelación:

“Lluís Companys, acusado de separatista, era uno de los periodistas catalanes más emotivamente españoles”.

"Han pasado casi noventa años, pero la esencia sigue siendo la misma, y los defectos y las virtudes de nuestra profesión, muy parecidas"

La prensa española durante la Segunda República es un referente indispensable, no ya solo para entender el periodismo de entonces, sino para entender el de ahora. Han pasado casi noventa años, pero la esencia sigue siendo la misma, y los defectos y las virtudes de nuestra profesión muy parecidas. Así se desprende de este alegato de Álvaro de Albornoz en el prólogo:

“La prensa española, apasionadamente política, fue siempre extremadamente pobre. Esto explica muchas cosas del periodismo español. Más que formación profesional, lo que implica una técnica que exige recursos económicos, tiene el buen periodista español espontaneidad, ingenio (…). Es tal, en el periodismo español de raza, la fuerza del estilo, que ni aun bajo anónimo puede ocultarse la potente individualidad”.

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Autor: Arturo Mori. Título: La prensa española durante la Segunda República. Editorial: Renacimiento. Venta: Amazon

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Juan Carlos Laviana

Fundador, en compañía de otros, del diario El Mundo en 1989. Director adjunto durante 26 años. Columnista de La Nueva España. Autor de Los chicos de la Prensa (Nickel Odeon, 1996). Última obra: La otra crónica de España (1939-2015), un recorrido en imágenes por la historia reciente de España en 6 volúmenes. @j_c_laviana

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